– Buenos días -la saludó, apoyado en una de las sillas y tomando un café.

– Buenos días -Sam se acercó a la cafetera, se sirvió una taza de café y se sentó frente a él-. Kyle Fortune, la viva imagen de la domesticidad. Jamás me lo habría imaginado.

– Hay muchas cosas de mí que no sabes, Sam -la miró por encima del borde de la taza.

– ¿Ah sí? Pues cuéntamelas.

– De acuerdo -se recostó contra el respaldo de la silla-. Creo que lo primero que deberías comprender es que, para pasar la noche en la misma casa que tú y no subir a tu dormitorio, he necesitado una gran fuerza de voluntad. Me he pasado la mitad de la noche discutiendo conmigo mismo. Al final, la nobleza ha ganado a las necesidades sexuales más básicas, pero no puedo prometerte que vaya a ser siempre de ese modo.

Sam bebió un trago de café en silencio y rezó para que el cielo le diera fuerzas.

– ¿Qué te hace pensar que va a haber una próxima vez?

– ¿Qué te hace pensar que no?

– No podemos vivir así, escondiéndonos de sombras y teniéndote a nuestro lado para protegernos. Caitlyn y yo… estamos bien.

Kyle dio otro sorbo a su café, pero no respondió.

– Hasta ahora hemos estado bien solas.

– Porque yo no sabía que tenía una hija. Ahora lo sé, y no hay forma, ni física ni legal, de que puedas mantenerme al margen de su vida.

– No es eso lo que quiero.

– Muy bien, Samantha, entonces, ¿qué es lo que quieres? -se inclinó hacia adelante, exudando animosidad por todos los poros de su cuerpo.

– Quiero que mi hija sea feliz.

– ¿Sin su padre?

– No, eso sería absurdo. En realidad nunca he pretendido que estuvieras fuera de su vida, pero las circunstancias me lo hicieron parecer como inevitable. Ahora no lo es -desvió la mirada y suspiró-. Todo esto es un lío.

– No tiene por qué serlo. Ven -la agarró por la muñeca y la condujo hacia el porche. Una vez allí, se inclinó contra la barandilla y la abrazó-. No siempre tenemos que discutir.

Samantha apoyó la cabeza en su hombro y Kyle rozó su sien con los labios.

– Yo quiero lo mismo que tú, Sam, que Caitlyn sea feliz.

– ¿De verdad? -quería creerlo, lo necesitaba desesperadamente, pero le resultaba prácticamente imposible pensar con claridad estando tan cerca de él.

– Confía en mí, Sam. Esta vez todo saldrá mejor.

– ¿Esta vez? -repitió Samantha.

Comprendió de pronto que estaba hablando de su relación. Oh, era todo tan complicado. En su vida se mezclaban el pasado y el presente y parecía imposible que pudiera haber felicidad suficiente para borrar todo el dolor del ayer.

Oyeron pasos en las escaleras y Sam se apartó de Kyle antes de que Caitlyn pudiera verlos abrazados y llegar a alguna conclusión equivocada.

– ¿Mamá? -la llamó-. ¿Mamá?

– Estoy aquí, cariño.

Todavía en pijama, Caitlyn cruzó la cocina y salió.

– ¿Todavía estás aquí? -preguntó esperanzada al ver a Kyle.

– Sí. Al parecer tu madre no es capaz de deshacerse de mí.

– Ha pasado la noche en el sofá -Samantha quería que su hija comprendiera que no había nada romántico en su relación.

– ¿Y por qué no te has ido a tu casa? -Caitlyn miraba a sus padres con expresión escéptica.

– Estaba preocupado por ti.

– ¿Por mí?

– A causa de esa llamada de teléfono -le aclaró Sam.

– Jenny Peterkin es una estúpida. Y puede decir lo que quiera de mí, porque ninguna de esas cosas es cierta, ¿verdad?

– Verdad -se mostró de acuerdo Kyle.

– Claro que no, nunca lo han sido -intervino precipitadamente Samantha, temiendo la dirección que estaba tomando la conversación.

Caitlyn estaba viéndose ya a sí misma como parte de una familia normal, con un padre y una madre, cuando en realidad nada había cambiado. Por lo que Samantha sabía, Kyle continuaba siendo el mismo irresponsable de siempre, el mismo mujeriego que años atrás. Y al igual que lo había encontrado irresistible entonces, continuaba sintiéndose atraída por él.

Sorprendida por el rumbo que estaban tomando sus pensamientos, se frotó las manos en la bata y solo entonces fue consciente del aspecto que debía tener. No se había peinado, el camisón asomaba por las solapas de la bata e iba descalza.

Aquello era una locura. Kyle no tenía derecho a dormir en su casa, ni a intentar hacer el amor con ella, ni a preparar el café por la mañana como si realmente fueran amantes…

Lo miró y, al advertir que la estaba mirando con un deseo tan evidente, comenzó a encontrarse con serias dificultades para pensar. Se humedeció los labios y se dio cuenta, por las chispas que brillaron en sus ojos, de que Kyle había encontrado provocativo aquel gesto. Rápidamente desvió la mirada. Aquello era una locura. ¿Qué clase de mensajes le estaban enviando a su hija? ¿O el uno al otro? No había nada entre ellos, nada. Todo lo que en otro tiempo habían compartido había desaparecido.

Sam se aclaró la garganta y se acercó a la puerta. Tenía que romper el hechizo.

– Caitlyn -dijo casi un susurro-, ve a vestirte mientras te preparo algo de desayunar.

– Pero…

– Ahora.

– No discutas con tu madre -intervino Kyle-. Además, tenemos un día muy largo por delante.

– ¿Ah sí? -preguntó Sam, recelosa.

– Sí, pero antes tengo que ocuparme de algo.

Kyle llamó al timbre y esperó en el porche, rodeado de petunias, fucsias y geranios. Las rosas bordeaban el camino del jardín, que, de un verde exuberante, contrastaba con los campos de los alrededores.

Oyó pasos, vio un rostro que se asomaba a la ventana y, a los pocos segundos, la puerta se abrió.

– ¡Kyle Fortune! -Shawna Savies Peterkin permanecía en el marco de la puerta, limpia y arreglada, sin un solo pelo fuera de lugar y sonriendo con unos labios rosados y brillantes-. Había oído que estabas en Clear Springs, pero no esperaba… Oh, pasa. Prepararé café o algo más fuerte -se había sonrojado como una colegiala. Siempre había sido una farsante. Incluso diez años atrás, cuando había hecho prácticamente de todo para llamar su atención.

– Gracias, pero no tengo mucho tiempo. Esta no es una visita de cortesía.

– ¿Qué? -una sombra asomó a sus ojos y su sonrisa perdió parte de su calor-. ¿Ha ocurrido algo malo?

Detrás de ella, al pie de las escaleras, había una niña de la edad de Caitlyn.

– Alguien está haciendo llamadas muy desagradables a Caitlyn Rawlings y no estoy seguro de quién puede ser, pero me han comentado la posibilidad de que haya sido Jenny.

Shawna palideció notablemente.

– ¿Mi Jenny? Estoy segura de que te equivocas. Jenny es una buena niña y no sé qué clase de mentiras han podido contarte Samantha Rawlings y la salvaje de su hija, pero puedo asegurarte que Jenny no ha hecho ninguna de esas llamadas.

– ¿Estás segura?

– Completamente. Jenny está demasiado ocupada para dedicarse a esas tonterías. Además es una niña amable con todo el mundo, incluso con Caitlyn.

– ¿Incluso con ella? -Kyle estaba empezando a perder la paciencia.

– Sí. Esa niña está completamente descontrolada. Le permiten correr como a una salvaje -enmudeció de pronto, se cruzó de brazos y arqueó una ceja-. No me lo digas, Samantha te ha enviado para que hicieras el trabajo sucio.

Kyle negó con la cabeza.

– No, considéralo como una cuestión completamente personal.

– ¿Por qué?

Kyle la miró con tanta dureza que Shawna volvió a sonrojarse.

– Porque me gusta esa niña y no quiero que le hagan daño ni le causen problemas. Podrías comentárselo a Jenny y a sus amigas. Diles que en cuanto me entere de quién está haciendo esas llamadas, me aseguraré de que no vuelvan a hacerlas otra vez -la niña, mordiéndose el labio, comenzó a escabullirse por las escaleras, probablemente con intención de inventar alguna mentira para cuando su madre la sometiera al tercer grado.

– Kyle, en cuanto venga mi marido, le diré que has amenazado a mi hija.

– Jamás se me ocurriría hacer algo así. Solo pretendía que tú, ella, o quizá incluso tu marido, pudierais darme alguna pista de quién podía estar haciendo esas llamadas.

– Pues no podemos. Todas las personas que viven en esta zona pertenecen a muy buenas familias. Así que te has equivocado de objetivo.

– Sí tú lo dices…

Después de haber visto a la niña, Kyle estaba prácticamente convencido de que Jenny Peterkin era la culpable de aquellas bromas tan crueles. Y también de que las bromas estaban a punto de terminar.

– Mira, se hace así -explicó Kyle, agarrando una soga que había colgado a la rama sobresaliente de un árbol-.Tomas carrerilla, te cuelgas de la cuerda y te tiras al agua.

– No sé si me gusta mucho -comentó Sam, mirando la cuerda con recelo.

Ignorándola, y vestido con solo unos vaqueros, Kyle soltó un aullido, corrió descalzo por la hierba y, agarrándose a un extremo de la cuerda, se balanceó sobre el agua. Justo cuando la cuerda se tensó, la soltó y se tiró al río.

Caitlyn reía mientras Kyle emergía a la superficie.

– Ahora te toca a ti -le dijo a Samantha, mientras salía a la orilla.

Las gotas de agua resplandecían bajo el sol de la tarde mientras se deslizaban perezosamente por su rostro, su cuello y su torso. Sam intentaba no mirar los músculos de su pecho, ni cómo se pegaban los pantalones a sus piernas con el peso del agua.

– Vamos, Sam, inténtalo.

– De ningún modo.

– No seas aguafiestas.

– ¡Vamos, mamá, por favor!

– De acuerdo, de acuerdo -sintiéndose atrapada y al no encontrar ningún argumento para oponerse, Sam decidió no arruinarles la diversión.

De modo que agarró la cuerda que Kyle le tendía y corrió, se columpió sobre el río y se tiró, sumergiéndose por completo en el agua helada para salir inmediatamente envuelta en un torbellino de burbujas. Conteniendo la respiración, miró hacia el sol que se filtraba entre las ramas del árbol.

– ¡Lo has hecho, mamá! -gritó Caitlyn entusiasmada.

– ¿Qué tal? -preguntó Kyle.

– ¡Está helada!

– Venga, Caitlyn. Vamos a demostrarle a tu madre cómo se hace -agarró a la niña con un brazo, sujetó con el otro la cuerda y, con un grito de puro júbilo, saltó con ella al agua.

Al verlos juntos, al oír sus risas, al ver que su hija por fin había encontrado a su padre, Sam sintió un enorme peso en el corazón. ¿Qué iba a pasar en el futuro? Si Caitlyn intimaba con Kyle durante los seis meses siguientes, si crecía su amor hacia él, ¿qué ocurriría en invierno, cuando Kyle vendiera el rancho y se fuera? Observó a Kyle y a la niña en el agua y se preguntó hasta qué punto habría sido diferente su vida si ella y Kyle hubieran estado juntos.

Pero era imposible, se recordó. Kyle se había casado con otra mujer solo unos meses después de haber hecho el amor maravillosa y apasionadamente con ella. La había tratado como si lo que habían compartido no hubiera sido importante.

Suspirando, se preguntó si alguna vez sería capaz de olvidar tanto dolor. El corazón le dolía cada vez que recordaba aquella historia. Y, por mucho que quisiera evitarlo, la terrible verdad era que continuaba sintiéndose atraída por Kyle Fortune. Le gustara o no, estaba volviendo a enamorarse de Kyle Fortune y no parecía ser capaz de hacer nada al respecto.

El crepúsculo teñía el cielo de un violeta intenso cuando Kyle aparcó la camioneta en el porche de la casa de Sam. Caitlyn, agotada, se había quedado dormida durante el corto trayecto desde el rancho Fortune.

En vez de despertarla, Kyle la bajó en brazos y la metió en la casa, donde la acostó por vez primera en su vida. La niña abrió los ojos un instante y susurró:

– Gracias, papá, te quiero -para volver a hundirse en un profundo sueño.

A Samantha le dio un vuelco el corazón. Kyle iba a hacerle mucho daño a su hija. Intencionadamente o no, iba a desilusionarla y herirla.

Kyle, inclinado sobre la cama de Caitlyn, permanecía en silencio, como si no pudiera creerse lo que acababa de oír. Se aclaró la garganta y se volvió hacia Sam con expresión sombría.

– Será mejor que hablemos -dijo, mientras bajaban al piso inferior.

Con la garganta seca, la mente entumecida y un terror intenso en el corazón, Sam lo siguió hasta el exterior de la casa, donde había bajado la temperatura y el cielo se había cubierto de estrellas.

– Sé lo que me vas a decir.

– ¿De verdad? -Kyle se volvió hacia ella con una mirada tan intensa que, por un instante, Samantha se olvidó de lo que iba a decir-. ¿Qué?

– Que… que quieres llevarte a Caitlyn y vas a denunciarme para quitarme la custodia. Dios mío, Kyle, ¡no me hagas algo así!

– ¿Crees que sería capaz de robártela?

– No lo verías como un robo…

Kyle apretó los labios y se pasó la mano por el pelo.

– No soy tan canalla.