Em asintió con la cabeza.

– Issy y yo le escribíamos con frecuencia… era un secreto a voces entre Susan y nosotras.

– Así que Jervis también lo sabía, e imaginaría que, con las gemelas a tu cargo, te sentirías cada vez más presionada y que te largarías de allí en cuanto pudieras.

– Y tenía razón -admitió Em-. La actitud de Harold hacia las niñas fue la gota que colmó el vaso.

Cuando llegaron a la cámara Colyton, encontraron a Thompson y a Oscar sentados sobre las tumbas, balanceando las piernas mientras esperaban. Se pusieron en pie cuando las niñas se acercaron corriendo a ellos, hablando de hombres malos, linternas y puñales.

Thompson miró a Jonas arqueando una ceja.

El señaló el túnel con un gesto de cabeza.

– Hadley está inconsciente en la caverna en la que desembocan los dos túneles.

– Ahora mismo vamos Oscar y yo a buscarle. -Thompson cogió la linterna que había dejado sobre una tumba cercana.

– Ten -dijo Jonas tendiéndole la suya a Oscar-. Tendréis que bajar uno por cada túnel, pues Hadley podría subir por uno mientras bajáis por el otro.

Thompson asintió con la cabeza, sonriendo ampliamente sin disimular su regocijo ante la expectativa.

– No podrá eludirnos. -Volviéndose hacia Em, Thompson le tendió la bolsa de lona-. Creo que esto es suyo, señorita.

– Gracias. -Em cogió la bolsa, suavizando con una sonrisa lo que hasta entonces había sido una expresión seria.

– Nos vamos a buscar al villano. -Con una inclinación de cabeza y un saludo, Oscar se dirigió al túnel más alejado, dejando el otro para su hermano.

Cuando la luz de sus linternas se desvaneció, Jonas cogió la que sostenía Em. Ignorando el dolor que irradiaba desde su hombro, la alzó y condujo a las tres hermanas por los sinuosos escalones hasta la cripta, y de allí a la iglesia.

Allí encontraron a un buen grupo de rescatado res preocupados por ellos y a punto de bajar a la cripta para ayudarlos; con Filing, Issy y Henry a la cabeza. Cuando oyeron los pasos apresurados de las gemelas en los escalones, todos se quedaron callados y aguardaron. Cuando irrumpieron en aquel escenario de expectante quietud, las gemelas se convirtieron con rapidez en el centro de la atención. Contaron su historia, así como la de Em y Jonas. Tras intercambiar una mirada irónica con Jonas, Em dejó que las niñas distrajeran a todo el mundo.

También se mantuvieron en silencio cuando, dejando allí a

Thompson y a Oscar, todos se dirigieron a la posada. Allí había todavía más vecinos que esperaban impacientes escuchar el resultado del secuestro y la petición de rescate. Después de que Edgar hubiera ido a buscar a Thompson a la herrería, había regresado para atender la taberna. Em observó que había demasiada gente en la posada para lo que debería haber sido una tranquila tarde de jueves.

Todos esperaban ver a Jervis -alias Hadley-cuando Thompson y Oscar le llevaran allí, pero se quedaron con las ganas.

– No lo hemos encontrado -les informó Thompson cuando llegó-. Llegué un poco antes que Oscar a la caverna, pero ya no estaba allí. No pasó por nuestro lado o al menos no pudimos verlo. No nos adentramos demasiado ya que nos imaginábamos que él no podría ir muy lejos sin una linterna que le iluminara el camino. Así que regresamos y cerramos tanto la puerta de la cámara Colyton como la de la cripta. -Thompson le dio la llave a Filing-. Creo que es mejor que la tenga usted, señor Filing. Por si acaso alguien quiere bajar más tarde para comprobar si está esperando para salir.

– Creo que será mejor bajar mañana -intervino Oscar-. Después de una noche en la cámara Colyton, se mostrará mucho más pacífico.

Em observó que todos asentían conformes, aunque unos eran más renuentes que otros a dejar a Jervis abandonado allí hasta la mañana siguiente. Sus intentos para hacerse con el tesoro -atacar a Jonas, secuestrar a las gemelas y finalmente a ella, y volver a herir a Jonas- habían enfurecido a todos los vecinos como si hubiera atacado directamente al pueblo.

Em se sintió a la vez reconfortada e inspirada al saber que su familia y ella eran consideradas ahora parte de la vida del pueblo.

Una de las primeras personas que surgió de la multitud fue Gladys. Una vez que le señalaron la herida de Jonas, el ama de llaves apretó los labios y se marchó. Poco después se desvaneció el bullicio inicial e, ignorando la opresión que le producía la discusión pendiente y la tensión que había entre ellos, Em agarró a Jonas del brazo.

– Ven a la cocina para que pueda curarte el brazo.

El soltó un bufido, pero permitió que le condujera a la cocina. Ella le indicó que se sentara en una silla ante el fuego, donde se cocinaba la cena de esa noche. Hilda colocó unos paños y una palangana de agua caliente sobre la mesa; Em escurrió uno de los paños y, tras torcerlo, se puso a humedecer la chaqueta y la camisa en la zona de la herida para poder quitárselas.

Cuando finalmente estuvo sin camisa, Jonas volvió a sentarse en la silla, mirando con los ojos entrecerrados la herida que tenía en el hombro. Em la estudiaba con atención, mascullando para sus adentros; luego comenzó a limpiarla con cuidado. A pesar de todo, él no podía evitar sentirse orgulloso de sus cuidados, de aquella sencilla prueba de afecto.

Sintió cada suave roce, cada apretón tranquilizador de los dedos de la joven contra su piel herida, disfrutando del momento, de todo lo que significaban aquellas atenciones, todas sus connotaciones, debilitando su determinación de sacar a colación la pospuesta discusión.

Sabía que Em le amaba. Lo sabía porque podía sentirlo en el roce de su mano cuando le secaba el hombro con tiernos toquecitos.

– Esto -dijo Hilda, acercándose con un tarro de bálsamo-le ayudará a curarse.

Em cogió un poco con los dedos y extendió el bálsamo de hierbas sobre la piel lacerada. Finalmente, puso una gasa sobre la herida y la sujetó con unas vendas.

Justo cuando Jonas se dio cuenta de que ya no tenía ropa que ponerse, Gladys apareció por la puerta trasera con una camisa y una chaqueta que reemplazaban las que habían quedado inservibles. Em ni siquiera había pensado en eso.

El agradeció la ropa limpia, se puso en pie y se vistió con rapidez. Hilda y Gladys regresaron al salón de la posada. Jonas se volvió hacia Em y la miró directamente a los ojos.

– Gracias.

Apartando a un lado los paños y la palangana, la joven se encogió de hombros.

– Es lo menos que puedo hacer después de que te hayan herido por defenderme. -Le lanzó una mirada al hombro-. ¿Estás mejor? El movió el hombro con cuidado. -Sí. Ya no me duele tanto.

La tensión producida por la discusión pendiente era como una cuerda que se tensara entre ellos. Pero no era el momento ni el lugar apropiado para continuar con ella. El esperó a que Em regresara del fregadero y la siguió de vuelta al salón.

Ella fue muy consciente de él durante todo el rato. Lo sentía de la misma manera que se presiente una tormenta inminente, como una oscura y poderosa energía en el aire que esperaba descargar sobre ella. Jonas nunca se alejó demasiado mientras Em ejercía su papel de posadera y circulaba entre la gente allí reunida.

El resto de la tarde pasó con rapidez. Aunque muchos le preguntaron sobre la terrible experiencia que había sufrido, ella eludió todas las preguntas con una sonrisa y una respuesta alegre; en lo único que podía pensar era en la discusión que tenía pendiente con Jonas.

Todos sus instintos le decían que esa discusión sería, no sólo importante, sino fundamental para su decisión de casarse con él. No sabía exactamente de qué modo afectaría eso a su relación, pero cuando por fin cerraron la posada por la noche y oyeron el sonido de los pasos de Edgar que se alejaba por el patio, ella estaba más que dispuesta a subir las escaleras hacia sus aposentos y aclarar las cosas con el caballero que le pisaba los talones.

Em abrió la puerta de su salita y le precedió al interior. Se detuvo en medio de la estancia y, estaba a punto de girarse para enfrentarse a él, cuando notó la firme mano de Jonas en la parte baja de la espalda, empujándola hacia delante, hacia la puerta abierta del dormitorio.

Ella se puso rígida, pero no opuso resistencia. No importaba el lugar que eligieran para hablar, y Em no deseaba distraerse por tonterías cuando debía mantener la calma y centrarse en la discusión que se avecinaba.

Los dos se detuvieron en medio del dormitorio. Em agradeció para sus adentros que él hubiera traído la vela de la salita. Esperó mientras la colocaba en el tocador, desde donde emitió una luz lo suficientemente brillante como para poder verse las expresiones de las caras.

Jonas se irguió y la miró.

– Antes de que digas nada, quiero dejar claro que no cuestiono que quisieras pagar el rescate… Comprendo perfectamente tus razones para hacer lo que fuera necesario para salvar a las gemelas. Por supuesto que lo hago. -Metió las manos en los bolsillos y clavó sus ojos oscuros en la cara de Em-. En lo único que no estoy de acuerdo es en por qué no me dijiste nada sobre la desaparición de las niñas, de la petición del rescate y lo que pensabas hacer al respecto.

Los ojos de Jonas parecieron arder mientras le sostenía la mirada. Em estaba segura de que no era producto de su imaginación que su cara pareciera más dura, que los ángulos fueran más afilados y sombríos.

– Me lo prometiste. Me prometiste que compartirías todos tus problemas conmigo, y que yo te ayudaría a cargar con ellos. La razón por la que te pedí que me hicieras esa promesa es muy sencilla: tú eres importante para mí. -Sacó las manos de los bolsillos y respiró hondo, exhalando lentamente el aire antes de continuar-: No sólo eres importante, eres vital, crucial, fundamental para el resto de mi vida. Te necesito, y si no paso el resto de mi vida contigo, ésta dejará de tener sentido para mí.

El no parecía saber qué hacer con las manos y no hacía más que cerrar los puños a los lados.

– Te amo, Em. Por eso te pedí que me prometieras eso, por eso necesitaba que cumplieras esa promesa. Pero a las primeras de cambio, la rompiste. -La expresión de Jonas no podía ser más desoladora-. No confiaste en mí.

– ¡Espera! -Ella alzó una mano-. Detente ahora mismo. -Em le miró con los ojos entrecerrados-. ¿Realmente piensas que no te lo conté, que acudí sola a enfrentarme a Hadley porque no confío en ti y no tengo fe en tu amor?

La expresión de Jonas era ilegible, pero después de que ella esperara un buen rato, el acabó asintiendo de mala gana con la cabeza.

Em bajó la mano y aspiró aire, que soltó con un sonido ahogado.

– ¡Pues te equivocas! La única razón por la que no te hablé de la desaparición de las gemelas y de la petición de rescate, aunque te dejé una nota que debías descubrir más tarde, es porque confío en ti. -Le lanzó una mirada airada-. Porque confío en tu amor, y porque sé cómo reaccionas a cualquier situación que pueda suponer un peligro potencial para mí. -Se señaló el pecho con un dedo, observando con satisfacción la cautelosa y confusa expresión que inundaba los ojos oscuros de Jonas-. ¡Yo! -Se señaló otra vez-. Tengo completa fe en ti y confiaba total y ciegamente en el hecho de que harías cualquier cosa, incluso luchar, para proteger mi vida. Pero esta vez no podía permitirlo. Esta vez tenía que arriesgar mi vida para salvar a mis hermanas, a las que quiero y protejo, porque siento por ellas lo mismo que tú sientes con respecto a mí.

»Así que, ya ves, los dos queremos proteger a los que amamos. -Em volvió a respirar hondo, resuelta a llegar hasta el fondo de aquel espinoso asunto ahora que ya habían empezado-. Si yo puedo aceptar, reconocer y comprender el hecho de que tú me amas y que por tanto quieres protegerme, tú tienes que aceptar, reconocer y comprender lo mismo por mi parte.

Los ojos de Jonas eran dos lagos oscuros e insondables y su expresión no decía nada.

– ¿Qué?

Em alzó las manos en el aire.

– ¡Te amo, Jonas! Y eso quiere decir que siento lo mismo que tú sientes por mí. Quiere decir que no seré alguien que se someta de buena gana a tus órdenes, que se esconda en un rincón como una cobarde mientras alguien intente hacerte daño… Que te protegeré de la misma manera en que tú me proteges a mí.

Todas las emociones de Em parecían escapar por cada poro de su piel. Dio un paso adelante y meneó el dedo bajo la nariz de Jonas.

– Si nos casamos, no voy a hacer todo lo que tú me digas.

A Jonas se le curvaron los labios en una sonrisa. Intentó contenerla, intentó sostenerle la mirada, pero fracasó.

Em entrecerró los ojos hasta que no fueron más que un par de rendijas.

– No te atrevas a reírte. Esto no es una broma.

Jonas no pudo reprimir una sonrisa de oreja a oreja. Trató de abrazarla mientras soltaba una carcajada.