Matty deseó no haberse precipitado en marcharse. Si hubiese sido más valiente estaría junto a él, con la mano en la suya mientras él le explicaba sus ideas respecto a un tipo de tarjetas personalizadas que se imprimirían en el acto. No le era fácil concentrarse, ni siquiera amparada en la seguridad de la distancia que los separaba. El solo hecho de mirarlo le impedía pensar con claridad.

Se preguntaba cómo sería sentir sus cabellos entre los dedos, cómo olería su piel al salir de la ducha, cómo sería sentir sus largos dedos acariciándola.

El esfuerzo por volver a la realidad la hizo estremecerse.

Sebastian dejó de hablar y la miró con preocupación.

– Matty, ¿te encuentras bien?

Ella tragó saliva y luego asintió.

– Lo siento. Es el aire acondicionado -mintió.

– Vaya.

La única molestia con la temperatura radicaba en su interior. Era el calor y no el frío lo que le causaba problemas.

Acostumbrada como estaba a salir completamente ilesa de cualquier coqueteo, siempre se había sentido a salvo, y nunca se le había ocurrido pensar en los riesgos que podría correr cuando abordó a Sebastian aquella noche en la recepción de Fran y Guy, irrumpiendo en su oscuro ensimismamiento.

– Volviendo a la impresión de tarjetas, ¿no será muy costosa la producción? ¿Qué me dices del entrenamiento del personal? -preguntó haciendo un gran esfuerzo por concentrarse.

– Me han dicho que no hará falta más que una fotocopiadora. Podrás comprobarlo por ti misma cuando el prototipo esté preparado.

– ¿Ya has pensado en eso?

– Tengo un cuñado experto en estas materias. Dice que dispone de un equipo informático capaz de realizar el trabajo con un mínimo de adaptación. Todo lo que necesitamos es alguien que se encargue de preparar la programación y ya lo tendremos resuelto. Además, mi cuñado conoce a esa persona -declaró entusiasmado, pero al ver su expresión dudosa, añadió-: No se trata de nueva tecnología, Matty. Tú misma puedes imprimir tarjetas de negocios personalizadas en cualquier gasolinera.

– Sí, pero…

– Esto no es tan diferente. Los diseños son fijos. El comprador sólo tiene que programar cada nombre. Aunque hay un pequeño problema.

– ¿De veras? ¿Sólo uno?

– No sólo necesito tus dibujos, también tendré que pedirte que los adaptes un poco.

– ¿Y si no quiero?

– Bueno, hay otros abecedarios -replicó inexpresivamente, pero sus ojos, del color del mar en un día de sol, le aseguraron que sabía que no se iba a negar-. No me cabe duda de que hay muchos editores que estarían contentos de llevarse mi dinero.

– Es verdad. Tal vez deberías preguntarle a tu asesora qué es lo que sugiere.

– Como asesora de la empresa, ¿qué sugieres, Matty?

– Te aconsejaría que ahorraras tu dinero y utilizaras la opción por la que ya has pagado.

– ¿Estás de acuerdo, entonces? -dijo mientras se acercaba y le tomaba la mano que, esa vez, ella no retiró-. Gracias.

– Agradéceselo a Blanche. Desde ayer guarda un talón para mí. Tengo entendido que tiene fondos.

– Cuentas con mi garantía personal -afirmó al tiempo que le apretaba la mano-. Tienes la mano fría. Tal vez podríamos continuar la conversación en un sitio más abrigado. ¿Tienes hambre?

– Parece que alimentarme se ha convertido en el trabajo de tu vida, ¿no es así? No, no contestes esa pregunta. Sí, tengo hambre. ¿Podrás conseguir una mesa en Giovanni's a esta hora? -preguntó bromeando.

– Te sorprenderías de todo lo que puedo hacer, pero he pensado en algo menos formal. Podríamos aprovechar este día de sol y comer al aire libre.

– ¿Un picnic en el parque? De acuerdo, pero para hacer un picnic se requiere algo de comida.

– ¿Crees que invitaría a una dama con las manos vacías? Quiero que sepas que llegué a tu casa armado de un bocadillo de aguacate, exactamente como lo pediste -declaró antes de indicar la mesa detrás de ella.

Matty miró por encima del hombro y vio una bolsa con el nombre de una elegante pastelería. Debió de haberla dejado allí cuando llegó.

Matty se preguntó cuánto tiempo habría estado en el umbral de la puerta antes de que ella sintiera el hormigueo de advertencia en la nuca.

– Lo del bocadillo era una broma. Ahora sí que me siento incómoda.

– Como sé que ahora no me vas a rechazar, te perdono.

– ¿No será una excusa para no trabajar? ¿No deberías estar organizando tu plan maestro para salvar a Coronet?

– Tú eres mi plan maestro.

Eso era bueno. A Matty la hacía feliz ser su plan maestro. El problema era lo de tomarse de la mano continuamente y el picnic en el parque.

Finalmente reunió la fuerza suficiente para librar su mano de la de Sebastian.

– Una buena razón para volver a mi tablero de dibujo y empezar la adaptación de las ilustraciones para ti.

– Esto será una comida de trabajo. Primero tenemos que negociar tus honorarios por todo el trabajo extra que tendrás que hacer. Luego tendremos que discutir sobre la gama de productos basados en tu abecedario. Me preguntaba si has hecho algo más para Toby. Tengo algunas ideas, pero…

– ¿Estás planeando una gama completa de artículos basados en el abecedario? -preguntó, en tono dudoso.

– Sí que sabes cómo desinflar el ego de un hombre -comentó Sebastian, con una sonrisa.

– ¿Qué tiene que ver tu ego con esto? Como asesora de Coronet es mi deber sacar el máximo partido de las inversiones de la empresa. Y como diseñadora de la nueva gama que me propones, tengo que velar por mis propios intereses.

– ¿Entonces aceptas hacerte cargo de ambas cosas?

– Sí.

– ¿Nos vamos entonces?


Sebastian iba junto a la silla de Matty cuando cruzaron la calle y entraron en el parque.

– Así está mejor -dijo ella antes de detener su silla junto a un banco a la sombra de los árboles.

– ¿Qué? -preguntó Sebastian mientras se sentaba a su lado.

– Que por fin te has tranquilizado.

– Nunca he estado intranquilo -se defendió, pero al ver que ella se limitaba a sonreír, añadió-: De acuerdo, tal vez me puso ansioso ver que lo peatones ni siquiera se apartan para dejarte pasar.

– ¿Y por qué deberían hacerlo?

– Bueno, ese chico de los patines casi chocó contigo.

– ¿Piensas que debería ir con una campanilla para pedir a los peatones que me cedan el paso?

Sebastian se dio cuenta de que se había metido en un problema.

– La verdad es que no pienso nada -optó por decir.

– ¿Quieres que cambiemos de tema? -sugirió ella, con una sonrisa.

– ¿Estaba bueno el bocadillo? -preguntó Sebastian un poco más tarde, cuando Matty terminó de comer y retiró las migas de las piernas antes de arrojárselas a los gorriones, que rondaban expectantes.

– Estaba delicioso. Gracias. Decididamente podría acostumbrarme a esto.

– Todavía queda uno de queso con pepinillos en vinagre ¿O prefieres un postre?

– ¿Postre? -preguntó. Cuado se inclinó a examinar la bolsa, uno de sus rizos tocó la mejilla de Sebastian y él sintió que todas las células de su cuerpo respondían a su cercanía-. ¿Qué postre? -inquirió alzando la vista, con los ojos más oscuros que el ámbar a la tenue luz bajo los árboles-. Aquí no hay más que una manzana.

– ¿Nunca me vas a conceder el beneficio de la duda? -preguntó al tiempo que le tomaba la cara cuando ella, un tanto confundida, intentó echarse hacia atrás-. ¿Cuándo piensas confiar en mí, Matty?

– Bueno… -empezó a decir y se quedó sin palabras.

– No importa -murmuró Sebastian mientras inclinaba la cabeza hasta sentir la suavidad de los generosos labios de Matty bajo los suyos.

Capítulo 6

MATTY apenas tuvo tiempo de darse cuenta de que la había besado antes de que él se levantara, sin duda arrepentido del impulso y ansioso por alejarse de ella.

– Vamos, hay un carrito de helados junto al estanque.

«Es demasiado tarde para arrepentirse», pensó Matty. Todo lo que podía hacer era ignorar su pulso acelerado y actuar como si nada hubiera ocurrido.

– Realmente sabe cómo llegar al corazón de una mujer, señor Wolseley -dijo con la esperanza de que su voz fingidamente radiante y despreocupada lograse convencerlo.

– ¿Tú crees? -respondió en un tono extrañamente neutro mientras miraba hacia el estanque, sin que ella lograra ver su expresión-. Tal vez tengas razón pero, según mi experiencia, se necesita algo más que un helado para conseguirlo.

– No me cabe duda de que tú puedes hacerlo.

Nadie la había besado de ese modo desde el día en que su coche se deslizó por una capa de hielo y fue a estrellarse contra un muro. Y su pobre cuerpo traidor se había encendido de tal modo que con toda seguridad él lo había notado.

Se había encendido de una manera que Matty no creyó que todavía fuera posible. No se trataba sólo del ramalazo sexual, sino de algo más profundo. Y deseó quedarse quieta, reviviendo ese instante una y otra vez.

Sin embargo, Sebastian había empezado a recoger los desperdicios para arrojarlos a un basurero no lejos de allí, ansioso por moverse y sin duda preguntándose qué le había sucedido.

Ambos se sentirían tal vez más cómodos si ella se marchara con una excusa. Aunque el negocio que se traían entre manos era demasiado importante como para permitir que una momentánea insensatez por ambas partes lo arruinara todo.

Si él podía sacarlo adelante y vender la idea a un mayorista, posiblemente el dinero por derechos de autor le proporcionaría a ella unos ingresos regulares con los que podría ahorrar para comprarse una casa.

Eso era más importante que una incomodidad momentánea. Eso y asegurar las pensiones de jubilación de Blanche y del resto del personal de la empresa.

Esas cosas perdurarían aun después de que Sebastian hubiera regresado a Nueva York y olvidado todo lo sucedido entre ellos.

Tenía que comportarse como si nada hubiera ocurrido. Como si el beso de un hombre tan apuesto fuese algo normal, algo que no merecía un segundo pensamiento.

Así que Matty escondió sus sentimientos y toda la magia de lo ocurrido tras una radiante sonrisa.

– El que llegue el último paga los helados.

– ¿Quieres echar una carrera conmigo?

– ¿Crees que podrías ganarme? Oye, sería una pena desperdiciar ese bocadillo. Estoy segura de que los patos te lo agradecerían.

– ¿Los patos? -preguntó Sebastian, que todavía intentaba recuperarse de la caricia que lo había dejado tembloroso-. De acuerdo -dijo al tiempo que volvía sobre sus pasos para recuperar el bocadillo de la basura.

No había tenido intención de besar a Matty. Había sido un gesto espontáneo que le sirvió para darse cuenta de que en los últimos años había controlado excesivamente sus emociones.

No había habido el menor artificio en la caricia, el menor cálculo. Había sucedido tan repentinamente que sintió que era algo bueno.

Y todavía le parecía bueno al recordar el modo en que los labios femeninos habían buscado los suyos, el aroma de su piel. Sí, perfecto.

Si por primera vez en muchos años se dejaba llevar por el corazón más que por la cabeza, tenía que reconocer que la experiencia había sido algo más que un susto. Aunque en ese instante no habría sabido decir si su corazón latía de deseo o de terror.

– ¿Estás segura de que los pepinillos no le harán daño a los patos? -preguntó, y al no tener respuesta, se volvió hacia ella; pero Matty se había alejado aceleradamente.

Por un segundo temió que hubiera aprovechado su distracción para escapar de él, pero al ver que se detenía junto al carrito de los helados y hablaba con el hombre, no pudo menos que reír.

Era posible que el beso la hubiera tomado por sorpresa, lo mismo que le había ocurrido a él, pero no la había escandalizado aquella descarada libertad. De hecho, Sebastian estaba seguro de que, tras la sorpresa, ella le había devuelto la caricia.

Aunque no podía negar su terror, reconoció que es-taba preparado para correr el riesgo por esa mujer. Así que, sonriendo, se reunió con ella.

Matty ya había hecho el pedido y en ese momento le tendía unas monedas al heladero.

– Buena jugada, Matty, aunque creí que el perdedor tenía que pagar.

Ella recogió el cambio y Sebastian los helados.

– Olvidé lo del perdedor, desgraciadamente -comentó encogiéndose de hombros en un gesto casual.

– Eres una mujer. Y las mujeres siempre llevan ventaja -rebatió al tiempo que desviaba la vista hacia los patos para no mirar la boca de Matty, que saboreaba su helado. Sebastian no pudo dejar de pensar cómo sentiría esa boca, fría por el helado y cálida bajo su lengua.

Matty dejó escapar un pequeño suspiro de alivio. Habían pasado la escena del beso sin incomodidad, dispuestos a reanudar la conversación.