Em escudriñó a su alrededor. Unos metros atrás, a la derecha, había una hilera de estalactitas. Eran las que les habían bloqueado el paso de la corriente de aire del pasaje de la derecha hasta que las rodearon.

Bajó la mirada a las gemelas, luego las rodeó a cada una con un brazo y se incline').

– No hagáis ningún ruido -les pidió en un bajo susurro.

Las hizo retroceder unos pasos hasta que se refugiaron detrás de las estalactitas de caliza.

– Agachaos -murmuró. Em se agachó, y las niñas también lo hicieron obedientemente a cada lado, acurrucándose contra ella. Em dejó la linterna delante, sobre el suelo de roca. Luego puso los brazos protectoramente sobre los hombros de las niñas, inclinó la cabeza y murmuró-: Quiero que me soltéis por si acaso tengo que moverme. -Sintió que las niñas aflojaban los dedos lentamente, casi a regañadientes, soltando las faldas-. Es necesario que mantengáis las cabezas bajas para que no os vean. Y que os quedéis aquí, escondidas, hasta que yo o Jonas os gritemos que salgáis.

El hombre del pasaje de la derecha corría con gran estrépito hacia ellas.

– Ya sabéis, no hagáis ningún ruido -fue lo último que se atrevió a decir.

Hadley irrumpió en la caverna con la respiración jadeante. Se detuvo unos pasos delante del umbral. Entonces levantó la linterna, describiendo un círculo de luz para mirar con atención el fondo de la caverna.

La luz pasó por encima de sus cabezas, pero Hadley escudriñaba mucho más allá de ellas.

El artista masculló una maldición, luego levantó la voz.

– ¡Emily! -la llamó con un susurro enérgico muy diferente al anterior deje burlón. Cuando sólo le respondió el silencio, continuó-: He cambiado de idea. Salga y la llevaré afuera.

Em contuvo un bufido sarcástico.

El segundo hombre se acercaba por fin a la caverna. Cuanto más cerca estaba, cuanto más claros eran sus pasos, más segura estaba Em de que se trataba de Jonas.

Seguridad. Protección. Salvación.

Em no entendía cómo era posible que él hubiera aparecido con tanta rapidez, pero no podía estar más agradecida.

Aprovechando el eco resonante de sus pasos, la joven se inclinó sobre sus hermanas y murmuró:

– No os levantéis. No os mováis.

Hadley podía oír a Jonas cada vez más cerca; todavía jadeaba y miraba a su alrededor de manera frenética. Después de una última ojeada a la caverna, se volvió para mirar al otro pasadizo.

Pasó un segundo y entonces él bajó la mirada a la linterna. Se movió hacia la entrada del pasaje del mausoleo, luego dejó con cuidado la linterna en el suelo, dejando que iluminara la entrada del otro pasadizo.

Para que iluminara a Jonas cuando entrara en la caverna.

Cuando Hadley se irguió, Em observó que deslizaba la mano derecha en el bolsillo y un segundo después percibió el destello brillante de una hoja afilada. Con paso sigiloso, el hombre se alejó de la linterna y rodeó el círculo de luz.

Acercándose a donde estaban ellas.

Em contuvo el aliento, pero ahora que sólo prestaba atención al pasadizo por el que aparecería Jonas, Hadley ya no las buscaba. Ni siquiera lanzó una mirada a las estalactitas que las ocultaban.

Cuando se deslizó entre ellas y la luz que emitía la linterna, Em pudo observar con más claridad el cuchillo que llevaba en la mano.

El eco de los pasos de Jonas era cada vez más fuerte.

Hadley continuó moviéndose hasta que se detuvo a la izquierda del pasaje que provenía de la cámara Colyton, para estar al otro lado de la luz de la linterna cuando Jonas entrara en la caverna.

Su plan era sencillo, Jonas miraría hacia la linterna y entonces…

Em se levantó en silencio; cogió su linterna apagada y se puso en movimiento, deslizándose también hacia la izquierda, rodeando las estalactitas sin emitir ningún sonido hasta que se situó a dos metros de la espalda de Hadley.

La luz de la linterna de Jonas inundó la boca del túnel. Se detuvo en el umbral y alzó la luz, dirigiendo el haz alrededor de la caverna, entrecerrando los ojos al percibir el resplandor del otro farol.

Se había detenido justo en el umbral del pasadizo, por lo que Hadley, listo para atacarle, no podía saltar todavía sobre él.

Entonces Jonas entró en la caverna.

– ¿Em?

Hadley se movió.

– ¡Hadley tiene un puñal, Jonas! Va a atacarte.

Hadley se giró en redondo, parpadeando furiosamente mientras intentaba verla, pero había estado mirando la luz y ella estaba lo suficientemente lejos del haz de la linterna como para confundirse con las sombras.

Em se mantuvo firme a pesar de que tenía los músculos tensos. Mientras no se moviera, Hadley no la vería.

Jonas se había girado hacia donde estaba ella. Entonces Hadley se movió a un lado, y Em escuchó la maldición de Jonas cuando la luz de la linterna la iluminó.

Hadley clavó los ojos en ella. Con un gruñido, se abalanzó sobre Em con la mano abierta y los dedos extendidos para agarrarla.

Jonas le arrojó la linterna a Hadley. Le golpeó en la nuca; el golpe fue lo suficientemente fuerte como para hacer que se tambalease y se girase en redondo hacia Jonas, dándole la espalda a Em.

Jonas se abalanzó hacia la linterna. Aquel tunante quería utilizar a Em como rehén, por eso había regresado a la caverna.

Chocó contra Hadley y ambos cayeron al suelo; en el calor del momento, se había olvidado de la herida del hombro, pero la abrasadora punzada de dolor que sintió al caer, se la recordó.

Hadley, sin embargo, no había olvidado la herida de Jonas, ni tampoco el chichón que tenía en la cabeza. Torció los rasgos en un gesto cruel, luchando por presionar en el hombro herido, cargando todo su peso sobre él.

Jonas apretó los dientes y luchó por no perder el conocimiento. La única manera de aliviar aquella dolorosa presión era rodar sobre la espalda, apoyando su sensible cabeza sobre el suelo de roca, lo que daría a su contrincante la oportunidad de ponerse encima de él.

Una oportunidad que Hadley aprovechó de inmediato, al mismo tiempo que bajaba la mano para clavarle el cuchillo.

Jonas atrapó el brazo del artista con las dos manos y empujó con todas sus fuerzas.

Comenzaron a temblar le los brazos.

Em rodeó a los dos luchadores y observó que a Jonas se le aflojaban los brazos. Vio que tenía sangre en el hombro y que ésta parecía una enorme lágrima oscura en la chaqueta clara.

Una intensa furia candente la atravesó. Apretando los labios, levantó su linterna hasta entonces inservible, le dio la vuelta y se abalanzó sobre Hadley.

Dándole un golpe fuerte y seco en la cabeza.

El se quedó paralizado y miró por encima del hombro, sacudiendo la cabeza aturdido.

Jonas lanzó un puñetazo a la mandíbula de Hadley.

Un enorme crujido resonó en la caverna. La cabeza del artista cayó hacia atrás y luego hacia delante muy lentamente mientras se le cerraban los ojos y se deslizaba al suelo de roca.

Encima de Jonas.

Em bajó la mirada para observar el resultado de sus esfuerzos -Hadley estaba inconsciente por completo-, luego soltó la linterna y se dejó caer de rodillas al lado de Jonas.

– ¡Estás sangrando! -Le tocó suavemente el hombro y palideció-. Santo Dios, ¿ha sido él quien te ha disparado? -Em giró la cabeza, y le lanzó una mirada asesina a la figura de Hadley-. Hadley, Jervis o cualquiera que sea su nombre.

– Es sólo una herida superficial. -Jonas se incorporó con los labios apretados, se apoyó en ella y logró ponerse en pie, no sin antes recoger el puñal que había caído de la mano de Hadley. Se lo metió en el bolsillo y se giró hacia Em mientras ella se levantaba también.

Muy enfadado, sobre todo si pensaba en lo ocurrido en los últimos minutos, y más en el momento en que Hadley se había lanzado sobre Em, Jonas buscó la brillante mirada de la joven y sintió que una ardiente furia le invadía.

– ¿Qué demonios pretendías viniendo aquí sola?

Em parpadeó, totalmente sorprendida.

– Tienes que haber leído mi nota… tenía que pagar el rescate y liberar a las gemelas.

El asintió con la cabeza.

– Eso puedo entenderlo. Lo que no puedo entender es por qué no creíste oportuno decírmelo cuando me habías prometido que lo harías, cuando me prometiste que compartirías tus problemas conmigo. ¿Lo recuerdas? -Poniendo los brazos en jarras, inclinó la cara sobre la de ella, ignorando el palpitante dolor en su hombro-. ¿Y qué me dices de hace apenas unos minutos, cuando deliberadamente has atraído su atención sobre ti? -Le clavó un dedo en la punta de la nariz-. ¡Y ni se te ocurra decirme que no sabías que tenía un puñal!

La joven había retrocedido un paso, pero aquel último y sorprendente comentario hizo que entrecerrara los ojos, enderezara la espalda y se mantuviera firme.

– No seas tonto. ¡Ese hombre tenía intención de clavarte el cuchillo! ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Que me quedara quieta para ver cómo te acuchillaba?

Jonas no pensaba permitir que usara esa excusa.

– Lo que esperaba era…

– ¿Podemos salir de aquí? -resonó una voz plañidera en la oscuridad, arrancándoles eficazmente de la pelea. Los dos dieron un paso atrás y luego intercambiaron una mirada tensa.

– Más tarde -dijo Em en voz baja, con los ojos todavía entrecerrados y los labios apretados.

Él asintió con la cabeza.

– Más tarde. -Aquella discusión todavía no había acabado, de ningún modo.

Em se volvió hacia donde había dejado a las gemelas. -Sí, podemos salir de aquí. Estáis a salvo.

De lo que Em no estaba tan segura era de que ella lo estuviera, pero con Hadley inconsciente en el suelo, sus hermanas estaban indudablemente a salvo.

Dejando a Hadley en la oscuridad, condujeron a las gemelas por el pasaje por el que habían bajado antes.

– El otro pasaje también conduce al mausoleo. -Jonas seguía a Em por el túnel. Habían vuelto a encender la linterna de Hadley y cada adulto portaba una, manteniendo la oscuridad a raya. Habían dejado en la caverna la que Em había usado para golpear al artista en la cabeza, pues se le había acabado el aceite-. Hadley se largó corriendo por el otro pasadizo de la cámara Colyton para escapar de Thompson, de Oscar y de mi… Creíamos que se adentraba a ciegas en las cuevas.

– Pero en lugar de eso, regresó para buscarme a mí -dijo Em.

Jonas apretó los labios mientras asentía con la cabeza; la cabeza no le dolía, pero seguía palpitándole el hombro.

– Quería tomarte a ti o a alguna de las gemelas como rehén, para exigir que le devolviéramos el tesoro y le dejáramos escapar. -Miró las brillantes cabezas de las gemelas con el ceño fruncido-. Gert, Rea, ¿cómo os convenció para que os marcharais con él? Pensaba que habíais aprendido la lección después de lo ocurrido con Harold.

Con gran dignidad, las gemelas se lo explicaron todo, informándole que Hadley era un caballero de York que había sido un amigo especial de su madre.

– Pero entonces se llamaba señor Jervis.

– Y tenía barba.

Con la cabeza bien alta, las niñas continuaron avanzando por el túnel; no parecían estar muy afectadas por la aventura. De hecho, por los susurros que intercambiaban, parecían estar perfilando la historia que iban a contarles a los vecinos del pueblo.

Jonas intercambió una mirada con Em.

– Sospecho que sigue siendo el señor Jervis.

Ella asintió con la cabeza.

– Susan, la madre de las gemelas, conocía la existencia del tesoro. No estoy segura de si tenía constancia de la rima, pero las gemelas la conocen desde su más tierna infancia, igual que Issy, Henry y yo.

Brincando delante de ellos, Bea se dio media vuelta para añadir:

– Fue el señor Jervis quien le dijo al oficial de policía, después de que mamá se fuera al Cielo, que deberían enviarnos a vivir con Em en casa de tío Harold.

– ¿De veras? -Por la expresión que puso, aquélla era una información que Em desconocía-. Bueno, eso fue muy amable de su parte.

Gert soltó un bufido.

– No lo hizo porque fuera amable. Le oí decir que esperaba que eso supusiera más carga para ti. -Se volvió a mirar a Em-. Pero nosotras no somos una carga para ti, ¿verdad?

– El señor Jervis no es bueno -dijo Em-. Y no deberíais creer nada de lo que dicen los hombres malos.

Cuando, más reconfortadas, Gert y Bea volvieron a mirar hacia delante, la joven intercambió una mirada aún más significativa con Jonas.

El aminoró el paso, igual que ella.

– Parece como si Hadley, o Jervis, si es ése su nombre de verdad -susurró Jonas mientras las gemelas continuaban avanzando a paso vivo-, quisiera el tesoro, pero no hubiera tenido intención de buscarlo. Apareció unas semanas después que tú; no le habría sido difícil contratar a alguien para que le avisara cuando dejaras la casa de tu tío. ¿Conocía Susan tu plan para marcharte de allí en cuanto cumplieras veinticinco años?