El Rompecorazones

The Heartbreaker (2003)

3° de la Serie Hermanos Chandler

CAPÍTULO 01

Chase Chandler cruzó la puerta que conducía al vestíbulo del Dulles International Airport e inspiró hondo. Cada soplo de aire que respiraba fuera de Yorkshire Falls, su pueblo natal, le proporcionaba libertad verdadera. Por fin.

– ¡Eh, hermano mayor! -Su hermano pequeño, Román, le dio un fuerte y caluroso abrazo. -Bienvenido a Washington D.C. ¿Qué tal el vuelo?

– Inmejorable. Corto y puntual. -Chase se colgó la bolsa al hombro y se encaminó a la salida. -¿Qué tal tu mujer?

Román esbozó una sonrisa boba.

– Charlotte es increíble. Y está cada día más gorda. Mi hijo va creciendo en su interior -añadió, como si no les hubiera recordado a todos cien veces que Charlotte estaba embarazada. -Falta un mes. -Se frotó las manos ante la expectativa.

– Hace poco, lo último que querías en el mundo era esposa e hijos. Tuvimos que echar una moneda al aire para decidir quién de nosotros le daría a mamá el nieto que tanto deseaba. Y ahora mírate. Casado y futuro padre, y más contento que unas pascuas. -Chase negó con la cabeza, asombrado y satisfecho por el cambio de su hermano pequeño. Román había sentado cabeza y era feliz, lo cual también hacía feliz a Chase. Había cumplido con su deber con la familia.

Román se encogió de hombros.

– ¿Qué puedo decir? Eso era antes. Ahora soy un hombre nuevo.

– ¿Te refieres a antes de que te convirtieras en un adulto? -Chase le guiñó un ojo y su hermano se rió por lo bajo.

Los dos sabían que a Román le había costado mucho llegar a la conclusión de que casarse con Charlotte no significaba sólo dejar su vida de corresponsal extranjero, sino cambiarla por algo que iba a resultarle más satisfactorio. Ahora trabajaba de columnista de opinión para el Washington Post, y tenía esposa y familia.

– No tienes ni idea de lo que te pierdes -dijo Román sin pestañear. -Una mujer a la que deseas ver al llegar a casa, un cuerpo cálido en la cama y alguien que te quiere incondicionalmente.

Como fanáticos conversos, tanto Román como Rick, su hermano mediano que también se había casado hacía poco, no dejaban de predicar los beneficios del matrimonio. Pero a Chase no lo convencían.

– Créeme, puedo vivir sin eso, muchas gracias. El día que me sienta muy solo, me compraré un perro.

En sus sueños no entraban una esposa e hijos. Prácticamente había tenido que criar a sus hermanos, que, por mucho que los quisiera, habían sido unas buenas piezas. No necesitaba más locos bajitos en su vida. Desde que cumplió dieciocho años y su padre murió repentinamente, Chase había sido el hombre de la familia y su modelo a seguir. Había asumido la dirección del Yorkshire Falls Gazette y ayudado a su madre a criar a sus hermanos, funciones que nunca le habían molestado. Chase no era de los que volvían la vista atrás. Y ahora, con treinta y siete años, podía hacer por fin lo que quisiera con su vida, e intentar cumplir los sueños que había dejado en suspenso. Empezando por su viaje a Washington.


Rodeó a una pareja que avanzaba lentamente y siguió las indicaciones hacia el aparcamiento. Miró a Román. Seguía teniendo expresión alelada, y Chase esbozó una amplia sonrisa.

– Supongo que puedo llamar a mamá y decirle que vas por ahí como un padre orgulloso.

– No te molestes -dijo Román, alcanzándolo. -Cuando no estamos en Yorkshire Falls, llama por teléfono una vez al día y habla con Charlotte.

Chase asintió. Así era Raina, su madre, entrometida y orgullosa de serlo.

– Bueno, no sabes cuánto me alegro por ti. -Le dio una palmadita a su hermano en la espalda.

– Y yo me alegro de que, por una vez, hayas dejado el periódico en otras manos y hayas decidido dar prioridad a tu vida.

Chase respondió con un gruñido. Al fin y al cabo, el chico tenía razón. Desde que se había hecho cargo del periódico no había delegado sus responsabilidades en el Gazette ni una sola vez.

– El coche está en el aparcamiento. -Román hizo una seña hacia donde tenían que ir y Chase lo siguió, aunque estuvo a punto de tropezar con un niño que había decidido echar a correr.

– Gracias por venir a recogerme -dijo Chase. Vio que el pequeño rebelde había sido ya acorralado por sus padres. Román y Rick tenían once y quince años respectivamente cuando su padre murió, es decir, eran lo suficientemente mayores como para ocuparse de sí mismos, y Chase no había tenido que hacerse cargo de ellos durante la infancia. Gracias a Dios, porque la adolescencia ya había sido lo bastante dura.

– ¿Qué tal está mamá? -preguntó Román.

– ¿A qué te refieres?

– A… su… salud.

– ¿Balbuceas por algún motivo? -inquirió Chase.

Román aceleró el paso, aunque permaneció en silencio. Chase tenía la impresión de ver girar el cerebro de su hermano en busca de una respuesta. Meses atrás, Chase había llevado a su madre a urgencias porque se quejaba de unos dolores en el pecho. Posteriormente, les dijo a sus tres hijos que le habían diagnosticado una grave enfermedad coronaria. Aunque ellos hablaron con la doctora, la confidencialidad médica les impidió averiguar nada más aparte de lo que Raina les había contado. Los tres habían revoloteado a su alrededor para asegurarse de que se cuidaba. Como Raina había restringido todas sus actividades, a Chase no se le ocurrió poner en duda el diagnóstico, hasta que empezó a observar incongruencias. Demasiado color en las mejillas para estar mal del corazón. Demasiadas dosis de antiácidos, o la última prescripción de un medicamento para el reflujo gástrico, que, si no se trataba, podía tener graves consecuencias. Y que subiese o bajase corriendo la escalera cuando pensaba que nadie la veía.

Como periodista nato, empezó a sospechar que se trataba de una manipulación evidente. También sospechó que sus hermanos, que últimamente parecían menos preocupados por la salud de su madre, sabían algo que él desconocía.

– Rick y yo tenemos que hablar contigo -dijo Román.

– ¿Sobre el falso problema coronario de mamá?

Román se paró de golpe; una mujer estuvo a punto de chocar con él y un hombre lo esquivó y soltó unos cuantos improperios al pasar por su lado.

– ¿Lo sabes?

Chase asintió.

– Lo sé.

– Mierda. -Román lo miró de hito en hito. -íbamos a contártelo.

Chase se pasó una mano por el pelo y soltó un gruñido. No le importaba lo más mínimo que estuvieran en medio del aeropuerto, bloqueando el paso de la gente. Hacía tiempo que tenía ganas de encararse con Román respecto a ese asunto y se alegraba de poder desahogarse al fin.

– ¿Me dejasteis al margen por algún motivo?

– Yo me enteré justo antes de que Charlotte y yo nos prometiéramos. Rick lo ha sabido hace menos. Si él hubiese podido venir a Washington, pensábamos contártelo este fin de semana. -Extendió las manos hacia adelante. -¿Qué puedo decir?

– Quien me debe una explicación no eres tú, sino mamá.

Román arqueó una ceja.

– ¿No sabes por qué fingió estar enferma?

– Bueno, explicación no es la palabra correcta. Claro que lo sé. Lo hizo porque quería nietos. Quería que nos preocupásemos tanto que convirtiéramos en realidad sus deseos. Hasta ahí llego. Pero nos debe una disculpa a todos, joder.

– Si te sirve de consuelo, su estratagema ha reducido considerablemente su vida social. Ella y Eric no han podido ir a bailar, salir por ahí ni hacer las cosas que a ella le habrían gustado.

– Menudo consuelo. -Chase relajó los hombros para aliviar la tensión. -¿Qué te parece si este fin de semana nos olvidamos de los problemas familiares y nos dedicamos a divertirnos?

– Me parece perfecto. Dejaré que te instales en el hotel, luego cenaremos con Charlotte y mañana tendrás la primera degustación de políticos de Washington. Ahora larguémonos de aquí de una vez.

– Totalmente de acuerdo.

Román, junto con Chase, se encaminó a los ascensores que conducían al aparcamiento.

– No me extraña que el senador Carlisle se presente a las elecciones a vicepresidente -comentó Chase sobre la noticia que lo había llevado a la capital. Román asintió.

– A mí tampoco. Ese hombre es un modelo de perfección política, incluso estando casado en segundas nupcias.

Afortunadamente para Chase, Jacqueline Carlisle, la difunta esposa del senador, había nacido y crecido en Yorkshire Falls, lo cual le daba a Chase un pretexto para ir a Washington.

– Dado que el actual vicepresidente es demasiado viejo y no tiene ganas de presentarse a las elecciones, nuestro presidente puede aprovechar para el modelo. Alguien con carisma y refinamiento.

– El senador Michael Carlisle, de Nueva York -declaró Román.

– Sí. Me he informado sobre él. Después de la muerte de Jacqueline, su primera esposa, Carlisle se casó con su compañera de piso y mejor amiga de la universidad. Madeline Carlisle crió a la primera hija del senador, Sloane, y luego ella y el senador tuvieron gemelas, Edén y Dawne. -La perfección política, como había dicho Román.

– ¿Has visto alguna foto de la hija mayor del senador?

Chase negó con la cabeza.

– Sólo un vistazo fugaz de las gemelas o alguna mala foto tomada de lejos. ¿Por qué? Román se echó a reír.

– Porque me parece que te gustará lo que vas a ver. El ascensor está por aquí. -Señaló a la izquierda.

– Desde el punto de vista profesional, todo lo relacionado con los Carlisle me gusta. -Porque, salvo que se produjera algún escándalo o cometiese alguna estupidez, el apuesto y destacado senador iba camino de la presidencia, y Chase pensaba utilizar su vinculación a Yorkshire Falls para llevar a cabo un buen trabajo periodístico.

Román se echó a reír.

– ¿Eres consciente de que al preguntarte por la hija de Carlisle no te estaba hablando de trabajo? -Entornó los ojos. -Por supuesto que no. Siempre tan por encima de todo, siempre tan profesional. -Se puso serio. -Fuiste mi modelo, ¿sabes?

El orgullo que destilaba su voz hizo que Chase se sintiera como un farsante. Román había conseguido más en la vida que Chase.

– Y tienes razón -continuó su hermano pequeño, ajeno a los pensamientos de Chase. -Esta noticia te brinda la oportunidad perfecta de ir más allá del periodismo de provincias. Con el enfoque adecuado, alguno de los grandes periódicos podría fijarse en ti.

Al oír las palabras de su hermano, a Chase empezó a subirle la adrenalina de una forma que no recordaba desde que asistió al funeral de su padre y enterró sus sueños. Pero la paciencia y la lealtad familiar habían dado sus frutos. Por fin le había llegado la hora.

Las puertas del ascensor se abrieron y entraron en él.

– Y resulta que yo tengo el enfoque adecuado. El que hará que te adelantes a quienes siguen el rastro de Carlisle. ¿Quieres saber lo que no te conté por teléfono? -preguntó Román.

– Claro. -Chase dejó su bolsa en el suelo y miró a su hermano, expectante.

– Charlotte es amiga de Madeline Carlisle. Es dienta de su tienda de lencería aquí en Washington, y acabaron haciéndose amigas. Buenas amigas. Madeline no concede muchas entrevistas, pero puedo conseguirte una exclusiva cara a cara con la esposa del senador.

A Román le brillaban los ojos de emoción, incrementando con ello la de Chase, cuyos instintos se agudizaban ante la perspectiva de un gran artículo.

– Román.

Su hermano alzó la mirada.

– ¿Sí?

A Chase no se le daba bien expresar sus sentimientos ni se sentía cómodo haciéndolo. Sus hermanos estaban acostumbrados a sus largos silencios. Lo comprendían mejor que nadie. Ladeó la cabeza.

– Gracias.

Román lo observó con los ojos empañados.

– Yo diría que te lo debía, pero probablemente no estuvieras de acuerdo. Así pues, digamos que eres muy bueno y que te lo mereces, y dejémoslo así.

Chase asintió.

– Me parece bien.

– Una cosa más -añadió Román mientras la puerta del ascensor se abría al oscuro aparcamiento. -Washington no sólo es bueno para las intrigas políticas. También tiene una buena cantidad de mujeres disponibles.

Chase frunció el cejo.

– Pensaba que estabas felizmente casado.

– Yo sí, pero tú no, hermano.


Sloane Carlisle intentó combinar su precioso minivestido color fucsia con una chaqueta negra formal, pero el resultado le pareció horrible. Las prendas de Betsey Johnson eran para lucirlas, no para ocultarlas. Decepcionada, relegó el modelo al fondo del armario, junto con el resto de su ropa retro. No podía ponerse un vestido de un color tan cantón, con una falda tan corta y con la espalda al aire. No el día en que su padre, el senador, anunciaría su decisión de aceptar la oferta de presentarse a candidato a la vicepresidencia en las siguientes elecciones.