Mientras conducía, Chase apoyó el brazo que tenía libre en el reposacabezas de ella.

– Pensaba que no querías saber nada de mí.

Sloane suspiró.

– ¿Eso dije?

Chase ladeó la cabeza hacia ella.

– «Adiós, Chase», alto y claro. Pero decidí no hacer caso de tus palabras y seguir mi instinto.

– Toma la siguiente salida -le indicó al ver los letreros de la autopista.

No obstante la indicación, él se la pasó.

– ¿Chase?

– Sé adónde voy. Tendrás que confiar en mí, querida. ¿Podrás hacerlo por una vez?

Sloane dejó escapar una carcajada irónica.

– Esta sí que es buena. ¿Desde cuándo no confío en ti? -Ella le había confiado su vida y él había estado a la altura, siempre.

– Cuando te dije que te quería y me rechazaste -espetó él con sequedad.

– ¡Touché! -Tal como había empezado a sospechar, realmente ella había colaborado a estropear su relación. El no era el único culpable. Giró la cabeza y se dedicó a mirar por la ventana, hacia la noche oscura. -¿Chase?

– ¿Sí?

– Te rechacé y creíste que no quería saber nada más de ti, ¿verdad?

– Eso es.

El coche pasó por un bache y el hombro de Sloane lo acusó. Hizo una mueca de dolor pero no se quejó. -Entonces ¿qué estás haciendo aquí?

– Es donde quiero estar. -Chase la miró, e inmediatamente notó la tensión en el rostro de ella, las ojeras que delataban su agotamiento.

Todavía no se había recuperado totalmente del disparo, pero había vuelto al trabajo habiendo descansado apenas un fin de semana. No era suficiente ni para Madeline ni para Chase. Motivo por el cual la había secuestrado, por así decirlo. Raina había dejado de hacer de casamentera, pero Madeline había estado más que dispuesta a ofrecerle a su hijastra en bandeja.

Chase no pudo ver cómo reaccionaba Sloane ante sus palabras. No se había vuelto hacia él para mirarlo y permaneció callada el resto del viaje, hasta que estacionó en el aparcamiento de un pequeño hotel.

– ¿Dónde estamos? -Por fin lo miró.

– En un lugar donde podrás descansar. -Bajó del coche y lo rodeó para abrirle la puerta. Sloane alzó la mirada hacia él. -¿Tengo derecho a dar mi opinión?

– Si dices que me seguirás al interior, sí, entonces tienes derecho. -Señaló el establo reconvertido en hotel de lujo. -Muy gracioso.

– Yo no me río. -Sacó sus respectivos equipajes del maletero y cerró la puerta. Reprimió el deseo de apoyarla contra el coche y besarla hasta que dejara de hablar, de resistirse, hasta que dejara de hacer cualquier cosa que no fuera amarlo, pero eso ya lo había probado la última vez y no había funcionado. No pensaba tropezar dos veces con la misma piedra.

Como ya se había registrado en el hotel a última hora de la tarde, no tuvo que entretenerse con el papeleo. Así pues, condujo a Sloane por un corto tramo de escalera y por un pasillo estrecho que conducía a su habitación y su sala de estar, tenuemente iluminada. Había un fuego en la chimenea, lo cual propiciaba el ambiente que había querido crear para ella. Intimo, privado y solemne.

Una vez en el interior, Sloane miró en derredor y se fijó en las paredes revestidas de madera y el encanto del viejo mundo.

– Qué bonito es este sitio.

Chase la ayudó a quitarse la chaqueta, con cuidado para no hacerle daño en el hombro. Todavía lo llevaba vendado y el grueso acolchado abultaba por debajo de la camisa.

– Mis padres vinieron aquí en su luna de miel, y luego engodos sus aniversarios.

Sloane se volvió, claramente asombrada. Se le dilataron las pupilas porque por fin se había dado cuenta del significado del lugar, o al menos es lo que Chase esperaba. No se creía capaz de soportar mucha más expectativa, porque no sabía qué pensaba o sentía ella.

– Supongo que me has traído por algún motivo -dijo, -aparte de porque necesite descansar.

Chase emitió un gruñido.

– Necesitas descansar. Y voy a encargarme de que lo hagas. -Acarició las sombras negras que tenía bajo los ojos con el pulgar.

En cuanto la tocó, Sloane dejó escapar un gemido suave. Por instinto, él le rodeó la nuca con la mano, con lo que invadió su espacio personal y la colocó dentro del de él.

A la porra con ir despacio.

– Te quiero, te he echado de menos y quiero que formes parte de mi vida. Para siempre -dijo con brusquedad. Sloane esbozó una sonrisa. -Sigue hablando.

– Tenías razón al no creer que estaba preparado para comprometerme -prosiguió, contándole lo que él mismo acababa de comprender.

Sloane parpadeó y lo miró atenta y con expresión comprensiva.

– No quería que volvieras la vista atrás y me guardaras rencor, o sintieras que te había atrapado en un momento de debilidad. -Encogió el hombro que tenía sano. -Prefiero saber que eres feliz sin mí que desgraciado conmigo.

– No es probable -refunfuñó. -Pero tengo mucho que contarte.

– Entonces ¿te importa si nos sentamos? Todavía me noto un poco débil.

Chase se dio cuenta de que estaba pálida y aceptó.

– Por supuesto, cariño. Chase la cogió en brazos y la aposentó en el sofá, delante de la chimenea. Se sentía más esperanzado que cuando la había recogido por sorpresa en el aeropuerto. Se sentó a su lado. Quería verle la cara mientras le explicaba su pasado, su presente y su futuro en común, y cómo había llegado a ciertas conclusiones.

Sloane se humedeció los labios secos, esperando en silencio, preguntándose qué tenía Chase que decirle. Comprendió que era serio, y era consciente de que él había pensado muy bien dónde, cuándo y cómo compartir sus sentimientos con ella. También era consciente de que lo que fuera a decirle determinaría su futuro, y por ello el corazón le palpitaba en el pecho.

– Dime. -Lo cogió de la mano porque necesitaba notar su calidez y fortaleza.

– ¿Recuerdas que te conté que mi padre murió y que me hice cargo de la familia? -Las pupilas se le dilataron por el recuerdo.

Sloane asintió.

– Por supuesto que me acuerdo.

– Pues estaba sentado con Lilly en brazos, el bebé de Román y Charlotte, y me maravillé de que aquella personita ya se hubiera hecho un sitio en mi corazón.

Se estremeció al pensar en la imagen que acababa de describirle -Chase sosteniendo a un bebé con sus manos grandes y fuertes- y deseó que ese bebé fuera de ellos dos. Deseó y esperó que él también compartiera ese deseo..

– ¿Y?.

– Y empecé a pensar que era otra persona a la que tenía que proteger. Pero entonces caí en la cuenta. -Miró a Sloane a la cara. -Ella no está a mi cargo. Es la hija de Román y de Charlotte. Pero aun así sentí esa necesidad inicial e instintiva de protegerla.

Sloane sonrió y le sujetó de la mano con más fuerza.

– Eso es porque eres especial.

– Es porque soy un hijo de perra controlador -replicó. Se rió al oír cómo se acababa de describir. -Y mientras tenía en brazos a la niñita me di cuenta de por qué.

Sloane reprimió el impulso de acurrucarse contra él, besarlo v decirle que los porqués no importaban. Pero sí importaban. Lo había rechazado una vez y ahora le estaba dando lo que necesitaba para confiar en él, las razones de su repentino cambio de opinión.

Si comprendía por qué estaba preparado para un cambio radical en su futuro, entonces nunca volvería la vista atrás ni lo lamentaría.

Sloane se inclinó hacia adelante esperando oír más.

– Supongo que esa necesidad de tener controladas a las personas que quiero, sus vidas y su bienestar, se inició cuando mi padre murió. Se convirtió en una obsesión, pero mi madre estaba demasiado agradecida como para que le importara y Rick y Román tuvieron la fortaleza suficiente como para salir adelante a pesar de mí. -Meneó la cabeza y se rió de sí mismo.

– No, Rick y Román tuvieron la fortaleza suficiente como para salir adelante gracias a ti -lo corrigió Sloane.

– Bueno, eso no cambia el hecho de que desarrollara el complejo de salvador que mencionaste, porque así tenía la sensación de que lo controlaba todo. La ilusión de la seguridad.

Tomó aire, y Sloane esperó, porque no quería que se sintiera presionado sino apoyado.

Chase apoyó la cabeza en el respaldo del sofá y fijó la vista en el techo.

– En mi mente desorientada, supuse que si controlaba a mi familia y estaba siempre a su disposición, no los perdería… -Se le quebró la voz y carraspeó antes de continuar: -No los perdería como perdí a mi padre.

Su confesión le llegó al corazón. Había creído entender a aquel hombre silencioso y más bien enigmático, pero desconocía el dolor, más profundo de su corazón.

Ahora lo sabía y se arrepentía de haberle hecho escarbar tanto en su interior como para hacerle sufrir.

– Lo siento. Te rechacé cuando debería haberme dado cuenta de que te conocías lo bastante como para no ofrecer más de lo que eras capaz de dar. Pero yo también tenía miedo. Acababa de pasar por la traición de Michael y Madeline, que me afectó más de lo que estaba dispuesta a reconocer. -Meneó la cabeza. -Pero no tenía que haberte rechazado para luchar contra mis propias inseguridades. Lo siento.

Chase le apartó un mechón de pelo de la frente.

– No lo sientas. Al final has hecho que nos reencontremos.

Sloane negó con la cabeza.

– Entonces, ¿por qué me siento tan egoísta?

– No eres egoísta. Eres sincera y real. Y es obvio que los dos teníamos más temas que solucionar de los que éramos conscientes en ese momento. -Se encogió de hombros. -Eso nos convierte en personas sinceras y reales.

A Sloane se le llenaron los ojos de lágrimas.

– Además, tenías razón. Sí me sentía culpable por no estar contigo cuando te dispararon. Pero más porque podía haberte perdido que por mi afán controlador. Quiero que formes parte de mi vida, Sloane. Ahora y siempre. Nunca volveré la vista atrás y me plantearé «qué habría pasado si».

– ¿Cómo puedes estar seguro? -Se mordió el labio inferior y odió tener que preguntárselo.

Chase giró la cabeza.

– Cariño, escribí el artículo de mi vida y me dejó frío y vacío porque no te tenía.

Sloane exhaló el aliento que había contenido sin darse cuenta. Más que cualquier otra cosa, ésas eran las palabras que necesitaba oír. Que ella era un valor añadido a su vida y que no le restaba nada.

– Leí el artículo y era magistral, Chase. Hiciste un trabajo muy profesional al tiempo que protegiste a mi familia como ningún otro periodista habría hecho.

Chase esbozó una sonrisa.

– No sería muy inteligente dejar por los suelos a la familia de la mujer con la que quiero casarme, ¿no?

Sloane se olvidó del dolor del hombro, se puso de rodillas y se lanzó a sus brazos, tumbándolo en el sofá. Contempló sus profundos ojos azules y se dio cuenta de que quería pasar el resto de sus días en compañía de ese hombre cuyo amor y cariño eran tan sólidos.

– Dime que estás seguro.

– Estoy seguro. -Chase se echó a reír y cambió de postura para acomodarla. Consiguió colocarla debajo de él y se le sentó a horcajadas sobre las caderas de ella. -Estoy cien por cien seguro de que quiero estar contigo el resto de mi vida.

Sloane arqueó una ceja.

– ¿Casado y con hijos? -preguntó, convencida de saber la respuesta. -Porque cuando me has hablado de que tuviste en los brazos a Lilly, no hacía más que pensar que abrazabas a nuestro bebé.

– Cariño, no hay nada que quiera más en este mundo.

Sloane soltó el aire con fuerza, capaz de respirar por fin.

– Yo también te quiero, Chase. -Le pasó el brazo sano por el cuello y se lo acercó más. -Ahora bésame.

– Será un placer -dijo él y le selló los labios, sabiendo que esta vez nada se interpondría entre ellos. Ni el miedo, ni la desconfianza ni el pasado.

Le introdujo la lengua en la boca mientras la acariciaba con la parte inferior del cuerpo, presionando su dura entrepierna contra el cuerpo de ella.

– ¿Quieres intentar hacer el bebé ahora? -preguntó Sloane, separando la boca y jadeando.

– ¿Aquí mismo? -Se desabotonó los vaqueros. -¿Ahora mismo?

– Sí, oh, sí. -Alzó las caderas para intentar ayudarlo, aunque sólo podía usar una mano.

Chase se hizo cargo de la situación, la desnudó y se detuvo para excitar y estimular todos y cada uno de los poros de su deliciosa piel. Le bajó la cremallera y la ayudó a quitarse los pantalones y las bragas de encaje a la vez. Empezó a acariciarla con las manos y luego se ayudó de la lengua y de suaves mordisquitos. De forma que, cuando se colocó encima de Sloane, piel contra piel, el cuerpo húmedo de ella estaba más que preparado para su enfebrecida carne.

Y la penetró, allí y entonces, con la completa intención de dar comienzo a su futuro.

EPÍLOGO

Eric rodeó a Raina por la cintura con más fuerza y la llevó por el patio. Estaban bailando en su propia boda. Habían decidido organizar una ceremonia discreta e íntima para la familia en casa de Raina.