– Y tú eres un buen chico.
Chase frunció el cejo.
– No te precipites. Todavía no he decidido hasta qué punto lo soy.
Ella tampoco había decidido qué decirle sobre su relación con Samson. Por un lado, él la había ayudado y era normal que quisiera respuestas. Por otro, aquél era el aspecto más íntimo y doloroso de su vida.
En tal caso, ¿por qué en el fondo le parecía bien compartirlo con Chase, casi un desconocido que encima era periodista?
– El coche está aquí. -Señaló dos vehículos más allá, en la calle, y ella estuvo a punto de echar a correr para evitar el frío. -¡Chase!
Una voz femenina pilló por sorpresa a Sloane. Chase se paró a hablar con una guapa morena que lo saludó entusiasmada y le plantó un beso en los labios.
A Sloane le molestó ver que otra mujer conocía a Chase lo suficiente como para darle un beso. Lo cual resultaba ridículo. Aquel hombre tenía vida propia y ella no había sido más que un rollo de una noche.
– He visto el coche y he reconocido la matrícula -dijo la mujer. -Luego he entrado en el supermercado. Ya ves que hoy hago la compra tarde. -Llevaba la bolsa en los brazos. -Acabo de salir y aquí estás. -Lo miraba con sumo placer.
Sloane notó que se le encogía el estómago mientras esperaba la reacción de Chase.
– Hola, Cindy.
No supo qué pensar de su tono de voz. ¿Se alegraba de verla o no?
– Hace tiempo que no sé nada de ti. -Le dijo sin que pareciese ofendida ni quejumbrosa, pero resultaba evidente que sí estaba un poco decepcionada.
– He estado ocupado. Bueno, deja que te ayude a llevar la compra. -Chase le cogió las bolsas.
– ¿No vas a presentarme a tu amiga? -preguntó Cindy en cuanto se fijó en Sloane, que había optado por envolverse todavía más en la chaqueta de Chase y observar la escena.
El exhaló un largo suspiro.
– Cindy, te presento a Sloane. Sloane, ella es mi… -se quedó callado el tiempo suficiente como para que Sloane entrecerrara los ojos- amiga Cindy. -Chase acabó las presentaciones apretando la mandíbula, claramente insatisfecho.
Sloane tampoco es que estuviera encantada. Todo apuntaba a que tenían algún tipo de relación y a ella le gustaría saber de qué tipo, aunque él no parecía muy comunicativo.
Tras la torpe presentación, Chase ayudó a Cindy a llevar las bolsas al coche y se despidió. Pero no sin darle un rápido beso en la mejilla, lo cual hizo que Sloane se consumiera de celos.
¿Cuándo era la última vez que un hombre le había provocado ese tipo de emociones? Nunca. Se mordió el labio inferior y se acomodó en el asiento del pasajero del coche de Chase, preguntándose qué hacer o decir a continuación.
– Podemos hacer un trato. -Se oyó soltar a sí misma sin haberlo pensado en absoluto.
– ¿Qué tipo de trato? -preguntó él mientras accionaba la llave del contacto, se incorporaba a la carretera y se dirigía a casa, antes de mirarla por el rabillo del ojo.
– Tú me cuentas qué relación tienes con Cindy y yo respondo a tus preguntas sobre Samson.
Durante el trayecto, Chase paró en un Burger King y, como estaban muertos de hambre, comieron en el coche. Sloane sabía que él esperaba respuestas, pero ella tenía que telefonear en cuanto llegaran a casa, y Chase comprendió su necesidad de contactar con Madeline antes que nada.
La llamada tranquilizó a Madeline, que estaba histérica. Gracias a Román, que había hablado con Rick, su madrastra se había enterado de la explosión. Sloane prometió llamarla más a menudo a partir de entonces, aunque sobre ese asunto de la casa tenía poco que contar. Chase había llamado a Rick desde el móvil cuando salieron del salón de billar y, aunque los bomberos seguían investigando, por el momento consideraban que la explosión había sido un accidente.
Si se dejara guiar sólo por las emociones, Sloane se habría sentido inclinada a aceptar esa explicación. Conocía a Frank y a Robert desde niña y le costaba creer que fueran capaces de infligir daño físico voluntariamente a otra persona. No obstante, cuando pensaba con la cabeza y recordaba las amenazas de Frank, le entraban dudas. Fuera como fuese, se negaba a dejar que Madeline cargara con ese peso.
Según su madrastra, Michael estaba frenético porque Sloane sabía la verdad sobre su origen y todavía no había hablado con él. Sloane prometió que lo haría pronto e incluso lo habría hecho en aquel mismo momento por teléfono de no ser porque su padre estaba en una reunión, planeando la estrategia con Robert y Frank. Según su madrastra, estos dos no parecían preocupados por la «enfermedad» de Sloane o su ausencia de los actos de campaña y, tal como habían acordado, Madeline sólo le había contado la verdad a Michael.
Sloane optó por no mencionar a Chase ni el hecho de que le hubiera encomendado cuidar de ella, y colgó. Supuso que Madeline tenía derecho a tomarse ciertas libertades propias de las madres. Una vez zanjados más o menos los asuntos domésticos, Sloane se cambió de ropa y regresó a la sala de estar.
Después de todo lo que había pasado a lo largo del día, estaba agotada. De no ser por los asuntos que todavía tenía pendientes, seguro que se habría quedado dormida en seguida, tranquila al pensar que su secreto seguía a salvo.
Pero todavía tenía que lidiar con Chase.
Exhausto y acelerado a la vez, Chase puso los pies encima de la mesita de delante del sofá. Echó una ojeada al teléfono y vio que la luz roja se había apagado. Sloane había colgado.
Al cabo de unos instantes, salió de la habitación de invitados, el cuarto pequeño que Chase le había adjudicado mientras estuviera en su casa.
– Debajo de la mansa superficie corren aguas bravas, ¿no? -dijo.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Pues que contigo nunca se sabe. Me has dejado atónita con tu actitud dominante en el bar. -Se acomodó en un rincón del sofá, en el lado opuesto al de él, aunque a Chase le llegaba su fragante aroma a vainilla. Ahora que habían acordado que se alojaría allí, Sloane había dejado unas cuantas cosas en el único cuarto de baño de la casa.
Le había preguntado si le importaba y él había dicho que no. Era mentira. Sloane ya estaba convirtiéndose en difícil de olvidar.
Se había quitado la ropa del bar y se había puesto unos pantalones de chándal grises y una vieja camiseta rosa que se le ceñía a la altura de los pechos. Y no llevaba sujetador.
Chase intentó tragar saliva pero se le había secado la boca.
– ¿Habrías preferido que Dice hiciera lo que hubiera querido contigo?
– No. -Se echó a reír. -Pero ahora sé que Chas? Chandler tiene muchas facetas.
– Lo mismo podría decir de ti, Sloane Carlisle. -Motivo por el que no podía arriesgarse a llevársela a su habitación, a su cama. Otra vez no.
Aunque ella le había transmitido todas las señales adecuadas esa misma noche, no estaba dispuesto a aceptar su invitación silenciosa. Se sentía tan atraído por todos los aspectos de su personalidad, incluso por lo que aún no conocía, que suponía un verdadero riesgo para su futuro.
Lo cual lo llevaba de nuevo a sus secretos.
– Creo que ha llegado el momento de que, para empezar, me digas por qué estabas en el Crazy Eights y, para continuar, por qué tenemos que volver el viernes por la noche.
– ¿Tenemos? -Arrugó la nariz sorprendida por el plural elegido.
El frunció el cejo al darse cuenta de que ella quería cambiar de tema.
– Sabes perfectamente que no pienso dejarte ir sola. Así que cuéntame por qué tenemos que ir allí.
Sloane se recostó en el cojín y cerró los ojos. Los rizos sueltos le caían sobre los hombros y su intenso color rojizo contrastaba con el gris apagado del sofá. Ella añadía color y luz a una existencia anodina. Chase tenía ganas de tumbarla allí mismo y empaparse de esa luz de la única forma que sabía.
«Ahora no, Chandler. Ándate con pies de plomo», se advirtió.
– Antes de hablarte de Samson -dijo ella devolviéndolo a la realidad, -necesito estar segura de que puedo confiar en ti. -Ladeó la cabeza y lo miró a los ojos.
– No es que crea que se deba pagar por los favores, pero hoy te he salvado la vida. Dos veces -le recordó. -¿Y sigues preguntándote si puedes confiar en mí?
El tono dolido de su voz la pilló por sorpresa. Era periodista. Se suponía que su interés por ella se basaba en los hechos, no en los sentimientos. Pero, por el motivo que fuera, su interés no tenía nada que ver con todo eso.
Se mordió los labios brillantes y se paró a pensar antes de hablar.
– Me han enseñado a recelar de los reporteros. -Se retorcía los dedos con nerviosismo.
Estaba erigiendo una barrera mucho más alta y resistente que la que él hubiese podido levantar jamás.
– No es posible cambiar quienes somos.
– Cierto. Y no puedo olvidar ciertas cosas que has dicho. -Exhaló un suspiro. -Cualquier cosa que te cuente que pudiese ayudarte en tu carrera es susceptible de herir a personas que quiero. Así que, perdona, pero necesito saber y preguntar hasta qué punto eres de fiar, Chase.
El deseó poder tranquilizarla al respecto, pero su instinto y la adrenalina empezaban a bombear con fuerza en su interior.
– ¿Estás pidiendo mi silencio? -Porque si su secreto era tan grande como insinuaba, se preguntó si realmente podría cumplir tal promesa.
– Espero que cuando oigas lo que tengo que decir, comprendas por qué hay que mantenerlo en secreto. Pero en algún momento quizá pienses que ha llegado la hora de revelar la historia. -Apretó el reposabrazos del sofá y los dedos se le pusieron blancos. -Y eso me asusta.
Chase se sentía frustrado y no tenía ni idea de qué iba todo aquello.
– No me estás dando ninguna respuesta clara. -Ya lo sé. -Cambió la postura de las rodillas y se desplazó hacia él.
Su fragancia lo dejó descolocado. Ella se le acercó todavía más.
– Eso es porque todavía no he conseguido lo que te estoy pidiendo -añadió Sloane.
– Información sobre mi vida personal. -Chase le dedicó una sonrisa irónica, si bien no se sentía en absoluto sarcástico ni despreocupado.
– Me parece un intercambio justo -dijo ella.
Pero cuando lo miró, con sus labios a escasos centímetros y su brillo tentador, a él no le pareció justo en absoluto. Sobre todo hablar sobre una vida, la suya, que siempre había mantenido en privado, incluso con sus hermanos. Y eso que eran sus mejores amigos.
Sin embargo, allí, sentado con Sloane en su casa, un lugar al que nunca había llevado a ninguna mujer, le parecía agradable y apropiado.
– No puede ser que quieras oír hablar de mí, no después del día que hemos tenido.
– ¿Intentas darme largas? -preguntó ella.
Chase se rió.
– No.
– Entonces habla. -De acuerdo.
Al oír esas palabras, Sloane se acurrucó a su lado, apoyando el cuerpo en el de él. Chase la notó relajar los músculos; a continuación, ella bostezó y exhaló un suspiro de aparente satisfacción. Irónico. Era obvio que Sloane dudaba sobre si revelarle información, pero con la sutileza del lenguaje corporal demostraba que confiaba en él plenamente. ¿Sería consciente de ello?
El sí y le producía pavor. Incluso hablar y revelar sus cosas más personales le parecía un ejercicio menos peligroso que pensar en lo que sentía por Sloane.
– Mi padre murió cuando yo tenía dieciocho años -dijo por fin.
Nunca había mantenido esta conversación con una mujer, ni siquiera con Cindy, con la que había tenido la relación más duradera. -Lo siento -musitó Sloane. Chase se encogió de hombros.
– El murió y yo tuve que hacer frente a la situación. Dejé de estudiar, me hice cargo del periódico y ayudé a mamá a criar a mis hermanos. No tuve más remedio. -Recordó esa época, cuyo dolor y dificultades no eran más que un tenue recuerdo, pero que todavía le afectaban.
Después de escucharlo, Sloane por fin entendió cómo se había moldeado su personalidad.
– Eres un buen hombre, Chase Chandler. -Y entonces se dio cuenta de lo que había querido decir él al afirmar que había vivido por los demás. El hecho de que estuviera dispuesto a renunciar a su vida por su familia suponía toda una lección de humildad.
Chase se limitó a soltar un gruñido y Sloane supuso que le costaba aceptar cumplidos. -Debió de ser duro.
– A veces. Y dar ejemplo a Rick y a Román era un coñazo. -Soltó una carcajada. -No podía hacer mucha, llamémosle así, vida social. No mientras eran jóvenes y vivían en casa.
– ¿Y qué pasó con tu «vida social» cuando se emanciparon? -preguntó un tanto tensa.
– Me había acostumbrado a ser discreto. Además, si vives en un pueblo y no quieres que todo el mundo se entere de los detalles de tu noche anterior, no haces nada de lo que puedas arrepentirte. O eso o te pasas el día en el pueblo de al lado. -Hundió los dedos en su pelo e iba enroscando en ellos pequeños mechones a los que daba suaves tironcitos.
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