Poco después, entraron en la biblioteca. Meredith sonrió a la bibliotecaria, Trina, la hermana de Tank Muldoon, y acto seguido se dirigieron al ordenador que estaba en la esquina de la sala.

– ¿De quién son todos estos libros? – preguntó Griffin al pasar frente a las estanterías.

– Son de la comunidad. Es una biblioteca pública y todo el mundo puede leerlos.

– ¿Y encontraremos respuestas en esos libros?

– No lo creo. Sospecho que aquí no hay ningún texto que pueda ayudarnos.

Griffin se sentó a su lado y miró la pantalla del ordenador.

– Pensaba que íbamos a buscar información… ¿por qué estamos mirando esta caja? -preguntó él.

Merrie suspiró.

– Esto es un ordenador. Y te aseguro que encontraremos más información en él que en mil libros.

– No lo creo. Estás perdiendo el tiempo.

Ella sabía que Griffin se estaba impacientando. La noche anterior había estado bastante nervioso, como un tigre enjaulado, sin separarse en ningún momento de la bolsa de cuero. Era evidente que estaba muy preocupado, y aunque a Meredith le habría gustado hablarle sobre la vida de Barbanegra y conocer, a su vez, lo que él sabía, no se atrevía a hacerlo. En gran parte, porque se consideraba responsable de lo que había sucedido.

– ¿Cuándo has dicho que va a llamar esa amiga tuya?

– Te lo dije antes. Kelsey está en una conferencia en Wake Forest y llamará en cuanto regrese. Supongo que mañana o pasado mañana.

– ¿Y estás segura de que esa Kelsey encontrará la forma de devolverme a mi época?

– No, no estoy segura. Pero si sigues interrumpiéndome con preguntas, no avanzare nada… tengo que concentrarme. Esto es como navegar en un barco, salvando las distancias.

Griffin se levantó y empezó a caminar de un lado a otro.

– Me siento tan inútil… No estoy acostumbrado a andar cruzado de brazos. Necesito hacer algo.

– En nuestro siglo agradecemos el tiempo libre. De hecho, casi toda la gente viene a la isla para eso, para divertirse y descansar.

– Sí, bueno, pero yo no soy de este siglo

– comentó con sarcasmo.

Meredith suspiró, se levantó y sonrió a Trina a modo de disculpa. La mujer ya los había mirado un par de veces, extrañada con el comportamiento de su acompañante.

– Griffin, voy a hacer todo lo que pueda por ayudarte, pero tienes que ser paciente

– dijo, tomándolo del brazo para que se detuviera-. Esto es muy complicado.

Griffin la miró con enfado, cerró los ojos y se relajó un poco.

– Discúlpame. Estoy algo nervioso.

– Lo comprendo. Estoy pensando que tal vez podríamos divertirnos un poco y hacer un viaje a Bath, o Bath Town, como seguramente la conoces. Podría alquilar un coche y tomar un transbordador mañana por la mañana… Así podrás contarme cómo era la ciudad y decirme dónde estaba la casa de Barbanegra.

– ¿Para qué?

– Bueno, sólo he pensado que podría ser una buena idea…

– ¿Para que ocupe mi mente en algo? No necesito pensar en cosas triviales. Tengo problemas muy graves, Merrie. Debía entregar la bolsa al hombre de Spotswood y no lo he hecho…

– Hay una teoría sobre los viajes en el tiempo. Si la historia se ha alterado de algún modo, los libros sobre Barbanegra también habrán cambiado. Supongo que podríamos echar un vistazo y ver si hay alguna variación…

– ¿De quién es esa teoría?

– No lo sé, pero lo oí en una película lla¬mara Regreso al futuro.

– ¿Una película?

– Sí, es como una especie de obra de teatro que se ve en… bueno, digamos simplemente que es una especie de obra de teatro.

– Ah… ¿y esa obra fue escrita por algún científico conocido y respetado como tu amiga Kelsey?

– No exactamente. Las películas se hacen sobre todo para divertir. Pero nadie podría decir mucho más Sobre ese asunto. A fin de cuentas, nadie había viajado en el tiempo… hasta ahora.

Griffin la miró con intensidad.

– ¿Nadie?

– Pensaba que ya lo habías imaginado, Griffin. No, que yo sepa, tú eres la primera persona que lo hace.

– Dios mío… -dijo con suavidad-. Bueno, si he sido el primero en viajar al futuro, también lo seré en volver al pasado.

Meredith decidió ser valiente y hacer una pregunta necesaria.

– ¿Y si no puedes volver?

– No he considerado esa posibilidad. Tengo que volver. Debo hacerlo.

– ¿Es que te está esperando alguien? – preguntó ella, ruborizada-. Quiero decir… ¿Estás casado? ¿Tienes novia o prometida?

Griffin la miró con un gesto de intenso dolor. Merrie tuvo deseos de abrazarlo con fuerza, pero no se atrevió.

– ¿Entonces? -insistió ella-. ¿Te está esperando alguien?

– No, nadie -respondió al fin-. No tengo esposa, ni prometida, ni familia ni… nada.

Ella estuvo a punto de suspirar, aliviada, pero no lo hizo y se maldijo a sí misma por ser tan egoísta. Griffin Rourke no era un personaje de novela, sino un hombre de carne y hueso perseguido por sus propios demonios que ni siquiera pertenecía a aquella época.

– ¿Qué te parece si vamos a comer algo? -Preguntó ella, para aliviar la tensión- Puedo seguir investigando esta tarde, si te parece bien.

– No tengo hambre, pero me gustaría dar un paseo. Solo.

Ella asintió y lo tocó en un brazo. Comprendía que quisiera estar solo durante unos minutos.

– Está bien. En ese caso, nos veremos en mi casa…

Él asintió y se marchó sin mirar atrás.

– Deja que se vaya -se dijo ella para sus adentros-. De todas formas, se marchará para siempre más tarde o más temprano.

Meredith se llevó una mano al pecho y se preguntó si su corazón habría escuchado las palabras que acababa de pronunciar.

Los dos días siguientes transcurrieron de frustración en frustración. Griffin apenas podía controlar su impaciencia y Merrie no hacía otra cosa que seguir pegada al ordenador, intentando localizar alguna información que fuera de utilidad.

Casi siempre, Griffin la acompañaba, preguntaba sobre sus descubrimientos y le pedía toda clase de explicaciones, pero aquella mañana habían discutido durante el desayuno y ella se había marchado sola a la biblioteca. Además, Meredith empezaba a pensar que él tenía razón y que aquella línea de investigación no los llevaría a ninguna parte.

Decidió volver a casa, hablar con él y plantearle la posibilidad, nada remota, de que no consiguieran encontrar la forma de devolverlo al pasado. En el fondo se alegraba porque quería estar más tiempo con él, y por las noches no dejaba de soñar despierta, de pensar en su cuerpo, de imaginar que se acercaba a ella y la besaba.

Sin embargo, no quería hacerlo. Sabía que no debía hacerlo. Griffin Rourke había aparecido de repente y podía desaparecer del mismo modo en cualquier instante.

Casi había anochecido cuando regresó a la casa, pero la luz del crepúsculo bastó para que distinguiera una silueta en los escalones del porche. Al verlo, pensó que era

Griffin, se dijo que la estaba esperando, y sintió una profunda alegría.

– Eh, Meredith…

La persona que estaba sentada en los escalones se levantó. Meredith vio entonces, decepcionada, que no era Griffin. Pero al distinguir aquel cabello rubio, sonrió: era su mejor amiga, la doctora Kelsey Porterfield.

– ¡Kels! -exclamó-. ¿Qué estás haciendo aquí?

– ¿Y tú me lo preguntas? Mi ayudante me ha dicho que has llamado cuatro veces en los tres últimos días. ¿Qué ocurre? ¿Qué es tan urgente?

Meredith se detuvo junto a ella y sacó la llave de la casa con mucho cuidado, porque llevaba una bolsa con comida en un brazo. Después, abrió la puerta y se sintió aliviada al descubrir que Griffin no estaba allí. Tenía que explicar muchas cosas a su amiga y seguramente era mejor así.

– No era necesario que vinieras -dijo Meredith-. En realidad no es nada urgente… sólo quería hacerte unas cuantas preguntas.

Kelsey la siguió al interior de la casa.

– Vamos, Meredith, eso no es lógico en ti. Eres el colmo de la paciencia. Ni siquiera me llamaste para decirme que estabas en la lista de candidatos a las becas Sullivan y tuve que enterarme por esa bruja de Katherine Conrad y sus amigotas… ¡Me has llamado cuatro veces!

Meredith dejó la bolsa de la comida en la encimera de la cocina.

– ¿Cuatro? Lo siento, no pretendía asustarte.

– Regresaba de la conferencia en Wake Forest y decidí venir y ver qué te ocurría.

– No pasa nada -le aseguró.

Kelsey la miró durante unos segundos.

– Tienes buen aspecto, es cierto, pero eso no quiere decir que estés bien. ¿Por qué me has llamado con tanta insistencia?

– Sólo necesitaba cierta información sobre algo que tal vez sepas. ¿Quieres beber algo?

Kelsey frunció el ceño e hizo caso omiso de la pregunta.

– ¿De qué se trata? *É Merrie suspiró.

– Esperaba que me dieras alguna pista sobre… viajes en el tiempo.

– ¿Viajes en el tiempo? -preguntó, arqueando una ceja.

– Sí, viajes en el tiempo. Estoy escribiendo una novela y la acción gira alrededor de la posibilidad de viajar en el tiempo.

– Ya.

– ¿Es posible? ¿Se puede hacer?

– Mira, no sé qué diablos te pasa, pero será mejor que te lleve a tu casa ahora mismo. No puedo creerlo… ¿estás a punto de lograr esa beca y te da por escribir un libro de ciencia ficción? Cuanto antes vuelvas al ambiente académico, mejor que mejor.

– No me he vuelto loca ni tengo intención de marcharme. Simplemente dime lo que necesito saber. Por favor, Kelsey…

Kelsey la miró con extrañeza.

– Está bien, pero sólo si me dices lo que ha pasado. Sé que no se trata de ninguna novela.

– Me gustaría decírtelo, pero ni yo misma sé de qué se trata exactamente. Te prometo que te lo contaré en cuanto esté segura.

– No, de eso, nada. Explícame lo que sepas. Y hazlo de forma que pueda entenderlo.

– Por favor, Kelsey… Kelsey suspiró y se apartó un mechón de su rojo cabello.

– Teóricamente, viajar en el tiempo es posible. De hecho, todos lo hacemos-, pero lo hacernos en una sola dirección, hacia delante -explicó-. Sin embargo, la teoría de la relatividad implica que si pudiéramos superar la velocidad de la luz, podríamos viajar al futuro. Al menos, potencialmente.

– Comprendo. Entonces, sería necesario viajar muy deprisa. Como volar en el Concordé…

Kelsey alzó los ojos al cielo.

– ¿Es que no estudiaste física en el instituto? El Concordé sólo rompe la velocidad del sonido. La velocidad de la luz es de trescientos mil kilómetros por segundo.

– ¿Y qué hay de viajar al pasado? Kelsey negó con la cabeza.

– No, eso no es posible. Sobre los viajes al pasado no hay ninguna teoría.

– ¡Pero tiene que haberla! -Exclamó Meredith, desesperada-. Tiene que existir un modo…

– Bueno, está la teoría del agujero de gusano -dijo Kelsey, cada vez más extrañada.

– ¿Cómo?

– El agujero de gusano. Ya sabes, los agujeros negros… hay quien afirma que si se pudiera entrar en uno y sobrevivir, se podría viajar en el tiempo y en el espacio.

– Comprendo. Entonces, supongamos que alguien entra en uno de esos agujeros negros. ¿Podría hacerlo en el siglo XVIII, por ejemplo, y terminar en Bath, en Carolina del norte, en el siglo XX?

– Según esa teoría, supongo que sí. ¿Pero por qué querría viajar a Bath? ¿Esto tiene algo que ver con tu investigación sobre Barbanegra?

Meredith hizo caso omiso de la pregunta. Aquel asunto era crucial para Griffin y para ella misma y ya estaba planteándose todo tipo de posibilidades.

– Y dime, ¿es posible que tenga uno de esos agujeros en mi casa?

– ¿Se puede saber qué significa esto? – preguntó Kelsey, frustrada.

– Limítate a responderme, por favor.

– Sí, seguro que tienes docenas de agujeros, pero serán de gusanos de verdad. Además, esa teoría sólo es una fantasía. Nadie ha entrado nunca en un agujero negro.

– Me da igual si alguien lo ha hecho o no. Simplemente dime lo que sepas al respecto.

– ¿De verdad quieres que te lo explique? Meredith, no tienes ni idea de física. Todavía recuerdo la conversación que tuvimos hace unos meses sobre mecánica cuántica -declaró Kelsey-. Dijiste que te había producido una jaqueca. ¿Y quieres que te ayude a comprender el supuesto funcionamiento de un agujero negro?

– No necesito comprenderlo totalmente. Sólo tengo que saber si.-hay un agujero negro en mi casa.

– Cualquiera sabe. Todo es posible, supongo… -dijo, frotándose la frente como si le doliera la cabeza.

– También quiero saber si una persona podría viajar en el tiempo a través de ese agujero.

– Como ya te he dicho, hay quien afirma que sí.

Meredith sonrió.

– Entonces, no estoy loca… No sabes cuánto me alegro.

Kelsey tomó a su amiga de la mano y la miró con intensidad.

– ¿Has estado trabajando demasiado? Sí, seguro que sí. Te has pasado varios días aquí, sola, y tu mente ha empezado a divagar…