Echaron una siesta y cuando Andie se despertó le vino el incómodo recuerdo de que no habían utilizado condón. La mayoría de los hombres estarían felices de no tener que usarlo, pero Simon no era como la mayoría y se preguntaba si quizá deseaba tener un hijo con ella. Se le encogió el corazón, porque hay ciertos dolores que nunca desaparecen.
– No puedo tener hijos -dijo en medio del silencio, y luego se tapó la cara con el brazo para no tener que ver la suya si le invadía la decepción.
– Yo tampoco -le respondió con tranquilidad.
Sorprendida, se quedó inmóvil durante unos segundos mientras se preguntaba si lo había entendido bien. Cuando se pudo mover, miró por debajo del brazo para encontrárselo allí tumbado, observándola con una especie de sensación de alivio en los ojos.
– ¿Qué?
– Me hice la vasectomía hace años. No creía que mis genes fuesen algo que tuviera que pasar a la posteridad.
Probablemente tenía razón, pensó ella, y rompió a llorar. Maldito hombre, podía hacerla llorar cuando no había nada en el mundo que le hiciese soltar una lágrima. Pero ¿no era algo típico de él analizar tranquilamente la situación y luego dar los pasos adecuados para proteger al mundo de su progenie, que podía llevar en ella la peculiar combinación que lo hacía letal, pero sin su frialdad de pensamiento, sin su control?
– Me tuvieron que hacer una histerectomía cuando tenía quince años -dijo llorando, hablando y con hipo al mismo tiempo.
Se levantó, fue al baño y cogió un pañuelo para sonarse. Mientras estaba allí se ocupó de otra zona que necesitaba su atención; luego humedeció otra toallita y se la llevó a él.
– Mis genes tampoco son para estar orgullosa -dijo, todavía sorbiéndose la nariz-. Hizo falta un milagro para que me centrase, y no se puede esperar que los milagros sean algo que ocurra tan a menudo.
– Una vez en la vida, probablemente. -Le dedicó una sonrisa irónica y torcida-. Yo ya he tenido la mía… contigo.
Volvió a tumbarse junto a él acurrucando la cabeza en su hombro y posando la mano sobre su pecho. Sentir el latido fuerte y constante de su corazón la hacía sentir bien, más segura. Siempre se sentía mejor cuando él estaba cerca, ya que el lazo entre ambos le hacía sentirse más fuerte; esperaba tener aunque fuese la mitad de ese efecto sobre él, porque no sería justo recibir todos esos beneficios y que él diese y diese sin recibir nada a cambio.
– No espero demasiado -murmuró él mirando fijamente al techo mientras le acariciaba el pelo-. Al final. Si el remordimiento es un requisito para la redención, entonces no estaré allí. No me imagino estando allí. Lo único que puedo ofrecer es… venganza, quizá, y castigo. Puedo ofrecer contención… a menos que tu vida esté amenazada, si es así no hay nada que hacer. Pero no siento remordimientos. Alguna gente necesita matar, y yo hacía el trabajo. Así que… esta vida contigo probablemente sea todo lo que tengo, pero es suficiente, cariño. Es suficiente.
Las malditas lágrimas volvieron y Andie le sonrió entre sollozos mientas se inclinaba para besarlo. El corazón de Simon latía con fuerza bajo los dedos de ella y le puso la palma de la mano sobre esa oleada vital y rítmica.
– No te excluyas -le aconsejó-. Tengo información de primera mano y creo que al final estarás bien.
Sería un largo camino para ambos, pensó viendo de repente un gran lapso de años extendiéndose ante ellos. Lo único que sintió fue el tiempo pasando, sin ningún dato específico, pero durante años y años. Tenían tiempo y se tenían el uno al otro.
Linda Howard
Su nombre real es Linda Howington. Nació en 1958. Comenzó a escribir a los nueve años de edad y vendió su primer libro en 1980. Asistió a una pequeña escuela rural. En cuanto dejó la universidad trabajo en una compañía de transportes que amplió su conocimiento de las personas.
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