– Así que volvemos a la necesidad, a Michael haciendo lo que otros necesitan.

– En eso estás equivocada. Por una vez, estoy haciendo lo que yo necesito. Cuando Jack murió comprendí que había llegado el momento de vivir mi vida.

– Y encontraste a la vez una forma de ayudar a tu abuelo -le recordó Beth.

Michael miró a lo alto, exasperado.

– Haces que parezca un boy scout. Deberías hablar con Elijah; él te explicaría la clase de insignias que he ganado.

– ¿Por qué no me lo cuentas tú?

Michael extendió los brazos a los lados.

– Soy el soltero favorito de Freemont Springs. ¿No puedes adivinarlo?

Beth se retrajo. Pensar en Michael con otras mujeres dolía. Pero mostró una despreocupación que estaba lejos de sentir.

– Así que has vivido lo tuyo.

Michael se pasó una mano por el rostro.

– No del modo que piensas, Beth. Los boy scouts no somos precisamente tontos. Nunca me he comprometido con ninguna mujer. Nunca he querido atarme.

El corazón de Beth comenzó a latir rápido y furioso. ¿Entonces por qué quería seguir casado con ella? ¿Qué había cambiado? ¿Acaso la amaba? ¿Se lo diría? Tragó para aliviar su reseca garganta.

– Michael…

– Pero ahora las cosas han cambiado -Michael bajó la mirada hacia sus manos-. Está Sabrina. Estás tú.

– ¿Sabrina? Creía que no sabías dónde estaba.

– No lo sabemos. Ese es el problema. Y no pienso permitir que tú vuelvas a pasar por eso.

Beth se pasó una mano por la frente.

– No comprendo.

– No voy a hacerte lo que le hizo Jack a Sabrina -dijo Michael-. Dejó a su hijo y a la mujer que lo quería. Eso no va a volver a suceder.

– Mischa no es hijo tuyo -murmuró Beth.

– Hoy mismo lo he reclamado como mío. Además, lleva mi nombre.

Beth tuvo que sonreír.

– Sólo el nombre de pila.

Michael se encogió de hombros.

– Lo adoptaré.

Tenía respuesta para todo. Como en otras ocasiones, su confianza apabulló a Beth. Tuvo que hacer acopio de todo su valor para decir lo que quería.

– ¿Y… el amor?

El tono de Michael fue totalmente neutro.

– ¿Qué pasa con él?

Beth sintió que el rostro le ardía.

– Tú no…

– No creo en él.

– ¿No? -Beth apretó los puños en el interior de las mangas de la bata de Michael.

– Ya has oído lo que me ha llamado Elijah. Playboy. Para ser sincero, Beth, llevo bastante tiempo disfrutando de mis relaciones con las mujeres. Si existiera el amor, ¿no crees que ya lo habría encontrado?

– Pero…

– Sí, ya te he oído decirle al abuelo que me amabas. Puedes llamar como quieras lo que sientes por mí.

– Pero yo te…

– No hace falta que lo digas -interrumpió Michael-. No es lo que quiero de ti.

Y por eso tenía que irse Beth.

– ¿Es que no comprendes, Michael? -dijo con suavidad-. Eso es todo lo que tengo para ofrecer.

Los refranes de Alice no paraban de pasar por la cabeza de Beth mientras permanecía tumbada en la cama del motel.

«Para evitar el humo, no caigas en el fuego». Ya era demasiado tarde para eso. El deseo por Michael ya la había quemado.

«No puedes devolver a la cáscara un huevo revuelto». Totalmente cierto. El deseo había llegado a convertirse en amor y nada podía hacer que eso volviera atrás.

«El amor, el dolor y el dinero no pueden mantenerse en secreto. Se traicionan pronto a sí mismos». Ahí era donde se había equivocado. Cuando le había dicho a Joseph Wentworth que estaba enamorada de Michael, lo había perdido.

Se frotó los ojos y deseó poder dormir en lugar de darle vueltas a la cabeza. Pero no dejaba de revivir el momento en que confesó su amor. Michael se había puesto tenso al oírle decirlo, y ahora ella sabía que fue en ese momento cuando decidió seguir casado.

Debería haberse sentido encantada. Unos meses atrás se habría conformado con ello.

Tal vez debería haberse conformado ahora.

Bajó de la cama y fue a mirar a su hijo a la cuna que le habían facilitado en el motel. Mischa dormía plácidamente.

Dejando a Michael, ¿estaría negándole a Mischa algo que necesitaba? ¿Algo que merecía tener?

Pensó en sus propios padres. En la persona, su padre o su madre, que la dejó en una caja ante la puerta de un hospital en Los Ángeles.

Qué sola debía sentirse esa persona…

Qué sola estaría ella sin Michael…

Pero Michael no la amaba. Michael no creía en el amor.

¿Era eso lo que había hecho posible que aquellas manos la abandonaran ante el hospital? ¿Porque no existía el amor?

Mirando a su hijo dormido, Beth sintió cómo se henchía su corazón.

Quien quiera que la hubiera abandonado ante el hospital estaba equivocado. Michael estaba equivocado. El amor existía. Claro que existía. Y merecía la pena luchar por él.

Había hecho lo correcto alejándose de Michael. Ella y Mischa encontrarían alguna forma de salir adelante. Rompería aquel absurdo acuerdo prenupcial y no aceptaría nada de Michael. No cuando lo único que quería de él era su amor.

El silencio que reinaba en la casa se parecía a la calma que sobrevenía tras una explosión. Michael se había sorprendido y enfadado al comprobar que Beth se había acostado con él esa noche teniendo las maletas preparadas en el armario. No había tardado más de quince minutos en abandonarlo.

No le había dicho a dónde iba. Él se había sentido demasiado irritado como para preguntárselo. Ahora estaba sentado en el sofá del cuarto de estar, escuchando en la oscuridad.

El teléfono sonó. Lo descolgó al instante.

– ¿Beth?

– ¿Se ha ido a bailar sin ti?

Elijah.

– ¿Qué quieres? -preguntó Michael en tono receloso.

– Un par de cosas. Primero, ¿has dado por zanjada nuestra asociación?

Elijah sabía que haría falta más que su ironía para romper una amistad de décadas.

– Tenías razón -se obligó a decir Michael.

Elijah rió.

– No sabes cuánto me alegro de estar grabando esta conversación. Y ahora, hablando en serio, ¿qué ha pasado?

– Se ha ido -Michael notó cómo se le contraía el estómago al decir aquello.

– Bueno, los dos sabemos que eres un bruto, ¿pero por qué ha dicho ella que se iba?

«Porque no la correspondo», pensó Michael. Pero fue incapaz de decirlo en alto.

– ¿Has estado… enamorado alguna vez, Elijah?

– Me conoces desde que tenemos siete años. ¿Has olvidado a Andrea Edwards?

– Pero eso fue en octavo grado.

– Y yo estaba enamorado de ella -el tono de Elijah sonó totalmente sincero.

– Yo nunca he estado enamorado.

– Ya lo sé. Yo también te conozco hace veinte años.

– Entonces, supongo que crees en ello.

– Sí.

Michael apretó los dientes.

– Quiero seguir casado con Beth. ¿No es eso suficiente? Le he dicho que no quería que fuera otra Sabrina.

– Tratas de hacerlo mejor que tu hermano Jack, ¿no?

Michael sintió la rabia revolviéndose en su interior.

– ¡Yo no soy así!

– En ese caso, deberías ser capaz de dejar que se fuera.

Otra emoción se agitaba también en el interior de Michael.

– Tú crees en el amor -dijo, para asegurarse-. ¿Por qué yo no?

Elijah suspiró.

– No lo sé, amigo. Tal vez porque nunca viste a tus padres juntos. Tal vez porque no has encontrado la mujer adecuada.

– He conocido muchas mujeres buenas.

– Pero no la adecuada para ti. Alguna en la que puedas confiar.

– ¿Confiar para hacer qué? ¿O para no hacer qué?

– Me lo estás poniendo difícil, amigo -protestó Elijah-. Me refiero a una mujer en la que puedas confiar porque quiera a Michael, no a Michael Wentworth, tal vez -sonriendo, añadió-. O una mujer que se ría de ti cuando le hagas preguntas tan tontas.

Michael suspiró.

– Has dicho que llamabas por un par de cosas. ¿Cuál es la segunda?

– Joseph.

El estómago de Michael se contrajo de nuevo.

– ¿Le ha sucedido algo?

– No, no. Pero acabo de recibir una llamada suya.

– ¿Y?

– ¿Te ha dicho Beth que esta mañana ha tratado de sobornarla?

– ¿Qué?

– Sí. Le ha ofrecido medio millón de dólares para que le contara la verdad sobre vuestro matrimonio.

Michael apoyó la cabeza contra el respaldo del sofá y gimió.

– Magnífico. ¿Y cómo es que te ha llamado Joseph para contártelo?

– También ha tratado de sobornarme a mí. Esta mañana no consiguió nada de Beth.

Michael suspiró.

– Parece que lo has perdido todo, amigo -dijo Elijah.

– ¿No sabes cómo hacer que un tipo se sienta mejor? -dijo Michael en tono irónico-. ¿Por qué has dicho eso?

– ¿No crees que ahora Beth acudirá corriendo a tu abuelo? Ahora que no tiene un matrimonio, puede que necesite el dinero.

Capítulo 11

Michael sabía que había cosas peores que verse recluido en una pequeña casa ranchera en medio de la nada, pero en aquellos momentos no se le ocurría nada. De manera que, tres días después de que Beth se fuera con Mischa, y la tarde que recibió por correo su copia del acuerdo prenupcial hecha pedazos, decidió retomar su anterior vida.

Llamó a Elijah. Quedaron en el club Route esa misma noche, la noche anterior al Día de San Valentín, una fecha tan buena como la otra, incluso mejor, para un playboy reclamando su terreno.

Se encontró con Elijah esa tarde a las ocho. La vida nocturna de los clubs no solía ponerse en marcha hasta más tarde, pero Michael había querido escapar del silencio de la casa cuanto antes.

– Lo vamos a pasar bien esta noche -dijo, forzando una sonrisa-. Nuestros problemas van a desaparecer.

Elijah lo miró con gesto escéptico.

– Lo que tú digas, colega -señaló un rincón del local-. Tenemos una mesa allí.

Elijah sabía cómo ayudar a un amigo que lo necesitaba. No sólo tenía una mesa reservada, sino que además había dos bellas mujeres que Michael no conocía esperándolos en ella. Una de ellas parecía menor de edad, pero Michael averiguó pronto que había cumplido los veintiuno y que era la hermana de un antiguo compañero de clase. Cuando el grupo del local empezó a tocar, la sacó a bailar.

– ¿No estabas casado? -preguntó la joven, Randi.

Se había presentado así. «Randi, con i latina».

Michael tensó los hombros para no dejarle acercarse.

– No salió bien -contestó-. ¿Te importa que hablemos de otra cosa?

– No, no me importa -Randi, que decía ser la jefa de animadoras del equipo de la universidad local, tenía una boca perfecta para mascar chicle y hacer pompas-. ¿Sobre qué, por ejemplo?

«Sobre cómo estará hoy Mischa», pensó Michael. «Sobre mi anillo de casado, que parece pegado a mi dedo».

Suspiró.

– ¿Te importa que dejemos de bailar? La verdad es que no me apetece demasiado.

Randi no protestó cuando la acompañó de vuelta a la mesa. Luego, Michael trató de dejar a Elijah y a sus amigas para ir a jugar al billar, pero Elijan lo sujetó por el brazo y le hizo sentarse.

– Estás damas han sido lo suficientemente amables como para acceder a quedarse con nosotros -dijo con firmeza-. Lo menos que puedes hacer es mostrarte sociable.

Sociable. Michael sabía que siempre había sido un hombre sociable. El joven y brillante hijo de la familia Wentworth. Siempre moviéndose por la superficie de las relaciones, sin acercarse ni por asomo a la posibilidad de poner un anillo en el dedo de una mujer, alejándose siempre antes de que las cosas se volvieran demasiado serias.

Pero en esta ocasión había aprendido que dolía mucho que lo dejaran a uno.

Dio un largo trago a su cerveza. Las mujeres comenzaron a charlar, comparando el aspecto del batería del grupo con Val Kilmer. Michael trató de imaginar a alguna de ellas embarazada, sola, conduciendo a través del país y manteniéndose a cambio de un trabajo en una panadería. No era justo hacer comparaciones, pensó. Nadie era Beth.

Para distraerse de aquellos pensamientos, se volvió hacia Elijah y dijo:

– Ya está bien de esconderme. Mañana iré a verte y pondremos en marcha nuestro plan para la expansión del rancho. ¿No tenemos otra reunión en el banco la próxima semana?

Elijah alzó las cejas.

– ¿No me habías dicho que Beth había roto vuestro acuerdo prenupcial?

– Sí -Michael ignoró una repentina punzada-. ¿Y qué?

– Ya te lo dije hace unos días. Tu abuelo estaba tratando de hacer que confesara la verdad sobre vuestro falso matrimonio.

– Sí, sí -replicó Michael, impaciente-. ¿Y?

Elijah movió la mano ante el rostro de su amigo.

– Hola, ¿me oyes? ¿No crees que lo sucedido significa que ya se lo ha contado a Joseph? No creo que tu abuelo vaya a darte ahora tu dinero.

Michael parpadeó. Había oído lo que Elijah le dijo sobre el intento de soborno de Joseph, pero no se había detenido a pensar en ello. Había estado demasiado ocupado lamentando la marcha de Beth.