Todavía no había pensado cómo se las iba a apañar para materializar su «milagrosa» recuperación, pero ya se le ocurriría algo. Se las había ingeniado para casar a sus otros dos hijos y, en cuanto Chase estuviera colocado, eso sería pan comido. Los otros dos no la habían perdonado del todo, pero era obvio que no se lo habían contado a Chase. Y ahora, dada la presencia de Sloane, Raina le sacaría el máximo partido a la situación el mayor tiempo posible.

– Tenemos que irnos -dijo Eric. -Tu madre tiene que descansar. -Apretó la mano de Raina, instándola en silencio a marcharse. Eric tendía a sacarla de esas situaciones y evitar que se entrometiera más.

Ella apreciaba su actitud y, como estaba más cansada de lo normal, asintió.

– Sí, me gustaría echarme un rato.

Chase entrecerró los ojos para observarla.

– ¿Te encuentras bien? Te veo un poco pálida y, teniendo en cuenta que sufres del corazón, no deberías estar dando vueltas por el pueblo.

– Estoy bien. -Cruzó los dedos mentalmente. Ni siquiera el leve dolor que sentía en los últimos tiempos reducía su sentimiento de culpa por mentir. La farsa era terrible, pero no podía negar que había ablandado a sus hijos respecto a las mujeres y a la idea de contraer matrimonio. Aunque al comienzo hubiera sido un ablandamiento casi imperceptible, había llevado a dos de ellos al altar.

Estaba claro que Chase tenía que ser el próximo.

Eric la miró e hizo una mueca con los labios.

– Chase tiene razón. Se te ve un poco agotada. -Miró a Chase. -No te preocupes, hijo. Cuidaré de tu madre.

Chase abrió la puerta de la calle.

– No me cabe la menor duda. No podría estar en mejores manos. -Dedicó una sonrisa a Eric.

– Hay que ver cómo habláis de mí, parece que ni siquiera estuviese delante -se quejó Raina.

– Ahora ya no lo estás -dijo Eric mientras la hacía cruzar el umbral y salir. -Adiós, Chase. Encantado de conocerte, Sloane.

Raina sólo tuvo tiempo de despedirse con la mano antes de que Chase cerrara la puerta y los dejara en la calle. Eric se reía tan fuerte que Raina pensó que iba a caerse al césped.

– Pues yo no le veo la gracia -dijo ella, sabiendo que estaba haciendo pucheritos como una niña pequeña.

– Te han dejado fuera, pero no te preocupes, Chase es mayorcito y sabe cuidarse solo. -Le dio una palmadita en la mano, pero Raina sabía que no la estaba aplacando, sino que intentaba aliviar su malestar. -Mientras tanto, yo me ocuparé de ti. ¿Te encuentras bien?

Raina se dio cuenta de que estaba preocupado, igual que Chase hacía un momento. Curiosa reacción para un hombre que estaba al corriente de su farsa, pensó. Se planteó contarle lo de sus recientes episodios de ahogo y leves dolores, pero su colega la doctora le había hecho un chequeo y todo había salido bien. No había motivos de preocupación así que ¿para qué mencionarlo?

Raina asintió a modo de respuesta.

– Estoy bien. -Pero estaría mucho mejor cuando supiera que Chase estaba asentado y feliz. -Sloane es una chica muy guapa. Pelirroja, y con esos rizos. No dejo de pensar que me recuerda a alguien, pero no acierto a saber a quién. -Y entonces cayó en la cuenta, los fragmentos que había ido rememorando se unieron en una sola imagen.

– ¿A quién? -preguntó Eric.

– ¿Te acuerdas de Jacqueline Ford, del instituto? -Ella y Eric habían nacido y vivido siempre en Yorkshire Falls.

Eric entrecerró los ojos esforzándose por recordar.

– ¿Una pelirroja guapa con el pelo muy rizado?

– Esa -dijo Raina entusiasmada. -Era muy reservada, porque sus padres eran muy esnobs, pero ella y yo éramos muy buenas amigas. Solíamos ir a la cabaña del árbol que tenía en el jardín cuando venía a pasar el verano, durante la época de universidad. Sigue estando ahí, en la finca de los McKeever.

Pero un caluroso día de verano, la familia de Jacqueline se mudó sin previo aviso. La casa se puso en venta y nadie volvió nunca, aparte del personal de servicio a recoger sus pertenencias. Jacqueline no siguió en contacto con Raina. De hecho, nunca regresó. Su muerte la convirtió en una especie de leyenda, aunque sólo fuera porque su padre era un senador que salía en las noticias, lo mismo que el hombre con el que se había casado, Michael Carlisle, que ahora se presentaba a la vicepresidencia. Raina había visto fragmentos de su rueda de prensa en las noticias de la noche.

No recordaba detalles de la familia de él, pero tampoco les había prestado demasiada atención. No con Eric sentado a su lado, acariciándole el cuello. Lo miró de reojo, sin olvidar ni un solo instante lo afortunada que era por tener una segunda oportunidad con un hombre maravilloso.

Jacqueline, cuya vida había sido segada de forma prematura, no había tenido esa oportunidad. Y hacía muchos años que Raina no se había acordado de su amiga. Ni siquiera al ver a Michael Carlisle en la tele, pues había transcurrido demasiado tiempo.

Pero había visto fogonazos de Jacqueline en la invitada de Chase. Lo suficiente como para alimentar su corazonada. Raina sujetó a Eric de la mano con más fuerza.

– Apostaría lo que fuera a que Sloane es hija de Jacqueline. De hecho, voy a entrar a…

– No, no vas a entrar. -Eric pocas veces se poma firme, pero sus ojos oscuros no dejaban lugar a dudas. Si eso, junto con su tono de voz severo, no bastaban para detenerla, la fuerza con que le sujetaba la mano sí lo conseguiría. -Ellos dos quieren estar solos. Aparte de eso, es obvio que Chase te ha echado.

– Nos ha echado -corrigió, luego se mordió la cara interna de la mejilla porque sabía perfectamente que Eric tenía razón. Raina era la única que había alargado su presencia allí.

Eric meneó la cabeza, aunque no consiguió evitar esbozar una sonrisa.

– ¿Qué voy a hacer contigo? -Se la acercó más y luego le dio un beso suave en la boca.

A Raina la embargó un delicioso cosquilleo e inhaló con fuerza. El olor del aire libre, la hierba cortada y el final del otoño se respiraban en el ambiente, y la hacían sentir exultante de felicidad. Justo cuando pensaba que la edad la vencería, había aparecido Eric, que la había hecho sentirse de nuevo joven, vibrante y viva.

– Lo que estás haciendo funciona de maravilla. -Le acarició la mejilla. -Y eres un encanto por aplazar el anuncio de nuestro compromiso hasta que Chase esté asentado.

– Acepté esperar a que Rick y Kendall estuvieran asentados, y ya lo están. Ahora lo único que espero es a que tus tres hijos estén en el pueblo a la vez.

– Román está en Washington, pero volverá pronto -le aseguró.

Eric frunció el cejo y se frotó la cara con la mano, un gesto que Raina reconocía y que denotaba cansancio. -Aun así…

– ¿Qué ocurre? -preguntó ella, disgustada al verlo así. Eric gimió.

– Pues que no parece el mejor momento. Aunque Román y Charlotte estuvieran aquí, a Chase se le ve muy ocupado con los problemas de Sloane. Sea cual sea la relación de ésta con Samson, ahora que se le ha quemado la casa no es muy sensato empezar a planificar una boda.

Ella había pensado lo mismo, pero temía sacar el tema a colación. No quería que Eric pensara que buscaba excusas para dejar la relación como estaba.

Qué hombre más dulce, comprensivo y cariñoso.

– Te compensaré. -Raina le sujetó la cara entre las manos. -Sé que últimamente he sido muy intransigente pero cuando esto acabe, te prometo que todo el mundo se enterará y nos casaremos lo antes posible. -Le dio un beso en la mejilla e inhaló el olor masculino y almizclado de la loción para después del afeitado que siempre le despertaba los sentidos. -Qué afortunada soy de tenerte -murmuró.

– Y eso es lo que hace que todo valga la pena, Raina.

Ella lo miró a los ojos y sonrió.

– Ahora vámonos a casa y deja que cuide de ti, para variar. -Es lo que más deseo en el mundo. -La condujo hasta el coche, le abrió la puerta y esperó a que se sentara.

– ¿Sabes? -dijo Raina antes de que él se acomodara al volante, -has conseguido despistarme para que no molestase a Chase y a Sloane. Eric se rió.

– Pero no durante mucho tiempo, supongo. -Le guiñó un ojo y cerró la puerta de golpe.

Durante el trayecto, Eric la dejó tranquila con sus pensamientos, lo cual era bueno, porque la cabeza le daba vueltas pensando en recuerdos y posibilidades. ¿Quién era la chica que estaba con Chase?

El no le había proporcionado ninguna información relevante. De hecho, no había mencionado el apellido de Sloane al presentársela y Raina conocía a su hijo y sus modales demasiado bien como para considerarlo un descuido. Sloane podía perfectamente ser hija de Jacqueline. Pero ¿por qué estaba buscando a Samson? Raina no recordaba que se conocieran por aquel entonces.

Samson había sido un joven semisalvaje, con una vida familiar desdichada. Ahora era un lobo solitario que estaba más amargado cada año que pasaba. Si la hija de Jacqueline había ido a visitarlo, debía de existir alguna relación de la que Raina no estaba al corriente.

Y la joven se merecía que la advirtieran sobre el tipo de hombre con que se iba a encontrar.


En cuanto Chase se hubo librado de su madre, dirigió una mirada voraz hacia Sloane.

– Conque no te intereso, ¿eh? -Recorrió el suelo de madera noble.

Sloane se humedeció los labios resecos.

– Tenía el presentimiento de que te fijarías en esa frase. -Precisamente por eso la había soltado. Más que nada para convencerse de que aquel hombre agotado, desaliñado y todavía tiznado no le parecía sumamente atractivo. Aunque había sido en vano.

– Repítelo, pero esta vez mirándome a los ojos. -Se le acercó.

Ella retrocedió de forma instintiva, no porque lo temiera sino porque se temía a sí misma, y estaba convencida de que traicionaría sus instintos y sentido común en favor del deseo y las cálidas emociones que él le provocaba. Se paró cuando tocó la pared del fondo.

– Dilo. -El apoyó un brazo por encima de ella, al igual que en el ascensor, aquella primera noche. -Di que no te intereso. -¿Y luego? -preguntó ella para ganar tiempo. -Luego veremos si te creo.

Sloane tragó saliva. Tenía que salir de allí y encontrar a Samson. Supuso que tendría que empezar por el Crazy Eights. Pero antes tendría que dar esquinazo a Chase, porque estaba convencida de que no la dejaría ir allí sola. Lo cual significaba que tendría que rechazarlo de forma convincente, cuando cada centímetro de su piel le estaba diciendo a gritos cuánto lo deseaba.

Se apoyó en la pared para sostenerse en pie mientras contemplaba los ojos azules y sexys de Chase.

– No me interesas.

Para su sorpresa, él esbozó una sonrisa irónica.

– ¿Ah no?

– No. -Tema las palmas de las manos cada vez más húmedas, y sólo una enorme fuerza de voluntad le impedía que se las secara en la camiseta de él. Cualquier excusa para tocarlo servía; así podría agarrar el suave algodón y atraerlo hacia ella, hasta que el calor de sus cuerpos quemara la ropa que llevaban. Dejó escapar un suave gemido y las pupilas se le dilataron de deseo.

– No te intereso. -Chase empezó a acariciarle la sensible piel del cuello con el pulgar y se detuvo al notar su pulso acelerado. -¿Por eso has soltado ese gemido? ¿El mismo gemido que cuando me corrí en tu interior?

Sloane tomó aire, sobresaltada. Incluso sus palabras tenían un efecto erótico y casi hipnótico en ella. Un efecto que en esos momentos debía ignorar.

– ¿Qué pretendes? -preguntó, con la esperanza de romper el hechizo que él le había lanzado.

Chase se inclinó hacia adelante y le rozó los labios ligeramente con los suyos, un contacto suave que le hizo sentir punzadas de deseo en todo el cuerpo. Justo cuando esperaba que Chase profundizara más el beso, él levantó la cabeza y la miró.

– Acabaremos esto después de que me duche. -Esbozó una mueca conocida con la boca y ella se dio cuenta de que acababa de decirle lo que pretendía sin articular palabra. Ella lo deseaba, y negarlo era ridículo.

Su retirada hacia el dormitorio le dio el respiro que necesitaba. Le hacía falta espacio y tiempo para pensar.

Ella y Chase habían empezado la casa por el tejado. Primero se habían acostado, y ella ya sabía que aquel hombre tenía unas manos mágicas capaces de excitarla en un instante. Bastaba una mirada de él para que el cuerpo se le encendiera. Cielos, en ese mismo momento estaba muerta de deseo.

Sin embargo a ella no le iban los rollos de una noche, y no se habría acostado con Chase de no haber estado tan afectada por la revelación sobre su origen. Además, la primera vez que le había mirado a los ojos, había sentido algo especial. Y tras haber hecho el amor, ahora se sentía vinculada sentimentalmente a él de un modo inexplicable.

Su única esperanza de mantener la distancia habría sido que él hubiera resultado ser una persona que no le gustase ni a la que respetara. Repasó mentalmente lo que había descubierto hasta el momento: intentaba hacerse el duro, pero era obvio que sentía debilidad por su madre; había intervenido para salvar a Sloane, había pensado en protegerla la única noche que habían pasado juntos. Con todas esas cosas a su favor, ¿cómo no iba a gustarle?