Esperó hasta que el día terminase. Cotton se dirigió a casa junto a su mujer y Jackson cenó en la ciudad y luego fue andando hasta casa mientras asimilaba las luces y el movimiento constante a su alrededor. Siempre hay algo nuevo a la vuelta de la esquina, ¿verdad? Ocurría tanto con la gente como con las cosas. En realidad, más con la gente.

Tomó una decisión, se sacó el móvil del bolsillo y marcó un número. Cuando oyó responder a Cotton, Jackson dijo:

– Lo ha hecho él, ¿verdad? Tú sabías que lo haría.

Cotton permaneció en silencio durante un momento y luego le preguntó tranquilamente:

– ¿De qué estás hablando?

Jackson colgó sin querer decir nada más. Caminó un poco más con las manos en los bolsillos. El aire nocturno se enfriaba por minutos, pero necesitaba seguir caminando.

Lo primero, y más importante, era la decisión que tenía que tomar. ¿Diría algo? La respuesta inmediata que resonó en su cabeza fue un firme «No, joder». No había ni una sola cosa que pudiese probar, aunque estuviese dispuesto a hacerlo, y no lo estaba.

El tío que había matado a Salinas se merecía un monumento, no una investigación. Lo había hecho para proteger a la mujer a la que amaba, y, joder, en eso había algo noble, ¿no? Cotton había sentido algo de inmediato, cuando su reunión con Drea había sido interrumpida y, por puro instinto, había desencadenado los hechos al sugerir que quizá el FBI la utilizase como cebo. Eso había sido una gilipollez. La única manera de construir un caso utilizándola habría sido si Salinas se hubiese vuelto majara y la hubiese matado… y el hombre del balcón lo sabía. La amaba y no la dejaría arriesgarse, así que tomaría las riendas del asunto.

¿Cómo había sabido Cotton que ese tipo sería capaz de hacer algo así? El plan había sido hábil, pero llevarlo a cabo no sólo requería un buen par de pelotas, sino unas pelotas cuadradas. Ni siquiera sabía el nombre del tío ni nada sobre él. No tenía ninguna huella con la que trabajar ni un análisis facial para intentar situarlo en ninguno de los lugares donde había ocurrido todo el tema. Pero Cotton lo había evaluado en una reunión muy breve y en pocos segundos tuvo un arma humana apuntando directamente a Rafael Salinas.

En ese preciso momento, Rick Cotton había actuado por encima de sus posibilidades y lo único que podía hacer Jackson era rendirle homenaje mentalmente.

– Bien hecho -le murmuró a la noche.


Rick Cotton durmió bien aquella noche. Pronto se retiraría después de una larga y mediocre carrera, pero esta vez había superado sus propios límites y se sentía bien por ello. Iría aún más lejos y haría lo posible para obstaculizar cualquier investigación. Esos dos merecían su oportunidad para ser felices y él haría lo que estuviese en su mano para asegurarse de ello.

A veces había una diferencia entre la ley y la justicia, y a veces la justicia tenía que salirse de la ley. La prueba de ello, pensó justo antes de quedarse dormido, era que él no trabajaba para el Departamento de Ley, sino para el Departamento de Justicia… y se había hecho justicia.


Los últimos días habían sido tensos, como si no supiesen cómo comportarse el uno con el otro, y Andie suponía que así era. A cierto nivel, su intimidad se había hecho más profunda; el momento de conocerse estuvo marcado por el drama y la pasión, y por un profundo dolor. En un nivel más mundano, todavía había muchas cosas que no sabían el uno del otro y eso sólo lo remediaría el tiempo. Por ahora manejaban con cautela lo que sentían; para ella era como un enorme elefante en medio de la habitación: no hablaban de él ni reconocían que estaba allí, aunque ambos se apartaban para esquivarlo.

No sabía lo que él pensaba, lo que sentía. De todas formas él era reservado -lo cual era el eufemismo del año- y desde que habían salido de Nueva York se había encerrado en sí mismo y no era capaz de tocarlo, pero no estar con él le hacía aún más daño. Bueno, físicamente podía tocarlo, pero la barrera mental que había levantado entre ambos le recordó a aquella tarde en el ático, cuando había intentado desesperadamente llegar a él y él la había rechazado.

Ahora lo conocía mejor, sabía que no tenía nada que temer de él… más bien lo contrario. Pasase lo que pasase, este hombre se pondría entre ella y el peligro sin dudarlo ni un instante.

Una tarde, mientras lo observaba apoyado en el marco de la puerta inmóvil durante varios minutos seguidos, mirando al mar, su corazón se partió de dolor por él. Estaba totalmente solo, dispuesto a correr cualquier riesgo para protegerla, aunque una vez que lo había aceptado se había distanciado de ella. ¿La culpaba por obligarlo a matar de nuevo después de jurar que no volvería a hacerlo?

Andie sabía cómo se sentiría ella si alguien la obligase a hacer algo que impidiese su vuelta a aquel lugar perfecto de alegría para volver a ver a su hijo. Sentiría amargura y soledad, como si no tuviese sentido seguir intentándolo. ¿Era así como se sentía Simon ahora?

Le miró la espalda intentando adivinar su humor, obtener alguna impresión, pero estaba tan cerrado ante ella como ella lo estaba ante sí misma. Estaba demasiado cerca de ella, supuso; no podría ver nada de su futuro como tampoco podía ver el suyo propio.

Con la luz iluminándolo desde atrás, Andie podía adivinar sus rasgos, pero estaba rodeado por un halo de luz que volvía su camisa transparente y dejaba entrever la forma delgada y musculosa de su cuerpo. Lo miró fijamente mientras sentía cómo se le iba la sangre de la cabeza y le fallaban las piernas, y el mundo que la rodeaba empezó a desvanecerse hasta que no quedó nada más que él y la luz.

Él había estado entre ella y la muerte otra vez, protegiéndola con su dolor y con su amor, enviando una señal, quizá, de que tenía cosas a su favor. El amor por su hijo había sido el mayor factor en la decisión de darle otra oportunidad, pero también lo fue el amor que Simon sentía por ella.

Estaban unidos; lo que ella hacía le afectaba a él y viceversa. Si alguien hubiese preguntado si ella se había enamorado aquella tarde que estuvieron juntos por primera vez, ella habría dicho rotundamente que no, pero la verdad era que había sentido su conexión incluso antes de aquel día y por eso le había tenido tanto miedo. Lo había reconocido, en cierto modo, a algún nivel molecular que desafiaba a la lógica y sabía que la obligaría a arriesgarse una vez más a enamorarse. Y si no, ¿estaría ella aquí ahora? ¿O no habría el suficiente amor para equilibrar el páramo emocional en que Andie se había convertido?

Por el contrario, ¿al amarlo lo estaba protegiendo igual que él la había protegido? Él amaba y era amado. ¿Qué diferencia marcaría en su vida? Ella diría que la diferencia ya era enorme, pero el amor era como una enredadera agresiva que se expandía e iba acaparando cada vez más espacio, estrangulando la maleza. Por amor había dejado de ofrecer sus servicios como asesino a sueldo. Por amor estaba intentando -y ella sabía el gigantesco esfuerzo que suponía para él- abrirse a ella, dejarla traspasar los escudos férreos que lo separaban del resto del mundo. Estaba más cómodo solo, pero por ella estaba dispuesto a salir de esa zona y a vivir el resto de su vida expuesto y vulnerable.

Por ella era capaz de volver a matar y valía la pena considerar los riesgos, siempre que él fuese el que pagase y no ella.

No creía que estuviese haciendo ningún sonido, jadeo o sollozo. Por supuesto, él sabía que estaba en la habitación, detrás de él, porque no había intentado andar a hurtadillas y de todas formas la casa era demasiado pequeña, tanto que probablemente él sabría dónde estaba en cada momento. Pero estaba tan compenetrado con ella que de repente se dio la vuelta, con todos los músculos alerta, listo para entrar en acción una vez que identificase la fuente de lo que estaba molestando a Andie. La vio allí, tambaleándose, con la cara blanca como el papel y la cogió dando una zancada para envolverla en sus fuertes brazos auxiliadores.

– ¿Qué te pasa? ¿Estás enferma? -Mientras hablaba, seguía sosteniéndola en brazos con los pies en el aire y acunándola contra su pecho. Entre ellos ahora no había distancia, ni tampoco reserva en esos ojos oscuros que podían llegar a parecer tan fríos.

– No, estoy bien -dijo ella rodeándolo con sus brazos y acercándolo a ella, acercándose a él, dos acciones que podrían parecer una pero que eran muy diferentes en su objetivo-. Te quiero, Simon Goodnight. Simon Smith. Simon Jones. Simon Brown, Simon Johnson, sea cual sea tu apellido, da igual, te quiero.

Él la apretó con más fuerza y ella vio que se aflojaba algo en su interior, un peso que se hacía más ligero.

– ¿Da igual? ¿Aunque mi verdadero nombre fuese Clarence, Homer o Percy?

– Bueno, entonces tendría que pensármelo -dijo rápidamente sólo para fastidiarlo, y fue recompensada con una de sus sonrisas.

– Cross -dijo él con tanta ligereza que durante medio segundo no se dio cuenta de a qué se estaba refiriendo.

– ¿Cross? ¿Es de verdad? ¿En serio?

– En serio.

Ella rozó la barbilla contra su hombro.

– Gracias -dijo ella, porque la confianza que representaba esta acción, decirle su nombre, era inmensa-. Ya puedes dejarme en el suelo. Estoy muy bien.

– Parecía como si fueses a desmayarte.

– No. ¿Sabes cuando amas tanto a una persona que es casi imposible soportarlo? Es eso.

Presionó los labios contra la parte inferior de su mandíbula, adorando su olor, el tacto de su piel fría bajo sus labios, pero con la calidez vital justo bajo la superficie.

Él le soltó las piernas y la dejó deslizarse hasta ponerse de pie, pero simplemente cambió de posición los brazos y la apretó contra él mientras se inclinaba para besarla. Ella se puso de pie y se encontró con él a medio camino con las manos agarrándole el cuello. Al sentir su erección, una acalorada mezcla de excitación y anticipación empezó a despertarse en el fondo de su vientre. Aunque dormían juntos desde que habían llegado aquí, él no le había hecho el amor y ella no se había sentido capaz de recorrer la distancia que los separaba para llegar a él.

Sin embargo ahora sí se veía capaz. Estaba justo allí, entre sus brazos. Deslizó las manos por su cuello, las pasó por el pecho y el vientre, le desabrochó los vaqueros, le bajó la cremallera y descubrió que no llevaba ropa interior. Gimiendo ligeramente de placer, lo envolvió con sus manos arrancándole un sonido gutural que la hizo estremecerse.

Actuando de nuevo con rapidez, la volvió a coger en brazos haciendo que le soltase el pene.

– ¿Cama o sofá? -le preguntó.

– Cama. -Sí, la cama. Necesitaba espacio para hacerle todo lo que quería hacerle.

La llevó hasta la pequeña y soleada habitación y la dejó caer en la enorme cama, que ocupaba la mayor parte de la habitación. Andie se reía mientras intentaba quitarse los vaqueros al mismo tiempo que rebotaba en la cama. Él se quitó la camisa y los vaqueros rápidamente, así que centró su atención en ayudarla con el resto de la ropa.

Ella no llevaba demasiada ropa; el calor era demasiado intenso para llevar capas y capas de ropa. Vaqueros, ropa interior y una camiseta floja de sisas era lo único que podía soportar. Le quitó la camiseta e, inmediatamente, le cubrió los pechos con las manos.

– Son preciosos -murmuró mientras le masajeaba los pezones con los pulgares, haciéndolos cambiar de color a medida que se iban endureciendo bajo su tacto.

Todo lo que le hacía sentirse hermosa, la forma en que la miraba, como si pudiese lamerla de los pies a la cabeza. Nunca se había sentido hermosa, aunque el espejo le dijese lo contrario. A veces estaba impresionante, pero en su interior sentía que no valía la pena. Pero cuando Simon la tocaba, cuando sentía la ternura con la que la manejaba, como si fuese algo precioso, entonces -entonces- se sentía hermosa.

Él le estiró las piernas y se colocó encima de ella, posando todo su peso sobre la uve que formaban sus muslos. Andie suspiró de felicidad. Le habría bastado con los juegos preliminares, pero también le gustaba su urgencia y el sentimiento de presión que notaba en su interior a medida que él entraba lentamente en su cuerpo apenas preparado. Agitó las piernas y lo rodeó con ellas, y luego se tensaron a medida que su cuerpo se levantaba hacia el de él y lo acogía más adentro.

Magia. Hacer el amor con él había sido como magia, desde el principio. En su cuerpo se disparaba la alegría, un placer puro y abrasador, porque ésa era la diferencia… no estaba practicando sexo ni follando, estaba haciendo el amor, tan absorta en el hecho de estar con él que todos sus mecanismos de defensa se desconectaban y simplemente se dejaba llevar.

Pasó de no estar preparada a tener un orgasmo tan rápidamente que sintió que se habría salido disparada si él no la estuviese sujetando con fuerza. Cuando su mente se aclaró y su cuerpo se relajó sintiendo una profunda felicidad, le devolvió el favor sujetándolo con las manos y las piernas mientras él se ponía rígido, se estremecía y se perdía en el placer.