Tanto el agente Cotton como el agente Jackson la estaban esperando, con los abrigos cerrados para combatir el viento.
– Espero que le guste el café -dijo Cotton ofreciéndole un vaso de café para llevar-. También he traído leche y azúcar por si lo necesita.
– Solo está bien, gracias. -El calor de la taza le sentó bien en sus manos heladas; tomó un sorbito para probar, no quería quemarse la boca con café demasiado caliente.
– Sentémonos por aquí -dijo Cotton señalando un banco que había al lado. Se dirigieron hacia él y ella se sentó entre ambos, esperando y temiendo al mismo tiempo que hubiesen encontrado un plan viable.
– ¿Se le ha ocurrido algo más que decirnos? -le preguntó, con la mirada vigilando continuamente sus alrededores. Los polis, incluso los federales, siempre estaban ojo avizor.
– No, pero quería hablarles del plan que les sugerí…
– No te molestes -dijo una voz tranquila a sus espaldas-. Es imposible.
Los dos agentes del FBI estaban visiblemente sorprendidos y saltaron de sus asientos para enfrentarse a lo que podía ser, por lo que sabían, un ataque. Andie había reconocido su voz tan pronto abrió la boca y también se puso de pie. No lo esperaba; exponerse de esta manera a dos agentes del FBI dejando que le viesen bien la cara no era una buena idea.
Estaba de pie justo detrás del banco con las manos en los bolsillos de un abrigo de cachemira negro y los ojos cubiertos con gafas de sol muy oscuras. No tenía ni idea de cómo se había acercado tanto sin que los agentes lo advirtiesen; no estaba a la vista cuando se sentaron y no llevaban sentados más de treinta segundos, lo cual significaba que se había movido rápidamente.
Tras un breve silencio causado por el sobresalto, Cotton suspiró y se quitó las gafas de sol.
– Soy el agente especial Rick Cotton -dijo presentándose y mostrando su placa-. Este es el agente especial Xavier Jackson.
– Conozco sus nombres. -Él no les dijo el suyo, ni siquiera un alias. Tampoco sacó las manos de los bolsillos. Cotton hizo un leve movimiento, como si le fuese a ofrecer la mano para estrechársela, pero evidentemente vio que el cortés gesto no iba a tener lugar y abortó el movimiento.
– No estoy en posición para hablar de los asuntos de la señorita Pearson con…
– No pasa nada. Él lo sabe todo -dijo Andie sin presentarlo. Si él quisiera que los agentes supiesen su nombre o cualquier nombre ya lo hubiese dicho él mismo. Ella quería soltar un suspiro enorme de frustración. Si le hubiese dicho que iba a venir a la reunión y le hubiese dado un nombre de antemano, esta situación podría haber sido mucho más llevadera.
Al agente Cotton no le agradaba la presencia de Simon, y le dijo a Andie:
– No es un buen momento. Me pondré en contacto con usted para hablar sobre su plan. Creo que se puede hacer algo. -Luego le hizo un gesto con la cabeza a Simon y él y el agente Jackson se dirigieron rápidamente hacia la calle.
Boquiabierta, porque no pensaba que fuese viable ningún plan que pudiese implicar que la mataran, Andie bajó la cabeza y se miró los pies mientras intentaba no llorar. No podía mirar a Simon, no podía enfrentarse a esa expresión impasible.
– Vámonos -dijo él cogiéndole la mano y enlazando su brazo al suyo. Simon no dijo nada durante el camino al Holiday Inn, aunque tuvieron mucho tiempo para hablar. Él había dado su opinión y no veía la necesidad de volver a hacerlo.
Ella todavía se sentía obligada a ofrecerle todo el consuelo que pudiese.
– No pasará nada -decidió decir finalmente para encontrarse con un muro de silencio.
Capítulo 32
Jackson permaneció en silencio mientras él y Cotton caminaban por la calle hacia su coche. Era paciente y esperó hasta que hubieron cerrado las puertas del coche y se hubieron puesto el cinturón para preguntar:
– ¿De qué iba todo eso? -No se le ocurría ninguna razón por la cual Cotton le hubiese mentido a Drea Rousseau, le costaba mucho pensar en ella como «Andie» no sé qué más, sobre la viabilidad de cualquier plan que implicase utilizarla como cebo. Si Salinas estuviese escondido y ellos intentasen sacarlo a la luz, quizá, pero no era el caso. Físicamente podían ponerle las manos encima en cualquier momento. El problema era encontrar pruebas que presentar y, aparte de grabarlo matándola, no había ninguna manera de utilizarla. La Agencia no iba a utilizarla de chivo expiatorio, así que la idea era imposible.
Cotton examinó la calle, la gente que los rodeaba, antes de preguntar suavemente:
– ¿No lo has reconocido?
– ¿Reconocerlo? ¿Debería?
– Es el hombre del balcón.
Jackson miró a Cotton estupefacto. «El hombre del balcón», como lo llamaban, había sido objeto de frustradas especulaciones durante meses. Había desaparecido sin más y nunca habían descubierto cómo. Jackson se recostó en el asiento y miró hacia delante mientras comparaba mentalmente al hombre que tenía en su recuerdo con el que acababan de ver en el parque.
– Que me aspen. Buen ojo, Cotton. -Tamborileó con los dedos en la pierna-. Probablemente ha estado con él todo este tiempo.
De todas formas esperaba que hubiese sido así. Nunca se lo había confesado a nadie, pero tenía una especie de debilidad por ella. Cuando estaba con Salinas le daba pena, porque era la preciosa e inútil muñeca que Salinas sacaba cuando quería jugar con ella, pero si no, no le interesaba en absoluto. Sin embargo, quienquiera que fuese el hombre del balcón, ella lo amaba. Jackson era un realista puro y duro, pero ser realista implicaba que reconocía lo que tenía ante él. Cuando el tío había aparecido detrás de ellos, tan silencioso como un maldito fantasma, a él y a Cotton casi les da un infarto; pero cuando ella se giró su rostro se había iluminado… con una expresión exasperada, pero luminosa, como si el sol acabase de aparecer en su horizonte. Quizá le molestase un poco el sol, pero igualmente se alegraba de verlo.
Estaba diferente, y no sólo por llevar el pelo más corto, más oscuro y más liso. No era sólo que ya no se vistiese para enseñarse. En cierto modo ahora era más atractiva que antes, pero no por su aspecto. Había algo en su expresión, una serenidad que antes no tenía. A veces parecía que su atención estaba centrada en algo que había a lo lejos; una vez él se había dado la vuelta para ver si tenía a alguien detrás, pero no había nada, y cuando se volvió a girar ella volvió a centrarse en él. Eso era otra cosa: cuando miraba a una persona, realmente la miraba, profunda e intensamente. Cuando lo miraba de aquella manera tenía que contenerse para no mirarse la cremallera y comprobar si eso era lo que le hacía examinarlo tan minuciosamente.
Pero calar al tipo no era tan fácil como a ella. Joder, apenas había cambiado la expresión y las malditas gafas de sol no habían ayudado. Había sido tan inexpresivo como un maniquí en un escaparate. Pero Jackson había mirado atrás y había visto cómo se cogían de la mano y entrelazaban sus brazos, y algo en su forma de tocarla le decía a Jackson que el sentimiento era mutuo.
Jackson se alegraba por ella. Por la conversación que ella había tenido con Salinas en el balcón aquel día, sabían que se la había ofrecido a aquel tío como si para él no fuese más que una puta. Sabían que ella se había enfadado muchísimo. Luego, al día siguiente, desapareció. Estaban seguros de que no había hecho las maletas y se había mudado, porque le seguían la pista a todo aquel que entrase y saliese del edificio. La última vez que la habían visto fue entrando en un coche con uno de los matones de Salinas y, al volver, ella ya no estaba.
Cuando desapareció hubo mucha agitación en la rutina de Salinas, y Jackson se había preguntado entonces si la habrían matado y se habrían deshecho del cuerpo por razones que sólo podía suponer. Mientras recordaba los días que siguieron a su desaparición, de repente ató otro cabo.
– ¡Oye!, ¿recuerdas esa reunión que tuvo Salinas en Central Park? No pudimos verle la cara al otro tío, ¿te acuerdas? Creo que entonces también era él… el hombre del balcón.
Cotton consideró la posibilidad mientras buscaba en su memoria más detalles del hombre con el que se había reunido Salinas, y asintió una sola vez.
– Creo que tienes razón.
De qué trató aquella reunión, nadie lo sabía. Sin embargo, al recordar la cadena de acontecimientos, Jackson pensaba que Drea había abandonado a Salinas y se había ido con el otro hombre y que Salinas no tenía ni idea de dónde estaba. Quizá había organizado la reunión para pedirle que la encontrara, o incluso para contratarlo con ese fin. La Agencia no tenía ni idea de quién era ese hombre, ni de lo que hacía, así que las posibilidades eran infinitas.
No podía resistirse a un reto, nunca había sido capaz. Su ágil mente empezó a barajar todas las posibilidades y situaciones, contrastándolos con los hechos que tenían, descartando algunos, extendiendo otros, tan entretenido que no se había dado cuenta hasta mucho después de que Cotton no había respondido a su pregunta.
Simon sentía el frío de su vieja amiga, la Muerte, sobre él. No era una persona que le diese muchas vueltas a sus opciones; las identificaba, las analizaba, tomaba la que consideraba mejor y seguía adelante. Sin embargo, esta decisión le había dejado un amargo sabor de boca. No es que se arrepintiese, porque no lo hacía, no podía. Pero no le gustaba, no le gustaba verse obligado a hacerlo, aunque hubiese tomado la misma decisión sin intervención externa. Protegería a Andie y punto. Esa era la base.
La llevó de vuelta al Holiday Inn y la acompañó hasta la habitación; tenía que ver con sus propios ojos que estaba a salvo allí y que nadie había entrado. Luego le agarró la cara con las manos y la besó, con un beso largo y lento, dejando que su sabor y su tacto lo calmasen.
– Tengo cosas que hacer -dijo por fin cuando separó su boca de la de ella. Quería llevarla directamente a la cama y perderse en el cálido abrazo de su cuerpo, pero si había algo que lo caracterizaba era la disciplina-. No me esperes despierta. No sé cuánto tardaré.
Los ojos azules de Andie se oscurecieron de preocupación al mirarlo.
– No te vayas -le dijo de repente, aunque no tenía ni idea de lo que iba a hacer. Simon había notado que sus instintos, siempre a flor de piel, habían pasado a otro dominio, como si ella supiese cosas que posiblemente no podría saber. ¿Sería Andie consciente del mucho tiempo que pasaban mirándose a los ojos hasta que a veces a él le parecía que sus identidades se confundían? No lo creía. En la mayoría de los sentidos, Andie seguía siendo de este mundo, un poco cascarrabias, un poco impaciente y muy, muy sexy, pero de vez en cuando se evadía, y cuando volvía parecía un poco más radiante.
Fuese como fuese, ella lo conocía mejor que nadie, como si tuviese un localizador en su mente.
– Volveré en cuanto pueda -dijo él volviendo a besarla-. Espérame. No dejes que esos gilipollas del FBI te convenzan de nada antes de que yo vuelva. Prométemelo.
Ella frunció el ceño y abrió la boca para estallar contra él por pedirle que le prometiese algo cuando él no había cumplido lo que ella le había pedido. Él le puso un dedo sobre los labios y entrecerró los ojos.
– Lo sé -le dijo-, pero prométemelo de todas formas.
Ella entrecerró los ojos y luego se giró para mirar el reloj.
– Dame una hora exacta. No me trago eso de «Tengo cosas que hacer, no sé cuanto tardaré». Paparruchas. ¿Dos horas? ¿Cinco?
– Veinticuatro -dijo él.
– ¡Veinticuatro!
– Es una hora exacta. Ahora prométemelo. -Veinticuatro horas tampoco era demasiado; necesitaría todas y cada una de ellas-. Esto es importante para mí. Necesito saber que estás a salvo. -Eso la conmovió porque lo amaba. Lo amaba. La irrealidad de aquello lo sorprendió, aunque su veracidad le llegó al corazón.
Como lo amaba, le dijo a regañadientes:
– De acuerdo, lo prometo -aunque aquello no le gustaba nada. Él volvió a besarla y se marchó, pero se quedó en el pasillo hasta oír cómo pasaba la cadena y echaba el pestillo. Cuando llegó al ascensor ya había hecho la llamada más importante de todas.
– Soy Simon -dijo cuando Scottie respondió al teléfono-. Necesito un favor, probablemente el último.
– Lo que sea -dijo Scottie rápidamente, porque gracias a Simon su hija estaba viva-. Tú decides si es o no el último. Yo siempre estaré aquí para lo que necesites.
Entonces le explicó lo que necesitaba. Scottie pensó durante un minuto y luego le dijo:
– Hecho.
Después de ocuparse de eso, empezó a analizar la situación más a fondo. Las dos cosas necesarias para matar a alguien eran un arma y la oportunidad de hacerlo. El resto de los detalles entraban dentro de una de estas dos categorías. Conseguir un arma no era ningún problema; conseguir un arma buena que no fuese rastreable sería fácil si tuviese el tiempo suficiente, pero el tiempo era lo único que no tenía. Normalmente se pasaría días preparando los detalles, la logística. Esto tenía que hacerlo rápido, luego cogería a Andie y saldría del país mientras pudiese.
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