– Silencio -dijo Rick guiñándole un ojo a Hannah. -Esta semana te quedas sin paga.
– Hannah, ven aquí y deja tranquilos a Rick y a Chase -le dijo Kendall desde el otro extremo de la sala.
Rick entornó los ojos.
– Demasiado poco y demasiado tarde -le informó a su mujer.
Kendall se encogió de hombros.
– Lo he intentado. -Acto seguido dirigió la mirada a Raina, que estaba sentada en el sofá, hojeando una revista.
Chase clavó un pie en el suelo de linóleo y se planteó qué contarle a Rick de que Sloane le hubiera dejado.
– Nunca pensé que tuvieras.mucho cerebro, pero tengo que reconocer que acertaste conmigo y con Sloane.
Rick arqueó una ceja.
– ¿Qué pasó? -preguntó sin atisbo de broma o de risas en el tono o la expresión.
Cuando la cosa se poma fea, los hermanos se ayudaban entre ellos v dejaban las bromas y las tomaduras de pelo de lado.
– Le pedí que se quedara. En cierto modo le dije que había cambiado de opinión, que quería un futuro.
– Y ella se marchó de todas formas -dijo Rick. El recuerdo hizo que Chase sintiera un pinchazo en su pobre corazón.
– Eso es obvio.
– Pero no sabes por qué.
Azorado por estar hablando de sus fracasos y de su vida amorosa, Chase se limitó a negar con la cabeza.
– ¿Quieres que te explique claramente los motivos de Sloane? -le preguntó Rick.
– Por mí, puedes empezar. -¿De qué otro modo iba Chase a arreglar la situación? A él se le habían agotado las ideas.
– Sloane te conoce bien. -Rick acercó una silla y se sentó a horcajadas en ella. -Probablemente tan bien como Román y como yo, y, teniendo en cuenta el poco tiempo que habéis pasado juntos, eso tiene mucho mérito.
Chase resopló.
– ¿A eso lo llamas explicar? Cuéntame algo que no sepa. Rick se encogió de hombros.
– Relájate. Allá voy. Supongo que Sloane pensaba que querías un rollo. Corto por definición. Sin compromiso.
Chase cruzó los brazos sobre el pecho y miró a su hermano mediano.
– Sigues sin impresionarme. Todo eso resulta obvio.
– Apenas estoy empezando. -Rick se frotó las manos ante la expectativa. -Piensa esas cosas porque tú le soltaste tu famosa frase: «La seguridad es lo primero y los hijos, ni pintados». ¿Me equivoco?
A Chase le escocían los ojos y se los frotó con gesto cansado.
– Más o menos. -Era lo que les había estado diciendo a sus hermanos durante años, cuando se había visto obligado a cumplir con la obligación paterna de hablarles de sexo seguro. -¿Y?
– Pues que las mujeres tienen una memoria de elefante -explicó Rick. -No es probable que Sloane olvide que lo dijiste.
– Cabía pensar que agradecería el hecho de que hubiera cuidado de ella -farfulló Chase.
– Seguro que lo agradece. Pero luego se enamoró, y todo ese agradecimiento se fue al garete. Ahora lo que quiere es la casa, la cerca blanca y los hijos -dijo Rick, lanzando una mirada a su esposa, que estaba sentada y cogía a Raina de la mano.
Chase exhaló un suspiro.
– Pero le dije que yo también quería esas cosas.
– Después de que hubiera visto a Chase Chandler en acción. Te ha visto con tu familia, ha visto cómo dabas prioridad a mamá. Si no me equivoco, ha visto cómo te crecías en una crisis y luego te alejabas de ella. -Rick ladeó la cabeza hacia Chase, en espera de una respuesta.
– ¿Qué demonios te hace pensar que me conoces tan bien?
Rick abrió mucho los ojos.
– Crecí contigo, el modelo de perfección. Ni una sola vez te desentendiste de una responsabilidad. Pero cuando estabas solo y tranquilo, te encerrabas en ti mismo. Estoy seguro de que eso no ha sido fácil para Sloane.
– Sí, pero, a pesar de eso me quiere -repuso Chase a la defensiva.
– Sin embargo ella está en Washington y tú aquí, ¿qué pasa? -Su hermano arqueó una ceja, retándolo.
– No cree que la quiero. Mierda, no es verdad. -Chase dio un puntapié a la pared, y luego se alegró de llevar zapatillas de deporte y no haber causado ningún desperfecto. -Sí cree que la quiero, lo que no cree es que quiera esas cosas que has mencionado. -Caminó de un lado a otro de la sala. -¿Acaso un hombre no puede cambiar de opinión? Las mujeres lo hacen constantemente y no nos queda más remedio que aceptarlo.
– Las mujeres son una especie aparte. Pueden hacer lo que les dé la gana y, como bien has dicho, los hombres lo aceptamos. Es nuestro sino.
– Te he oído -dijo Kendall desde el otro lado, lo cual hizo que Chase se diera cuenta de que ella y su madre se habían quedado calladas y estaban escuchando los problemas de Chase.
– Y yo te quiero aunque seas una cotilla -le respondió Rick antes de centrarse de nuevo en Chase. -¿Sloane tenía algún motivo para creer que habías cambiado de opinión sobre el matrimonio? Las mujeres necesitan pruebas.
– ¿Quieres hacer el favor de dejar de meternos a todas en el mismo saco? -sugirió Raina, que participaba en la conversación por primera vez. -Cada mujer es diferente. Estoy convencida de que Sloane necesita pruebas porque no quiere pensar que te engatusa para que te cases con ella.
Chase se dio una palmada en la cabeza.
– ¿Desde cuándo esto es una conversación familiar? -farfulló. -No tengo nada que demostrar. La quiero. Quiero pasar el resto de mi dichosa vida con ella, pero ella cree que ese deseo se me pasará. ¿Habéis oído alguna vez en vuestra vida una idea más ridícula?
Raina dejó la revista que estaba hojeando.
– Debe de tener un motivo.
Chase miró a su madre, molesto por su intento de ser la voz de la razón, y apretó los dientes. Si no fuera porque diseccionar su vida aliviaba la espera del parto de Charlotte, dejaría esa conversación en ese mismo instante. Menos mal que Hannah estaba mirando la tele y no les hacía ningún caso.
– Debe de tener un motivo -la imitó Chase. Pero cuando se paró a pensar, se vio obligado a reconocer la verdad. -Lo tiene -dijo en voz alta. -Sloane piensa que tengo complejo de salvador. Que me siento culpable por no haber estado allí cuando le dispararon.
– ¿Y te sientes culpable? -preguntó Kendall con voz queda. -Por supuesto que sí. Pero no me ataría a una mujer ni me plantearía tener hijos con ella sólo por pensar que le he fallado. -Eso espero -declaró Raina.
Chase lanzó una mirada a su madre, una mujer a punto de tener a su primer nieto y vio un atisbo de esperanza en su ensombrecido futuro.
– Si lo dices en serio, pon en práctica tus dotes de casamentera y ayúdame a recuperar a Sloane -le dijo Chase a Raina, retomando la idea que ya se le había ocurrido antes.
– No puedo. -Raina bajó la vista hacia sus manos, incapaz de mirar a Chase a los ojos.
– ¿Por qué demonios no puedes? -preguntó alterado. -¿Cuántos años te has pasado haciendo de casamentera en contra de nuestra voluntad? ¿Y ahora cuando te pido… no, te suplico que me ayudes, me dices que no?
Raina asintió, cabizbaja.
– Eso es. He aprendido la lección. Voy a casarme y voy a tener vida propia.
Se oyó un aplauso desde el umbral de la puerta. Era Eric, orgulloso de Raina y de su nueva acritud.
– Sólo quería informaros de que el médico de Charlotte dice que ya falta poco.
Raina miró a Eric con expresión resplandeciente. Los ojos de Chase se desplazaron hasta Kendall y Rick, y advirtió la misma adoración. Se sintió consumido por la envidia. Sí, se alegraba por su madre y hermanos, pero toda su familia tenía lo que deseaba, y él, que quería sentirlo con Sloane, se había estrellado. Se volvió hacia su madre.
– ¿No puedes aprender la lección después de ayudarme?
– Lo siento, hijo, pero ha dejado el negocio de las artes casamenteras -contestó Eric en su lugar. -Y en cuanto le ponga el anillo en el dedo, donde debe estar, voy a tenerla demasiado ocupada como para que pueda meterse donde no la llaman. Creo que esto os lo puedo prometer a todos. -Con un gesto de la mano, Eric se marchó otra vez a la sala de partos, el único que tenía el acceso permitido, aparte de Román, que no dejaba a su mujer ni un solo momento.
– Mierda -farfulló Chase.
– ¿Quieres hacer el favor de no decir palabrotas? -le pidió Kendall, tapándole los oídos a su hermana con las manos. Hannah se echó a reír. -¡Si supieras lo que oigo en el colegio!
– Mira, Rick tiene razón -le dijo Kendall a Chase. -Hasta ahora me he mantenido al margen, pero soy mujer y eso me da cierta sabiduría. Además, he lidiado con un Chandler que también tiene complejo de salvador. Estoy más que preparada para darte unos cuantos consejos. -Se recogió el pelo detrás de las orejas y lo observó, a la espera de recibir permiso.
Chase dejó escapar otro gemido.
– Pues adelante, así ya habrá opinado todo el mundo.
– Deberías estar agradecido -dijo Rick.
Kendall no le hizo caso y se centró en Chase.
– Por mucho que me cueste reconocerlo, Rick tiene razón. Si quieres a Sloane, y yo me lo creo porque, de lo contrario, no te sentirías tan desgraciado, tendrás que convencerla de que has cambiado.
– ¿Y cómo lo hago? -preguntó él, más necesitado de su consejo que del aire que respiraba.
Antes de que tuviera tiempo de responder, Eric apareció para anunciar el nacimiento del nuevo miembro de la familia Chandler, Lilly, una niña sana de dos kilos y medio de peso y cuarenta y seis centímetros de largo. Y que Román, que había estado en campos de batalla y había vivido guerras de cerca, había estado a punto de desmayarse, y había necesitado una bolsa de papel y las indicaciones de Eric para resucitar.
Mientras el resto de la familia se dirigía a las puertas de cristal de la sala de neonatos para ver al bebé por primera vez, Kendall se llevó a Chase a un lado.
– Una vez me aconsejaste. Sólo quiero devolverte el favor. -Le sonrió con afecto.
– Te lo agradezco.
Kendall colocó una mano en su brazo.
– Mira en tu interior y averigua qué te hacía ser el hombre que eras. El hombre que no quería tener una familia. Luego descubre por qué de repente sí quieres. Cuando seas capaz de explicártelo a ti mismo, podrás traspasarle ese conocimiento a Sloane.
Es lo único que le hará falta para creerte. -Se encogió de hombros como si fuera muy sencillo.
Pero ¿por qué a él no se lo parecía?
Aunque Sloane había pasado poco tiempo en Yorkshire Falls, echaba de menos el pueblo y sus habitantes. Estaba en su apartamento sin ascensor de Georgetown, vistiéndose para su primer día de vuelta al trabajo con una camisa que le permitía disimular el brazo vendado y sintiendo en ella una actitud resuelta de renovación.
Cuando había decidido tomarse unos días libres, había cerrado el pequeño local desde el que gestionaba el negocio de diseño de interiores y había llamado a sus clientes para decirles que tenía una urgencia familiar. Aunque, a juzgar por los mensajes del contestador automático, muchos de ellos estaban inquietos, ninguno se quejaría si los llamaba y los citaba para otro día. Esa mañana tenía la agenda llena de llamadas pendientes de asuntos básicos como entregas de muebles retrasadas o programar la recogida de un armario que no acababa de satisfacer a una dienta. «Bastante fácil», pensó Sloane.
Era una persona sociable, algo que probablemente hubiera aprendido -ya no podía decir heredado- de Michael. Reunirse con los clientes e intentar combinar sus necesidades con su visión solía producirle una satisfacción inmensa. Pero desde el viaje al pueblo de Chase todo le parecía insulso. Aburrido. Inane.
Dio unos golpecitos con el boli en el escritorio recordándose que vivía en Washington D.C., la capital de la nación. Una ciudad efervescente de noche y bulliciosa de día. Así pues, ¿por qué la atraía tanto el apacible pueblo del estado de Nueva York y sus eclécticos habitantes? ¿Acaso la cosa se reducía a Chase, que la atraía como un imán? Lo echaba tanto de menos que se le partía el alma.
«Olvídalo, Sloane, la vida continúa», se recordó con dureza. Lo había dejado para que disfrutara de la vida plena que él había imaginado, la de hombre soltero que salta a la fama como periodista. Uña vida por fin desligada de la familia y de las obligaciones. Nunca se habría perdonado aceptar su declaración de amor y atarlo a un futuro, para acabar viendo arrepentimiento y nostalgia en sus ojos al cabo de unos años.
El tintineo de unas campanillas le indicó que tenía visita y alzó la mirada.
Su amiga Annelise entró por la puerta con dos grandes vasos de café Starbucks en las manos y una mueca en los labios.
– Vaya, vaya, mira quién ha vuelto a casa. -Annelise le tendió una de las tazas. -¿Qué tipo de amiga desaparece sin decir nada? Ni una sola llamada. Me tenías muy preocupada. -Se sentó, café en mano. -Llamé a Madeline y me dijo que necesitabas un respiro -dijo Annelise alzando la voz. -¿No te parece normal que una amiga se entere de que necesitas un respiro? -Su mohín era tan auténtico como su intranquilidad.
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