De repente, los árboles se acabaron y se encontró frente a un campo abierto. Justo en el medio, aislada en un terreno yermo, había una casa destartalada que daba pena. Cuanto más se acercaba, más evidente resultaba su mal estado. El tejado era viejo y le faltaban tejas, mientras que la pintura exterior se había agrietado y desportillado.
Nunca se había planteado cómo o dónde viviría Samson. Y en cuanto paró el coche delante de la casa, la embargó una sensación de tristeza ante lo que parecía una existencia solitaria y patética.
Recorrió la senda de entrada. Si alguna vez había estado pavimentada, ahora ya no quedaba ni rastro. A medio camino de la casa, la sobresaltaron unos ladridos. Miró a su alrededor y vio que un perro pequeño parecido a un doguillo corría hacia ella con sus patas cortas y regordetas. No paraba de dar saltos sobre las patas traseras para pedir con descaro una caricia en la cabeza.
Sloane se agachó y le pasó la mano por el corto pelaje. Estaba sucio y necesitaba un baño tanto como atención y, a pesar de experimentar algún reparo, lo cogió en brazos.
Pesaba más de lo que parecía.
– Pues sí que estás gordito -le dijo mientras lo Llevaba a la casa. Era innegable que el hecho de tener los brazos ocupados le daba mayor sensación de seguridad y la hacía sentir más cómoda, y se apretó contra el pecho el cálido cuerpo del perro.
Nerviosa, se paró al llegar a la puerta delantera, y antes de que le entraran ganas de girar sobre sus talones y volver al coche, llamó al timbre. No le extrañó no oír ningún sonido y, tras un segundo intento, empezó a aporrear la puerta con fuerza. Entonces se llevó una buena sorpresa al ver que ésta se abría de par en par. El perro se retorció y saltó de sus brazos hacia el interior.
– ¿Hola? -saludó incómoda desde el umbral. Pero nadie respondió, por lo que entró con cautela. Era incapaz de controlar los nervios, pero estaba decidida a encontrar a Samson. Se halló en medio de un recibidor oscuro.
Notó en seguida el olor a huevos podridos. Aunque vivía en un apartamento, se había criado en una casa, y sabía perfectamente cómo olía un escape de gas. El olor que había asaltado sus sentidos era inconfundible.
Si hubiera sido sensata se habría ido de allí y habría llamado a la empresa de gas y electricidad, pero ¿y si Samson estaba dentro? Volvió a llamar.
– ¿Hola? ¿Samson?
No hubo respuesta.
Echó un vistazo a su alrededor, pero, a juzgar por las habitaciones vacías y el olor, era evidente que en la casa no había nadie. Cualquiera se habría ido pero no entendía por qué habían dejado al perro. Un perro que había decidido comportarse como un tipo duro, y se había ido corriendo a lo alto de la escalera del sótano y había empezado a ladrar como un loco.
– Venga, perrito. -Se dio unas palmadas en los muslos mientras lo llamaba animada, pero el animal no se dejó impresionar.
Sin embargo, Sloane no pensaba marcharse sin él.
Se acercó lentamente al perro. Cuanto más se acercaba, más penetrante era el olor a gas. «Márchate.» El mantra empezó a repetirse en su cabeza. Tenía intención de obedecerlo, pero antes tenía que coger al perro.
– Venga, perrito -repitió, -vamos. -Se arrodilló y, aunque el animal no dejó de ladrar, corrió hacia ella con sus patas regordetas.
«Márchate.» Esa idea se repetía en su mente mientras Sloane cogía al perro y se disponía a salir. Apenas había llegado afuera, al jardín delantero, cuando una fuerte explosión la derribó.
Chase supuso que se había perdido la visita de Sloane a Norman's por cuestión de minutos. Izzy no dejaba de parlotear sobre la nueva pelirroja que había llegado al pueblo, tan guapa como para hacer parar el tráfico de First Street y que encima buscaba al solitario y excéntrico del pueblo, a Samson Humphrey.
Este último detalle pilló a Chase desprevenido. Los muchachos de por allí llamaba a Samson «el hombre de los patos», porque se pasaba buena parte del día en los jardines del centro, dando de comer a los patos y ocas, y hablando con ellos. Nadie le hacía el menor caso, excepto la madre de Chase y Charlotte, dos mujeres con un gran corazón y que sentían debilidad por el viejo huraño.
No tenía idea de por qué Sloane podía estar buscando a Samson, pero pensaba averiguarlo. Según Izzy y Norman, le habían indicado dónde estaba la destartalada casa del viejo, en la otra punta del pueblo. No era un lugar al que una mujer debiera aventurarse sola. No porque Samson fuera peligroso. Qué va, el pobre hombre era tan inofensivo como huraño, pero la zona donde vivía estaba muy aislada y solían frecuentarla los moteros. En más de una ocasión, su hermano Rick, agente de policía, había arrestado a gente por vagabundear y merodear por allí con fines delictivos. Esa zona no era lugar para una señorita.
No era lugar para Sloane.
Sloane, no Faith. Sloane, la mujer a la que se había ligado en un bar y con la que había pasado una noche de sexo apasionado y salvaje, antes de que su madrastra, y esposa del candidato a la vicepresidencia, le pidiera que cuidara de ella.
Maldita sea.
Cuando Chase Chandler decidía dejar su apacible vida, estaba claro que lo hacía a lo grande. Lo peor del caso es que seguía sin arrepentirse.
Muchos interrogantes pero ni un solo remordimiento. Tenía la impresión de que a Sloane no le gustaría que se supiese que se había ligado a un desconocido en un bar, pero él tampoco pensaba publicar sus memorias en el diario matutino.
No obstante, tenía una ardua misión por delante si quería cumplir la promesa que le había hecho a Madeline Carlisle. Aunque cuidar de Sloane sin ponerle las manos encima era algo que hasta a un monje le costaría.
– Maldita sea -farfulló de nuevo, esta vez en voz alta.
Al acercarse a casa de Samson, en seguida vio el coche de alquiler con la matrícula de otro estado. Por lo menos había sido lo suficiente sensata como para dejar el menor rastro posible.
Aparcó el vehículo y salió con la intención de entrar y ver qué quería Sloane Carlisle de un hombre como Samson Humphrey.
No estaba preparado para verla salir corriendo de la casa ni para la explosión subsiguiente, que lo tiró de espaldas.
Cuando se le pasó la conmoción, se levantó y alzó la mirada. Las llamas consumían lo que quedaba de la casa de Samson mientras Sloane se ponía en pie un poco más allá de donde estaba él.
Menos mal que estaba bien. Exhaló con fuerza, pero el alivio le duró poco. Un perrito en el que no se había fijado antes, saltó de los brazos de ella a la hierba y salió disparado hacia la casa en llamas.
– ¡No! -gritó Sloane y se dirigió hacia el fuego.
No podía permitirle que entrara en la casa, así que se abalanzó sobre ella en el momento en que corría detrás del chucho, y los dos cayeron al suelo con fuerza.
Sloane se dio cuenta de lo que pasaba más rápido de lo que habría creído posible. Tenía un cuerpo duro encima mientras ella tenía debajo al perro, que aullaba. No estaba segura de que el perro no fuera a salir disparado de nuevo hacia la casa en llamas, así que levantó un brazo para dejarlo respirar sin soltarle el collar.
– ¿Estás bien? -preguntó una voz masculina. Una voz conocida, viril y sexy.
Sintió un escalofrío que nada tenía que ver con aquel calvario. -Creo que estoy de una pieza.
Tenía zonas doloridas y moratones que tendría que cuidarse, pero por el momento estaba viva y respiraba, mientras que la casa en la que acababa de entrar estaba ardiendo.
Sin previo aviso, la sentaron, y se encontró cara a cara con Chase.
Su ligue de una noche. «Imposible», pensó.
– La casa no se está quemando y tú no eres de verdad. -Estaba mareada y confundida, sensación que el sonido agudo de las sirenas a lo lejos no hacía más que empeorar.
– Desgraciadamente, esto no es un puñetero sueño.
No, aquella voz tan sexy y aquel rostro serio resultaban demasiado reales.
– Alejémonos más de la casa. -Chase la ayudó a ponerse en pie.
En cuanto dio un paso, Sloane notó que tenía todo el cuerpo dolorido. Estaba claro que se había torcido el tobillo al salir de la casa corriendo como una loca. Cojeando, dejó que Chase la alejara de las llamas sin mediar palabra.
Eso se le daba bien, recordó, hacer lo que ella deseaba sin pedirle permiso. A pesar de las contusiones y de la adrenalina que bombeaba con fuerza en sus venas, recordaba su tacto perfectamente. Cargado de erotismo. Hasta tal punto que ese estremecimiento estaba íntimamente vinculado al hecho de que el hombre le proporcionaba seguridad.
Pero existía una gran diferencia entre dejar que la sedujera con manos, labios y lengua durante una noche ajena a sus vidas, y la realidad de su existencia diaria. Tenía que hacerse con el control de la situación, pero como la orden de él tenía sentido, no pensaba resistirse. Se obligó a seguir caminando, haciendo caso omiso del dolor que sentía en el tobillo y que había ido remitiendo cuando llegaron al viejo sauce.
Se apoyó en el frío tronco y se fue deslizando hasta el suelo. Tema escalofríos y estaba tiritando. Se rodeó el cuerpo con los brazos, pero aun así seguía temblando.
– Menudo control tengo -musitó.
Chase la miró de reojo, picado por la curiosidad, pero ella no estaba para dar explicaciones.
– Necesito tu cinturón. -Y sin más palabras, Chase le desabrochó el cinturón y lo deslizó por las presillas de los vaqueros.
Ella bajó la mirada hacia sus manos fuertes y habilidosas.
– Me parece que no es el momento ni el lugar adecuado para echar un polvo rápido -dijo, mientras le castañeteaban los dientes. -Además, no sabía que te fuese el sado.
El se quedó quieto, alzó la mirada y se echó a reír.
El brillo sensual que recordaba haber visto en sus ojos había vuelto.
– Sabía que fuera del dormitorio tendrías sentido del humor -sentenció Chase antes de proseguir con su tarea. -Confía en mí -le dijo. -Lo último que tengo ahora en la cabeza es enrollarme contigo.
Enrollarse con ella era exactamente lo que le hubiese gustado hacer. Allí, bajo la sombra del viejo sauce. Por desgracia, no podía permitirse ese lujo. Rápidamente ciñó el cinturón a un arbusto pequeño y corto que había cerca del árbol, lo sujetó bien y consiguió atar el viejo fular que el perro llevaba como collar a la hebilla del cinturón.
– Ya está. Ahora no irá a ninguna parte y estará seguro.
Sloane miró al perro, que fulminaba a Chase con la mirada por haberlo atado. Luego volvió a mirar a Chase fijamente.
– Estoy impresionada. Pensaba que sólo los boy scouts eran capaces de hacer nudos como ése.
El observó sus ojos vidriosos. Su rostro reflejaba una combinación de sorpresa, temor y confusión, así como un atisbo de recuerdo. Por lo menos, así interpretaba él su expresión.
– Precisamente tú deberías saber que no tengo mucho de boy scout.
– No sé nada de ti. Aparte de que te me ligaste en un bar de Washington y que me has seguido hasta aquí.
– Te equivocas, pero no tengo tiempo para explicaciones. -Sacó el móvil del bolsillo y llamó a su hermano Rick. Con los bomberos llegando a la casa, era posible que la policía no tardase en llegar, pero Chase quería que su hermano policía se reuniese allí con él, supiera quién era Sloane y tomara cartas en el asunto.
Tomó aire y la miró. En esos instantes, estaba demasiado aturdida para preguntar cómo la había encontrado y por qué, pero no tardaría en hacerlo. Lo sabía porque él también tenía interrogantes. Como, para empezar, por qué estaba en aquella casona. ¿Por qué buscaba a un viejo excéntrico como Samson?
Se fijó en cómo tiritaba y se dio cuenta de que había estado a punto de morir. Había estado a punto de perderla. Sin pensarlo dos veces, la abrazó para darle calor. Cuando le rozó los labios, se dio cuenta de cuánto la deseaba.
Reconoció su sabor: dulce, agradable… y la encontró dispuesta a dejarse llevar por él, igual que él necesitaba sumergirse en ella. Le recorrió la boca con la lengua y ella le respondió con un suave gemido antes de unir su lengua a la de él.
Chase se excitó al instante y todo lo que lo rodeaba desapareció. En ese momento, sólo existía ella.
Hundió las manos en su pelo, acercándola al tiempo que oía una tos fingida.
– Disculpa, pero ¿alguien ha llamado a la policía?
Sloane se separó de Chase de un salto y volvió a la realidad.
El se vio obligado a apartar la vista de Sloane, que se había puesto a dar puntapiés al suelo y, cuando alzó la mirada, se rompecorazones encontró con la expresión curiosa de su hermano mediano.
– Gracias por venir tan rápido -dijo y, ahora que había recobrado el sentido, lo decía con sinceridad.
– Pertenezco al cuerpo de policía de Yorkshire Falls. -Rick sonrió y ladeó la cabeza. -Nuestra obligación es acudir. -Le tendió la mano a Sloane. -Agente Rick Chandler -se presentó.
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