Sloane se sintió culpable y adoptó una expresión de vergüenza.

– Lo siento mucho. -Desde el momento en que había oído por casualidad a Robert y a Frank diciendo que Michael no era su padre y había buscado el consuelo en brazos de Chase, Sloane no había pensado en otra cosa que no fuera encontrar a Samson. Y en atesorar el tiempo pasado en compañía de Chase Chandler. Todo ello a expensas de su trabajo, sus amigos, su vida.

De todos modos, ahí estaba, de vuelta en casa, absorta en su trabajo y recibiendo la reprimenda de una buena amiga, y Sloane no hacía más que pensar en la gente que había dejado atrás. Ya no sentía su vida en Washington como propia. De hecho, no había pensado en ella desde que se había marchado rumbo a Yorkshire. Falls.

Annelise golpeteó el escritorio de Sloane con los nudillos.

– No estás prestando atención a nada de lo que estoy diciendo.

Su amiga se merecía un trato mejor.

– Annelise, de verdad que lo siento -se disculpó. -Acabo de pasar por una crisis vital importante y… supongo que tenía que pasarla sola. -Exhaló un largo suspiro. -Todavía estoy haciéndome a la idea de algunos cambios.

– Lo sé. -Annelise extrajo del bolso el periódico que Sloane había evitado porque no quería saber en qué momento su vida pasaba a ser de dominio público y ella perdía a Chase, en pos de su éxito.

Annelise deslizó el periódico delante de Sloane.

– Michael Carlisle no es tu verdadero padre sino un hombre llamado Samson. Y menuda historia más escandalosa -dijo. Había suavizado la voz y no había ya ni un ápice de enfado en sus palabras. -He tenido que enterarme por el periódico. Me duele que no pensaras que podías confiar en mí. -Se la veía más apenada que enfadada.

Sloane se centró en la portada y leyó el titular:

¿FRAUDE PATERNO O FIGURA PATERNA?

EL SENADOR MICHAEL CARLISLE REVELA LOS TRAPOS SUCIOS DE SU FAMILIA.

– Uf -musitó. Pero mientras recorría el contenido del artículo con la mirada, no sólo leyó un relato imparcial de los hechos sino una imagen de color de rosa de la vida que Sloane había llevado y las razones de ello, sin denostar al senador ni su persona.

Y Sloane se dio cuenta de que aquello se debía a que el autor era Chase Chandler, cuyo artículo había sido publicado por los periódicos más importantes, incluido el Washington Post. Estaba convencida de que los titulares con sus insinuaciones no los había elegido él. Sloane se sintió henchida de orgullo al darse cuenta de que por fin él había materializado su sueño.

Había revelado la historia de los secretos de Michael, el origen paterno de Sloane y el disparo, de una forma que dignificaba a todos los implicados, incluido Samson. Se rió entre dientes al recordar lo difícil que a Chase le habría resultado esto último. De todos modos, ahora la historia ya era pública y rezó en silencio para que la carrera de Michael no se resintiera debido a las decisiones que había tomado en el pasado.

Poco a poco, fue dirigiendo la mirada hacia su amiga.

– Ha sido toda una experiencia -reconoció, dándole una palmada suave en el hombro. -Y en algunos momentos incluso peligrosa.

Annelise asintió.

– Entiendo que una cosa así te afectara como te afectó. Sloane exhaló un suspiro.

– Eso por usar un eufemismo. No estoy segura de que pudiese haber compartido o explicado esto a nadie. Ahora me alegro de que se haya hecho público. -Extendió las manos hacia adelante. -Y gracias por tu comprensión.

Annelise asintió.

– Soy tu amiga, Sloane. Y eso quiere decir que puedes contar conmigo. Si alguna vez te apetece hablar de ese hombre por el que suspiras, aquí me tienes.

– ¿Qué te hace pensar que suspiro por un hombre? -preguntó Sloane tras tomar un sorbo de café. La bebida estaba demasiado dulce e hizo una mueca. -¿Tan transparente soy?

– No lo dudes. Tienes los sentamientos grabados en la cara. Te sientes desgraciada, y lo que te preocupa no son los asuntos familiares. Antes de que me preguntes cómo lo sé… Pues es porque se te nota. -Annelise se inclinó hacia adelante y rozó con el codo las muestras de tejidos que había sobre la mesa. -Por cierto, este estampado me gusta.

– Se llama espaldar. -«Como algunas de las colgaduras de las paredes llenas de pájaros de Norman's», pensó Sloane.

Y aquél era otro fenómeno curioso. El modesto restaurante sin pizca de estilo, la atraía mucho más que los locales que frecuentaba en Washington. Los que pagaban a los mejores decoradores para crear un ambiente agradable para los clientes. Sloane añoraba los pájaros horteras.

– Bueno, tu cuerpo está aquí, pero sigues ensimismada. -Annelise cogió el bolso. -Llámame cuando quieras hablar, ¿de acuerdo?

Sloane asintió.

– Descuida. Y gracias otra vez.

Mucho después de que Annelise se hubiera marchado, Sloane se obligó a hacer las llamadas de la lista, dando ciertos asuntos por zanjados y tachándolos, y dejando mensajes sobre otros, con notas de seguimiento en la agenda. Cuando sonó el móvil, estaba preparada para cualquier distracción que no tuviera nada que ver con la decoración.

– ¿Diga?

– Hola, cariño.

Oyó la voz de Madeline al otro lado de la línea y Sloane se alegró de poder hablar sin secretos y sin problemas con ella. -Hola, mamá. ¿Dónde estás?

– En el centro comercial, de compras con tus hermanas. O, mejor dicho, haciéndoles de chófer mientras compro un par de cosas para mí. Quería oír tu voz, por eso he llamado. -Madeline se rió, pero se notaba que estaba nerviosa.

Un cara a cara con la muerte surtía ese efecto incluso en las personas más fuertes, pensó Sloane.

– Estoy bien -le aseguró a Madeline, aunque su madrastra no se lo hubiera preguntado. Era preferible que no supiera que seguía preocupada. -Estoy intentando recuperar el tiempo perdido en el trabajo.

– ¿Y lo has conseguido?

– No. -Sloane se rió. -Ni por asomo.

– Entonces ven a vernos. Todavía tengo esas cartas de Jacqueline que prometí enseñarte, y por supuesto tus hermanas quieren ver que estás bien con sus propios ojos. Un momento.

Sloane oyó unas cuantas interferencias y luego de nuevo la voz de Madeline.

– Chicas, la espalda al aire está bien, pero tanto escote no. Vestidos distintos -ordenó.

Sloane rió entre dientes.

– ¿La función benéfica de Navidad? -preguntó Sloane con conocimiento de causa. Había asistido a las suficientes como para saber qué estaban comprando las gemelas.

– Por supuesto -repuso Madeline. -Y no te imaginas los modelitos provocativos que Edén y Dawne pretendían que les dejase ponerse.

Sloane entornó los ojos.

– Habrán pensado que estabas distraída y que les dirías que sí. Así, cuando les hubieras gritado en casa, habrían podido echarte la culpa.'.

– Exacto. Bueno, ¿vas a venir a casa? A lo mejor puedes asistir a la función benéfica. Puedo presentarte a muchos hombres que te ayudarán a olvidarte de ese como-se-llame rápidamente -dijo Madeline.

Sloane se puso rígida en el asiento..

– Se llama Chase Chandler y lo, sabes perfectamente. -Chase era inolvidable..

Nunca le había mentido, nunca le había dado menos de lo que le había prometido y siempre le había dado más. Lo quería incluso más por todo ello.

– Ya sé cómo se llama, cariño. Lo que pasa es que no estoy segura de lo que sientes por él en estos momentos.

«Perfecto», pensó Sloane. Su propia madre la trataba con condescendencia.

– Mejor que no vaya. No servirá de nada.

– ¿Sabes que Charlotte ha tenido el bebé? -preguntó Madeline con dulzura. -Una niña.

Sloane negó con la cabeza. No, no lo sabía. Se había perdido el acontecimiento. Se había perdido la expresión de Chase al ver a su sobrina por primera vez. Y se lo había perdido porque lo había dejado marchar. Él le había ofrecido un futuro y ella no había creído que fuera eso lo que él realmente quería.

¿Acaso se había equivocado?

– ¿Sloane? ¿Sigues ahí?

Se secó una lágrima que había empezado a deslizársele por la mejilla.

– Estoy aquí y no, no sabía lo de Charlotte. -Tragó saliva a pesar del nudo que se le había formado en la garganta. -Tendré que mandarle un regalo.

– Lo siento, cariño.

– Sí, yo también. -Agarró el teléfono con más fuerza.

– Ven a casa y deja que cuide de ti. Deberías haberte tomado unos cuantos días libres más para recuperarte.

Sloane sonrió y de repente los cuidados de Madeline y la cháchara de sus hermanas le parecieron atractivos. Pero la idea de Yorkshire Falls le resultaba incluso más apetecible.

– Lo pensaré, ¿vale?

– No, no vale. O compras un billete de avión o te lo compro yo. No quiero que estés sola. Necesitas la compañía de tu familia. Sloane gimió.

– Vale, ya que te empeñas. Pero tu método no funcionaría si yo no quisiera ir. Llamaré para reservar un billete. Esta misma noche puedo estar en casa. -Y en Yorkshire Falls al día siguiente, si así lo deseaba.

– Esta noche no estaremos en casa. Tu padre y yo tenemos un compromiso y tus hermanas se van a dormir a casa de una amiga, pero tienes la llave, ¿no?

– Sí. -Hizo sonar el llavero. -Entonces nos vemos por la mañana.

– ¡Perfecto! No te olvides de dejarnos la información sobre el vuelo que coges en el contestador automático. Bueno, tengo que dejarte. Las chicas se acercan con una montaña de vestidos. Voy a separar los descocados y los escandalosos. Hasta mañana.

Sloane colgó y se sintió mejor de lo que se había sentido desde que volviera de Yorkshire Falls. Al día siguiente estaría en casa con su familia. Bueno, no era lo mismo que estar con Chase, pero ya era algo.


Sloane bajó del avión y caminó por la pista de aterrizaje. El aeropuerto de Albany era pequeño, y como sólo llevaba una bolsa de mano, se fue directamente a coger un taxi. Un viento helado azotaba la noche y se estremeció.

Antes de llegar a la cola de la parada de taxis, un coche oscuro se detuvo junto a ella con la ventanilla bajada.

– ¿Necesitas transporte? '

Sloane reconoció la voz profunda y grave de Chase, y el corazón le dio un vuelco.

– ¿Cómo me has encontrado?

– Madeline me llamó y me dijo que necesitabas que alguien te viniera a recoger al aeropuerto.

Sloane entrecerró los ojos.

– Menuda casamentera, mentirosa, artera…

– Así me sentía yo exactamente cuando mi madre poma en práctica sus artimañas. Pero eso fue antes de que aparecieras. -Se echó a reír. -Venga, sube. Hace mucho frío.

Sin esperar respuesta, abrió su puerta y se bajó del coche. Hizo caso omiso de sus protestas y preguntas, y dejó la bolsa de Sloane en el maletero.

Ella se frotó el hombro con la mano libre y lo miró con cautela. Ella podía coger un taxi, pero él había conducido media hora hasta el aeropuerto y Yorkshire Falls estaba en dirección contraria a la casa de sus padres, por lo que había tenido que desviarse. Sólo para verla.

Qué contenta estaba de verlo. Aunque era obvio que Madeline la había embaucado. Pero ¿por qué Chase se había prestado a seguirle el juego? No iba a saber la respuesta a no ser que se fuera con él, así que, cuando le abrió la puerta, subió al coche sin pensarlo dos veces. En seguida notó el cambio de temperatura y fue entrando en calor. Cuando Chase se acomodó al volante, la temperatura del habitáculo subió incluso más grados.

El la miró con sus ojos sombríos, comunicándole que él también notaba esa conexión instantánea. Sloane cambió de postura y pensó que debía andarse con cuidado, y pensar en una conversación neutral.

– ¿Qué tal tienes el hombro? -le preguntó Chase al incorporarse a la carretera que salía del aeropuerto. Sloane apoyó la cabeza en el asiento.

– Todavía me duele un poco. Pero ahora sólo tomo Tylenol. -Me alegro.

NíJ£5tai›a preparada para hablar de ellos dos, así que se decidió por el tema más oportuno.

– Madeline me ha dicho que Charlotte ha tenido una niña.

– Es preciosa. -Desplegó una sonrisa contagiosa, la adoración que sentía por el bebé era obvia y a Sloane se le partió el corazón. ¿Esa reacción era propia del hombre que no quería tener hijos? De nuevo Sloane se vio obligada a volver a analizar los motivos por los que se había alejado de él y no había creído en su proclamación de que había cambiado.

¿Acaso había que achacarlo al hecho de que su vida hubiera sufrido semejante trastorno? Las personas en las que siempre había confiado, Madeline y Michael, la habían traicionado en lo más profundo de su identidad. Chase le había puesto el corazón en bandeja junto con las cosas que ella le había dicho que quería.

No obstante, Sloane lo había rechazado.

– ¿Qué tal se encuentra Charlotte? -preguntó.

– Cada día mejor.

– Me habría gustado que me llamaras para decírmelo. -Se obligó a pronunciar las palabras que los conduciría a una conversación sobre sus sentimientos, sin saber cuál sería el destino final.