– No es ninguna chica sencilla.

– ¿Comparada con Connie Benton, Beverly Marsh y Donna Smythe? -Mike se echó a reír al mencionar a las tres chicas con las que Kyle había salido durante el año anterior-. Sam es una chica sencilla, no es en absoluto tu tipo.

– ¿Mi tipo?

– Sí, chicas guapas, millonarias y esnobs.

– Tú no entiendes nada.

– ¿Ah, no? -miró a Sam y la sonrisa desapareció de su rostro-. Mira, creo que deberías dejarla en paz. Esa chica no necesita la clase de problemas que tú puedes causarle.

– ¿Sabes, Mike? Eres un auténtico dolor de cabeza.

– Y tú una causa perdida, Kyle -riendo, tiró de las riendas y encabritó al caballo, haciendo que Sam se volviera. Después, azuzó al animal y se alejó galopando.

Con la advertencia de su hermano reseñándole todavía en los oídos, Kyle trotó hasta la cerca, desmontó y atravesó la alambrada. No pudo evitar darse cuenta de que Sam tensaba la boca mientras él se aproximaba. Parecía furiosa, pero Kyle no estaba dispuesto a permitir que la ira de una mujer lo detuviera.

– ¿Necesitáis ayuda?

– No, gracias -le dirigió una tensa y fría sonrisa.

– Sam, ¿dónde has dejado tus buenos modales? Pues sí, la verdad es que es posible que necesitemos ayuda.

Jim, el padre de Samantha, posó la mano en el asiento de plástico del tractor mientras con la otra sacaba un pañuelo para secarse el sudor de la cara.

– Maldito alternador. Este ha sido un gran tractor. Tu abuelo lo utilizó durante años sin que le diera ningún problema, pero supongo que está empezando a cansarse.

Jim Rawlings era un hombre bajo, de pelo canoso y una perpetua sombra de barba plateada.

– Acabamos de cargar el heno de este campo. Jack y Matt se han llevado la última carga al establo, pero de pronto el tractor ha empezado a causarnos problemas.

– Déjeme echarle un vistazo.

– ¡No! Podemos arreglárnoslas solos -Samantha fue categórica.

– ¿Sabes algo de tractores? -le preguntó su padre, y, por primera vez, Kyle advirtió que hablaba con dificultad y que su aliento desprendía un fuerte olor a whisky.

– Un poco.

Sam intentó interponerse entre su padre y Kyle.

– Escucha, no te molestes. Estamos bien, de verdad -pronunciaba cada palabra con énfasis, como si quisiera que su padre entendiera el mensaje. Como este no respondió, se volvió hacia Kyle y fingió una sonrisa-. Jack y Matt no tardarán en volver -escrutó el horizonte, como si con su sola fuerza de voluntad pudiera hacer que aparecieran los dos hombres-. No te molestes.

– No es ninguna molestia -Kyle la miró a los ojos y advirtió que estaba nerviosa.

– Pero este es nuestro trabajo. Podemos arreglárnoslas solos.

– Yo sé arreglar coches.

– Pero no es lo mismo…

– Claro que sí -Kyle no pensaba dejarse convencer, pero advirtió el pánico creciente que reflejaban sus ojos. Era obvio que la preocupaba que descubriera que Jim estaba bebido.

– Escucha -dijo Jim. Intentó sentarse en el tractor, pero el pie se le resbaló al subir y cayó de nuevo al suelo-. Diablos -gruñó, antes de agarrarse al borde del asiento para volver a intentarlo. Estaba sonrojado y rezongaba mientras se encendía un cigarrillo y giraba la llave del encendido.

El motor se puso en marcha, pero casi al instante volvió a quedarse en completo silencio.

– Hijo de…

– ¡Papá!

– Maldita…

– Por favor, papá -insistió Sam, apretando los dientes.

– No pasa nada, a Kyle no le importará que maldiga un poco. Este condenado…

– Papá, no -Samantha tenía las mejillas sonrojadas y el pulso le latía con fuerza-. Déjanos solos -le pidió a Kyle-. Nosotros nos encargaremos de llevar el tractor al edificio. Matt ya sabe que tenemos problemas y no tardará en venir a buscarnos.

Jim saltó al suelo, estuvo a punto de caerse y se torció el tobillo antes de poder recuperar el equilibrio. La ceniza del cigarrillo caía sobre la pechera de su camisa.

– Jim no está en condiciones de trabajar con un tractor.

– Oh, Dios mío… -susurró-. Pero si solo está un poco…

– ¿Un poco? Por favor, Sam, está borracho como una cuba. Podría hacerse daño, o herir a alguien o…

– No, no va a hacerle daño a nadie -respondió ella con decisión, cuadró los hombros y le dirigió una mirada desafiante.

– ¿Qué estáis diciendo? -farfulló Jim.

– Nada, papá -contestó Samantha, suplicándole en silencio a Kyle con la mirada.

Por primera vez, Kyle pudo ver el lado más vulnerable de su personalidad.

Se oyó entonces el ruido de un motor y el alivio relajó todas las facciones de Sam al ver que se acercaba una de las camionetas del rancho.

– Ya vuelve Matt, papá -dijo Sam, aunque continuaba con la mirada fija en Kyle-.Ahora ya puedes irte, Matt se ocupará de todo.

– No se lo contaste a tu abuela.

Kyle se sobresaltó al oír la voz de Samantha. Al volver la cabeza, descubrió que estaba a menos de tres metros de él. Kyle estaba solo en el arroyo, apoyado contra un tronco, fumando un cigarrillo que realmente no le apetecía y considerando el largo verano que tenía ante él mientras comenzaba a anochecer.

– No vi ninguna razón para hacerlo -el pulso se le aceleró al verla.

Samantha llevaba el pelo suelto, dejando que los rizos enmarcaran su rostro, y había cambiado sus viejos vaqueros por unos pantalones cortos de color blanco y una blusa de gasa que se había atado por debajo de los senos.

– A Kate no le habría hecho mucha gracia que le contara que su capataz estaba borracho.

– No estaba… -comenzó a decir Samantha, pero se interrumpió-. Bueno, normalmente está completamente sobrio, pero de pronto pierde la cabeza y comienza a beber. Aunque dejará de hacerlo.

– ¿Estás segura?

Sam vaciló un instante.

– Sí.

– ¿Y si no lo deja?

– Lo hará.

Por primera vez, Kyle la compadeció. Sam debía pasarse la vida protegiendo a su padre.

– ¿Cómo puedes estar segura de que va a dejar de beber?

Sam suspiró.

– Mi madre lo amenazará con divorciarse si no lo hace.

– ¿Y eso funcionará?

– Hasta ahora ha funcionado.

Se sentó al lado de Kyle. Hasta él llegó una fresca fragancia de flores silvestres. Samantha tomó una brizna de hierba y comenzó a partirla en trocitos.

– No puedes estar cubriéndolo siempre.

– Lo sé.

Hechizado por el mohín de sus labios, Kyle tenía serios problemas para concentrarse en la conversación.

– Kate lo averiguará.

– Ya te he dicho que lo sé.

– ¿Y entonces qué ocurrirá?

– Mira, nosotros nos encargaremos de todo. Mi padre tiene un problema. Él lo sabe, y también lo sabemos mi madre y yo, pero estamos dando pasos para solucionarlo. El otro día cometió un error y está preocupado porque lo viste… fuera de control. Estoy segura de que no volverá a ocurrir.

– Tienes mucha fe en tu padre.

– Lo conozco. Él adora este trabajo. Le encantaba trabajar para el abuelo y adora a Kate, así que no te preocupes por eso. Yo solo he venido para darte las gracias por no haberlo delatado.

Se dispuso a marcharse, pero Kyle la agarró por la muñeca.

– Esa no es la única razón por la que has venido a buscarme.

– ¿Ah, no? Por el amor de Dios, Fortune, no te hagas ilusiones.

– ¿Estás segura de que no debería hacerlo?

Sam le dirigió una mirada larga y dura y Kyle sintió cómo comenzaba a calentarse su piel bajo sus dedos. Sam apretó los labios y Kyle se imaginó besándola con tanta pasión que ninguno de ellos pudiera pensar.

– ¿Sabes? Creo que me tienes miedo -le dijo a Sam.

– ¿Miedo? ¿De ti? ¿Por qué? ¿Porque eres el nieto de la jefa? ¿Porque vienes de la gran ciudad? Créeme, no te tengo ningún miedo, lo único que me da miedo es tu ego. Realmente, te crees alguien -alzó la barbilla un instante y le preguntó-: ¿Qué es lo que quieres de mí, Kyle?

– Quizá solo la oportunidad de conocerte mejor.

– Ya te dije que no me interesa.

– ¿Por qué no? -la miró a los ojos-. ¿Es por Tadd?

– ¿Tadd?

– Tengo entendido que sales con él.

– Tadd es… -sacudió la cabeza y suspiró-. Tadd solo es un amigo. Todo el mundo piensa que es un mal tipo, pero no es cierto. Solo está un poco confundido.

– Por lo visto se mete en muchos problemas.

– Y tú también, quizá de otro tipo, pero problemas al fin y al cabo.

Kyle tensó la mano sobre su muñeca.

– Si no es por Tadd o por cualquier otro tipo…

– No hay nadie más.

– ¿Entonces por qué me evitas?

Samantha vaciló un instante. Entre los árboles, se oyó el conmovedor ulular de un búho.

– ¿Quieres razones? Muy bien, tengo muchas -lo apuntó con un dedo-. La primera es que no me cito con los hombres para los que trabajo.

– Tú no…

– La segunda… -mostró dos dedos-, ni siquiera vives por aquí -sumó un tercer dedo a los otros dos-. La tercera es que eres un niño mimado y la cuarta que conduces demasiado rápido -se encogió de hombros-. Pero no he venido a discutir contigo. Mira, gracias por haber mantenido la boca cerrada y no haber dicho nada de mi padre. Te lo agradecemos y te prometo que mi padre no volverá a trabajar bebido -se levantó y se alejó de él-. Será mejor que me vaya.

– ¡Espera! ¡Sam! -la llamó. Corrió tras ella y la atrapó cuando Sam estaba llamando con un silbido a una yegua que pastaba alrededor de unas rocas cercanas-. No huyas.

– No estoy huyendo.

– Claro que sí.

– Ah, sí, claro, porque estoy asustada.

Kyle miró fijamente su boca mientras ella tragaba saliva nerviosa, como si se le hubiera secado repentinamente la garganta.

– Sí, igual que yo -susurró Kyle.

– Oh, no… -musitó Sam.

Kyle la besó entonces hasta hacer que le diera vueltas la cabeza. Sam pareció derretirse como mantequilla entre sus brazos. Repentinamente cálida y flexible, se inclinó contra él. El corazón de Kyle latía con furia y el retumbar de sus latidos se repetía en su cerebro, impidiéndole oír el chapoteo del agua.

Cuando levantó la cabeza, Sam lo miró con los ojos entrecerrados durante un instante e, inmediatamente, lo empujó para desasirse de su abrazo.

– ¡Oh, no! ¡No! -enfadada consigo misma, se llevó la mano a la boca, como si quisiera asegurarse de que todavía tenía los labios en su lugar-. Esto ha sido un error.

– ¿Por qué?

– Porque, porque… -movió la mano nerviosa, antes de obligarse a meterla en el bolsillo del pantalón-. Porque solo eres un niño rico y mimado.

Kyle se encogió de hombros, sintiéndose incapaz de rebatirla.

– Y estás acostumbrado a conseguir siempre lo que quieres.

– La mayor parte de las veces -admitió Kyle, esbozando una confiada sonrisa.

– Pero esta vez no, Fortune. ¡No vas a tenerme nunca! -le temblaba la voz mientras tomaba las riendas del caballo y volvía a montarse.

Tiró de las riendas y desapareció en la luz del crepúsculo, dejando una nube de polvo tras ella.

– Oh, Sam, claro que sí. Lo sabes tan bien como yo – estaba seguro de que hacer el amor con Samantha Rawlings sería solo cuestión de tiempo-. Paciencia -musitó casi para sí-.Tenemos todo el verano por delante.

Pedirse paciencia era un ejercicio inútil. En realidad, el verano estaba a punto de acabarse y muy pronto estaría de vuelta en Minneapolis con el resto de su familia. Incluso su abuela estaba comenzando a inquietarse. Ella había dicho que había ido a Wyoming para poner en orden su vida y tomar un descanso antes de volver a hacerse cargo de la compañía, pero todo el mundo sabía que estaba utilizando aquellas vacaciones para intentar superar su tristeza. Aunque su matrimonio con el abuelo de Kyle no había sido perfecto, habían sido capaces de continuar juntos durante todos aquellos años. Kyle no conocía muchos detalles, tanto su padre como su abuela eran herméticos en lo que a cuestiones personales concernía, pero Kyle había deducido algunas cosas a través de su madre, Sheila, la primera esposa de Nathaniel, que desde que se había divorciado de él aprovechaba cualquier oportunidad para arrojar su veneno sobre la familia Fortune.

En otro tiempo, cuando Sheila y Nate se habían divorciado, Kyle pensaba igual que ella, pero con los años, tanto él como Michael y Jane habían cambiado de opinión. Habían ido descubriendo que su madre cambiaba en muchas ocasiones la historia y ocultaba la verdad, cuando no mentía abiertamente, para dejar a los Fortune en mal lugar. Sheila Fortune era una mujer amargada que se quejaba continuamente de que los abogados de los Fortune le habían quitado lo que debería haberle correspondido tras el divorcio.

Pero Sheila no había trabajado un solo día de su vida, vivía en uno de los barrios más ricos de la ciudad, en un edificio del que era propietaria gracias al dinero de los Fortune. A medida que pasaba el tiempo, la opinión de Kyle sobre su madre había ido cambiando y cuando la comparaba con Sam y con su familia, sentía un sabor amargo en la boca.