Chase tenía la boca húmeda y cálida, y Sloane gimió ante aquel ataque a su intimidad. Sabía que su intención era que salieran del local sin enzarzarse en una pelea pero también había visto el destello de la pasión en lo más profundo de sus ojos azules. Él la deseaba y se lo estaba demostrando. Se lo estaba demostrando al bar entero, pero a Sloane no le importaba.
¿Cómo iba a importarle si se había hecho cargo de la situación con un dominio absoluto? Abarcaba con sus labios los de ella, acariciándolos primero en una dirección y luego en otra, recorriendo todos los rincones de su boca con la lengua.
Sloane siempre había salido con hombres que estaban ansiosos por hacer lo que ella quisiera, y que se comportaban con un decoro y un respeto exquisitos. Era lo suficientemente lista como para saber que la posición de su padre era determinante en ese sentido, pero se había acostumbrado a llevar la batuta. Ningún hombre había osado jamás tratarla como si fuera de su propiedad. Chase sí. Llevaba la iniciativa, sus movimientos eran codiciosos y posesivos y mentiría si dijera que esa actitud nueva no le gustaba, lo suficiente como para rodearle el cuello con los brazos y devolverle el beso, casi hasta el punto de perder el control. Tanto era así, que la pilló desprevenida que se separara de ella.
– ¿Qué te parece esto como prueba? -le preguntó Chase a Dice sin apartar su mirada ardiente de ella.
– Joder, tío, también yo sabría besarla y hacer que se derritiera.
– Más bien vomitar -musitó Sloane, que estaba harta de la actitud machista de aquel hombre repugnante.
– No pienso seguir tus órdenes -le dijo Chase al motero. -Nos largamos. -Y cogió a Sloane de la mano para sacarla del bar.
– Tú no te vas a ningún sitio. Por lo menos no con la chica. -A juzgar por la mirada amenazadora de Dice y la forma como su banda empezó a rodearlo, hablaba en serio.
A ella el estómago se le encogió de puro miedo. Y entonces observó el duro perfil de Chase. Era periodista y tenía debilidad por su familia, pero Sloane estaba descubriendo que no le faltaban agallas. A pesar de la situación de peligro en la que estaban, Sloane se sentía absurdamente segura al lado de él.
– Tú déjala aquí y yo mismo te acompañaré a la puerta. -Dice soltó una risita burlona, pero Sloane no le veía la gracia.
– Estoy harto de tanta gilipollez. -Chase se irguió y le dio una patada a un taco, cuyo tintineo resonó en el repentino silencio. -Aquí nadie me dice cuándo y dónde debo estar con mi novia. No pienso besarla otra vez hasta que tenga ganas, y tú me las estás quitando. Así que lárgate de mi vista. -Dio un paso adelante con determinación.
Sloane le lanzó una mirada rápida. Parecía que le hubiesen cincelado el rostro en granito duro. Sintió miedo. No quería que a Chase le estropearan su bonita cara ni que le aporrearan el cuerpo por culpa de Dice. O, mejor dicho, por culpa de ella, porque era ella quien lo había conducido a aquel bar y metido en aquel embrollo.
¿Dice quería una prueba de posesión? Había llegado el momento de que Chase se la diera, cosa que, por otra parte, acababa de dejar claro que haría, pero con sus condiciones. Sloane tenía la intención de asegurarse de que esas condiciones se cumplieran.
Se acercó tímidamente a él y luego le pasó la mano por los hombros, hasta notar sus duros músculos bajo la camiseta.
– Venga -le susurró. -Me gusta tener público. Hace tanto… calor.
Sloane le dio un mordisquito en el lóbulo de la oreja y Chase se estremeció. No podía decirse que hubiera mentido, dado que, cuando estaba con Chase, independientemente del lugar, se sentía «caliente». Aunque desde luego preferiría disfrutar de la comodidad de su casa. Sin Dice ni amenazas.
– ¿Quieres calor? Yo te daré calor -replicó Dice haciéndose el duro delante de sus amigos.
Chase apretó los puños al darse cuenta de que el grandullón se tomaba en serio todas y cada una de las palabras y acciones de Sloane, dispuesto a abalanzarse sobre ella.
Chase, que se mostraba paciente y contenido, lo miraba con furia mientras pensaba su siguiente movimiento. A Sloane le costaba un poco más disimular sus emociones. Desplazó los dedos por el cuello de él, se los hundió en el pelo y le masajeó el cuero cabelludo con la palma de las manos.
– ¿Es que no me deseas? -le preguntó, cuando en realidad quería decir «¿No tienes unas ganas locas de largarte de aquí?».
La voz de Sloane estaba teñida de desesperación y le notaba los dedos agarrotados. El no podía ceder a su miedo porque entonces perdería la ventaja que le llevaba a Dice.
La miró a los ojos.
– Claro que te deseo. -Decía la verdad. Chase estaba a punto. A punto de llevarse a Sloane lejos de allí y a punto de hacerle el amor allí mismo, sobre la dichosa mesa de billar.
Lo del público tenía su importancia. Besarla y reivindicar su posesión tenía un atractivo primitivo y carnal. Se había contenido por respeto hacia ella, pero no iban a poder largarse de allí hasta que quedara bien claro que era suya.
A pesar del miedo, era obvio que Sloane lo entendía y, a juzgar por el brillo de excitación que despedían sus ojos, y su voz grave, que lo deseaba. Además, la forma como le acariciaba el cuero cabelludo incrementaba su conciencia y agudizaba los sentidos de Chase. Lo mismo que el peligro circundante.
– Entonces, ¿a qué esperas? -preguntó ella.
Chase notó que Dice se le acercaba por detrás y se dio cuenta de que se le estaba acabando el tiempo.
– Buena pregunta. -La levantó por la cintura, se dio la vuelta y la sentó en el borde de la mesa de billar antes de colocarse entre sus piernas. Incluso con la barrera de los vaqueros, el ardor lo consumía. Recordaba exactamente cómo era aquella húmeda cavidad que ella tenía entre las piernas y empezó a sudar.
Dice, que seguía detrás de él, lo animaba a actuar, pero Chase pensaba ir a su ritmo. Bajó la cabeza y besó el cuello de ella. Sloane despedía un olor dulce y tenía la piel caliente y suave en contacto con la lengua que la iba lamiendo. Dejó escapar uno de aquellos gemidos que a él le encantaba oír. Tal vez Sloane lo matara por aquello, pero moriría feliz.
De todos modos, no podía posponer la situación por más tiempo. Le apartó el pelo largo y enmarañado de la piel, y le dio un chupetón en la zona húmeda del cuello. Los aplausos, silbidos y demás demostraciones de apoyo que los rodeaban eran cada vez más fuertes aunque, por la cuenta que le traía a Chase, era como si estuvieran solos. Sin embargo no lo estaban y, para conseguirlo, tenía que dar otro paso.
De nuevo le deslizó la lengua por la tersa piel -una, dos veces- y luego se quedó ahí lo suficiente como para que Dice pensara que la estaba marcando del modo más visible y primario posible. Levantó la cabeza y puso a la aturdida Sloane de pie. Entonces se quitó la chaqueta y se la colocó sobre los hombros, de forma que las solapas y el pelo le taparan el cuello. Que Dice pensara lo que quisiera.
– Nos largamos. -Chase le apretó la mano con fuerza y se dispuso a dejar atrás al motero, si bien se dio cuenta de que sus amigos esperaban el visto bueno del tipo para dejarlos ir.
Dice asintió con la cabeza y el grupo se dispersó para permitirles alcanzar la puerta. A Chase el alivio le duró dos segundos, el tiempo de dejar atrás al grupo de gente, porque entonces ella se paró. Le dio una sacudida en la mano y Chase se detuvo en seco.
Sloane volvió la vista hacia Dice, sus colegas y los viejos que habían vuelto a jugar al billar otra vez como si nada.
– Oye, Earl -llamó.
Chase se puso tenso y la sujetó de la mano con fuerza, a sabiendas de lo que iba a pasar a continuación, e incapaz de hacer nada para impedirlo.
– Hasta el viernes. -Se despidió con la mano libre. -Y si ves a Samson, dile que venga.
Chase se había hartado. Salió como alma que lleva el diablo por la puerta llevando a Sloane casi a rastras. En cuanto estuvieron seguros en el vestíbulo, la agarró por los antebrazos.
– Estás loca -dijo, zarandeándola y dando vía libre a su frustración. -No pienso dejarte volver aquí el viernes por la noche ni loca. No después de lo que he tenido que hacer para salvar tu precioso culo.
Sloane lo miró con unos ojos demasiado abiertos e inocentes para su gusto.
– Gracias por el cumplido. -Se dio una palmadita en el trasero y, aunque lo intentó, no fue capaz de reprimir una sonrisa.
– No me refería a eso.
Esta vez se rió, y dejó escapar un sonido ligero y despreocupado que hizo que Chase también se animara.
– Lo sé. Y gracias por salvarme. De verdad. -Le tocó la mejilla. -Nadie ha hecho una cosa así por mí ni por mi…
– ¿Cara bonita? -No iba a permitir que se librara de la culpa tan fácilmente.
– Yo no lo diría así, pero bueno. -Se envolvió más con la chaqueta.
– Siento haber tenido que hacer una escenita tan ridícula -le dijo Chase.
– Yo no. -Y sonrió mientras el rubor le subía a las mejillas.
Chase meneó la cabeza, sorprendido y alucinado. ¿Quién era aquella mujer llamada Sloane Carlisle, hija de un político destacado, que tenía el aspecto de la porcelana fina pero que poseía más agallas que cualquiera, y a quien, por lo que parecía, le había gustado la situación que acababan de vivir?
A él también, pero él era un hombre, y sabía que había tenido la situación controlada. Más o menos. Ella no había tenido forma de saberlo.
– No tenías por qué venir a buscarme, pero has venido. Y no me digas que es porque le prometiste a mi madrastra que lo harías -dijo Sloane.
Chase soltó un gemido. Lo tenía acorralado. Era verdad que nadie le había puesto una pistola en la cabeza ni lo había obligado a ir a buscar a Sloane. Lo había hecho por iniciativa propia. Porque estaba preocupado por ella.
Todas esas emociones que afloraban a la superficie lo hacían sentir tenso e incómodo. Y sólo había una forma de remediarlo: volver a dedicarse a su trabajo, lo que le hacía mantener los pies en el suelo y conservarse lúcido.
– Vamos a casa. Sloane asintió.
– En eso no te puedo llevar la contraria. -En cuanto lleguemos, quiero que me cuentes exactamente por qué es tan importante para d que encontremos a Samson. A Sloane le entró el pánico. -Pero…
– Nada de peros. No me he jugado el pellejo ante una banda de moteros para que encima no me lo cuentes.
Sloane bajó un poco la cabeza.
– Es personal, Chase. Profundamente personal.
El tono de súplica que empleó le llegó al corazón pero, junto con la necesidad de darle lo que necesitara, también estaba decidido a obtener respuestas.
– ¿Quieres volver aquí el viernes por la noche?
Sloane asintió.
– Ya sabes que sí.
– Entonces, a no ser que Rick me deje unas esposas y te deje encerrada en casa, tendrás que explicarte. De lo contrario, olvídate de que me juegue el pellejo otra vez o deje que te lo juegues tú -sentenció, abriendo la puerta.
– Pensaba alojarme en un hotel.
– No. -No tenía intenciones de perderla de vista.
– No tienes por qué responsabilizarte de mí, independientemente de lo que Madeline te hiciera prometer.
El la sujetó de la mano con más fuerza.
– En Yorkshire Falls no hay ningún hotel, y no vas a volver a Harrington a no ser que yo te acompañe. Asunto zanjado.
– De acuerdo. -Se encogió de hombros porque sabía que no tenía más remedio. En vez de pelear, Sloane supuso que ceder en ese momento la beneficiaría más adelante. -Gracias.
Él soltó un gruñido a modo de respuesta.
Sloane apretó la mandíbula mientras se dirigían al coche de Chase. Entonces volvieron a discrepar, porque Chase no quería que ella fuera en su coche. Sloane volvió a ceder y él le prometió que recogerían el auto por la mañana. Teniendo en cuenta su estado de ánimo y que ella era la causante, por no hablar de que le había salvado el pellejo, Sloane consideró que era preferible darle la razón en esas pequeñas cosas.
Como alojarse en su casa en vez de en un hotel. Se preguntó si tendría habitación de invitados o si después del numerito del bar, esperaba que durmieran juntos. Si eso era lo que él quería, a ella le resultaría imposible resistirse.
Se levantó un viento frío a su alrededor, el otoño cedía paso a un invierno prematuro. Le dio la impresión de que el viento le atravesaba la piel. Algo parecido a lo que Chase le había hecho sentir hacía un rato. Se estremeció al recordarlo de pie entre sus piernas, mirándola con un brillo de depredador en los ojos. Es posible que Dice dirigiera el espectáculo, pero cuando Chase se le echó encima, había sido como estar solos.
Sin previo aviso, él le retiró la chaqueta de los hombros y se la sostuvo para que introdujera los brazos por las mangas.
– Te castañetean los dientes.
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