Era más información de la que Sloane necesitaba, pero Izzy no se daba cuenta, y continuó sin hacer una sola pausa.

– Sin embargo, a un hombre joven y viril como Chase -arqueó las cejas de forma insinuante, -estoy segura de que no hace falta que diga más.

«Decididamente no», pensó Sloane. Pero Izzy era amable y bienintencionada, así que Sloane sonrió.

– Ya me encargaré de decirle a Beth y a Charlotte que les haces buena publicidad. -Decidió marcharse antes de que Izzy le contara nada más.

Se dio la vuelta, encaminándose hacia la puerta, y estuvo a punto de chocar con una rubia de edad parecida a la suya. Agarró la bolsa con fuerza para que no se le cayera el desayuno.

– Lo siento.

– No ha sido nada. -La mujer se hizo a un lado para dejar pasar a Sloane. -Eres nueva en el pueblo.

Ni siquiera se lo preguntaba, pensó Sloane. Al parecer, en aquel lugar reconocían de inmediato una cara nueva. Nada que ver con Washington, donde veía a gente distinta todos los días.

Sloane asintió.

– Estoy de paso. -No quería ser maleducada, pero ya habían pasado muchos minutos desde que había salido de la casa. No quería que Chase volviera y pensara que había huido para evitar hablar.

La guapa rubia sonrió.

– Yo también estaba de paso cuando llegué a Yorkshire Falls. Luego decidí establecerme aquí. Perdona, soy Kendall Sutton, bueno, Kendall Chandler. -Meneó la cabeza y sonrió. -Supongo que todavía no me he acostumbrado al nuevo apellido. Estamos recién casados -explicó.

Entonces cayó en la cuenta.

– Eres la mujer de Rick.

Kendall asintió, sonriendo.

– Soy Sloane…

– Carlisle -susurró Kendall. -Lo sé. Rick me ha hablado de ti. Pero a diferencia del resto del pueblo, puedes confiar en mi discreción.

La calidez que Kendall desprendía le hizo pensar que en efecto podía confiar en ella. Eso y el hecho de que estuviera casada con el hermano de Chase. Los Chandler le parecían hombres listos y prudentes en el trato con otras personas.

– Te lo agradezco -repuso Sloane.

Kendall le aguantó la puerta abierta.

– No sé cuánto tiempo piensas quedarte, pero si en algún momento necesitas una amiga o quieres compañía, llámame.

– Descuida. -A Sloane le cayó bien la mujer de Rick. Mientras volvía al coche, pensó que le gustaban muchas cosas de aquel singular pueblo del norte del estado, incluida la gente amable que la saludaba al pasar y el ritmo de vida más pausado que en Washington.

Y cuando subió por el camino de entrada a la vivienda de Chase y aparcó en la parte posterior, descubrió que lo que más le gustaba era volver a casa sabiendo que él estaba allí.

CAPÍTULO 09

Oyó el coche y el chirrido de la puerta delantera al abrirse y luego cerrarse. Chase estaba relajado en la cama, escuchando los sonidos del regreso de Sloane. Abrió los ojos y se encontró con dos visiones deliciosas: Sloane y una bandeja con su desayuno preferido, torrijas y beicon.

Observó la comida y a su invitada con cara de agradecimiento.

– No hacía falta que te tomaras tanta molestia.

– No me quedaba otro remedio si quería comer. -Entre risas, se sentó delante de él, con las piernas dobladas de forma que la bandeja los separaba. -Además, no ha sido ninguna molestia. Quería tener algún detalle contigo.

Era una novedad a la que no estaba acostumbrado. Un detalle sin demasiada importancia pero que hacía que deseara abrir su corazón a Sloane.

Cogió una servilleta y se la tendió a ella, y luego quitó la tapa de plástico de su vaso de café.

– Y quizá también querías estar ocupada mientras hablábamos.

– Eres demasiado perspicaz.

Chase advirtió el nerviosismo que denotaba su voz. Era una mezcla de fuerza y vulnerabilidad, solidaridad e independencia, y Chase se sentía atraído por todas sus facetas.

– Gracias por la comida.

– De nada.

Pasó la mano por encima de la bandeja como si quisiera salvar una línea divisoria y le apretó la mano.

– No estés nerviosa. No quiero hacerte ningún daño.

Sloane arrugó la nariz mientras pensaba en lo que acababa de decirle.

– Es curioso lo mucho que confío en ti a pesar del periodista que hay en tu interior.

Chase sonrió de manera inesperada para ella. -Me alegro.

Sloane tomó un sorbo de café y él hizo lo mismo, aunque no le hacía falta el estímulo que le proporcionaría la cafeína. Sloane ya lo estimulaba lo suficiente.

– ¿Me quieres contar el porqué de esa confianza repentina?

Sloane se encogió de hombros.

– Has salvado mi precioso culo, como tan elocuentemente dijiste.

– Eso es agradecimiento, algo muy distinto a la confianza. -Y ¿por qué necesitaba aquella confianza con tanto ahínco, cuando el periodista que había en su interior le gritaba que su historia podía dar un vuelco a su carrera? Traducción: no debía implicarse más a nivel personal.

– ¿Por qué he tenido que encontrar a un hombre perspicaz? -Bajó la mirada hacia la bandeja y cogió un tenedor. -También hay otros motivos. Para empezar, ya he confiado en ti de una forma totalmente íntima. No lo hago 'a menudo ni a la ligera como te dije. -Jugueteaba con la magdalena intacta que tenía en el plato, machacando trocitos con el tenedor y sin mirarlo a la cara. -Y no me habría vuelto a acostar contigo si no significaras algo para mí.

El corazón, que le estaba latiendo rápidamente, casi se le paró.

– Tú también significas algo para mí -reconoció Chase con voz ronca.

– Ni siquiera Madeline sabe algunas de las cosas que te voy a decir, Chase. No podrás contárselas. Por lo menos, no hasta que sea seguro -añadió, tragando saliva. -Pero en algún momento tendrás que decidir qué es lo que te conviene.

Sloane lo miraba con tanta esperanza y confianza, que Chase se preguntó si estaba condenada a llevarse una decepción. Le costaba creer que el destino fuera a ser tan cruel como para hacerle elegir entre la aprobación de Sloane y sus deseos más vehementes.

Pero ese momento todavía no había llegado.

– Cuéntamelo, Sloane. ¿Dices que Samson es tu padre? -Todavía no había asimilado la noticia ni lograba vincular a aquella hermosa mujer con el excéntrico solitario en modo alguno.

– Aunque te cueste creerlo, sí. -Soltó el tenedor.

Seguía sin probar la magdalena y como él se sentía mal por ella, tampoco había probado su comida.

– ¿Cómo ocurrió?

– Supongo que al estilo antiguo.

Chase se rió.

– No me refería a eso.

– Lo sé. -Cambió de postura varias veces, cruzando y descruzando las piernas bajo el cuerpo. -Al parecer, antes de que mi padre, quiero decir, Michael, entrara en escena, mi madre estaba enamorada de Samson. Por lo que la gente dice de él por aquí, deduzco que no es el ciudadano más distinguido.

Chase vaciló mientras buscaba una forma diplomática de describir al hombre.

– Es…

– No suavices la realidad -le pidió. -Sé tan sincero conmigo como yo lo soy contigo.

Chase asintió y admiró su fortaleza.

– Es excéntrico y antisocial. Es lo que suele decirse de él. -¿Siempre ha sido así?

Se encogió de hombros. La verdad es que no tenía ni idea.

– Es posible. Seguro que mi madre lo sabe y, teniendo en cuenta que ella siempre ha sido amable con él, es probable que no. -Pero a Chase nunca se le había ocurrido preguntar por el pasado del hombre, o por el motivo por el que se había vuelto tan huraño. Le disgustó darse cuenta de lo negativo y corto de miras que había sido con un hombre que resultaba ser el padre de Sloane.

Esta lo miró con una sonrisa forzada en los labios. -A lo mejor algún día se lo pregunto.

– Entonces prepárate para responder tú también a sus preguntas -dijo Chase con ironía. Sloane se rió.

– Tu madre me cayó muy bien. Tiene agallas. Chase entornó los ojos. -Es una forma de decirlo.

– Oye, no te pongas así. Está claro que es algo que mis padres no tenían.

– ¿Por qué dices eso? Tú tienes muchas agallas y fortaleza, y seguro que de alguien las has heredado -dijo intentando tranquilizarla sobre un tema espinoso para ella. Sobre el que él seguía teniendo muchos interrogantes.

– No sé. -Los ojos de Sloane", abiertos y llenos de dolor, estaban empañados de lágrimas. -¿Qué tipo de personas permiten que los compren?

Chase aguzó los sentidos, como le correspondía dada su profesión.

– ¿A qué te refieres?


– Parece ser que mi abuelo, el padre de Jacqueline, amenazó a Samson con algo lo suficientemente fuerte como para hacer que dejara a mi madre, y que cobró dinero por ello.

Chase parpadeó, asombrado por la revelación. ¿Soborno? Se preguntó, además, si el senador Carlisle habría tenido algo que ver. Se contuvo de lanzar preguntas acusatorias por el momento para que Sloane se sintiera tranquila y razonara con normalidad. Le preocupaban sus sentimientos y no quería herir aún más sus emociones.

Negó con la cabeza sabiendo que ésa no era la actitud que adoptaría un periodista que se preciara de serlo. Pero nunca se había sentido menos reportero y más hombre que con esa mujer.

– Supongamos que Samson tenía buenos motivos para aceptar el dinero. Por lo menos hasta que no se demuestre lo contrario, ¿vale? -No estaba seguro de creerse lo que estaba diciendo pero daba la impresión de que Sloane necesitaba esperanza. Lo mínimo que podía hacer era dársela. -Si te sirve de consuelo, Samson nunca ha vivido como si le hubieran regalado dinero.

– Lo sé. Entré en la casa antes de la explosión. -Se estremeció y se rodeó el cuerpo con los brazos. -Daba miedo, y tristeza.

Chase asintió.

– Entiendo cómo te sientes. -Se pellizcó el puente de la nariz mientras intentaba asimilar sus pensamientos. -¿Por qué has venido a buscar a Samson ahora? -preguntó, volviendo al comienzo. Estando el senador en plena campaña, ése debía de ser el momento menos oportuno para buscar a su verdadero padre.

– Porque acabo de enterarme. En realidad, la noche que nos conocimos. -Se levantó de la cama y empezó a ir de un lado a otro. -Iba a cenar con mis padres y llegué a la habitación del hotel antes de tiempo. -Se retorcía las manos al hablar y era obvio que necesitaba los gestos rápidos y el movimiento continuo para hacer acopio de fuerzas.

– Continúa.

Sloane carraspeó.

– Michael y Madeline no estaban allí pero su jefe de campaña sí, junto con su ayudante. Hombres a los que conozco desde niña. Hablaban en susurros, con apresuramiento, sobre el hecho de que Michael no era mi verdadero padre y que necesitaban eliminar una amenaza para la campaña. Frank nunca habla por hablar ni hace promesas que no piense cumplir. -Enderezó la espalda y continuó: -Entonces, cuando dejé de darle vueltas a la noticia de que Michael no era mi verdadero padre, me di cuenta de que tenía que venir aquí y advertir a ese hombre al que no conozco. El hombre que es mi… padre.

Y el hombre cuya casa acababa de explotar, pensó Chase. O el incendio había sido pura coincidencia o los hombres de Michael Carlisle habían cumplido sus amenazas. Agarró las sábanas con fuerza al advertir la gravedad de la situación. Al parecer, a Sloane no le preocupaba tanto el peligro que ella corría como encontrar a Samson. Lo cual significaba que él tendría que protegerla.

Estaba demasiado centrada en otras cosas, y tenía el presentimiento de que sabía por qué. La verdad sobre Samson todavía era cruda y reciente.

– O sea que te enteraste y saliste corriendo. -Chase se levantó, se acercó a ella y le colocó una reconfortante mano en el hombro.

– Directamente a tus brazos.

Se volvió hacia él y levantó la cabeza.

Chase sonrió.

– Menos mal que estaba allí para cogerte.

– Sí. -Sloane le devolvió la sonrisa. -Menos mal.

– Has dicho que cuando dejaste de darle vueltas al asunto, decidiste advertir a Samson. Pero creo que no lo has hecho. -No he hecho ¿qué?

– Acabar de darle vueltas al asunto. -Deslizó la mano sobre su piel y la rozó con el pulgar. -Es absolutamente normal. -Y él quería ayudarla a asimilar aquellos sentimientos encontrados y complejos.

– No he tenido tiempo de preocuparme de mí. Cuando haya encontrado a Samson, ya me ocuparé de los sentimientos sobrantes.

– Creo que debes enfrentarte a tus emociones, Sloane. No tienes a Samson delante ni puedes hacer nada para encontrarlo. Por lo menos no ahora mismo. -Le acarició la mejilla y los ojos de ella resplandecieron de agradecimiento y, afortunadamente, de mucho más. -¿Por qué no me dejas cuidar de ti?

– Porque he ido a comprarte el desayuno precisamente para poder hacer lo mismo por ti. Cuidar del hombre que siempre cuida de los demás.

– ¿Quién te ha dicho eso?

– Tú. -Se echó a reír sin apartar la mirada de él. -Puedo cuidarme sólita pero agradezco la oferta. -Se puso de puntillas y le dio un beso rápido en los labios, demasiado breve para el gusto de él. -La torrija debe de estar fría. Voy a calentártela en el microondas.