– Sí, podría ser peligroso.

– Eso es exactamente lo que pienso.

– Para todo el mundo. Pero bueno, todavía no se ha probado nada. De momento todo el mundo cree que Kate Fortune sufrió un desgraciado accidente. En cualquier caso, Rebecca no descubrirá nada. Al menos por ahora. En cuanto a Kyle, no te preocupes por él. Volverá a Wyoming y así habremos cumplido con la primera parte del plan.

– Cruzaré los dedos.

– Siempre tan escéptico. Hay que aguantar hasta el final, ese es mi lema.

– Lo sé -pero cuanto antes acabara todo aquello, mejor.

– ¿Te vas? -Caitlyn observó a Kyle guardar su bolsa de viaje en la camioneta de Sam.

– Solo unos días -Kyle la ayudó a montarse en la cabina de la camioneta y se sentó a su lado-. El martes por la mañana regresaré.

Kyle cerró la puerta y se enfrentó a la mirada preocupada de su hija. Bueno, habría que ir acostumbrándose a todos los aspectos de la paternidad.

– ¿Por qué tienes que irte? -preguntó Caitlyn, mientras Sam ponía el motor en marcha.

– Tengo una reunión de trabajo.

– Yo pensaba que trabajabas en el rancho.

– Sí, y trabajo en el rancho, pero también soy copropietario de una compañía -se interrumpió y le acarició el pelo a su hija-. Mira, cariño, no te preocupes tanto, dentro de unos días estaré de vuelta aquí.

– ¿Y si se estrella tu avión?

– No se estrellará.

– La señora Kate era piloto y su avión se estrelló y murió -a Caitlyn le tembló el labio.

A Sam se le desgarró el corazón mientras Kyle abrazaba con fuerza a su hija. Estaban ya en la autopista que se dirigía a Jackson.

– No me va a pasar nada, te lo prometo. Estaré de vuelta antes de que puedas decir Minneapolis y Minnesota.

– Lo puedo decir muy rápido -dijo Caitlyn, sorbiendo las lágrimas.

– Mira, esto te servirá para demostrarte que ni siquiera vas a echarme de menos -miró a Sam de reojo-.Tu madre, sin embargo, me echará muchísimo de menos.

– ¿Cómo lo sabes? -preguntó la niña.

– Oh, estoy seguro.

Sam pisó los frenos cuando entraron en los límites de Jackson. Sentía los ojos de Kyle sobre ella, mirándola tan intencionadamente que casi le ardía la piel.

– Tu papá piensa que sabe todo sobre mí. Pero todavía le quedan muchas cosas por aprender.

– ¿Ah sí? Pues creo que voy a disfrutar mucho aprendiéndolas.

– Vas a volver, ¿verdad? -insistió Caitlyn.

– ¡Cuanta con ello! -le guiñó el ojo a la niña antes de mirar de nuevo a Sam-. ¿Sabes, cariño? No podrías deshacerte de mí aunque lo intentaras.

Capítulo 11

Sam salió de la ducha tarareando una vieja balada de Bruce Springsteen que sonaba por la radio. Había pasado la mayor parte del día trabajando y todos sus músculos se lo recordaban. Pero necesitaba mantenerse ocupada para no pensar en Kyle y olvidarse de lo lejos que estaba.

En cualquier caso, ¿qué más daba? Kyle nunca volvería. Ella no habría perdido realmente nada y Caitlyn se acostumbraría a la idea con el tiempo. Tanto ella como su hija volverían a su vida de siempre, a una vida sin Kyle. Sin sus risas, sin sus caricias…

– ¡Ya basta! -gruñó en voz alta, cansada de la vocecilla interior que sugería que todavía estaba enamorada de aquel millonario que ya la había abandonado en otro momento de su vida-. Caitlyn -llamó a su hija-, ¿qué te parece si salimos a cenar esta noche? Podemos ir a tomar una pizza.

No obtuvo respuesta. Seguramente Caitlyn estaba fuera de casa. De modo que se puso unos vaqueros, una camiseta y unas sandalias y salió a la puerta de la cocina.

– ¡Caitlyn! -volvió a llamar.

La casa estaba en completo silencio. No se oía nada, aparte del tic-tac del reloj y el zumbido del refrigerador. Fang dormitaba en el porche, pero no había señales de Caitlyn por ninguna parte.

– ¿Caitlyn? Me gustaría que fuéramos al pueblo a ver a la abuela y después cenáramos una pizza o algo parecido.

No se oyeron gritos de alegría.

– ¿Cariño? -regresó al interior de la casa y buscó en el piso de arriba, pero la casa continuaba en silencio.

Intentando contener la ansiedad, regresó al porche, donde Fang alzó la cabeza y movió cansadamente la cola.

– ¿Dónde está Caitlyn? -le preguntó Sam, pero el perro dio media vuelta, esperando que le frotara la barriga.

Tenía que mantener la calma, se dijo Sam. Seguro que Caitlyn estaba cerca. Tenía que estarlo.

Se puso la mano sobre los ojos para protegerse del sol y miró hacia los campos. A veces Caitlyn se iba a buscar mariposas o saltamontes. Recorrió todos y cada uno de los rincones favoritos de su hija, pero la niña no aparecía por ninguna parte. El pánico le revolvía el estómago, pero se obligó a mantener la calma. Sabía que su hija no podía haber ido muy lejos, que no podía haberle ocurrido nada.

Con la frente empapada en un frío sudor, regresó a la casa y se acercó al teléfono. Kyle. Tenía que llamar a Kyle. Observó el dial y recordó entonces que tanto él como Grant estaban en Minneapolis. Golpeó nerviosa el mostrador. No tenía ningún motivo para llamar a su madre. Si Caitlyn se hubiera ido al pueblo en bicicleta, su madre la habría llamado en cuanto la hubiera visto aparecer.

Forzándose a controlar el miedo, Sam estudió el horizonte. Su mirada se posó en las tierras del rancho Fortune. Últimamente, Caitlyn iba con mucha frecuencia a casa de Kyle para visitar a su padre o para intentar convencer a alguien de que le dejara montar a Joker, su obsesión…

Sam sintió que el mundo se abría bajo sus pies. Con el corazón en la garganta, se montó en la camioneta y condujo hasta el rancho a una velocidad de vértigo. Sin entretenerse siquiera en apagar el motor, bajó de la camioneta y vio a su hija montada sobre aquel maldito semental. Joker corría de un extremo a otro del corral y Caitlyn se aferraba a él como si fuera una garrapata.

– Sujétate -susurró, decidida a disimular su pánico mientras corría hacia el corral. El caballo no podía sentir su preocupación.

– ¡Mamá! -gritó Caitlyn con el semblante blanco.

– ¡Agárrate bien!

Joker, con el lomo empapado en sudor, se encabritó justo en aquel momento.

– ¡No! -gritó Caitlyn aterrada. El caballo volvió a tomar tierra y salió disparado hacia el otro extremo del corral.

– ¡Mamá! ¡Mamá!

Sam abrió entonces la puerta del corral y se deslizó en su interior. El caballo había perdido completamente el control, tenía los ojos ribeteados de rojo y todos sus músculos temblaban.

– Tranquilo, muchacho. Todo va a salir bien -dijo con voz dulce, pero la verdad era que no sabía si estaba hablando consigo misma, con el caballo o con su hija.

Joker relinchó y pateó repetidamente el suelo.

– Caitlyn, si pudieras bajar poco a poco…

Pero el caballo comenzó a correr otra vez y Sam se paró en seco.

– Mamá…

El animal pasó por delante de Sam como una bala.

– ¡Caitlyn! -gritó Sam-. ¡Agárrate, yo te bajaré! ¡Sujétate fuerte, cariño! -insistió, corriendo hacia delante para intentar tranquilizar al caballo.

Joker miró entonces en su dirección.

– Tranquilo, tranquilo muchacho -dijo Sam, esperando poder agarrar al animal de las riendas.

Pero con un fuerte bufido, Joker caracoleó en el aire, salió como un rayo y se detuvo en seco. Caitlyn perdió el control de las riendas y salió disparada hacia adelante.

– Dios mío, Caitlyn -Sam salió corriendo hacia su hija, rezando para que no estuviera herida. Por el rabillo del ojo, vio que Joker escapaba por la puerta, pero no le importó. En aquel momento, lo único que importaba era Caitlyn, nada más.

Kyle estuvo de un humor pésimo durante toda la reunión. La sala de reuniones le resultaba claustrofóbica a pesar de los enormes ventanales y de la espectacular vista de la ciudad. ¿Cómo habría podido vivir allí durante tanto tiempo? Jamás se había sentido tan sofocado. Era cierto que siempre había sido nervioso, pero en aquel momento estaba furioso. Ya había votado varias veces y ofrecido su opinión en un par de ocasiones. Mientras su padre, sus tíos, sus hermanos y sus primos discutían sobre los márgenes de beneficio de una máscara de ojos, Kyle intentaba prestar atención, pero, si por él fuera, la compañía podía hundirse ese mismo día.

Si algo había aprendido durante el mes anterior, era que la vida no podía medirse en beneficios económicos, ni siquiera en acres de tierra. No, toda su existencia había cambiado y el centro de su vida eran Sam y Caitlyn. Que Sam no quisiera casarse con él le provocaba un regusto amargo. Sabía que a Sam le importaba, que incluso era posible que lo amara. Lo sentía, pero, aun así, ella no había aceptado lo que tan voluntariosamente le había ofrecido.

Quizá porque había actuado como si en realidad le estuviera haciendo a ella un favor…

Miró el reloj. La discusión había vuelto a centrarse en la fórmula del secreto de la juventud. Ninguno había olvidado que Kate había perdido la vida buscando su último ingrediente. Y todos estaban de acuerdo en que el éxito de aquella condenada fórmula era esencial para la empresa.

Lo único bueno de todo aquello era que de momento no habían tenido ocasión de hablar de nada personal.

En la cabecera de la mesa, Jake, el tío de Kyle, estaba explicando los beneficios y las pérdidas sufridas por la empresa y cómo aquel nuevo producto podía detener la tendencia a la baja.

A Kyle le importaba un comino todo aquello y suponía que su postura reflejaba su desinterés. Notó que Rocky estaba haciendo garabatos en su libreta y que Grant miraba el reloj cada dos o tres minutos.

– Pensaba que ibas a traer a Sam -le susurró Grant a Kyle.

– Yo también.

– Es cabezota, ¿eh?

– Sí, creo que encajaría perfectamente en la familia.

– ¿En la familia? ¿Vais a casaros?

Kyle frunció el ceño mientras se repetía a sí mismo esa pregunta. En lo más profundo de su corazón, dudaba que Sam quisiera casarse con él. Ya la había abandonado en una ocasión, y aunque ella continuaba queriéndolo, su orgullo le impedía aceptar el matrimonio de conveniencia que él había sugerido.

Por primera vez en su vida, Kyle se encontraba con algo que estaba fuera de su alcance.

Con los pensamientos cada vez más sombríos, miró hacia el frente, y se encontró con la mirada de Caroline. Su prima había cambiado desde que se había casado con Nick, parecía haberse suavizado. Kyle jamás habría imaginado que en el matrimonio de su prima, arreglado con el único propósito de que el químico ruso pudiera permanecer en el país, podía surgir el amor. Pero a juzgar por la forma en la que Nick tomaba la mano de su esposa y por la sonrisa que bailaba en los labios de Caro, las cosas habían cambiado.

Después de varios descansos, Jake le cedió la palabra a Sterling Foster, que había sido el abogado y confidente de Kate. Parecía menos tenso y triste que el día de la lectura del testamento, pero había algo extraño en él. A pesar de todas sus habilidades como orador, ni una sola vez durante todo el tiempo que permaneció hablando miró hacia Kyle. Evitaba todo contacto visual con él.

¿Pero por qué?

Kyle se inclinó hacia delante, interesado por vez primera en el desarrollo de la reunión. ¿Qué le ocurría a Foster? El abogado estaba muy cambiado, no parecía el mismo al que había visto el día de la lectura del testamento. Entonces, Sterling, al igual que el resto de la familia, estaba desolado. Pero, durante el mes anterior, parecía haberse recuperado por completo.

– Sé que este es un momento muy difícil para todos vosotros, pero también que Kate habría querido que superarais la tristeza y continuarais adelante con vuestras vidas. Ahora, me gustaría que habláramos de las circunstancias de la muerte de Kate. Sé que es difícil, pero tenemos que acostumbrarnos al hecho de que ya no está con nosotros. El accidente fue inquietante, lo sé, pero no creo que fuera provocado. He leído los informes de la policía brasileña y los tengo a vuestra disposición -se aclaró la garganta-.Yo creo que no es sensato gastar tiempo, energía y dinero intentando encontrar una extraña conspiración detrás de este accidente. Kate no habría querido…

– ¡Espera un minuto! -Rebecca se levantó de un salto-. Quiero respuestas, Nate. Tú eres abogado, así que tienes que comprenderlo. Hay muchas preguntas para las que no tenemos respuesta.

– ¿Qué quieres decir?

– Que quizá haya sido asesinada. Nate dejó caer su bolígrafo.

– ¿Asesinada? Oh, por el amor de Dios, no me digas que estás empezando a creerte tus novelas.

– Esto no tiene nada que ver con mi trabajo.

Kyle se recostó en la silla, interesado por vez primera en la discusión.

– ¿Y qué daño puede hacernos contratar a un detective?

Sterling intentó hacerse cargo de la situación.