– Yo no he dicho…
– ¿Entonces qué crees que deberíamos hacer? -la pregunta se quedó flotando en el aire.
– Oh, Kyle, ojalá lo supiera -contestó con sinceridad.
Se moría por dentro al pensar en perder a Caitlyn. Sam se mordió el labio por miedo a empezar a llorar mientras Kyle clavaba en ella la mirada y alargaba una mano hacia su cuello.
– ¿Y qué va a ser de nosotros? -preguntó Kyle.
– No lo sé.
Samantha sabía que debía apartarse, poner alguna distancia entre su cuerpo y el de Kyle para poder mantener despejada la cabeza. Pero cuando Kyle inclinó la cabeza, ella alzó la barbilla, deseosa y expectante.
– Esto puede ser una bendición o una maldición, pero todavía no sé qué es exactamente -rozó sus labios y vaciló.
– Una maldición -musitó Sam.
Con un gemido, Kyle la besó, reclamando sus labios con una caricia desesperada y apasionada al mismo tiempo. La rodeó con el brazo, estrechándola contra él. Y Samantha se sintió joven otra vez, una joven entusiasta y esperanzada, disfrutando con el chico al que amaba.
– Samantha… -susurró Kyle cuando ella le rodeó el cuello con los brazos. Deslizó la mano por sus costillas, sintiendo el peso de sus senos sobre su mano-. Esto es una locura. ¿Qué voy a hacer contigo? -volvió a buscar su boca y Sam entreabrió los labios.
En aquel momento, Samantha era incapaz de ver nada malo en ello. Kyle era su amante, el padre de su hija, el único hombre que la había acariciado.
Cerró los ojos, sintiendo las caricias de sus dedos y su piel ardiendo. Sus pezones se erguían y un fuego que se iniciaba en su vientre ascendía en espiral por el resto de su cuerpo, provocando un deseo palpitante, sensual y salvaje.
– Mi Samantha. Hace tanto tiempo…
Samantha sintió que se le doblaban las rodillas justo en el momento en el que Kyle la tumbaba en el suelo. Sam sintió la hierba seca bajo su sien mientras él le desabrochaba los botones de la blusa. A Kyle le temblaban las manos y el corazón de Sam latía violentamente mientras él comenzaba a desnudarla.
Ella también le desabrochó la camisa, sintiendo la dureza de los músculos de su brazo y su pecho, besándolo con el mismo fervor con el que él la besaba, redescubriendo a aquel hombre que le había robado el corazón, la juventud y la virginidad.
Kyle rodó en el suelo y los senos de Sam, teñidos de plata por la luz de la luna, se mecieron sobre él. Los besó con una inmensa ternura antes de enterrar en ellos su rostro.
Samantha sentía oleada tras oleada de deseo corriendo por su sangre. Respiraba agitadamente mientras exploraba el pecho de Kyle y recorría con la mano la línea de vello que desaparecía bajo la cintura de su pantalón.
– Mi dulce Samantha -susurró Kyle, estrechándola contra él y besando el valle de sus senos.
– Esto… esto es peligroso.
– Lo sé.
– Y… y…
– Chss.
Kyle hundió el dedo en la cintura de sus vaqueros para ayudarla a desprenderse de ellos. Samantha sentía el aire frío acariciando su piel mientras él la besaba y jugaba con sus senos, avivando el fuego que crecía dentro de ella.
Desnuda sobre él, Sam se retorcía mientras él la acariciaba. El sudor cubría su piel mientras Kyle la acariciaba con dedos firmes, buscando sus más íntimos rincones, aquellos que solo él había explorado.
Sam gimió, entregada por completo a aquel placer puro y vital que Kyle le ofrecía. Aquello era lo que deseaba, ser amada por él.
– Samantha… -susurró Kyle-. Déjame, por favor.
Samantha no necesitó más insistencia. Kyle se desabrochó los botones del pantalón y dejó que su erección se frotara contra ella.
Samantha lo acarició tan íntimamente como él la había tocado a ella, hasta hacerlo gemir de placer.
– Sam… ooh, espera, cariño, ¡por favor, todavía no!
Respirando con dificultad, se puso un preservativo, hizo que Sam se tumbara y la instó a abrir las piernas con su cuerpo mientras le besaba las mejillas, el cuello, el vientre y el interior de los muslos.
Samantha gritó al sentir su aliento acariciando los sensibles pliegues de su sexo, sus labios besando los más íntimos rincones.
– Por favor… -susurró, sintiendo que el fuego abrasaba su piel y sus entrañas palpitaban mientras Kyle ejercía una magia hasta entonces desconocida para ella.
Samantha perdió el control, se retorcía, jadeaba desesperada, y justo cuando pensaba que iba a alcanzar el clímax, Kyle se detuvo, dejándola anhelante un instante antes de hundirse en su calor.
Samantha gimió mientras él se movía y se adaptó rápidamente a aquel ritmo que hizo girar el mundo en una nueva órbita hasta convulsionarlo en una cadena de espasmos que sacudieron el cuerpo entero de Sam.
– Kyle -gritó, pero su voz se perdió en el primitivo aullido de Kyle.
– Sam, te he echado tanto de menos. Sam, Sam… – se derrumbó sobre ella con un intenso gemido, mezclando su sudor con su sudor.
Las lágrimas escapaban de los ojos de Samantha mientras intentaba contener los sollozos. Kyle la abrazó con ternura, estrechándola contra él y acunándola contra su cuerpo.
– Chss, cariño, todo va a salir bien. Todo va a salir bien.
– ¿De verdad?
– Claro que sí, podremos hacerlo. ¿Te acuerdas de cuando me has dicho que sabías lo que iba a decir? Pues bien, estabas equivocada. Lo que iba a pedirte era que te casaras conmigo.
– ¿Qué? -el corazón se le paró un instante.
– Ya me has oído, Sam. Esta vez creo que podría salir bien. Quiero que seas mi esposa.
– Tú… No puedes estar hablando en serio.
– Créeme, Sam. No he hablado más en serio en toda mi vida.
– ¿Pero dónde viviríamos? Tú piensas vender el rancho, ¿no? ¿Piensas entonces quedarte a vivir conmigo? ¿O crees que Caitlyn y yo deberíamos irnos a vivir a donde quiera que tú vayas?
– Tengo un ático en Minneapolis.
– Ah, y deberíamos irnos allí.
– No espero que os mudéis…
– Mejor, porque no vamos a hacerlo. No podríamos. No sería justo para Caitlyn. Pero entonces, nuestro matrimonio tendría que ser uno de esos matrimonios a distancia. Sería un matrimonio solo de nombre, ¿no?
– Pero con él le daríamos a Caitlyn un apellido… y un padre.
– Un padre a tiempo parcial. Una especie de padre de conveniencia.
– No tienes por qué verlo así.
Era la única manera de verlo. Kyle no había mencionado en ningún momento el amor. Tampoco había pronunciado la palabra compromiso. Solo había demostrado un respetable sentido del deber.
– Caitlyn y yo pertenecemos a este lugar.
– Y ella necesita un padre.
– Oh, ya te comprendo. Así que deberíamos ir a donde tú decidas para estar disponibles cuando nos necesite, ¿no?
– Yo no he dicho eso.
– Ya has dicho más que suficiente, Kyle, y si no lo has comprendido bien, ni yo ni Caitlyn somos la clase de mujeres que van a responder inmediatamente a tu llamada. Si crees que…
– Lo único que yo creo es que deberíamos estar juntos por el bien de Caitlyn.
Samantha dejó escapar un largo y enfadado suspiro antes de separarse de él y reunir con una sola mano toda su ropa.
– Pues tengo noticias para ti: Caitlyn y yo estábamos estupendamente antes de que aparecieras, así que no hace falta que te inventes ninguna clase de matrimonio para arreglar las cosas -se subió los vaqueros y se puso la blusa-. No quiero que mi hija tenga un padre a tiempo parcial cuya única razón para casarse con su madre sea intentar aplacar su sentimiento de culpabilidad. Así que, si no te importa, ¡olvídate de nosotras!
– Caitlyn necesita un padre.
– ¿De verdad? ¿Crees que sería bueno para ella añadir el Fortune a su apellido, para que la gente pueda darse cuenta de lo miserable y egoísta que es su padre?
– Por favor, Samantha, ahora soy más maduro, más sabio.
– Ese es precisamente el problema, ¡que yo también! No voy a tropezar dos veces con la misma piedra, por lo mismo con el mismo hombre. Y no permitiré que le hagas ningún daño a mi hija.
– Yo no le haré ningún daño.
– ¿Ah no? Entonces no intentes engatusarla hasta hacer que te adore para salir después corriendo otra vez.
– Te hice mucho daño, ¿verdad?
– Sí, me hiciste daño. Pero ahora soy una mujer adulta y puedo soportarlo. Pero Caitlyn no. Buenas noches, Kyle.
Capítulo 10
Kyle terminó de enroscar la arandela, rezó en silencio, abrió el grifo y esperó a que el agua comenzara a llenar el abrevadero sin gotear por las cañerías.
– ¡Aleluya, lo he conseguido!
Los caballos, yeguas en su mayoría, lo observaron sin demasiado interés. Poco a poco, habían ido acostumbrándose a él y apenas alzaban las orejas mientras pastaban y dejaban que Kyle se ocupara de sus asuntos.
Aquel día, Kyle se había empeñado en arreglar las cañerías del abrevadero. Por la mañana, había estado trabajando con la empacadora y pintando parte del exterior de la casa. Los trabajos de mantenimiento del rancho eran interminables, pero estaba empezando a disfrutar de la vida en las profundidades de Wyoming. El trabajo físico lo mantenía ocupado y lo ayudaba a controlar su carácter.
Tres noches atrás le había pedido a Sm que se casara con él y desde entonces prácticamente no la había visto. Sam llegaba al rancho y se ocupaba del caballo, pero no se molestaba en dirigirle una sola sonrisa. Caitlyn había ido con ella y Kyle estaba seguro de que no le había pasado inadvertida la tensión que había entre sus padres.
Desde aquella noche, Sam había procurado no quedarse nunca a solas con él y evitaba hasta rozarlo. Diablos, parecía estar castigándolo por haberle hecho aquella propuesta. Kyle reconocía que no había sido una sugerencia muy romántica, ¿pero qué esperaba Sam?
Cuando el abrevadero se llenó, Kyle cerró el grifo, advirtiendo con orgullo que la cañería no había filtrado una sola gota. La mayoría de aquellas labores eran muy sencillas, pero le producían una sensación de éxito que jamás había experimentado trabajando para la empresa de la familia.
Sí, aquella tierra salvaje le sentaba bien. Por Caitlyn, por Sam. Pero no pertenecía a aquel lugar.
Agarró la camisa que había dejado colgada en un poste, se metió las herramientas en el cinturón y se dirigió hacia la casa.
Oyó la camioneta de Sam antes de verla y no pudo evitar que el corazón le diera un vuelco. Diablos, en lo que a aquella mujer concernía, era completamente ridículo. Se cubrió los ojos con la mano para protegerse del sol y observó la vieja camioneta dejando una nube de polvo tras ella hasta que Sam pisó los frenos y se detuvo precipitadamente. Kyle sintió que una sonrisa asomaba a la comisura de sus labios. Aquella mujer conducía como una loca.
Caminó hacia el aparcamiento mientras ella bajaba de la camioneta y lanzaba toda la furia de su mirada sobre él.
– ¡Aquí estás! -se acercó hasta él y clavó un dedo en su pecho desnudo-. No tenías derecho -dijo lanzando fuego por los ojos-. ¡No tenías ningún derecho a acusar a Jennifer Peterkin!
– Eh…
– Y no te molestes en negarlo porque acabo de encontrarme con Shawna en el almacén y me ha advertido de que, como vuelvas a poner un pie en su casa, nos denunciará por difamación, allanamiento de morada, acoso sexual y cincuenta cargos más.
– Me gustaría que lo intentara.
– Esa no es la cuestión, Kyle. El problema es que fuiste a su casa a mis espaldas y ni siquiera me lo dijiste.
– Imaginé que te enfadarías o intentarías impedírmelo»
– ¡Bingo! Estoy enfadada. ¡De hecho, estoy enfada, irritada, disgustada y furiosa!
– Caitlyn también es mi hija.
– Pero eso no te da derecho a…
– Claro que sí -Kyle le agarró la mano con fuerza-.Ya no van a volver a molestarla. Vi a Jenny asomándose detrás de su madre y te aseguro que esa niña es tan culpable como el pecado.
– Probablemente, pero no tienes pruebas.
– ¿Habéis vuelto a recibir llamadas?
– No, pero…
Kyle esbozó una sonrisa de satisfacción.
– Entonces podrías darme las gracias, en vez de venir aquí a cantarme las cuarenta. Además, mientras esté yo aquí, nadie va a hacerle ningún daño a mi hija, ¡nadie!
– ¿Y durante cuánto tiempo piensas quedarte? -le preguntó Sam, intentando no fijarse en las gotas de sudor que se deslizaban por su torso bronceado.
– Eso depende de ti, Sam. Me quedaré aquí durante todo el tiempo que me permitas.
– ¿Aunque piensas vender el rancho dentro de cinco meses? -lo fulminó con la mirada-. No te importa hacerle daño a Caitlyn, ¿verdad? Porque cuando te vayas, serás tú el que la haga sufrir.
– Te he ofrecido casarme contigo. Y la oferta sigue en pie, Sam.
Ojalá fuera tan fácil contestar. O el dolor de las cicatrices del pasado no fuera tan intenso. A veces, Sam se sentía como si tuviera diecisiete años otra vez, como si fuera una joven ingenua y desesperadamente enamorada. Pero aquellas ilusiones se hacían añicos cuando recordaba los aspectos más sombríos de su propia vida. Era madre soltera. El padre de su hija era un rico mujeriego que la había abandonado para casarse con otra mujer. Y aunque estaba enamorándose de él otra vez, tenía la absoluta certeza de que Kyle volvería a marcharse.
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