– Lo siento. -La cogió entre sus brazos. Ella se lo permitió, aunque seguía estando rígida. Jonas la rodeó con los brazos y la estrechó contra sí-. Yo… -Respiró hondo, conteniendo el aliento, luchando por reprimir sus inoportunas risas. No había manera de medir el alivio que se mezclaba con ellas.
«Si nos casamos…» Em le amaba, confiaba en él. A pesar de todo, la había conquistado.
– Lo entiendo. -Lo hacía-. Pero… -Bajó la vista hacia ella, esperando que Em le mirara directamente a los ojos-. Tienes razón. -Jonas hizo una mueca-. No habría dejado que entraras en el mausoleo para que le entregaras el tesoro a Hadley… Es muy posible que te lo hubiera impedido a toda costa.
El notó que se le endurecían los rasgos de la cara al pensar en lo que ella había tenido que enfrentarse -el peligro con el que había coqueteado a sabiendas-, pero se obligó a admitir:
– No me gusta tener que reconocerlo, pero tenías razón, al menos en ir a rescatar a tus hermanas. Sin embargo, no quiero, jamás aceptaré, que arriesgues tu vida por rescatarme.
Ella entrecerró los ojos hasta que parecieron fragmentos de cristal de color dorado.
– En ese caso… siempre discreparemos en ese punto.
Jonas vaciló; le costó, pero al final se obligó a asentir con la cabeza.
– De acuerdo.
Em le lanzó una mirada suspicaz.
– ¿De acuerdo? -Hizo un gesto con una mano-. ¿No te importa que actúe como mejor me parezca si sé que corres peligro?
El apretó los labios.
– No. Claro que me importará, todo el rato, cada minuto del día. Pero si es ése el precio que tengo que pagar para que te cases conmigo, pues lo pagaré con gusto. Ya me las arreglaré.
Lo que quería decir que él haría todo lo que estuviera en su mano para asegurarse de que ella jamás se vería en la tesitura de tener que protegerle, ni siquiera de ayudarle, en cualquier situación peligrosa.
Por la mirada que observó en sus ojos, Em lo entendió a la perfección, pero tras un momento, asintió con la cabeza.
– De acuerdo. -La tensión que la atenazaba se desvaneció. Le estudió la cara, luego ladeó la cabeza y abrió mucho los ojos-. Así que… ¿no crees que ha llegado el momento de que hagas esa pregunta que estabas esperando hacer?
La voz de Em era suave y cautivadora.
El universo pareció detenerse. Jonas fue repentinamente consciente de la tierna suavidad de Em, de su forma flexible y delgada entre sus brazos; fue plenamente consciente de que la vida, y todo su mundo, dependía y giraba en torno a ella. Qué preciosa era para él, qué vital, qué fundamental para su futuro y… ahora era verdaderamente suya.
Las palabras salieron con facilidad.
– Emily Colyton, ¿me concedes el honor de ser mi esposa?
Durante un instante, ella se limitó a sostenerle la mirada, como si todos sus sentidos estuvieran centrados en las palabras de Jonas, en saborearlas por completo… Luego una suave sonrisa se extendió por sus rasgos y brilló en sus ojos.
– Sí.
Em levantó los brazos, le rodeó el cuello con ellos, se puso de puntillas y le rozó los labios con los suyos.
– Me casaré contigo, Jonas Tallent, y te amaré durante el resto de mis días.
Jonas la estrechó contra su cuerpo y respondió a las caricias de sus labios, besándola con el mismo fervor apasionado que ella.
La noche los envolvió mientras se despojaban de la ropa, se dejaban caer sobre la cama, deshaciéndose de todas las barreras para unir sus cuerpos desnudos, jadeantes, piel con piel, boca con boca, y entrelazaban las manos al tiempo que se unían, moviéndose con un ritmo tan antiguo como el tiempo.
Mientras sus almas se tocaban, se fundían, separadas pero aún entrelazadas. Mientras sus corazones latían al unísono, el éxtasis los capturó, los catapultó y los rompió en mil pedazos, haciéndoles alcanzar la gloria.
Luego se abrazaron, perdidos uno en los brazos del otro, y regresaron lentamente a la tierra.
Había una promesa en aquella pasión desbordante. Cuando Em apoyó la cabeza en el hombro sano de Jonas y sintió sus brazos rodeándola, pensó que la promesa nunca había sido tan evidente como ahora.
Ambos se daban la mano en el umbral del futuro. El amor les había unido, los había fundido. El amor era ahora la piedra angular de su presente, y la garantía del futuro.
El amor gobernaba su mundo, les hacía vivir la vida con total plenitud.
Eso era mucho más de lo que Em había esperado cuando decidió dirigirse a Colyton.
Había ido allí para buscar un tesoro y había encontrado mucho más de lo que había soñado. El tesoro que había hallado era mucho más valioso que las joyas y el oro.
El amor la había cautivado. El amor la había vencido, y ahora estaba justo donde tenía que estar.
Jonas alzó la cabeza y le dio un beso en la frente.
Em sonrió, se acurrucó contra él, cerró los ojos y se durmió.
EPÍLOGO
La Grange, Colyton
Cuatro meses después…
Em se alisó las faldas intentando asentar la seda color melocotón. No podía recordar lo que había hecho el día de su boda. No obstante, sabía que aquel día, hacía ya más de tres meses, la había ayudado tanta gente, que no tuvo que mover un dedo.
Pero hoy era el día de la boda de Issy, y Em estaba decidida a que todo, incluido el vestido de la dama de honor, fuera absolutamente perfecto.
Durante los cuatro últimos meses, desde que había encontrado el tesoro Colyton, su vida había sufrido muchos cambios, aunque todos esos cambios habían sido para mejor y todos estaban relacionados con su nueva posición como esposa de Jonas Tallent en Grange.
Junto con Phyllida en Colyton Manor y Jocasta en Ballyclose, se había convertido en la sucesora de la anciana lady Fortemain. Phyllida, Jocasta y ella eran ahora amigas íntimas. Tener amigas de la misma posición social con las que compartir sus secretos era algo que nunca hubiera creído posible y que agradecía profundamente. Era una parte más de su recién descubierta riqueza.
La posición que había ocupado antes por necesidad en Red Bells también había cambiado, pero todavía era quien llevaba las riendas de la posada, todavía supervisaba el funcionamiento de la misma, pero desde lejos. Edgar, Hilda, John Ostler y Mary Miggins, a quien había contratado como ama de llaves, eran quienes se ocupaban del día a día del negocio y de que todo marchara bien.
El pueblo había acogido a Em y a su familia, incorporando a los Colyton en la vida del pueblo como si jamás se hubieran ido. Todos parecían pensar que era correcto que volviera a haber Colyton en Colyton.
Los estudios de Henry progresaban adecuadamente; todos se habían mostrado conformes en que su hermano debía buscar una casa en cuanto acabara la universidad, pero ya les había dicho que quería regresar a Colyton, que también él consideraba el pueblo como su hogar.
Las gemelas no tardaron en acostumbrarse a vivir en Grange. La casa era grande y podía acomodar con facilidad a muchos niños. Issy también se había mudado allí, pero a partir de ese día su hogar estaría en la rectoría. Su matrimonio con Joshua Filing; había sido otra bendición completamente imprevista.
El tesoro, todas las monedas de oro y las joyas, había sido convertido en dinero en efectivo bajo la cuidadosa supervisión de Lucifer. Desde entonces, la propia Em tuvo que aprender los pormenores y fundamentos básicos de las inversiones, algo para lo que el resto de la familia, de Lucifer, los Cynster, resultó de mucha ayuda.
Había momentos en los que, como ahora que estaba mirándose en el espejo de cuerpo entero en la enorme habitación que compartía con Jonas en Grange -y que no era la habitación que él ocupaba anteriormente, sino otra más grande, luminosa y diseñada para un matrimonio-, que no podía evitar sorprenderse ante los cambios acaecidos en su vida.
Mirando el reflejo de sus ojos en el espejo, Em apenas podía recordar cómo había sido su vida antes de llegar a Colyton, llena de pruebas y tribulaciones, problemas y preocupaciones. Aún seguía teniendo problemas y preocupaciones de vez en cuando, pero ahora siempre los compartía y estaban equilibrados con cosas buenas, excitantes y edificantes. Su vida ahora era muy diferente a la de entonces.
El único cabo suelto de su anterior aventura era Jervis, o Hadley, como se había hecho llamar cuando estaba en el pueblo. Aunque lo habían buscado, comprobando la cámara Colyton todas las mañanas durante semanas, jamás lo habían encontrado ni lo habían vuelto a ver. Al final, decidieron que o había perecido o había encontrado otra manera de salir de la caverna y desaparecido sin dejar rastro.
Una vez que la excitación por el tesoro Colyton se desvaneció, Harold volvió a Leicestershire, probablemente para contratar al nuevo personal de su casa. Em no le invitó a su boda, e Issy tampoco lo había hecho. Fue Henry quien condujo a Em al altar, y hoy iba a hacer lo mismo con Issy, para gran satisfacción de sus dos hermanas.
Y además estaba Jonas. Jonas, que había estado siempre a su lado, quien ahora era su marido no sólo de nombre, sino en cuerpo, mente y espíritu. Lo que ella sentía cuando pensaba en él no era fácil de explicar con palabras. Era suyo, lo significaba todo para ella.
Su verdadero tesoro.
Y además esperaba…
Se volvió de lado hacia el espejo y alisó la seda color melocotón sobre la suave protuberancia bajo su cintura; sobre la siguiente generación, no de Colyton sino de Tallent, la unión de las dos familias más antiguas del pueblo.
Otra cosa más que parecía ser exactamente como debía.
Un ligero golpe en la puerta anunció la llegada de Jonas. Entró y de inmediato centró la atención en ella, recorriéndola con una mirada claramente posesiva, desde los rizos a las puntas de sus escarpines de raso color melocotón.
La lenta sonrisa de Jonas la enterneció. Cuando los ojos oscuros de su marido se encontraron con los de ella, el amor ardía en sus profundidades. El arqueó una ceja.
– ¿Estás lista?
Ella le devolvió la mirada en el espejo.
– Sí. -Se volvió hacia él-. ¿E Issy?
– Es la viva imagen de la paciencia impaciente. Está sentada en la salita con su ramo de novia y Henry como única compañía. Todavía es muy temprano para ir a la iglesia y los invitados rezagados jamás le perdonarían que llegara a su hora.
– En efecto. Algunos vienen desde muy lejos. -Aquel punto tenía mucha importancia tanto para Issy como para ella. Las dos habían aprendido a apreciar, ya que no siempre lo tuvieron, el valor de lo que ahora poseían. Eso era lo que necesitaban para el futuro, que su familia volviera a echar raíces en aquel pueblo que ahora consideraban suyo, añadiendo nuevas ramas a su viejo árbol genealógico.
Cogiendo su ramo del tocador, Em le alisó las largas cintas, luego se dio la vuelta y se tomó un momento para mirar a Jonas, para recorrerle con la mirada… su marido, su compañero… entonces sonrió y se acercó a él.
Jonas curvó los labios suavemente y arqueó las cejas. ¿Qué?
Em le devolvió la sonrisa, transmitiéndole el amor que sentía por él.
– Acabo de recordar algo en lo que suelo pensar muy a menudo últimamente.
Él arqueó más las cejas.
– ¿Es algo que quiera saber?
Ella se rio entre dientes.
– Creo que sí. Hace algún tiempo que me di cuenta de que el auténtico tesoro que me esperaba en Colyton no tenía nada que ver con oro y joyas.
La sonrisa de Jonas fue triunfante.
– Estaba aquí… esperando a que vinieras y me encontraras.
Ella se rio y se dirigió hacia la puerta.
– En efecto. Te encontré y encontré el amor. Descubrí que tenía a un Tallent a quien amar.
Él se rio entre dientes y la siguió.
– Un Tallent y un talento… y si tengo algo que decir al respecto, tendrás oportunidades de sobra para demostrarlo durante el resto de tu vida.
– Te lo recordaré -le prometió ella-. No creas que lo olvidaré.
Jonas sonrió y, como estaba de acuerdo con lo que ella sentía, dejó que Em dijera la última palabra.
Stephanie Laurens
Stephanie Laurens nació en Ceylan (actualmente Sri Lanka). Desde que tenía trece años, leía literatura romántica. Cuando tenía cinco, su familia se trasladó a Australia. Allí Stephanie cursó sus estudios. Se graduó de Doctora en Bioquímica. Junto con su marido recorrió distintos lugares: India, Pakistán, Afganistán, Irán y Turquía. Luego viajó a Europa hasta llegar a Londres.
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