– ¡Gracias a Dios! -Se abalanzó hacia ellas. Dejó la linterna en el suelo y, tras dejarse caer de rodillas, abrazó a las dos niñas, estrechándolas contra sí-. Ya estoy aquí. Ya estáis a salvo.
Las soltó, bajó la bufanda que amordazaba a Gert y luego se volvió para hacer lo mismo con Bea.
– Pero no estamos a salvo -susurró Gert aterrorizada-. Él está aquí, él fue quien te atrajo hasta aquí.
Bea asintió vigorosamente con la cabeza, con los ojos abiertos como platos.
– Todavía sigue aquí -dijo la niña cuando ella le quitó la mordaza.
El terror puro que se reflejaba en la voz de Bea hizo que Em volviera a mirar a su alrededor. Las niñas tenían razón. Pero…
– ¿Quién es? -Ya había desatado la cuerda que las mantenía atadas espalda contra espalda. Urgió a Bea a girarse y comenzó a desatarle las cuerdas que le ataban las muñecas.
– ¡El señor Jervis! -susurró Gert.
– El señor Jerry Jervis, el caballero de York que era amigo de mamá -le espetó Bea al ver la confusión de Em.
– ¿El caballero de York? -Em no conocía a tal caballero-. Pero…
– Era un amigo especial de mamá, pero era marino y un día se marchó en un barco… Hacía mucho tiempo que no lo veíamos-. Gert se dio la vuelta para que Em le quitara las cuerdas de las muñecas.
– Nos dijo que mamá le había pedido que nos vigilara y que por fin nos había encontrado en Red Bells. -Bea se acercó más a ella y siguió susurrando-: Nos pidió que diéramos un paseo con él en el salón…
– Le hablamos del tesoro. -Gert se frotó las muñecas-. Nos pidió que le enseñáramos dónde había estado oculto… -Buscó los ojos de Em en la penumbra-. No pensamos que fuera capaz de hacernos daño, pero…
– Nos capturó -dijo Bea, agarrándose del brazo de Em-, nos ató y nos dejó aquí.
– ¿Por qué? -Gert tenía una expresión perpleja y dolida-. ¿Por qué ha hecho tal cosa?
Em recordó el tesoro, y bajó la mirada a la bolsa de lona que yacía a su lado. Había encontrado a las chicas, pero todavía tenía el tesoro.
La luz de la linterna comenzó a titilar y a desvanecerse.
El temor a la oscuridad, que hasta entonces había mantenido a raya, irrumpió en el interior de Em, inundándola como una gigantesca ola, y amenazando con arrastrarla, hundirla y ahogarla.
Contuvo el aliento y centró la atención en las niñas, y vio que sus ojos estaban llenos de pánico.
Entonces gritaron y señalaron detrás de ella.
– Piola, Emily.
La joven se dio la vuelta justo cuando la luz de la linterna, se apagó del todo, sumiéndoles en la oscuridad.
Por un instante, Em no pudo respirar. Sintió que se sofocaba, que se asfixiaba… luego recordó el tesoro y trató de coger la bolsa.
En cuanto la agarró, notó que se le escurría de entre las puntas de los dedos.
El aire se arremolinó en torno a Em cuando algo grande y cercano a ella se movió. Él no intentó disimular el ruido de sus pasos cuando se dio la vuelta y se alejó rápidamente en la oscuridad.
Por un momento, el pánico y la sorpresa atenazaron a Em. Se puso en pie con inseguridad; las gemelas la imitaron y se agarraron a sus faldas a cada lado de ella. Em no podía comprender cómo ese hombre podía caminar con esa facilidad a través de la oscuridad y entrecerró los ojos. Divisó un estrecho y tenue haz de luz de una linterna que recortaba la borrosa silueta de un hombre bastante grande.
Una fría desesperación la inundó.
– ¡Espere! ¡No nos puede dejar aquí! -Rodeando a las niñas con los brazos, se alejó un paso de la pared de piedra. Él se detuvo y giró la cabeza.
– Sí que puedo. -Pasó un momento-. No me importa si encuentran el camino para salir o si mueren aquí. Para entonces ya me habré ido y seré más rico de lo que jamás había soñado.
Había algo vagamente familiar en aquella voz… Em frunció el ceño.
– ¿Hadley?
El hombre se rio.
– Adiós, Emily Colyton. Ha sido un placer haberla conocido. -Él se rio entre dientes y estaba a punto de marcharse cuando se detuvo una vez más-. Realmente es una lástima que quiera a Tallent. Si me hubiera elegido a mí, podría haberla llevado conmigo, pero también sé que, al igual que Susan, usted jamás habría abandonado a esos pequeños diablillos.
Em sólo pudo distinguir la burlona reverencia que le hizo.
– Así que adiós, querida… dudo mucho que volvamos a vernos. -Reanudó su salida de la caverna. Dejando atrás una oscuridad total.
– ¡Hadley! -Incluso ella escuchó la aterrada desesperación en su voz, pero el resto de la súplica murió en sus labios cuando, bajo la débil luz de la linterna, vio que Hadley se introducía en el distante pasaje.
La luz se desvaneció. Él se había ido.
La oscuridad se volvió más densa.
Em rodeó a cada niña con un brazo, estrechándolas contra sí mientras luchaba por tranquilizar el acelerado ritmo de su corazón. Tragó saliva. Respiró hondo y se obligó a exhalar el aire.
– Tenemos que salir de aquí.
– Pero no vemos nada -susurró Bea.
– No. -Em habló en tono firme y tranquilo-. Pero sé en qué dirección está el pasaje. -Y tanto que lo sabía, pues estaba justo a unos metros delante de ella-. Vamos. Sólo tenemos que poner un pie delante del otro y llegaremos a él.
Dio un paso adelante y rozó con el zapato la linterna apagada.
– Esperad. -Se agachó y cogió la linterna; era una grande con una sólida base de hierro. Ya no podía encenderla, pero llevarla en la mano hacía que se sintiera mejor-. Hay que ir todo recto. A ver, Gert, colócate a este lado y tú, Bea, en el otro. Agarraos a mis faldas y no os soltéis de mí. Yo os guiaré… pensad que es una especie de juego.
– Está bien -dijo Bea-, pero no me gusta la oscuridad.
Em odiaba la oscuridad, la aborrecía, únicamente sentía terror cuando se veía rodeada por ella…, pero no tenía tiempo de dejarse llevar por ese viejo temor. La vida de ella y de sus hermanas dependía de que mantuviera la calma. Y eso haría.
Tenían una vida que vivir con plenitud, y gente a la que amar y que las amaba; lo único que le importaba a Em era asegurarse de que eso fuera posible, y para ello tenían que encontrar la salida de la caverna y regresar a la luz del día.
– Venga, vamos. -Ni siquiera su viejo temor impediría que volviera a ver a Jonas otra vez, a yacer en sus brazos, a besarle, a abrazarle…, a ser protegida y querida por él. Puso un pie directamente delante del otro y siguió haciéndolo una y otra vez. Tenía la mano extendida delante de ella para no tropezar con las estalactitas que se interponían entre ellas y el pasaje -cómo las rodearía y encontraría de nuevo el camino correcto era algo que aún no había pensado-y siguió resueltamente hacia delante.
Un pie tras otro.
Llegaron al bosquecillo de estalactitas y contó veinte pasos. Estaba tratando de recordar cuántos pasos había dado al internarse en la caverna para buscar a las niñas, y la distancia a la que estaban de la entrada del pasaje, cuando una corriente de aire fresco le rozó la cara.
Era un suave soplo de viento, una mera caricia, pero ahora el aire era diferente, e incluso la temperatura era distinta, más fría.
Ella se detuvo, preguntándose si sería un producto de su imaginación, que se inventaba respuestas a sus oraciones, pero volvió a notar la fría brisa y, poco a poco, sus sentidos se aguzaron en la oscuridad. A pesar de todo, sonrió.
– Niñas, ¿sentís la brisa?
Pasó un instante, luego notó que las dos asentían con la cabeza.
– Viene del pasadizo. -O al menos eso creía Em. Había más posibilidades, pero no veía en qué podía beneficiarles hacer hincapié en ellas. Por lo que ella creía, la suave corriente de aire bajaba por el pasaje desde la cámara Colyton. La fría, húmeda y pegajosa presión del miedo se aligeró un poco.
– Lo único que tenemos que hacer para encontrar el pasaje es seguir la dirección de la brisa. Vamos.
Con más confianza de la que sentía y la mano extendida hacia delante, guio a sus hermanas por el bosquecillo de viscosas estalactitas; luego las dejaron a su espalda y siguieron la débil brisa.
Sus progresos eran todavía muy lentos. Aunque la corriente de aire les mostraba la dirección a seguir, todavía tenían que caminar con cuidado, tanto las niñas como ella. El suelo de la caverna era de piedra dura y afilada, las pequeñas hondonadas y pendientes eran muy pronunciadas en la absoluta oscuridad.
A pesar de su férrea determinación, la oscuridad todavía oprimía a Em como un manto sofocante que amenazara con robarle hasta el último aliento. Todavía tenía que luchar por respirar, por vencer el miedo que le comprimía los pulmones.
La esperanza, la impulsaba a seguir adelante -la esperanza, y Jonas-. La inmutable convicción de que tenía que estar, necesitaba estar y estaría con él otra vez. Que su destino, su futuro estaba junto a Jonas bajo la luz del día, no allí en aquella sofocante oscuridad.
Así que Em siguió adelante, un paso detrás de otro, moviéndose lenta y cautelosamente, mientras sentía la débil brisa en las mejillas.
Jonas entró corriendo en la iglesia y bajó las escaleras de la cripta.
Se había pasado por la posada para preguntarle a Edgar si Em estaba allí, con la débil esperanza de que fuera así, pero Edgar le había confirmado que la joven había salido a dar un paseo.
Soltó una maldición y envió a Edgar a la herrería para que les dijera a Thompson y Oscar que se reunieran con él en la iglesia. No había tenido tiempo de dar explicaciones. Dejó a Edgar atrás y salió como un rayo hacia la cuesta de la iglesia. Filing e Issy estaban pasando el día fuera y Henry había ido a dar una vuelta, por lo que no había nadie en la rectoría a quien pedir ayuda, y no tenía tiempo de avisar a Lucifer y a sus hombres.
Aunque por suerte, uno de los vecinos, que estaba en la posada cuando él llegó, pudo llevar el aviso a Colyton Manor.
Se detuvo en medio de los escalones. La puerta de la cripta estaba abierta, pero el interior estaba a oscuras. Bajó los últimos peldaños en silencio; al llegar al pie de las escaleras pudo confirmar que la puerta de la cámara Colyton estaba abierta. Vio un débil resplandor procedente del interior. Recordó que Em tenía que devolver el tesoro adonde lo había encontrado y redujo el paso, acercándose cautelosa y silenciosamente al mausoleo.
Deteniéndose en el umbral, en lo alto de las escaleras, escuchó con atención. Al principio sus oídos no captaron más que un doloroso silencio; luego pudo oír el sonido distante, pero bien definido, de unos pasos amortiguados.
Pero no eran los pasos de Em, sino los de un hombre.
Jonas bajó sin hacer ruido las escaleras de la cámara Colyton, deteniéndose en el último escalón para escudriñar la oscuridad. Al instante se dio cuenta de por qué el resplandor de luz que veía era tan tenue; al parecer provenía de uno de los túneles subterráneos que partían del mausoleo, los que conducían al interior de la cordillera de piedra caliza.
Sólo Dios -y el villano- sabían adonde llevaría ese túnel.
El portador de la linterna se acercaba al mausoleo por el túnel de la derecha. Jonas bajó el último escalón y corrió por el suelo desigual, ocultándose en las densas sombras. Se dirigió a una de las tumbas más grandes y se agachó detrás, mirando por encima de una esquina la entrada del túnel.
Un hombre salió a paso vivo de él. Se detuvo en la entrada y levantó la mirada. ¡Hadley! Jonas frunció el ceño. ¿Sería él el villano o sólo habría bajado a curiosear?
En ese momento, Hadley alzó la mano con la que no sostenía la linterna y Jonas vio que sujetaba una bolsa de lona, y escuchó el tintineo de monedas.
Tenía ante él al villano que había estado persiguiendo el tesoro, la persona que le había atacado, y que había raptado a las gemelas… para conseguir que Em le entregara el tesoro Colyton.
¿Dónde estaba Em? ¿Y las gemelas?
Hadley se acercó a una de las grandes tumbas cercanas y depositó la bolsa sobre la tapa plana. Dejó la linterna a un lado y desató el cordón que cerraba la bolsa. Entonces la inclinó para dejar caer parte del contenido sobre la tapa de la tumba.
Las monedas de oro y las joyas centellearon bajo la luz de la linterna.
La sonrisa de Hadley era de pura avaricia. Jonas permaneció en su escondite mientras el artista devolvía los artículos -el tesoro Colyton- a la bolsa y volvía a atar el cordón. Luego, vio que Hadley recogía la linterna y, todavía sonriendo, se encaminaba a las escaleras de la cripta.
Jonas rodeó la tumba que le ocultaba y se agachó detrás de otra más cercana a las escaleras. Esperó, escuchando el sonido de los pasos de Hadley cada vez más cerca, mirando la luz de la linterna cada vez más brillante.
Justo en el momento oportuno se puso en pie y se plantó en el estrecho pasillo entre las tumbas, delante de Hadley, bloqueándole el camino hacia las escaleras.
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