Chase se levantó, pidió la cuenta de los dos y dejó un billete de veinte dólares para pagarla.

– Mi hotel está en la esquina.

O sea que era un turista. Mejor aún. Así no se arriesgaba a encontrárselo otra vez después de esa noche. Sloane se levantó y dejó la bebida tal como estaba.

No necesitaba el alcohol para darse ánimo. Independientemente de cuál fuera su verdadero apellido, estaba convencida de la decisión que tomaba. Había llegado el momento de seguir su instinto y de rebelarse contra todas las cosas de su vida que la habían constreñido. Lo cogió de la mano. Al día siguiente volvería al mundo real, pero esa noche se trataba de materializar lo que había soñado cuando creía ser la primogénita del senador Carlisle.

CAPÍTULO 02

Sloane tuvo tiempo más que suficiente para echarse atrás mientras se dirigían al hotel, pero no había llegado hasta ahí para cambiar de opinión. El la cogía de la mano con fuerza y, cuando entraron en el vestíbulo, se dio cuenta de que nadie los miraba. Sin sus famosos padres al lado, en Washington nadie se fijaba en ella.

Chase se paró y la miró. Sloane advirtió en sus ojos el mismo deseo que la consumía.

– Tengo que pasar por recepción. -La dejó un momento para hablar con el recepcionista y se reunió con ella en seguida.

A Sloane el corazón le latía con fuerza en el pecho cuando entraron en el ascensor y las puertas se cerraron detrás de ellos.

Él le dedicó una intensa mirada.

– No he salido esta noche con esta intención, pero… -se encogió de hombros como si no supiera qué decir a continuación- me alegro de haberte encontrado.

Sloane sonrió porque lo entendía. Ella tampoco había ido al bar a buscar un rollo de una noche, sino para beber y aturdirse, para olvidar un rato su pena. Pero lo había mirado a los ojos una sola vez y se había quedado embelesada.

Para ella, la noche no podía acabar de otra manera.

– Yo tampoco iba a por un hombre. -Soltó una tímida carcajada. -Pero también me alegro de haberte encontrado.

Chase apoyó una mano en la pared, pasándola por encima del hombro de ella. Era alto, tenía una presencia imponente, pero no obstante, su porte pausado y su actitud tranquila hacían que se sintiera cómoda. Segura. E hipnotizada por aquellos preciosos ojos azules; era capaz de olvidarse de todo menos de él. Y ése era precisamente su principal objetivo.

– Creo que ha llegado el momento de que nos digamos el nombre. -Chase esbozó una sonrisa persuasiva.

El nombre, no el apellido. Eso podía permitírselo, pensó ella, hasta que se dio cuenta de que Sloane era demasiado distintivo, demasiado fácil de reconocer en Washington, desde el momento en que su padre planeaba lanzarse al ruedo de la política de altos vuelos.

– Faith -respondió, dándole su segundo nombre.

– Es bonito -dijo él con voz ronca. Se enroscó un mechón del pelo de ella en el dedo, y ese simple gesto le resultó curiosamente excitante a Sloane.

– Yo me llamo Chase.

Ella sonrió.

– Te pega. No me preguntes por qué.

Riendo, él le rodeó la cintura con el brazo y la acercó. Su olor viril la embargó como un potente afrodisíaco. El hombre bajó la cabeza, pero antes de tener tiempo de nada más, las puertas del ascensor se abrieron y en los labios de Sloane quedó un cosquilleo, la espera del contacto con lo desconocido.

El la condujo a su habitación cogida de la mano y, tras introducir la tarjeta-llave, entraron en la suite. El dormitorio quedaba al otro lado de la puerta abierta, al fondo, y el salón, aunque tenía el aspecto y el olor de una habitación de hotel impersonal, cuando él dio un paso hacia ella, perdió toda la frialdad. Chase la estrechó entre sus brazos. Con su mirada profunda y su contundente presencia física, la envolvió en un calor intenso.

La miró a los ojos mientras bajaba la cabeza y la besaba por primera vez. Sus labios eran suaves pero decididos, sin vacilaciones ni inseguridad en su tacto masculino. Aunque no lo conocía, a Sloane le servía de áncora de salvación durante la tormenta de su vida. Le permitió relajarse y sentirse segura, aferrarse a él y aceptar todo lo que le ofrecía. Le devolvió el beso, entregada.

Chase le puso las manos en las mejillas, sujetándole la cabeza para poder devorarle los labios. Le dio mordisquitos, se introdujo el labio inferior de ella en la boca y luego la besó profundamente recorriendo su boca con la lengua. Momento a momento, Sloane sentía cómo el fuego crecía cada vez más en su interior, así como la necesidad imperiosa de tocarlo. Le sacó la camisa de la cinturilla de los vaqueros y colocó las manos contra su cálida piel.

Chase exhaló un gemido ahogado y le deslizó los dedos entre el pelo mientras dejaba un reguero de húmedos besos en la mejilla hasta detenerse en el cuello. Le estaba borrando todo de la mente, la incredulidad, el dolor, el daño y la angustia de la jornada, hasta que llegó un momento en que sólo fue capaz de pensar en él. Los pezones se le endurecieron y los pechos se le hincharon mientras, entre las piernas, sentía una humedad lúbrica.

Inclinó la cabeza hacia atrás para facilitarle el acceso a su garganta, para que lamiera con más fuerza esa piel sensible, como un preludio para pasar a otras partes de su cuerpo más excitadas. La embargó una oleada de sensaciones y lo abrazó por la cintura más fuerte en respuesta a sus caricias.

– Oh, sí. -Sloane oyó su propia voz como si viniera de lejos, baja, ronca y llena de deseo.

– ¿Te gusta? -preguntó él.

Ella se obligó a separar sus espesas pestañas para mirarlo.

– Supongo que es una pregunta retórica, ¿no?

Chase esbozó una seductora sonrisa y prosiguió acariciando con su lengua la piel sensible del cuello de ella.

– Humm. -Él sabía lo que hacía, pensó Sloane. -Faith.

Tardó unos instantes en darse cuenta de que le estaba hablando.

– ¿Sí?

– Nada. Es que me gusta cómo suena tu nombre.

Ella sonrió y deseó que la llamara por su nombre verdadero; deseó que su voz ronca pronunciara «Sloane» cuando la penetrara. Envalentonada por lo que estaba sintiendo, le rozó con las uñas el pecho y la piel cubierta por el vello.

– Espero que esto te guste a ti.

Antes de que Chase tuviera tiempo de responder, los interrumpieron unos golpes en la puerta.

– Ya voy yo. -Se encaminó hacia allí con la seguridad que le caracterizaba, sin pensar que llevaba la camisa por fuera y el pelo revuelto. Abrió lo justo, y Sloane se dio cuenta de que lo hacía para preservar su intimidad.

Agradeció su caballerosidad, teniendo en cuenta que aquello no era para él más que un rollo de una noche.

– Yo lo entraré -le oyó decir. Entonces se volvió hacia ella empujando el carrito del servicio de habitaciones y cerró la puerta con el pie.

– ¿Qué es eso? -preguntó Sloane al ver las dos copas y la botella de champán en la cubitera.

– No me has parecido la clase de mujer que tiene aventuras de una sola noche muy a menudo. Así que quería que fuera… más especial. -Para sorpresa de ella, Chase se sonrojó.

Menudo apuro. El, que había intentado facilitarle a ella las cosas, ahora se sentía un tanto cortado por el detalle. Sloane dio un paso adelante, más segura.

– ¿Qué te hace pensar que normalmente no me comporto así? -preguntó con genuina curiosidad.

– Es una corazonada, y no suelen fallarme. Porque a pesar del vestido sexy, hablas con refinamiento, tienes una expresión un tanto vacilante y, a juzgar por la mirada, huyes de algún secreto oscuro y profundo. Quizá hayas tenido un día nefasto, puede que hayas perdido el trabajo, pero quieres olvidarlo. No te acuestas con desconocidos todos los días. Me apostaría lo que fuera -concluyó envalentonado.

– ¿Todo eso con sólo mirarme?

Chase sonrió.

– Soy periodista. Observar es mi especialidad. ¿Cuál es la tuya?

– Diseño de interiores -dijo sin pensarlo dos veces, incapaz de pensar en otra cosa que no fuera la revelación que él acababa de hacer.

Un reportero del tipo que fuera podía desbaratar los planes políticos de su padre y, a pesar del dolor y la traición que sentía en su interior, le quería. Razón de más para no revelar su nombre verdadero a Chase.

Se acercó a él.

– Debes de ser muy bueno en tu trabajo porque tienes razón. No es algo que ocurra todos los días -reconoció. Un truco que había aprendido de sus padres era alimentar a los reporteros con la mayor cantidad de hechos verdaderos posible para que no recelaran todavía más.

– Me gusta tener razón.

Ella se echó a reír.

– Lo cual te convierte en un hombre típico. -Ahora mismo me conformo con ser tu hombre. ¿Una copa? -Señaló el champán con un gesto de la mano.

Su amabilidad seguía gustándole.

– Preferiría retomar lo que hemos dejado y reservar el champán para más tarde. -Más sinceridad, pensó Sloane. Ahora lo deseaba igual o más que antes.

La cogió de la mano, la condujo al sillón de la esquina y se sentó.

– Ven conmigo. -Tiró de la mano de ella para dejar claro lo que quería.

Sloane tomó aire y acomodó una rodilla a cada lado de los muslos de él mientras se sentaba en su regazo. La protuberancia de sus vaqueros resultaba evidente y palpitaba deliciosamente entre las piernas de ella, mientras Chase tenía las pupilas dilatadas de deseo contenido.

Sloane le rodeó el cuello con los brazos.

– Bésame, Chase. Hazme olvidar -musitó.

– ¿Olvidar qué?

No quería responder. Quería que la besara, así que se inclinó hacia adelante y le selló los labios con los suyos.

Pero cuando se desplazó en su regazo y su pelvis entró en contacto con la entrepierna de él, los besos pasaron a ser algo secundario ante el deseo abrumador. El se levantó cogiéndola en brazos, sin separar su boca de la de ella, y entró en el dormitorio. A Sloane el corazón le latía con fuerza, las oleadas de deseo la inundaban una y otra vez mientras la expectativa no hacía más que aumentar.

La colocó en la cama, donde ambos se arrodillaron. Se movían al unísono, ella desabotonándole la camisa y echándola a un lado, admirando a continuación su pecho musculoso, y él llevando la mano hacia su espalda y tirando del lazo que sujetaba el top, que cayó dejando al descubierto los pechos desnudos de ella. Sloane debería haberse sentido incómoda, pero él la devoró con una mirada voraz y un gemido de agradecimiento le brotó de la garganta, por lo que no quedó la menor duda de que le gustaba lo que veía. Acto seguido, Chase ahuecó las manos sobre sus pechos, mientras los pezones le presionaban las palmas con fuerza.

Sloane se sintió invadida por una calidez extrema y exhaló un suspiro. Kl buscó la cinturilla de la falda mientras ella le desabotonaba los vaqueros; entre los dos fueron despojándose de la ropa y de sus inhibiciones.

De repente, se encontró apoyada en las almohadas, con Chase a horcajadas encima, y con ambas muñecas sujetas con una mano de él por encima de la cabeza de ella. Si bien la tenía inmovilizada en una posición erótica, la retenía con suavidad, de forma que pudiera desasirse si así lo deseaba, pero no era el caso.

La postura la excitaba sobremanera y le gustaba la forma en que él la miraba, como si fuera capaz de leerle el pensamiento y ofrecerle el trato íntimo que deseaba.

– Quiero entrar en ti. -Su largo miembro frotándole el estómago no dejaba lugar a dudas.

– Adelante -dijo ella, y levantó las cejas instintivamente mientras notaba la humedad que tenía entre los muslos y la oleada de excitación crecía en su interior.

– No hasta que te proteja.

Eso la pilló desprevenida.

– ¿Debo protegerme de algo? -preguntó a la ligera. Estaba tan decidida a ahuyentar la dolorosa verdad que se daba cuenta de que no se había parado a pensar. -Tomo la píldora, pero…

– Bueno, cariño, con la vida que he llevado no tienes de qué preocuparte, pero la seguridad es lo primero, y los hijos, ni pintados. -Salió de la cama y se dirigió al baño.

A Sloane se le aflojó el nudo que se le había formado en el estómago. No sabía por qué, no tenía motivos para confiar, pero le creía. Y de nuevo apreciaba su caballerosidad en una aventura de una noche. Al fin y al cabo, no muchos hombres se preocupaban de lo que dejaban atrás. Chase sí. Ese hombre tenía algo distinto. Algo solícito y especial, pensó.

El volvió rápidamente y a Sloane no le quedó más remedio que admirar su cuerpazo, las espaldas anchas, la cintura estrecha y otras partes del mismo que exigían atención. Se centró en el momento presente y apartó otros pensamientos. ¿Cómo iba a ser de otro modo con un hombre tan estupendo al lado?

Nunca antes había sentido una lujuria tan instantánea y abrumadora. Y tampoco ningún hombre la había mirado como si no fuera a saciarse de ella jamás. Chase sí.