Kyle se marchó de casa esa misma noche. Se mudó a un apartamento amueblado y puso fin a ese matrimonio que en realidad nunca había empezado. Y una vez deshechas las ataduras legales, se juró olvidarse del matrimonió para siempre.

Pero entonces no contaba con que era padre. ¡Padre! Estuvo a punto de cortarse con la cuchilla.

Sin haber sido siquiera marido. Se empapó la cara de agua fría y se secó. Jamás se habría imaginado que tendría un hijo, y mucho menos que volvería a ver a Samantha Rawlings otra vez. Pero en aquel momento, gracias a su condenada herencia, le gustara o no, iba a tener que enfrentarse a esa mujer tan cabezota.

El problema era que Sam continuaba intrigándolo tanto como antes. Más incluso. Ya no era una niña, sino una mujer adulta con sus propias opiniones, un rancho y una hija que era también suya. Tan salvaje como el viento y tan seductora como las montañas que se elevaban hacia el oeste, Samantha Rawlings era demasiada mujer para Kyle.

Pero iba a tener que enfrentarse a ella.

Capítulo 7

– ¿Diga? -Samantha contestó el teléfono mientras Caitlyn, sentada en una de las sillas de la cocina, saboreaba un pedazo de tarta.

No hubo respuesta. Y no se oía el tono de la línea.

– ¿Diga? -el corazón le latía violentamente mientras esperaba-. ¿Hay alguien ahí?

Clic.

Quienquiera que fuera, había colgado. Sam se aferró con fuerza al teléfono. Seguramente, si alguien se hubiera equivocado, se habría identificado. Aquello tenía que tratarse de una broma, ¿pero quién podía ser?

– ¿No han contestado? -preguntó Caitlyn con la boca llena.

– Supongo que se habrán equivocado de número.

– Ya ha pasado otras veces.

– ¿Sí? ¿Cuándo? -Sam se dejó caer en una silla, sintiendo cómo le daba vueltas el estómago.

– Hace unos días.

– ¿Y has vuelto a tener la sensación de que alguien te estaba mirando? -preguntó Sam, sacando un tema que la aterraba mientras tomaba un vaso de té helado. Probablemente aquella sensación solo fuera producto de la imaginación de su hija, pero no podía ignorarla.

Caitlyn se metió otro pedazo de pastel en la boca y sacudió la cabeza.

– Eso hace mucho tiempo que no me pasa.

– ¿Cuándo te ocurrió por última vez?

– Humm.

En silencio, Sam dejó escapar un suspiro de alivio. Estaba tan preocupada por lo que le había dicho su hija que había estado a punto de llamar al sheriff. Pero el ayudante del sheriff no iba a correr a su rancho solo porque Caitlyn pensara que la estaban siguiendo. Además, Sam tenía problemas más importantes a los que enfrentarse. De alguna manera, tenía que confesarle a su hija que le había mentido en lo que a su padre concernía. Tendría que explicarle que el nuevo vecino del rancho Fortune era su padre. ¿Pero cómo hacerlo? Llevaba dos días intentando encontrar el momento oportuno, pero ninguno se lo parecía lo suficiente. Y Kyle no podía estar esperando eternamente.

– Límpiate con la servilleta -le recordó a su hija mientras Caitlyn, con el pijama ya puesto, se dirigió hacia el salón.

Caitlyn retrocedió, se limpió rápidamente la boca con una servilleta de papel y volvió a encaminarse hacia la puerta. Fang levantó la cabeza y trotó lentamente tras ella. Cuando Caitlyn nació, Fang era solo un cachorro que, intrigado por el rostro sonrojado y los llantos del bebé no quitaba ojo a la recién llegada. Habían crecido juntos y entre ellos se había creado un vínculo muy especial.

Sintiéndose todavía inquieta, Sam llevó el plato de su hija al fregadero. Aquel era un buen momento, se dijo. Le pediría a Caitlyn que apagara la televisión, se sentaría con ella en el sofá y le explicaría que Kyle Fortune era su padre. Así de simple. Después habría montones de preguntas, con Caitlyn era imposible que no las hubiera, pero Sam se enfrentaría a ellas y le diría toda la verdad.

Lavó el plato, se secó las manos con un trapo y oyó el sonido de un motor. El corazón le dio un vuelco al reconocer la camioneta de Kyle.

– Genial -se dijo a sí misma. Fang soltó un par de ladridos mientras Kyle se acercaba al porche. Sam salió a recibirlo a la puerta.

– ¿Y bien? -preguntó Kyle, sin molestarse en sonreír..

– Todavía no se lo he dicho.

– Oh, Dios -Kyle miró hacia el interior de la casa y la agarró del brazo-. ¿Y por qué no?

Estaban tan cerca que Sam podía sentir el enfado que Kyle irradiaba.

– No… no he encontrado el momento.

– ¡De la misma forma que no has sido capaz de encontrarlo durante nueve años!

– Kyle, intenta comprenderlo.

– Lo único que comprendo es que Caitlyn es sangre de mi sangre. A no ser que estés mintiendo, tengo una hija a la que hasta ahora no he conocido. Tengo derecho a estar con mi hija, Sam, derecho a conocerla, a hacer planes con ella. Y a que ella sepa que existo.

– ¿Planes? ¿Qué clase de planes? -el futuro se extendía ante ella como un negro vacío.

– Lo primero es lo primero -la soltó, empujó la puerta y entró en la cocina.

– Oh, Dios mío.

A Sam le latía violentamente la cabeza. Kyle no podía, simplemente no podía… Salió corriendo tras él, pero ya era demasiado tarde. Había entrado en el cuarto de estar donde, Caitlyn, sentada en el suelo, estaba viendo la televisión al tiempo que ojeaba una revista de caballos.

– Creo que deberíamos hablar -anunció Kyle y Samantha, que estaba ya en el marco de la puerta, se paró en seco.

– ¿Sobre qué?

– Sobre tu papá -Kyle entró en el cuarto de estar y se quedó en frente de la chimenea.

Sam se mordió la lengua.

Toda oídos, Caitlyn se sentó en el sofá y le dirigió a su madre una mirada triunfal. Por fin, parecía estar diciéndole, alguien iba a contarle la verdad.

– ¿Lo conoces? -le preguntó Caitlyn.

– Sí, mucho.

– Espera, creo que soy yo la que debería hacer esto -reuniendo valor, Sam entró en la habitación y se sentó en el borde del sofá. El corazón le latía violentamente y tenía las palmas de las manos empapadas en sudor-.Yo, eh… debería habértelo dicho hace mucho tiempo -aunque por dentro estaba temblando, su voz sonaba firme. Caitlyn la miraba con los ojos abiertos como platos-.Tu padre es el señor Fortune.

– ¿Quién? ¿Él? -Caitlyn se volvió para mirar al hombre que estaba apoyado en la chimenea-. ¿Tú?

– Sí -aunque se estaba muriendo por dentro, Sam también tenía la sensación de que acababan de quitarle un gran peso de encima. Sintió el ardor de las lágrimas en los ojos-. Kyle y yo nos conocimos hace mucho tiempo.

– Pero él vive muy lejos.

– Pasé un verano aquí, en el rancho -le explicó él-. Conocí a tu madre y pasamos mucho tiempo juntos. Nos gustamos e intimamos mucho -se agachó hasta quedar a la altura de Caitlyn-. +Yo tuve que marcharme antes de que tu madre hubiera podido decirme que ibas a venir al mundo. Las cosas se complicaron y tu madre y yo perdimos el contacto.

Caitlyn frunció el ceño.

– Entonces os enamorasteis, pero no os casasteis.

– Exacto -contestó Kyle sin pestañear.

Sam lo miró fijamente, fulminándolo con la mirada.

– No exactamente. Nosotros… bueno, pensábamos que estábamos enamorados, cariño, pero éramos demasiado jóvenes para saber exactamente lo que era el amor -si realmente pretendían ser honestos, tendrían que contarle toda la verdad.

Caitlyn se cruzó de brazos y miró a su madre con enfado.

– Así que sabías cómo se llamaba.

– Sí, pero como él te ha explicado, Kyle no sabía que existías.

– ¿Y por qué no?

– No era fácil decírselo.

– Podías habérselo contado a la señora Kate y ella lo habría encontrado.

– Sí, pero yo era muy joven, estaba confundida. Pensaba… Creía que estaba haciendo lo mejor para ti.

– O para ti -repuso Caitlyn con el ceño fruncido. En aquel momento, parecía tener mucho más que nueve años.

Kyle se aclaró la garganta.

– La culpa no fue de tu madre. Yo me casé con otra mujer -la miró a los ojos y le ofreció una sonrisa-. En aquella época cometí muchos errores, y ahora estoy intentando rectificar los que pueda.

– ¿Eso qué significa? -preguntó Sam, tan tensa que apenas podía respirar.

– Que necesito dar algunos pasos, pasos legales, para asumir la responsabilidad sobre Caitlyn.

Las cosas se le estaban yendo muy rápidamente de las manos.

– No tienes por qué hacer nada parecido.

– Quiero hacerlo.

– A mí no me importa -repuso Caitlyn, mordiéndose el labio nerviosa-. ¿Y eso va a cambiar algo? ¿Todavía podré vivir aquí?

– Por supuesto que sí -le aseguró Sam, abrazándola-. Somos una familia.

– ¿Y él?

– Tendremos que ir haciéndolo todo poco a poco. Y no va a cambiar nada, créeme -respondió Sam, advirtiéndole a Kyle con la mirada que no la contradijera.

Kyle consiguió esbozar una sonrisa.

– Lo único que va a cambiar es que ahora vamos a vernos mucho, tenemos que conocernos el uno al otro y recuperar el tiempo perdido.

– ¿Y mamá?

– Oh, si ella quiere, podrá venir con nosotros.

– ¿Seremos una familia? -preguntó Caitlyn, y la habitación se quedó de pronto en completo silencio.

Al cabo de unos tensos segundos, Kyle le guiñó el ojo a su hija.

– Claro que seremos una familia.

– ¿Y viviremos juntos?

– Oh, no, cariño -Sam besó a Caitlyn en la frente, luchando contra las lágrimas al darse cuenta de lo mucho que su hija deseaba ser como los otros niños.

– ¿Por qué no?

– Porque tu padre y yo no estamos casados.

– ¿Y no podéis casaros?

– No, cariño, eso es imposible.

– ¿Por qué?

– Porque Kyle y yo… ya no estamos enamorados.

– Pero tú me explicaste que el amor es para siempre.

– ¡El verdadero amor, Caitlyn! -respondió Sam, consciente del peso de la mirada de Kate sobre ella-. El verdadero amor dura para siempre, pero es muy difícil de encontrar.

Caitlyn sacudió la cabeza.

– No, solo hay que esforzarse en encontrarlo.

– Quizá tenga razón -terció Kyle-.A lo mejor no nos esforzamos lo suficiente.

Sam tragó saliva y se metió las manos en los bolsillos.

– Eso fue hace mucho tiempo.

– Lo sé, pero…

– No funcionó y fin de la historia -su voz sonaba firme, como si quisiera cerrar cualquier discusión-. Y por hoy creo que ya es suficiente, ¿no os parece?

Kyle miró el reloj y frunció el ceño.

– Creo que tu madre vuelve a tener razón -le palmeó a Caitlyn la rodilla-. Ahora tengo que marcharme porque estoy esperando una llamada, pero volveré y pronto empezaremos a conocernos el uno al otro, ¿de acuerdo?

Caitlyn asintió y se quedó mirándolo con los ojos abiertos como platos.

– ¿Hay algo que quieras preguntarme? -quiso saber Kyle.

– ¿Puedo montar a Joker?

Kyle soltó una carcajada.

– Como ya te dije en otra ocasión, eres una mujer de ideas fijas.

– En eso estamos completamente de acuerdo -comentó Sam.

– Hablaré con Grant -le prometió Kyle-, y veremos lo que dice tu madre. Buenas noches -afortunadamente, no intentó besar a su hija ni nada parecido. Salió por la puerta de la cocina y Sam dejó escapar un suspiro de alivio mientras la camioneta desaparecía en la noche.

Caitlyn se retorció entonces en sus brazos.

– No me lo dijiste -le reprochó-, ¿por qué?

– Porque pensaba que era lo mejor. Pero es evidente que cometí un error.

– Insisto, Kyle, hay algo que no encaja -la voz de Rebecca le retumbaba en los oídos. En aquel momento era incapaz de enfrentarse a sus rocambolescas teorías sobre si su abuela estaba o no muerta-. Mi madre era una magnífica piloto.

– Pero el aparato tuvo un fallo.

– ¿Por qué? Mi madre revisaba todos los aparatos mecánicos antes de cada vuelo. Yo hablé con el encargado del mantenimiento del avión y me dijo que estaba en perfecto estado el día que ella voló.

– Era un avión, Rebecca. Y los aviones a veces se estrellan.

– No sin una razón determinada.

Kyle casi podía oír el movimiento de los engranajes de su cerebro. En su opinión, Rebecca estaba un poco descentrada y, siendo escritora de novelas de misterio, a veces tenía dificultades para distinguir la realidad de la ficción.

– ¿Entonces estás insinuando que el avión no tuvo ningún fallo?

– No, todavía no sé lo que estoy diciendo, salvo que hay algo que me huele a chamusquina. Mi madre era demasiado prudente para tener un accidente de ese tipo.

– ¿Kate prudente? ¿Estamos hablando de la misma persona? La abuela se tomaba los desafíos como si fueran un vaso de agua helada.

– Pero no era imprudente -insistió Rebecca-. Mira, quiero contratar a un detective privado para que investigue los restos del avión.

– Sí, ya me he enterado. Pero no entiendo por qué. Eso no nos va a devolver a Kate.