La Sra. Pearson se tomó en serio su trabajo de vigía; no dijo nada mientras Drea volvía a centrar su atención en los papeles, pero Drea sentía el movimiento casi constante de la cabeza de la señora. La gente entraba y salía del aparcamiento, pero la mayoría eran madres apuradas, mustias por el calor, la mayoría con uno o dos niños arrastrándose tras ellas con el acompañamiento del sonido de sus chanclas sobre el asfalto.

El papeleo le llevó sólo unos minutos. Drea garabateó su firma y volvió a meter los papeles en la carpeta.

– No se imagina lo agradecida que le estoy por las molestias que se ha tomado -le dijo a la Sra. Pearson devolviéndole la carpeta y echando un largo vistazo a su alrededor mientras lo hacía. No había nada fuera de lo normal, pero aún sentía ese preocupante hormigueo recorriendo su columna.

– No debería tener que vivir su vida con miedo -dijo la Sra. Pearson con una nota de tristeza en sus ojos mientras miraba a Drea con simpatía-. Espero que finalmente consiga ser libre.

– Yo también -dijo Drea.

Cuando la Sra. Pearson se fue, Drea se sentó y observó el tráfico durante unos minutos más. No había aparcado al lado de la acera sino en un sitio mejor, en un espacio abierto, para no tener que perder tiempo dando marcha atrás si se tenía que ir apresuradamente. Desde donde estaba sentada en el aparcamiento podía ver la parte trasera de la tienda, el solar lleno de maleza que separaba la tienda de algunas casas. ¿Sería un callejón sin salida o podría usarse para volver a la avenida principal en un lugar diferente?

Una vez más no había hecho los deberes, y la invadió un sentimiento de furia contra sí misma. ¿Cómo esperaba salir con vida de ésta si no empezaba a prestar más atención a los detalles? Debería haber comprado un mapa de la ciudad nada más llegar, estudiarlo, aprenderse cada calle y cada carretera. Él seguramente sabía a donde daba esa calle.

Miró hacia el solar, preguntándose por un momento cuántos cristales rotos estarían escondidos entre la maleza, a continuación se encogió de hombros mentalmente y puso el coche en marcha. Volvió la esquina trasera de la tienda, se metió entre dos coches aparcados que probablemente pertenecían a los empleados de la tienda, pasó dando tumbos sobre uno de esos pivotes portátiles de hormigón que habían servido en su momento para bloquear el final del aparcamiento pero que ahora estaba en el medio del camino y se abrió paso a través del aparcamiento. El terreno era desigual, haciéndole dar tumbos, y la alta maleza azotaba los laterales del coche. Después hubo dos sacudidas cuando saltó sobre la acera y salió a la calle, las ruedas traseras derraparon un poco tratando de conseguir adherencia. Entonces el caucho se agarró al asfalto y el coche ganó velocidad precipitándose hacia el final de la calle que estaba a dos manzanas de distancia y donde, aleluya, podía ver una señal de stop y otra calle.


Desde donde estaba estacionado al final de la manzana, en frente a la tienda, Simon la vio rodear el edificio y atajar por el solar vacío de la parte trasera antes de dirigirse hacia el norte por la corta calle lateral. La furgoneta estaba en marcha, así que miró rápidamente si venían coches -ninguno-, soltó el freno y salió de la acera haciendo un cambio de sentido en medio de la calle para dirigirse hacia el oeste.

La calle lateral se acababa un par de manzanas más allá; ella podría dirigirse hacia el este o hacia el oeste. Él apostaba por el oeste. El banco de la Reserva Federal más cercano se encontraba en Denver, y ella tendría prisa por conseguir los dos millones en efectivo. Además, cuanto más al oeste, menos gente había, al menos hasta llegar hasta la Costa Oeste. La gente podía desaparecer y de hecho desaparecía continuamente en el vasto vacío de la región, pero se trataba de gente que vivía al margen del sistema, sin cuentas bancarias ni teléfonos móviles, incluso sin ni siquiera luz eléctrica a menos que tuvieran un generador. No se imaginaba a Drea viviendo así. Si era posible, ella elegiría la comodidad.

Si se equivocaba y ella se dirigía hacia el este, localizarla de nuevo le llevaría un par de días, pero no había tantas carreteras secundarias por las que ella pudiera ir. No es que no existieran, pero solían serpentear durante kilómetros para luego acabar bruscamente y, una de dos, o había que dar marcha atrás o atajar por el medio del campo, en cuyo caso mejor saber adonde coño estaba yendo y tener un vehículo todoterreno con una buena suspensión. Su coche era demasiado viejo para ir campo traviesa, y Drea era demasiado lista para intentarlo.

Sin embargo, ella podría considerar oportuno deshacerse de ese coche y hacerse con uno mejor, si había logrado reunir el dinero en efectivo suficiente para tener ciertas reservas. De hecho, él apostaba por ello. Tan pronto como llegara a Denver, donde se sentiría más a salvo porque podría pasar desapercibida gracias al mayor número de habitantes, cambiaría de coche.

Él tenía el depósito lleno de gasolina; estaba preparado para ir en cualquier dirección que ella eligiera. Pero ¿cuánta gasolina tenía ella? Si tenía que repostar, probablemente pararía en la gasolinera Exxon de la punta oeste del pueblo. No era una gasolinera grande, pero estaba en un cruce y tenía cinco surtidores a cada lado, así que ella no se sentiría cercada.

Él todavía no sabía lo que iba a hacer. La indecisión no era una de sus características, pero éste no era uno de sus trabajos habituales. Tal vez fuese porque le divertía que ella hubiese tenido las agallas de haber engañado a Salinas de la manera que lo había hecho, o tal vez fuese por aquella tarde de ardiente sexo que habían compartido, aunque en este momento él la estaba siguiendo porque, hasta que decidiera su plan de acción, no quería perderla. Tal vez simplemente estaba disfrutando de la persecución, preguntándose qué sería lo siguiente que haría.

Por otra parte, dos millones eran dos millones. Y, al contrarío que Drea, él ya tenía una cuenta en un paraíso fiscal -varias, de hecho- así que no tendría que pasar por las dificultades a las que ella se estaba enfrentando.

En algún momento, sin embargo, tendría que tomar una decisión firme, y ese momento se estaba acercando rápidamente. ¿Dejarla marchar o quedarse con los dos millones? ¿Dejarla marchar o arriesgarse a dar un golpe aquí, en Estados Unidos? Los asesinatos podían quedar sin resolver y de hecho quedaban sin resolver continuamente, pero él nunca olvidaba que las cosas aquí eran diferentes que en cualquier país subdesarrollado.

Echó un vistazo a su sistema de navegación. La carretera en la que ella se encontraba tenía una señal de stop en cada cruce, lo que la obligaría a ir más despacio. Estaba en la avenida principal donde había dos semáforos en la zona comercial, por llamarla de alguna manera, aunque en el resto de los cruces lo único que había era señales de stop. Llegaría a la gasolinera un par de minutos antes que ella.

Cuando llegase, se situaría delante de donde estaba la manguera de aire y saldría del coche, así que no importaba el lado del surtidor que ella eligiera, él tendría libertad de movimientos y mantendría la furgoneta entre ellos. Podía ser que ella tuviese el depósito lleno y no necesitara parar, lo que estaba bien; no conseguiría alejarse tanto de él como para que la perdiera, no en el par de segundos que a él le llevaría volver a la furgoneta.

La vio bajando hacia él a una velocidad moderada, no tan rápido como para que la parase la policía, pero tampoco demasiado despacio. Se cambió de sitio a medida que ella se acercaba, manteniéndose detrás de la cabina de la furgoneta de manera que ella lo pudiera ver sólo parcialmente en caso de que le diera por mirar hacia ese lado.

Ella no se detuvo. Paró en el cruce, miró a ambos lados y siguió recto, dirigiéndose hacia el oeste a través de Colorado.

Buena chica, pensó con aprobación. Ya había llenado el depósito, en lugar de haber dejado algo tan importante para el último minuto. Rodeó la furgoneta, trepó al interior de la cabina y volvió a la autovía situándose a escasos cien metros por detrás de ella.

Capítulo 15

Drea miró por el retrovisor para asegurarse de que nadie la seguía, y vio al hombre subirse a la furgoneta. El corazón le dio un enorme vuelco seguido por varios latidos. La carretera le daba vueltas mientras su cerebro se quedaba sin circulación. Él estaba demasiado lejos para verle la cara, pero había visto la forma en que se movía, todo elegancia y poder letal. Vio la postura de su cabeza, la forma de sus hombros y supo que era él, no sabía por qué, pero tenía la certeza absoluta de ello.

Esa furgoneta. Había visto esa furgoneta antes, o una muy parecida, y la coincidencia no podía llegar hasta tal punto. Era del mismo color y forma que la furgoneta que había pasado justo después de que la Sra. Pearson hubiera entrado en el aparcamiento de la tienda de todo a cien. De alguna manera, él había averiguado lo que estaba haciendo y a quién debía seguir, y darse cuenta de ello la aterrorizó. Él era demasiado bueno en lo que hacía; ¿cómo iba a poder librarse de él?

Consiguió controlarse para no pisar el acelerador hasta el fondo, pero aumentó paulatinamente la velocidad hasta que la aguja del cuentakilómetros situada en la frontera entre los ciento cincuenta y el final empezó a vibrar, entonces redujo sólo un poco. Su única esperanza era alejarse lo suficiente de él para poder tomar una carretera secundaria o esconderse tras alguna construcción, pero no sería capaz de hacerlo si el coche se estropeaba.

La geografía de Kansas no ayudaba. El terreno no era completamente llano pero casi. No había manera…

Otra vez estaba respirando demasiado rápido, su corazón palpitaba tan fuerte y tan deprisa que apenas podía pensar. No podía dejar que la alcanzara así; tenía que estar preparada, tenía que pensar y no podía dejarse invadir por el pánico.

Controló sus nervios, controló su reacción instintiva y se obligó a levantar el pie del acelerador hasta que el coche empezó a circular a una velocidad más razonable. No podía dejarlo atrás; habría sido estúpida si lo hubiera intentado. La furgoneta era grande, con un motor más potente que el seis cilindros que ella conducía. Él estaba sentado en una posición más elevada que ella, además, así podría verla desde bastante lejos y ella no podría sacarle la suficiente ventaja como para que la perdiera de vista ni siquiera unos segundos.

La pregunta era: ¿intentaría alcanzarla ahora que el campo era tan abierto que cualquier vehículo podría verlo desde lejos o que podrían pasar al lado de un granjero que estuviera en sus campos en cualquier momento? ¿O se conformaría con seguirla y esperaría a que la noche lo amparase?

Tendría que llegar hasta ella para conseguir un ángulo decente para dispararle. Podría obligarla a salirse de la carretera pero, al contrario que en las películas, los coches no solían explotar y arder cuando chocaban, y la combinación de cinturones de seguridad y airbags implicaba que la gente que iba dentro a menudo sobreviviera. Por supuesto, si la echaba fuera de la carretera y su coche quedaba tan inservible que no arrancaba, entonces él podía aprovechar la oportunidad como le apeteciera pero, a menos que ella se golpease con un poste de la luz o algo, echándola de la carretera, no iba a conseguir mucho; arrancaría de raíz un campo de trigo, pero eso sería todo.

A su favor estaba el hecho de que él no sabía si ella iba armada. Joder, claro que no, porque las pistolas nunca habían sido parte de su arsenal. El sexo y la astucia eran sus armas, además del maquillaje y el perfume, pero él no sabía -no podía saber- si ella se había hecho con una pistola en los últimos ocho días, y tendría que actuar con precaución.

Echó un vistazo al indicador de la gasolina y se preguntó cuánto consumiría el coche de él. Su seis cilindros consumía bastante poco, seguramente menos que el gran motor de él. Quizá ella podía llegar más lejos que él con un depósito. Si se quedaba sin gasolina… No, era poco probable que él dejara que sucediera eso. Pero si tenía que parar para repostar, ella tendría una oportunidad para escapar, salirse de la carretera y ocultarse, tomar alguna otra ruta hacia Denver.

Él se daría cuenta, sin embargo. Si empezaba a quedarse sin gasolina se vería obligado a hacer algo. Tal vez ella podría parar en una gasolinera, ir corriendo adentro y pedir ayuda. Demonios, tenía un teléfono móvil; podía llamar al 911 y decir que la seguía un hombre desconocido.

A menos… a menos que no quisiera atraer la atención de la poli, y un poli los haría detenerse a ambos. Las placas de matrícula de su coche no estaban en regla. Había robado dos millones de dólares y aunque no tenía el dinero en efectivo en su poder tenía más claro que el agua que no quería que su nombre apareciese en el sistema informático de la poli. No sólo eso, él iba detrás de ella; podría decir simplemente que no tenía ni idea de quién era ella, todo lo que estaba haciendo era conducir por la autovía. Ella ni siquiera sabía su nombre, así que no podía alegar que era un ex novio o algo así.