– Me lié contigo. He vivido el momento y me propuse disfrutar contigo al máximo, pensando que luego, cuando volviera a casa, ya me las apañaría. Pero acaban de dispararme. -Meneó la cabeza y entonces tuvo que soltarle la mano para apartarse el pelo de la cara.
Chase echó de menos su calor y esperó que no se tratara del preludio de una retirada más importante.
– Me he dado cuenta de que la vida es demasiado corta como para conformarse con menos que lo mejor -le dijo, mirándolo a los ojos.
– Entonces tengo que insistir. No veo ningún problema, porque yo he llegado a la misma conclusión. -El corazón le latía a un ritmo desconocido para él: el miedo, la emoción y la adrenalina se combinaban para ponerlo al límite. -Te lo diré una vez, te quiero, Sloane. Antes pensaba que lo lamentaría pero ahora quiero actuar en consecuencia. Quiero pasar el resto de mi vida contigo -declaró, intentando respirar y conteniendo la respiración al mismo tiempo, mientras aguardaba su respuesta.
Sloane cerró los párpados. Una única lágrima se deslizó por su mejilla. El la recogió con el pulgar y saboreó la humedad sacada que la convertía en parte de él de un modo tan minúsculo pero íntimo.
– Estás preparado para pasar el resto de tu vida conmigo. Ahora, después de que casi me perdieras. -Exhaló un largo suspiro. -Claro que sí -dijo sin alegría en la voz. Sin emoción.
– ¿Sloane? -preguntó él lleno de temor cuando antes había habido unidad y satisfacción. -¿Qué está pasando por esa bonita cabeza tuya? -Porque, fuera lo que fuese, tendría que hacerle olvidar esos pensamientos negativos.
Ella se humedeció los labios antes de hablar.
– Es conocida la lealtad que sientes por tu familia, Chase. Necesitas proteger. Te he visto en acción y es un sentimiento en ti muy fuerte. Admirable, incluso. Y, por supuesto, te sentirías culpable si pensaras que me has fallado de alguna manera.
Chase entrecerró los ojos y optó por dejarla acabar antes de presentar su contraargumento.
Sloane iba describiendo círculos con la mano encima del vendaje, como si quisiera reconfortarse mientras hablaba.
– Igual que cuando tu madre se puso enferma. Te sentías tan culpable por no estar allí que te plantaste a su lado en el hospital y luego en su casa. No querías que yo estuviera contigo. De hecho me echaste, ¿recuerdas?
De nuevo Chase se limitó a asentir. Que expusiera sus argumentos, se dijo, luego él se los contrarrestaría uno a uno. Pero tenía un nudo en la garganta y el miedo lo iba embargando poco a poco, lo cual lo hacía dudar. ¿Y si no conseguía convencerla?
No, se negaba a creerlo. La convencería.
– ¿De qué tienes miedo, cariño? -preguntó con voz queda. Al fin y al cabo, le habían disparado y ahora se cuestionaba todo su mundo y a él.
Sloane lo miró con los ojos empañados en lágrimas.
– No es miedo, es certeza. Creo que me quieres.
– Eso es buena señal.
.Sloane soltó una carcajada un tanto forzada. -Ningún hombre insiste en ello si no va en serio. El se pasó la mano por el pelo, confundido. -Entonces, ¿qué pasa?
– Estás dejando que el sentimiento de culpa te empuje un paso más allá y te haga pensar que «Te quiero» significa para siempre. No es así, Chase. Te estás dejando llevar por la culpabilidad.
– No…
– Déjame acabar -ordenó de una forma poco propia de Sloane. -Chase Chandler, el salvador. Es el papel que mejor se te da. Lo he visto muchas veces desde que nos conocimos. Pero nunca antes había habido una situación de vida o muerte. No estabas conmigo cuando me dispararon, y por eso crees que tienes que estar conmigo para siempre. Para protegerme de todo lo que me pueda pasar. -Alzó la voz: hablaba claro y hablaba en serio.
Y cada una de las palabras que brotaban de sus labios voluptuosos estaba empapada de una certeza absoluta. No iba a convencerla con tópicos y Chase lo comprendió: ella le había expuesto los motivos por los que desconfiaba de sus palabras.
– Bueno, hasta cierto punto tienes razón. Quiero protegerte y estar contigo para siempre. Pero no porque me sienta culpable. -Se levantó y empezó a ir de un lado a otro de la habitación. -Sé cuáles son mis sentimientos -aseguró, ofendido por el hecho de que ella pensara lo contrario independientemente de lo que hubiera dicho o hecho en el pasado.
Sloane exhaló un suspiro.
– Chase, te hiciste cargo y sacaste adelante una familia por pura necesidad. Tú mismo dijiste que esa época ya había acabado. Podrías haber dicho perfectamente «Ahora ya sé lo que es».
– Cruzó un brazo sobre el pecho. – Nada ha cambiado «parte de mi encuentro con la muerte. Y, al igual que con el cara a cara con la muerte de tu madre, te has puesto en plan «No voy a dejarte». Pero no te preocupes, se te pasará -dijo, con excesivo cinismo para el gusto de Chase.
– ¿Qué te hace estar tan segura de que lo sabes todo?
– Todo no, pero a ti te conozco.
Fue hacia ella, apoyó las manos en las almohadas sobre las que estaba recostada y se le acercó. Tanto que podía enterrar el rostro en su cabello, aunque se levantó un poco para explicarse.
– Yo también me conozco, y he cambiado.
– Es temporal -insistió ella, haciendo sobresalir el labio inferior con determinación.
– Es imposible que esto sea temporal. -Apresó su boca con la de él, sin aceptar vacilaciones ni argumentos, atrajo su voluptuoso labio inferior al interior de su boca y la saboreó. Su boca cálida y húmeda le decía que estaba viva, que no la había perdido ni la perdería.
Decidido a convencerla, a hacerla suya, profundizó el beso, hizo que su lengua asumiera el mando y recorriera los húmedos rincones de la boca de Sloane. Hasta que no estuvo convencido de haber dejado su impronta en cada milímetro no suavizó el beso, y luego se excitó todavía más disfrutando del roce sensual de sus labios.
Entonces se separó de ella en contra de su voluntad.
– Estamos hechos el uno para el otro, cariño. -Apoyó la frente en la de ella.
– No mientras te sientas obligado. Y no quiero que cargues con una esposa a la que no dejarás por sentirte demasiado culpable. -Tomó aire y luego pronunció las palabras que suponían su perdición: -Adiós, Chase.
Chase salió de la habitación de Sloane como un autómata. Fuera de la vida de ella. No era definitivo, se dijo, pero no estaba convencido, no sabía cómo recuperarla ni cómo reaccionar a sus sentimientos. Sentimientos que se había esforzado por cimentar en su mente.
Seguía dando vueltas a esas mismas ideas cuando pisó la redacción del Gazette por primera vez en toda la semana. Evitando las miradas del personal y esquivando a Lucy antes de que empezara a hacerle preguntas, se atrincheró en su despacho sin ni siquiera responder al teléfono. Estaba tan ensimismado que ni siquiera oyó que lo llamaban hasta que Madeline Carlisle tamborileó con sus dedos impecables sobre el viejo escritorio.
– Tenemos que hablar, señor Chandler -dijo con tono serio y directo, el mismo que estaba convencido que empleaba con sus hijas y marido con buenos resultados.
Lástima que no estuviera de humor para plegarse a sus deseos.
– ¿No debería estar en el hospital con Sloane?
– No malgastas las palabras ni pierdes el tiempo con saludos. Lo respeto. -Se rió ella, haciendo caso omiso de su pregunta.
Como no estaba de humor, Chase había abandonado los buenos modales y de inmediato lamentó haber sido tan brusco con la madre de Sloane.
– Disculpe mis modales -dijo, poniéndose en pie. -Siéntese, por favor.;-Hizo un gesto con la mano para señalar los asientos del despacho.
Ella meneó la cabeza.
– No, gracias. Me he pasado el viaje sentada. Si no te importa, prefiero quedarme de pie.
– ¿Quiere beber algo, al menos? -Señaló la vieja nevera y el mueble bar contiguo que su padre había instalado cuando ocupaba aquel despacho.
– No, gracias. -Agarró las asas del pequeño bolso que llevaba y lo miró a la cara.
– Tenemos que hablar de asuntos serios.
Chase tragó saliva. Si esos asuntos incluían lo mucho que había herido a Sloane, no le hacía falta el sermón. Todavía veía el dolor de sus ojos y notaba el adiós reticente pero decidido de su beso.
Y si Madeline quería hablar de que no había cumplido su parte del trato por no haber mantenido a Sloane a salvo, pues tampoco le hacía falta el sermón. Ya se fustigaría él solo.
Se levantó y empezó a ir de un lado a otro del despacho, decidido a dar por terminada la conversación lo más rápidamente posible.
– ¿En qué puedo servirla?
– En primer lugar, me gustaría darte las gracias por cumplir tu parte del acuerdo. Respeto a los hombres íntegros y honrados.
Chase se paró en seco, se volvió y contempló a la mujer, convencido de que había perdido la cabeza y la capacidad auditiva. Cuando vio lo que le pareció una sonrisa genuina y cálida en los labios de ella, pensó que tampoco veía bien. No obstante, no percibió sarcasmo alguno en las palabras o expresión de Madeline.
– ¿Cómo dice? -Entrecerró los ojos en un intento de entender lo que estaba pasando. -¿Ha olvidado que su hija yace en una cama de hospital por mi culpa?
Ella dejó el bolso encima de la mesa y se apoyó en la misma.
– A no ser que tú dispararas el arma, y sé que no fuiste tú, te sugiero que te libres de la culpa con la que cargas. Robert y Frank iban a por Samson. Ni nada ni nadie podía haber evitado lo ocurrido. Ni siquiera tú.
Para ella era fácil decirlo, pensó Chase. Era obvio que no conocía todos los detalles. Probablemente Sloane se los hubiera ahorrado.
– Ahora pongámonos manos a la obra antes de que el resto de los periodistas averigüe qué está pasando en realidad. Te debo una exclusiva y estoy dispuesta a cumplir mi palabra.
El estómago se le encogió al ver que, después de todo lo que había hecho, seguía queriéndole contar la historia de su familia.
– Lo siento pero no me parece bien aceptar la exclusiva -declaró.
¿Realmente habían brotado de su boca esas palabras? ¿Acababa de renunciar al artículo de su vida? ¿El artículo que había querido a toda costa? ¿Y por qué a pesar de todo eso tenía la impresión de que hacía lo correcto?
Madeline meneó la cabeza con expresión resuelta.
– No seas tonto. Hay docenas de reporteros que cogerían esta historia y se marcharían corriendo, sin hacer preguntas. Se trata de una oportunidad única para tu carrera y te la has ganado. ¿Por qué rechazarla?
Chase se acercó a ella y la cogió de la mano.
– Es usted una mujer amable, Madeline, pero sabe tan bien como yo que tenía que haber estado con Sloane cuando le dispararon. En el mejor de los casos, habría podido evitarlo. Y si no, por lo menos habría estado allí.
Madeline arqueó una de sus delicadas cejas.
– ¿Te pedí que te pegaras a Sloane o solamente que la vigilaras? Lo cual, por lo que parece, hiciste muy bien.
¿Era aquello una sonrisa maliciosa? ¿Y por qué le recordaba tanto a Raina en sus mejores momentos de entrometida? Chase negó con la cabeza.
– La cagué.
– La culpa es un sentimiento inútil en una vida de duración incierta -manifestó Madeline mientras exhalaba con frustración. Cogió un bloc de notas y un lápiz, se volvió y se los dio a Chase. -Ahora mismo, te sugiero que escuches y tomes nota.
Luego ya te plantearás por qué eres tan duro contigo mismo. Y a continuación, más vale que lo superes. Mi hija se merece algo más que un hombre que se regodea en sus penas.
A Chase le daban ganas de aplaudirla.
– Veamos. -Se sentó y cruzó las piernas. Un gesto muy femenino que no acababa de cuadrar con sus palabras duras y decididas. -Mi marido vendrá aquí dentro de poco para añadir su versión de la historia, así que ya puedes ir tomando nota. -Se recostó en el asiento y lo miró. -A no ser que prefieras usar una grabadora.
Chase se rió por lo bajo.
– Tendría que conocer a mi madre.
– Seguro que nos llevaríamos de maravilla. Habrá mucho tiempo para las presentaciones. Otro día.
Al cabo de unas horas, después de que Chase oyera la historia de boca de Madeline y el senador en persona, los reveladores detalles que suponían la oportunidad periodística de su vida, se sentó a escribir el artículo.
Se trataba de una historia de amor y pérdida, por parte de Samson, Michael, Jacqueline y Madeline, y ahora Sloane. El artículo podía hacer que los votantes se decantaran por el senador Michael Carlisle, un hombre bueno y honrado que se había portado bien con una joven en apuros, o bien los convenciera de que había utilizado a esa misma muchacha en su beneficio político. Chase, por su parte, creía que, independientemente de las razones políticas de Michael para casarse con Jacqueline, también la había querido. Y, en realidad, la había salvado de su padre, quien la habría destruido emocionalmente.
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