– Es un desastre -insistió Darcy.

– ¿Por qué?

Se movió nerviosa. Amanda no iba a ceder sin una buena razón. Decidió que debía dársela.

– Hace unos cinco años, tuve una aventura de una noche con Kel Martin.

Los ojos de Amanda se desencajaron.

– ¿Dormiste con Kel Martin?

– No dormimos. Pasarnos toda la noche…ocupados. A la mañana siguiente, él se marchó y jamás volví a verlo. Hasta hace una semana, cuando vi su foto en el periódico y descubrí quién era realmente.

Amanda sonrió.

– Fin del capítulo uno. El capítulo dos comienza con Kel Martin ocupando una suite en el Delaford.

– Ahora ya sabes por qué no puedo permitir que se quede aquí. Jamás he sido capaz de quitarme aquella noche de la cabeza.

– Quizá podrías reavivar tu romance o tener otra bonita aventura. Llevas mucho tiempo sin un hombre en tu cama. Si no practicas de vez en cuando, vas a olvidar cómo se hace.

– Jamás tuvimos un romance. Sólo fue lujuria, dos personas quemando un deseo. Pienso informarlo de que no podemos hospedarlo aquí el tiempo que quiere. Además, ahora no tengo tiempo para sexo. Mi padre viene el fin de semana y todo ha de estar perfecto.

– Pero siempre se te han dado de maravilla las multitareas.

– No me estás ayudando -musitó mientras salía de su despacho.

Cuando la habían invitado a entrar en el mundo de su padre, había estado encantada con la oportunidad de demostrarle su valía.

Sólo después de aceptar el trabajo se había dado cuenta de que su padre no tenía planes para que fuera permanente. Sam Scott todavía insistía en que el foco principal de ella debía ser encontrar marido, preferiblemente uno que tuviera interés en formar parte del negocio familiar.

Neil Lange había sido la elección perfecta. Había dirigido el hotel de Beverly Hills de su padre y, para deleite de éste, había mostrado un interés inmediato al conocer a Darcy. Ella había permitido que la encandilara y, durante un tiempo, había creído estar enamorada. Pero había demorado poner fecha a la boda.

Al final, se había dado cuenta de que casarse con Neil era otro intento de complacer a su padre. Y Neil solo había estado interesado en el puesto ejecutivo que conseguiría en la empresa. Después de devolverle el anillo de compromiso, Darcy había decidido que ya había hecho demasiado. Si su padre no podía aceptarla por la persona con talento, decidida y creativa que era, estaba preparada para marcharse para siempre.

Al llegar al vestíbulo, a Kel no se lo veía por ninguna parte. Maldijo para sus adentros cuando sintió que el corazón se le desbocaba. ¿Estaba nerviosa por echarlo o por volver a verlo? Quizá debería evitar una confrontación y esquivarlo toda la semana.

– ¿Lo has visto? -preguntó Amanda a su espalda.

– No.

– Darcy, ¿cuál es el problema?¿Está segura de que él te recuerda?

– Si no me recuerda, entonces, ¿por qué ha aparecido aquí?

Amanda se llevó un dedo al mentón.

– Oh, no sé. Quizá busca pasar unos días relajado. Tal vez desea jugar al golf o disfrutar de nuestro spa. ¿Quién sabe?

– ¿Y si me recuerda? -desafió Darcy-. ¿Y si quiere empezar algo otra vez? Probablemente piensa que me meteré directamente en su cama. Lo que probablemente haría -movió la cabeza-. Si no me recuerda sería aún más humillante, porque desde luego yo sí recuerdo cada centímetro de él.

– ¿Y cuántos centímetros había? -preguntó Amanda llena de curiosidad.

– No me refería a eso -se volvió y agarró a su amiga de las manos-. Por favor, ¿quieres decirle que se marche? Te prometo que te deberé un gran favor.

– No. Es tu problema. Yo soy la directora de los servicios para los huéspedes. No les digo a éstos que se marchen cuando disponemos de habitaciones -apretó la mano de Darcy y la llevó hacia el ascensor-. Está en la Suite Bennington -le dio un pequeño empujón.

Las puertas se cerraron y Darcy se apoyó en la pared. Pensaba echar del hotel al hombre que disfrutaba de la dudosa distinción de protagonizar sus fantasías sexuales más descabelladas. Algo que apenas podía considerarse un delito. Iba a tener que pensar en una excusa plausible para deshacerse de él.

Las puertas se abrieron en la segunda planta y salió.

– Simplemente, hazlo, rápida y limpiamente. Mantén la serenidad profesional.

Caminó por el pasillo hacia la Suite Bennington, luego se alisó la chaqueta y se pasó las manos por la falda. Pero justo cuando iba a llamar, la puerta se abrió.

Kel se hallaba en el umbral, con unos pantalones cortos de surf de cintura baja. Debajo del brazo llevaba la cubitera. Darcy le miró el torso, suave y musculoso y resplandeciente bajo la suave luz del pasillo.

– Hola -dijo él-. Volvemos a encontrarnos.

Darcy subió los ojos a su cara.

– ¿Otra vez? -¡santo cielo, la recordaba!

– ¿No te vi esta mañana en la chocolatería?

Se sintió aliviada.

– He visto que te acabas de registrar. Soy la directora del Delaford y…

– Has venido a averiguar qué necesito -él rió entre dientes, luego se apoyó en él marco y se frotó con pereza el pecho. La observó mirarlo-. Bueno, ¿qué me ofreces…? -se inclinó y clavó la vista en la placa con su nombre-. ¿Darcy Scott?

No había cambiado nada. Seguía siendo demasiado encantador para poder confiar en él. Era bien consciente de la fama que tenía con las mujeres y no pensaba volver a caer otra vez en brazos de él. Respiró hondo.

– En la recepción hay un cuaderno que expone todos los servicios que ofrecemos. En cuanto hayas tenido la oportunidad de mirarlo, estaremos encantados de hacer la reserva que te apetezca. Nos ocuparemos de todas tus necesidades.

– ¿De todas?

Se inclinó aún más y de pronto Darcy fue incapaz de continuar. Quiso retroceder, alejarse de su innegable magnetismo. Pero sintió que la atraía. Necesitaba alargar la mano y tocarlo, sopesar su reacción al contacto.

Despacio, levantó la mano y le acarició la mejilla, áspera por la barba de un día.

– Todas las necesidades dentro de lo legal -musitó ella.

Él emitió un gemido suave y le rodeó la cintura con el brazo para pegarla contra su cuerpo. Un instante después, la besó. Los recuerdos regresaron y los cinco años transcurridos se evaporaron como la niebla en un día soleado.

La lengua de él le recorrió los labios y ella se abrió ante ese gentil asalto. Probarlo le encendió la sangre y penetró en su alma. Sabía a… ¿chocolate? No había recordado eso, pero era placenteramente adictivo, un sabor que quería disfrutar. Sí, habían pasado años, pero era como si hubieran compartido ese mismo beso hacía muy poco tiempo.

La apretó más y le subió la pierna por el muslo hasta dejarle la falda en la cintura.

Con una mano le coronó el trasero. Darcy experimentó unas sensaciones salvajes hasta que tembló de necesidad. Así había sucedido la primera vez; el impulso se había convertido en acción con rapidez y sin un pensamiento consciente.

– Es estupendo -murmuró él, metiendo los dedos entre su cabello.

– Estupendo -repitió Darcy débilmente.

Una puerta se cerró detrás de ella y el sonido fue como un golpe en su sistema nervioso. Saltó hacia atrás, luego se bajó la falda y se arregló el pelo.

– Debería irme -pegó las manos sobre sus mejillas encendidas.

– Ha sido un placer conocerte, Darcy Scott -dijo él antes de robarle otro beso-. Espero que veamos mucho más el uno del otro.

Darcy retrocedió despacio, incapaz de quitarle los ojos de encima. Permaneció como una boba en mitad del pasillo hasta que él entró en la suite y cerró la puerta. Entonces, sus rodillas casi cedieron y se llevó los dedos a los labios. Seguían húmedos.

– ¿Qué estoy haciendo? -murmuró.

No tuvo respuesta a esa pregunta, pero no pareció importar. Deseaba a Kel Martin más allá de toda lógica. Quería que abriera la puerta, la arrastrara al interior de su habitación y la sedujera por completo.

– No, no, no -murmuró para sí misma-. Se supone que soy mayor y más lista.

Respiró hondo y regresó al ascensor.

Kel era exactamente como el chocolate. Quizá quisiera permitirse un pequeño mordisco, pero temía que eso condujera a una bacanal de una semana entera. Y después, anhelaría una dieta constante de Kel Martin.


Kel se sentó en el taburete y pidió un whisky. Luego centró su atención en el partido de baloncesto en el televisor que había encima del bar. Había disfrutado de una placentera y tranquila cena en el restaurante del hotel con la esperanza de volver a encontrarse con Darcy, pero ella no había aparecido.

– Gracias -le dijo al camarero cuando le puso la copa delante. El hombre asintió y luego se fue al extremo más alejado. Kel lo siguió con la mirada y descubrió a Darcy. En las sombras, al principio no había notado su presencia.

Sus ojos se encontraron y contuvo el aliento, con un nudo de expectación en el estómago. Lo había estado esperando, sabiendo que él la buscaría. Sin embargo, su expresión no animaba. Parecía como si pudiera huir en cualquier momento… o vomitar.

Bebió un sorbo de whisky y el licor fortaleció su coraje. Se puso de pie y fue hacia el final de la barra. Luego se sentó junto a ella. ¿Cómo se suponía que debía ir la situación? ¿Debía dedicar tiempo al coqueteo preliminar o ella esperaba que fuera directamente a la seducción?

– ¿Puedo invitarte a una copa? -preguntó. Era un buen comienzo, aunque algo tópico.

– Champán -dijo Darcy.

Aquella noche había pedido champán. De modo que era así como quería llevarlo… exactamente igual que cinco años atrás.

– ¿Celebras algo?

Ella rió con suavidad, como si se sintiera complacida de que recordara las palabras que había empleado la primera vez que se conocieron.

– No lo sé. No se me ocurre nada que celebrar.

– ¿Qué te parece conocerme? -preguntó.

La frase había soñado refinada hacía cinco años, pero en ese instante sólo sonaba como algo sexual.

Ella se mordió el labio inferior, divertida.

– ¿Eso llega a funcionar con las mujeres?

– Solía hacerlo -se volvió hacia el camarero-. ¿Me puede servir una botella de su mejor champán y dos copas? -volvió a centrar la atención en Darcy. Dos líneas finas de preocupación empañaban su frente y tenía las manos juntas ante ella, tan tensas que los dedos se veían blancos.

El camarero regresó, sirvió las dos copas y luego dejó la botella en una cubitera de plata grabada con el logo del Delaford.

– Dime, ¿qué haces aquí sola?

– No estoy sola -Darcy alzó su copa. El cristal sonó suavemente al entrechocarlo con delicadeza con la copa de él.

De pronto, Kel no pudo recordar qué iba a continuación. ¿Le había preguntado qué hacia en San Francisco? ¿O habían hablado de sus trabajos?

Aunque no importaba. El juego que jugaban sólo era un medio para un fin.

– ¿Te gustaría irte de aquí?

Darcy se puso de pie, tomó su copa y fue hacia la puerta.

Kel firmó con rapidez la cuenta y luego tomó la botella y su copa con una mano.

– Lo consideraré un «sí» -musitó.

La alcanzó justo fuera del bar y caminó en silencio junto a ella por el vestíbulo hasta el ascensor. El deseo le recorrió las venas al aguardar que las puertas se abrieran. Entonces, puso la mano en la cintura de ella y la guió al interior.

– Si tienes alguna duda, éste es el momento de decírmelo, antes de que comience a apretar los botones.

Sin apartar la vista, Darcy alargó el brazo y apretó el botón de la segunda planta. Pero Kel ya no podía esperar más. Le rodeó la cintura con el brazo y la acercó para darle un beso.

La unión de las lenguas le lanzó una oleada de calor por la corriente sanguínea y sintió que se ponía duro. Darcy enganchó los dedos en la cintura de sus pantalones y pegó las caderas contra las suyas, con el calor de la erección entre ambos. No quedó ninguna duda. Lo deseaba tanto como él a ella.

Las puertas del ascensor se abrieron y, conduciéndola por la cintura, continuaron sin quebrar el beso. Trastabillaron hacia su suite, con el champán cayendo de su copa mientras avanzaban. Al llegar, buscó la tarjeta en el bolsillo. Pegó a Darcy contra la puerta y, apoyando la barbilla en el hombro de ella, introdujo la tarjeta con torpeza en la cerradura.

Finalmente, cuando consiguió abrir, los dos entraron a trompicones, con lo último que quedaba del champán vertiéndose en el suelo. Kel le quitó la copa y la dejó en el bar junto con la suya. La giró y empujó contra la pared, le apartó el pelo y comenzó a besarla en la zona de la oreja.

Su embriagadora fragancia le llenó la cabeza y le dificultó pensar con coherencia. Pero su instinto lo impulsó. Lo sucedido cinco años atrás ya no importaba. Se hallaban en su suite, en ese momento, y la deseaba más allá de todo pensamiento racional.