– Me gusta tu estilo. -Se recogió el pelo detrás de una oreja. -El trato es que tú vuelvas al pueblo y busques a mi hija. A cambio, te concederé una entrevista exclusiva cuando todo esto haya pasado. No sé exactamente cuánto tiempo estará allí, pero tienes que asegurarte de que mientras esté no se meta en problemas y que no llame demasiado la atención. Lo último que necesita es que la prensa vaya siguiéndola por ahí.

Chase se inclinó hacia adelante en la silla y apoyó los brazos en las rodillas.

– ¿Qué papel tengo que desempeñar en todo esto?

– De cara a Sloane, no eres periodista sino un amigo. -La expresión de Madeline se tornó más cálida. -Y, cuando me entrevistes, obtendrás toda la información que quieras sobre nuestra familia. Hemos acordado que este asunto era confidencial, ¿recuerdas?

Por supuesto que lo recordaba. Lo único era que se sentía totalmente manipulado y acorralado, y que eso no le gustaba lo más mínimo. Pero Román estaba también ahí, y no veía ningún inconveniente en el trato de Madeline. Lo cual significaba que a Román no le parecía mala idea.

Chase se pasó una mano por la cara una vez más.

– ¿Y la protección? -Chase estaba acostumbrado a fijarse en todos los detalles y había observado la presencia de los agentes del Servicio Secreto en la sala en la que había hablado el senador. Seguro que a Sloane también la protegían.

Pero la respuesta de Madeline lo descartó.

– Se ha marchado sola. Por eso te necesita.

Chase gimió.

– No soy un guardaespaldas. Y disculpa si me entrometo, pero ¿Sloane no es una persona adulta? ¿Por qué necesita que alguien cuide de ella? -Cuanto más pensaba en ello, más le incomodaba la idea de entrar en contacto con la hija de aquella mujer. El era periodista, no una niñera.

– Ella considera que no necesita a nadie, pero yo no opino igual. Necesito saber que está bien y que tiene en quién confiar si le hace falta. -Madeline cogió a Chase de la mano y se la apretó con fuerza para corroborar sus palabras.

Pero él seguía sintiéndose manipulado.

– Obviamente hay muchas cosas que no me estás contando. -Es cierto. Pero si quieres la entrevista en exclusiva, no hagas demasiadas preguntas. Vuelve a casa, encuentra a Sloane y cuida de ella.

Chase frunció el cejo.

– Lo quiera ella o no.

– Exacto. Eres un hombre apuesto y encantador. Seguro que no te resultará difícil conquistarla. -Le dio una palmadita en la mejilla. -Aprovecha los genes de los Chandler.

Gracias a la seguridad con la que hablaba, Chase vio por primera vez a la mujer que estaba a la sombra del senador. Comprendió que era una compañera crucial en el ascenso al poder de su marido. No obstante, al igual que a su hermano, aquella mujer le agradaba y le infundía respeto. Era obvio que quería a sus hijas y que haría cualquier cosa por ellas… sentimiento con el que Chase se identificaba plenamente.

La lealtad familiar era una de las características del clan Chandler. El hecho de sintonizar con ella hacía que le resultara más difícil negarse a su petición.

Además, la entrevista en exclusiva era una gran tentación.

– ¿Cuando ella se marche de Yorkshire Falls te entrevistarás conmigo?

Madeline asintió.

– Y si ocurre algo mientras tanto… Si surge alguna información sobre la campaña de mi marido, serás el primero en enterarte. -Le tendió la mano para sellar el acuerdo.

Chase había pensado hablar con Madeline esa semana, pero era obvio que esa opción no entraba en los planes de ella. También había pensado que yendo a Washington D.C. averiguaría algo más sobre el senador Carlisle. Si la desaparición de Sloane era un indicio, Chase estaba cerca de algo gordo. Algo que quizá descubriera en su pueblo, en Yorkshire Falls, junto a la hija mayor del senador.

– ¿Trato hecho? -preguntó Madeline.

Chase colocó la mano encima de la de ella, convencido de que podría beneficiarse de algún modo de esa situación. -Trato hecho. Madeline suspiró aliviada.

– Por si no has visto ninguna foto de cerca -Madeline le tendió la foto que había estado guardando celosamente, -ésta es Sloane.

Al verla Chase se sintió conmocionado e incrédulo; delante tenía a la mujer con la que se había acostado la noche anterior.

CAPÍTULO 04

Torkshire Falls era lo contrario de la capital de la nación. Era un pequeño pueblo típico de Estados Unidos, pensó Sloane. Una comunidad rica con grandes casas y árboles igual de imponentes. Pero en cuanto recorrió la calle principal, se fijó en los pequeños comercios y en la gente que se paraba a hablar, y le gustó el ambiente acogedor y familiar. Cada vez que se cruzaba con un hombre mayor, se preguntaba si acababa de ver a Samson. Su padre.

Había salido de Washington hacía veinticuatro horas, pero le parecía una eternidad gracias al drástico cambio de decorado. Hecha un manojo de nervios, entró en una cafetería llamada Norman's, situada cerca del Desván de Charlotte, la tienda propiedad de la mujer que era amiga de su madrastra y a la que le quería presentar. Una mujer que hacía conjuntos sexys de ropa interior de ganchillo. Si Sloane no tuviera tanta prisa, echaría un vistazo a la tienda, pero se había impuesto la misión de encontrar a Samson, y pensaba cumplir su objetivo.

El interior de Norman's estaba decorado con motivos de aves. Pajareras, fotos y cuadros de pájaros, todo ello con un estilo ligero y fantasioso.

Se le acercó una mujer corpulenta de pelo cano, carta en mano.

– ¿Quieres una mesa?

– De hecho, estoy buscando a una persona. -Sloane sonrió. -Este me ha parecido un sitio lógico por dónde empezar.

– Querida, todo aquel que se precia de ser alguien en este pueblo, viene a Norman's tarde o temprano. ¿A quién buscas?

– A un caballero llamado Samson Humphrey -dijo Sloane, aunque seguía resultándole extraño pronunciar ese nombre.

Para su sorpresa, la mujer soltó una carcajada, se tapó la cara con la carta e intentó fingir que estaba tosiendo.

– ¿He dicho algo divertido? -preguntó Sloane, ofendida e incómoda.

– Oh, no. -La mujer le puso una mano en el hombro como si fueran viejas amigas. -No, querida. Perdóname, por favor. -Tosió de verdad y luego se secó los ojos. -Es que a Samson lo han llamado de muchas maneras, pero es la primera vez que alguien lo llama «caballero».

Sin saber muy bien cómo interpretar ese comentario, Sloane sintió que se le encogía el estómago.

– ¿Sabría decirme dónde puedo encontrarlo?

– Primero siéntate y tómate un refresco. Luego te hablaré de Samson. Nadie entra en Norman's y se marcha con el estómago vacío -explicó mientras acompañaba a Sloane a los taburetes de la barra. -Invito yo.

– ¿Y quién es «yo»?

La mujer pasó un trapo por la barra, delante de la chica.

– Oh, disculpa mis modales. Es que no estoy acostumbrada a que entre gente desconocida. Soy Izzy. Mi marido, Norman, es el dueño. Hace unas hamburguesas deliciosas. Pregunta a los chicos Chandler. Parece que no coman otra cosa.

Sloane se rió al oír las digresiones de la mujer. Tuvo la corazonada de que aquello no era más que el comienzo de los cotilleos y la amabilidad que encontraría si se quedaba en ese pueblo. Como se dio cuenta de que tendría que quedar bien con Izzy antes de sonsacarle información, Sloane decidió aceptar su invitación.

– Tomaré una Coca-Cola light, por favor. Izzy se colocó las manos en las generosas caderas y chasqueó la lengua.

– A una chica menuda como tú le irán bien unas cuantas calorías. Oye, Norman -le gritó a un hombre de pelo cano que estaba en la cocina, y al que se podía ver a través de la ventanilla de servir. -Tráele una Coca-Cola a esta señorita.

Suerte que el cliente siempre tiene la razón, pensó Sloane con ironía.

Hasta que no estuvo sentada con una Coca-Cola delante e Izzy a su lado, la mujer no mencionó el motivo de la visita de Sloane.

– ¿Y por qué quieres saber dónde está Samson?

A Sloane no le pasó por alto que todavía no le había dicho dónde vivía éste.

– Tenemos asuntos personales que tratar. -Le fue dando vueltas a la pajita del refresco sin mirar a Izzy a la cara, aunque observándola con el rabillo del ojo.

La mujer apoyó el mentón en la mano.

– Que yo recuerde, nadie ha tenido asuntos que tratar con Samson jamás. ¿Y tú, Norman?

– Creo que deberías dejar que la chica vaya a donde quiere ir. -Salió de la cocina y se acercó a la barra. -Lástima que no hayas llegado antes. Ha estado aquí hace un rato, gorroneando un sándwich de pollo.

Por el momento, Sloane no tenía una impresión muy positiva de Samson y nadie le había hablado claramente de él.

– ¿Vive cerca?

– Aquí todo está cerca -repuso Izzy. -Samson vive en el otro extremo del pueblo. Cuando llegues al final de esta calle, toma la Carretera Vieja número Diez y sigue recto hasta que veas una casa destartalada apartada de la carretera.

– No tiene pérdida -añadió Norman. -Y si no lo encuentras allí, ve a un local llamado Crazy Eights, en Harrington.

– ¿Crazy Eights? -preguntó Sloane para asegurarse de que lo había entendido bien.

– Es un salón de billar al que va Samson por la noche si tiene dinero -explicó Norman.

Izzy frunció el cejo.

– ¿Por qué le has dicho eso? -regañó a su marido antes de dirigirse a Sloane. -Ni se te ocurra ir a ese antro sola. No es lugar para una señorita.

Sloane asintió y notó que la atenazaba el miedo ante la perspectiva de conocer a ese hombre con el que la unía el vínculo más profundo posible. A pesar de las vueltas que le había dado al asunto todo el día, todavía no se había hecho a la idea de que fuera su padre verdadero. Y seguía sin hacérsela.

No necesitaba más cafeína en las venas que la pusiera aún más nerviosa. Dio otro sorbo a su bebida para contentar a Izzy e introdujo la mano en el bolso para sacar la cartera.

Izzy le dio una palmada en la mano.

– ¿No he dicho que invitaba yo?

Sloane se rió ante su actitud descarada y franca.

– Gracias.

– Considéralo tu regalo de bienvenida al pueblo. Seguro que te vuelvo a ver por aquí.

Sloane no estaba tan segura, dado que en cuanto encontrara a Samson pensaba regresar a Washington. Durante el largo trayecto hasta allí y la noche pasada en un pequeño motel situado a una hora de Yorkshire Falls, había tenido mucho tiempo para pensar. Desconocía qué tipo de amenaza suponía Samson más allá de su mera existencia. Pero después de veintiocho años, era obvio que había decidido que quería algo. Sloane tenía que descubrir el qué y disipar esa amenaza. Esperaba que si su única intención era conocer a su hija, cuando lo consiguiera no haría pública su paternidad, destrozando así la campaña de Michael Carlisle.

Antes de que Sloane tuviera tiempo de responder, Izzy prosiguió:

– Ya verás cuando los solteros te vean. -Soltó un buen silbido, de forma que algunos clientes volvieron la cabeza. -¿No crees, Norman? Una cara nueva y tan hermosa como ésta los volverá locos.

Pero, por suerte, Norman ya había desaparecido en el interior de la cocina, y así Sloane se ahorró el bochorno. De todos modos, se sonrojó.

– Gracias. -No era capaz de decirle a la mujer que a lo mejor no volvía por allí. -Encantada de conocerla. -Lo mismo digo.

Se despidieron y Sloane volvió por fin a la calle. Echó un vistazo a los bonitos jardines que encontró por el camino y al estanque del centro. También había una pérgola que invitaba al romanticismo, y que sobresalía entre los arbustos circundantes. Durante unos instantes, lamentó no estar allí de visita, para conocer el lugar donde su madre se había criado.

Se preguntó si a Jacqueline le habría gustado vivir allí. Si habría tenido muchos amigos. ¿Lo sabría Samson? ¿Tendría cosas que contarle sobre los años que su madre pasó allí antes de dejarle?

Se llevó una mano al estómago revuelto.

– No me queda más que subir al coche y salir del pueblo -se dijo.

Al cabo de unos minutos, Sloane giró por la Carretera Vieja, siguiendo las instrucciones de Norman. En seguida, los grupos de casas dieron paso a una larga hilera de árboles que flanqueaban la vía a ambos lados. Todos los alrededores estaban cubiertos por un montón de hojas caídas de distintos tonos de rojo, amarillo y marrón, espectáculo del que habría disfrutado en otras circunstancias.

Pero ahora se sentía apremiada. No había tenido esa sensación antes. Cuando había entrado en Norman's para preguntar por Samson se sentía ansiosa, pero ahora el miedo acompañaba a la energía nerviosa que la había impelido hasta allí. Y no era miedo por ella o por el hombre que era su padre; sino un temor mucho más difuso, rayano en el pánico, sensación que era incapaz de definir pero que de todos modos la atenazaba.