Ella hizo un esfuerzo por sonreír y salió a toda prisa del dormitorio. Cuando llegó a la cocina, intentó tranquilizarse y se dijo:

– No, no puede ser, ahora no. Por favor… Se sentó en una silla, subió los pies al asiento y se abrazó a sus piernas.

– No puedo decírselo. No debe saberlo. Ha viajado a través de los siglos para estar conmigo y ahora es feliz. No quiero renunciar a él…

Tiró el libro a la basura, pero enseguida se sintió culpable. No podía hacer eso. Aunque Griffin había dicho que quería quedarse con ella, tenía derecho a saberlo y a tomar una decisión.

Empezó a llorar, se puso en pie y avanzó hacia el dormitorio muy despacio, como si estuviera en trance. Cuando abrió la puerta, vio que Griffin se había dormido y estuvo observándolo durante un par de minutos. Pero al final se acercó y lo despertó.

– ¿Ya está listo el desayuno? Griffin abrió los ojos y la miró.

– ¿Que ocurre? ¿Por qué estás llorando?

– Por esto -respondió, enseñándole el libro.

– ¿De qué estás hablando?

Meredith abrió el viejo volumen y le enseñó la ilustración del pirata.

– Mira. Esto explica por qué viniste a mi época.

– No lo entiendo. Sólo es un dibujo…

– Pero estaba mirándolo la noche del huracán. Me concentré en él para intentar superar el miedo y el libro se calentó de repente y pareció tener vida propia. Entonces, el viento dejó de soplar y yo salí del armario tan rápidamente como pude… Poco después, te encontré en la playa.

Griffin volvió a mirar la ilustración, sorprendido.

– ¿Por eso estoy aquí? ¿Por este libro?,

– Lo siento, lo siento de verdad. Había olvidado lo sucedido y no lo he recordado hasta hace un momento, cuando he tropezado con él.

– Dime qué significa todo esto.

– Tú lo sabes tan bien como yo.

– No, no, quiero oírtelo decir.

– Creo que significa que puedes regresar si quieres hacerlo.

– ¿Y tú? ¿Qué quieres tú?

– No me preguntes eso. No me pidas que tome decisiones en tu nombre, porque no puedo.

– Está bien, Merrie… pero por favor, no llores. Todo saldrá bien, te lo prometo – dijo, intentando animarla."

Sin embargo, las palabras de Griffin no consiguieron animarla. Sabía que, a pesar de todo, se marcharía. Y que, cuando lo hiciera, su vida no volvería a ser la misma.

Pasaron el resto del día en la cama, haciendo el amor, durmiendo y volviendo a hacer el amor. Pero, a pesar de todo, Meredith no consiguió liberarse de su profunda sensación de tristeza.

Ninguno de los dos mencionó el libro. Sin embargo, estaba presente entre ellos como una tormenta en el horizonte y ambos sabían que debía marcharse y regresar a su época. Además, no hacía falta que lo mencionaran. A medida que pasaban las horas y se acercaba la medianoche, las nubes se iban cerrando a su alrededor.

Por fin, cuando se aproximaba el momento de su marcha, Griffin la besó en la frente y aspiró el dulce aroma de su cabello.

– Dime que lo comprendes -murmuró.

– No, no lo comprendo.

– Parte de, mí sigue en el pasado. Hay algo que debo terminar, una deuda contraída con mi padre. Y hasta que no acabe con Teach, no podré vivir aquí. No estaré… completo.

– Pero él no es responsable de la muerte de tu padre. Griffin asintió.

– Cierto, ahora lo sé. Pero, a pesar de ello, tengo un trabajo que hacer y alguien debe detenerlo. Si no soy yo, es muy posible que no lo consiga nadie. Y en tal caso, podría hacer daño a otras muchas personas.

– Debí dejar el libro en el cubo de la basura. No debí decírtelo…

– Pero lo hiciste y es lo correcto.

– No quiero que te marches.

– Merrie, jamás me marcharía si no estuviera seguro de que puedo volver.

– Pero no estás seguro de eso. Ni siquiera estamos del todo seguros de que el libro sea realmente el causante de tu extraño viaje.

El la abrazó con fuerza. También temía no poder regresar, pero prefirió tranquilizarla.

– Lo que compartimos transciende el tiempo y el espacio y me niego a creer que no podremos estar juntos. Si no es en esta vida, será en otra.

– ¿Y qué voy a hacer sin ti?

– Eres una mujer fuerte, Merrie. Más fuerte que el resto de las mujeres que he conocido.

– Ahora no me siento fuerte -declaró, con voz rota.

Permanecieron así, abrazados, durante muchos minutos. No hicieron otra cosa que mirarse y acariciarse, pero al final se apartaron, como si ambos supieran que había llegado el momento.

Griffin se sentó en la cama y se pasó una mano por el pelo. *~

– Te prometo que todo saldrá bien.

– Tu ropa y tus botas están en el armario del pasillo -dijo ella, sin más.

Griffin salió del dormitorio muy despacio, sacó su ropa del armario y se vistió. Después, recogió la bolsa de cuero y volvió a la habitación.

Ella estaba sentada, envuelta en su bata. Parecía más pequeña y frágil que nunca.

– ¿Es la hora? -preguntó Meredith, sin fuerzas para mirar el reloj.

– Todavía no.

– No puedo hacerlo, Griffin. Por favor, no te vayas…

– Puedes y lo harás. ¿Recuerdas cómo hacerlo?

– No lo sé, dímelo tú.

– Haz exactamente lo mismo que hiciste aquella noche, la noche en que aparecí.

– ¿Y luego qué? Si funciona, ¿qué hago para que vuelvas?

– Me dijiste que Barbanegra encontrará su final el día veintidós de noviembre. En ese caso, debes invocarme en la medianoche de ese mismo día, tal y como lo hiciste durante aquel huracán.

– ¿Y si no regresas?

– Lo hiciste una vez y lo harás de nuevo. Volveré.

– Sí, a menos que te hayan matado… Prométeme que no morirás y te prometo que no me moriré de tristeza si no regresas -dijo, desesperada.

– Merrie, ha llegado la hora -dijo, apretándole una mano con fuerza-. Tienes que ser fuerte y hacerlo por mí.

– Está bien. Voy a cerrar los ojos, y cuando los abra de nuevo, quiero que te hayas marchado. Odio las despedidas… prefiero pensar que todo ha sido un sueño.

Griffin se quedó de pie junto a ella, mirándola, y al cabo de unos minutos se inclinó y la besó en la frente.

– No quiero que esto funcione… -dijo Meredith.

La luna, ahora llena, iluminaba la playa.

Una suave brisa mecía las copas de los robles y de los cedros. Griffin salió de la casa y caminó hacia el mar; quería volver dentro y abrazarla, pero se limitó a mirar hacia la ventana del dormitorio y a imaginarla allí.

– Tranquilízate, Merrie, todo saldrá bien. Sé que puedes hacerlo.

Esperó, contando los segundos que faltaban para la media noche. De repente, el aire se quedó extrañamente quieto y todo quedó en silencio. No oía nada, nada en absoluto.

Alzó los ojos al cielo, pero ya no pudo ver las estrellas. El viento comenzó a soplar con fuerza y se vio arrastrado a una especie de pozo profundamente oscuro. Estaba muy asustado, pero cerró los ojos y se abrazó a sí mismo, preparándose para morir.

Y entonces, justo cuando estaba a punto de estrellarse, se arrepintió y sintió el intenso deseo de regresar, abrazar a Meredith y quedarse con ella.

Gritó su nombre, desesperado. Después, perdió la consciencia.

La brisa de otoño acariciaba los pies de Meredith. Era inusualmente cálida para mediados de noviembre, sobre todo después de varias noches de intenso frío que habían


cambiado el color de las hojas de los árboles, dándoles una tonalidad rojiza.

Estaba sentada en un banco de madera, mirando hacia Crim Dell, el puente que cruzaba el estanque que se encontraba en mitad del campus. Al otro lado había varias parejas que se besaban o reían, e intentó recordar su leyenda.

– Dicen que si una mujer cruza el puente sola, estará condenada a convertirse en una solterona. Es una lástima que nadie me lo dijera antes de que me diera por salir sola a correr.

Meredith sonrió al reconocer la voz de Kelsey.

– Hola, Kels…

Kelsey se sentó a su lado y la abrazó.

– Imagínate la sorpresa que me he llevado esta mañana al recibir tu mensaje -dijo mientras le daba un vaso de plástico-. Es un capuchino con aroma de almendra. Tú preferido…

Meredith lo miró y preguntó:

– ¿Descafeinado?

Kelsey rió.

– ¿Desde cuándo te preocupas tanto por esas cosas?

– Desde que intento reducir mi dosis diaria de cafeína -respondió Meredith.

Kelsey se encogió eje hombros.

– Como quieras. Pero, ¿qué estás haciendo aquí? Te imaginaba feliz y contenta en tu isla; a fin de cuentas no he vuelto a saber nada de ti desde que pasé a visitarte en septiembre. ¿Cómo te ha ido? Cuéntamelo todo…

– No me digas que llevas dos meses especulando con mi vida sexual.

Kelsey asintió. L

– He pensado bastante en ello en los descansos de mi trabajo. El sexo y la física de partículas tienen muchas cosas en común… Pero cuéntame.

– Sí, bueno, yo…

Los ojos de Meredith se llenaron de lágrimas.

– ¿Se puede saber qué te ocurre? -preguntó su amiga, preocupada-. Será mejor que me lo digas, porque tarde o temprano lo averiguaré de todas formas.

Meredith suspiró. Conocía a Kelsey y sabía que tenía razón. Era tan insistente, que al final se salía siempre con la suya.

– Ha sido maravilloso. Mucho mejor que lo que había imaginado.

– ¿Y qué ha ido mal?

– Que se ha marchado.

– Oh, no, lo siento tanto…


– Se marchó hace más de un mes, y para;i empeorar las cosas, estoy embarazada.

Meredith había empezado a sospecharlo varios días antes, pero hasta esa misma mañana, cuando fue al ginecólogo, no lo había confirmado.

– ¿Y qué piensas hacer?

– Supongo que tener el niño.

– ¿Serás capaz de hacerlo sola?

– Sí, aunque espero que no sea necesario.

– ¿Él lo sabe?

– No, todavía no.

– ¿Y dónde está? Dime al menos cómo se llama…

– Se llama Griffin, Griffin Rourke. Tuvo que marcharse a su casa, para solucionar ciertos asuntos.

– ¿Qué tipo de asuntos? -preguntó.

– Problemas familiares.

– Pero entonces va a volver… Meredith se mordió el labio inferior e inatentó controlarse.

– No lo sé. Lo sabré mañana a medianoche.

– ¿A medianoche? ¿Por qué?

– Porque mañana es día veintidós y se supone que debo… llamarlo.

– Eso quiere decir que sabes dónde está…,

– No exactamente.

– Pero tienes su número de teléfono. Has dicho que vas a llamarlo.

– Puede que no esté allí. Por eso he decidido volver… si no consigo localizarlo, me quedaré aquí. He hablado con el doctor Moore y le he dicho que quiero dar ese seminario sobre Historia el próximo semestre.

– Ya. Así que, en lugar de afrontar tus problemas, prefieres encerrarte en tu trabajo. Si yo estuviera en tu lugar, iría a buscarlo.

– No puedo hacerlo. Y tú tampoco pondrías.

Kesley rió con incredulidad.

– ¿Ah, sí? ¿Y se puede saber dónde está?

– Si te lo dijera, no me creerías.

– Inténtalo. Me han contado tantas historias raras, que puedo creer cualquier cosa. Digas lo que digas, te prometo que lo creeré.

Meredith suspiró y pensó que tal vez fuera lo más adecuado. Kelsey era científica y cabía la posibilidad de que supiera cómo ayudarla.

– ¿Recuerdas lo que te pregunté sobre los viajes en el tiempo?

– Sí, por supuesto que lo recuerdo.

– Pues se trata de eso.

– ¿Cómo?

– De viajes en el tiempo.

– ¿De qué diablos estás hablando?

Meredith decidió que sería mejor no decirle nada. Seguramente la tomaría por loca, o se asustaría y se preocuparía innecesariamente por ella.

– Bueno, verás… no voy a escribir una novela. Todo el mundo sabe que los viajes en el tiempo son imposibles.

– Eso ya te lo dije en septiembre, cuando nos vimos.

– Es verdad. Así que he decidido concentrarme en mi libro sobre Barbanegra y dar más clases el semestre que viene para ahorrar dinero para el niño.

– ¿Estás segura de que podrás criarlo sola? Ya es bastante duro entre dos personas…

– Amo a Griffin y sé que él me ama a mí, y aunque no estemos juntos, sé que tendré fuerzas porque lo llevo en mi interior.

– ¿Él te ha dicho que te ama?

– No, pero lo sé. Me ama, Kelsey.

– ¿Y por qué se ha marchado?

– No tuvo otra elección, pero a pesar de todo soy feliz. El tiempo que compartimos fue maravilloso y nunca me arrepentiré de lo que pasó.

– ¿Cómo puedes ser feliz si tu vida es un caos? Me preocupas, Meredith. Siempre has sido una mujer fría que sabía controlar sus emociones, y ahora tienes tan mal aspecto, que parece que no has comido desde hace una' semana.

– Es verdad que no he comido demasiando. Así que, ¿por qué no me invitas a comer en ese salón de té de la calle Prince George? Luego, tendré que marcharme a Ocracoke. Le pedí el coche a Tank Muldoon y tengo que devolvérselo mañana por la mañana.