Sam lo evitó durante casi una semana, pero Kyle no estaba dispuesto a marcharse habiendo conseguido un solo beso. La perseguía con la determinación de un lobo hambriento siguiendo a una gacela. Iba a buscarla a los establos cuando estaba dando de comer al ganado, a su casa cuando estaba ayudando a su madre a preparar jamón. E incluso un día había salido a su encuentro en el pueblo, cuando ella se estaba pidiendo un batido de frambuesa. La hamburguesería parecía estar en las últimas. Los asientos naranjas de los taburetes estaban resquebrajados, un solitario aparato de aire acondicionado zumbaba trabajosamente y el suelo y el mostrador competían en número de quemaduras.
– ¿No estás cansado de seguirme por todas partes? -le preguntó Sam mientras pagaba el batido y se volvía hacia la puerta.
La vieja camioneta de su padre estaba aparcada al lado del deportivo de Kyle.
– No te estoy siguiendo.
– No, claro -lo llamó mentiroso con la mirada y salió.
Kyle dejó su refresco de cola sin terminar en el mostrador y la atrapó en el exterior.
– De acuerdo, quizá sea que me gusta andar detrás de ti.
– Eso es porque estás aburrido.
– Contigo es imposible.
Sam bebió a través de la pajita y estudió a Kyle con tanta intensidad que Kyle comenzó a sentir vergüenza.
– Déjalo ya, Fortune. Yo no soy tu tipo. Y no te creas que por apellidarte…
Kyle dio un paso hacia ella y la agarró de la muñeca. Involuntariamente, le tiró parte del batido sobre la blusa.
– Lo único que quiero es conocerte mejor.
– ¡Mira cómo me has puesto la blusa! -exclamó bruscamente y Kyle posó al instante la mirada en la blusa.
Por un instante, Kyle se imaginó a sí mismo lamiendo el líquido rosado de sus senos, acariciando los orgullosos pezones con la lengua.
– ¡Bueno, déjalo ya!
– No puedo.
Entonces la abrazó y buscó sus labios. Oyó que el recipiente del batido caía al suelo. Por primera vez, Sam le devolvió el beso y entreabrió los labios para permitirle el acceso al interior de su boca.
Kyle sintió un escalofrío al tiempo que su sangre se transformaba en un río de lava y profundizó el beso, olvidándose de que estaban en una de las calles principales del pueblo.
Como si acabaran de echarle encima un jarro de agua fría, Sam fue la primera en separarse.
– Aquí no -le dijo, desviando la mirada hacia las ventanas de la hamburguesería.
– Entonces dime dónde.
– Mira, no quiero salir contigo. Ni contigo ni con nadie.
– Samantha, dame una oportunidad.
Samantha sacudió la cabeza y se obligó a mirarlo a los ojos.
– Pero Sam…
– Déjame en paz.
– No puedo.
– Entonces hazme un favor, ¿quieres? Vete al infierno, Kyle Fortune, pero no me lleves contigo.
Pero lo hizo. Fue durante una calurosa tarde de verano; las abejas revoloteaban sobre los campos de algodón y Kyle, que llevaba todo el día recorriendo el perímetro del rancho, por fin la encontró. Sola. Bañándose en un recodo del río en el que el agua se volvía oscura y profunda.
Había dejado la ropa en la orilla y su cuerpo era visible a través del agua. Las piernas y los brazos bronceados, el abdomen y los senos más claros, y los pezones oscuros que apuntaban hacia el cielo mientras ella flotaba en el agua.
Debería marcharse. Fingir que no había cruzado la alambrada con la esperanza de encontrarla. Actuar como si jamás hubiera visto el triángulo de rizos rubios que cubría su sexo.
El deseo, tan ardiente que apenas le dejaba respirar, se habría paso a través de sus entrañas.
El sol centelleaba sobre el agua y las sombras no alcanzaban aquel cuerpo ágil y flexible, aquel cuerpo perfecto. Kyle habría dado cualquier cosa por acariciarlo, por presionar sus labios ardientes sobre su piel húmeda y tocarla como jamás la tocaría nadie. Estaba seguro de que era virgen y a Kyle le encantaría convertirla en una auténtica mujer, mostrarle las delicias del sexo, oírla gemir de placer antes de fundirse con ella.
El corazón le latía violentamente mientras ella nadaba como una ninfa, completamente ajena a su mirada. Con la garganta seca como el algodón, Kyle se colocó al lado de una enorme piedra, apoyó contra ella la cadera y se aclaró la garganta lo suficientemente alto como para sobresaltarla.
– ¿Qué…? -Sam miró hacia la orilla y se apartó el pelo de la cara-. Por el amor de Dios, Kyle, ¿qué estás haciendo aquí?
– Mirarte.
– No piensas darte por vencido, ¿verdad?
– Nunca lo hago cuando quiero algo.
– Pero esto es una propiedad privada, Kyle, así que márchate.
– Todavía no.
– Te denunciaré.
– Sí, claro.
– Y después mi padre irá a buscarte con una escopeta.
– No me lo creo -contestó Kyle con una carcajada. Samantha estaba empezando a enfadarse de verdad. Kyle podía verlo en el brillo de sus ojos.
– Me estás haciendo pasar vergüenza.
– Con un cuerpo como el tuyo, no tienes nada de lo que avergonzarte.
– El que debería avergonzarse eres tú por decir tantas tonterías.
Kyle soltó una carcajada y se agachó al lado de la ropa de Samantha. Esta dejó escapar un grito estrangulado.
– No te atrevas.
– ¿Qué? -Kyle levantó los pantalones, la blusa, el sujetador y las bragas y se enderezó.
– Si me dejas sin ropa, Kyle Fortune, te juro que iré una noche a tu casa y te arrancaré tu asqueroso corazón, o cualquier otro miembro de tu anatomía al que le tengas un especial cariño.
– ¿De verdad? -no se le había ocurrido robarle la ropa, pero la idea comenzaba a parecerle atractiva-. Me encantaría verlo.
– Eres un niño mimado, creído, hijo…
– Que además tiene tu ropa. ¿Sabes, Sam? -se cruzó de brazos-. Si yo estuviera en tu lugar, no me dedicaría a lanzar insultos.
Pero Samantha ya no lo estaba oyendo. Decidió que no tenía nada que perder y salió del agua. Temblando de indignación y apretando los dientes con determinación, se acercó hasta él.
– Eres repugnante.
– No, no lo dices en serio -le sostuvo la mirada mientras le tendía la ropa-. No pensaba llevármela.
– Estúpido -sacudió los vaqueros y comenzó a ponérselos, inclinándose de manera que sus senos se mecieron ligeramente.
Con un siseo de la cremallera, desapareció bajo los vaqueros la silueta de sus caderas y los rizos que cubrían su sexo. Segundos después, se había puesto la camiseta. A continuación, se metió el sujetador y la braga en los bolsillos traseros y fulminó a Kyle con la mirada.
– ¿Por qué insistes en humillarme?
– Porque no me haces caso.
– ¿Así que el problema es que he herido tu ego? – se agachó para alcanzar sus botas-. Hay cientos de chicas que se mueren por ti, así que vete a jugar con ellas.
– Esas chicas no me gustan.
– No digas tonterías. Estoy segura de que te encantan.
Por vez primera, Kyle sintió que le golpeaba la verdad con todas sus fuerzas.
– Solo me gustas tú.
Visiblemente sorprendida, Samantha estuvo a punto de dejar, caer una bota.
– Qué tontería.
– Es cierto. Y, créeme, si pudiera cambiar la situación, lo haría.
– No, Kyle, no… -le suplicó cuando reclamó sus labios-. Por favor…
– ¿Por favor, qué? -le preguntó.
Pero Samantha ya no dijo una sola palabra.
Abrió la boca en respuesta a su beso y cedió a la debilidad de sus rodillas hasta que quedaron los dos tumbados en el suelo. Aquel día, Kyle descubrió lo que significaba hacer el amor. Con dedos ansiosos, todo el cuerpo en tensión y una nueva conciencia de su alma, hizo que Samantha perdiera la virginidad al tiempo que él dejaba en aquel paraje un pedazo de su corazón.
Diez años después, continuaba recordando a Samantha debajo él, en aquella primera gloriosa vez. El pelo húmedo enmarcaba su rostro moreno y abría los ojos asombrada ante aquella experiencia mientras él se deslizaba en su interior y encontraba un nuevo paraíso.
Capítulo 5
¿Por qué en aquel momento de su vida?, se preguntó Sam, ¿por qué? Era lo último que necesitaba. Abrió un sándwich de atún y estuvo a punto de hacer un agujero en el pan al extender la mayonesa. A través de la ventana del fregadero vigilaba a su hija, que trepaba a las ramas del manzano del jardín.
– ¡Caitlyn, el almuerzo!
– Ya voy -con una agilidad envidiable, Caitlyn se colgó de la rama, saltó al suelo y corrió hacia la casa con Fang siguiéndole los talones.
– Quítate los zapatos en el porche.
– Ya lo sé…
– Y lávate…
– Las manos y la cara.
– Exacto.
La puerta se abrió y se cerró bruscamente mientras Caitlyn entraba en calcetines en la casa y desaparecía en el baño. Fang se sentó al lado de la antigua estufa de leña.
Armada con dos trapos, Sam sacó un pastel de frambuesa del horno. No era una gran cocinera y la costra estaba ligeramente chamuscada por los bordes, pero el aroma de la fruta y la canela inundó la cocina.
Caitlyn reapareció con una enorme sonrisa en el rostro. Todos sus temores parecían haber desaparecido y no había vuelto a recibir ninguna llamada de Jenny Peterkin. La vida se había estabilizado para Sam y para su hija. Excepto por la presencia de Kyle Fortune. Le gustara o no, Kyle era un problema de carne y hueso al que tendría que enfrentarse.
– ¿Puedo comer un poco?
– Más tarde.
Mientras Sam dejaba la tarta en el alféizar de la ventana para que se enfriara, Caitlyn se dejó caer en una silla.
– ¿Cuándo va a venir la madre de Sarah?
– Ya no creo que tarde-Samantha miró el reloj mientras servía un vaso de leche y lo ponía en la mesa-. Come rápido.
Caitlyn ya estaba mordiendo el sándwich con aquellos dientes todavía demasiado grandes para su boca. A los nueve años, era ligeramente desgarbada; los brazos y las piernas le crecían más rápido que el resto del cuerpo, pero para Sam era absolutamente maravillosa.
– Dile a la madre de Sarah que iré a buscarte después de clase -Samantha se sentó también y tomó la mitad de un sándwich-. No creo que llegue tarde, pero si lo hiciera, Sarah y tú…
– Lo sé, lo sé. No podemos bañarnos solas en el río, ni montar a caballo con nadie ni… ¡Mira, ya está aquí! -se oyó el ruido de un motor. Fang se levantó y comenzó a ladrar.
– ¿Tan pronto? Todavía faltan diez minutos para la hora.
Era algo completamente excepcional. Mandy Wilson, la madre de Sarah, que tenía cuatro hijos y además trabajaba a tiempo parcial, siempre tenía problemas para ajustarse a un horario. Aun así, había insistido en ser ella la que llevara a las niñas al río para que las enseñaran a montar en piragua.
– ¡Fang, cállate!
Olvidándose del resto del sándwich, Caitlyn bebió un largo sorbo de leche, se levantó de la silla, se colgó la mochila en la espalda y salió, pero se detuvo en seco en la puerta.
– Oh, no es Sarah -dijo desilusionada.
– ¿No? ¿Entonces quién…? -pero Samantha sabía que la persona que acababa de llegar a su casa era el mismísimo Kyle Fortune.
El corazón le dio un vuelco y estuvo a punto de tirar el vaso de té helado que se estaba llevando a los labios.
Se levantó de la silla y se acercó al porche, donde Caitlyn, siempre curiosa, estaba estudiando a Kyle con unos ojos idénticos a los suyos. Sin saber que era su propia hija la que lo estaba escrutando con la mirada, Kyle subió los escalones del porche.
– Hola, Caitlyn -dijo, con la misma sonrisa de la que Kyle se había enamorado años atrás.
– Hola -contestó Caitlyn.
– No has vuelto a venir al rancho.
– Mi madre no me deja -contestó Caitlyn, mirando a su madre con una sonrisa triunfal.
– Yo, eh… no creo que sea una buena idea -respondió Samantha. Intentaba comportarse como si no ocurriera nada extraordinario.
– Puedes venir a mi rancho cuando quieras.
– ¿De verdad? -preguntó Caitlyn encantada.
– Espera un momento -aquella conversación estaba yendo demasiado rápido para Samantha.
– Claro, siempre que te apetezca. Es un trato.
Los ojos de Caitlyn resplandecían.
– ¿Quieres que lo sellemos estrechándonos las manos? -le dijo Kyle, inclinándose y tendiéndole a Caitlyn su enorme mano.
Sam se inclinó contra la barandilla del porche. Las piernas le temblaban al ver la pequeña mano de su hija entre los enormes dedos de Kyle. Era un momento muy especial, pero se suponía que aquello no debería ser así. No, entre ellos debería haber una relación más permanente, un amor especial. Pero claro, ninguno de ellos, ni Kyle ni Caitlyn, sabían la verdad. Sam se había encargado de protegerlos a ambos de la realidad. Solo ella podía comprender la magnitud de aquel momento. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
Padre e hija, pensó. Pero inmediatamente se regañó por continuar siendo una estúpida romántica. Tenía que crecer de una vez por todas. Ellos nunca llegarían a formar una verdadera familia.
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