– Quizá deberías contarle lo que realmente sientes.

– Pienso hacerlo. En cuanto llegue, pienso contarle a mi padre…

– No a tu padre. Hablaba de Kel. Y no intentes soltarme eso de que no sabes cómo te sientes -se puso de pie, sacó un puñado de chocolates de la caja y caminó hacia la puerta-. Cielos, hablar tanto de sexo me ha puesto a cien. Creo que voy a tener que convencer a Carlos de que me de un masaje.

Darcy abrió la boca, lista para soltarle una severa advertencia acerca de la confraternización, pero Amanda agitó el dedo y giró en redondo, dejándola con sus propios dilemas sexuales.

Alzó el auricular del teléfono y marcó el número de la habitación de Kel, pero antes de que sonara colgó. Si ése era el fin, entonces quería oírlo directamente de él, cara a cara. Sacó la llave maestra de las habitaciones del hotel del cajón y se puso de pie.

El trato había sido tan sencillo al principio… Sólo había querido probar la fruta prohibida el tiempo suficiente para satisfacer su apetito. Nunca había esperado volverse una adicta, anhelarlo tanto como para no poder controlarse, hacer cualquier cosa por un bocado más de la manzana.

Cerró los ojos y suspiró. Podía ir a su propia suite y tratar de quedarse dormida o podía pasar una noche más con Kel.

– Oh, qué diablos -musitó al salir del despacho.

Saludó a Olivia al cruzar el vestíbulo.

– Ya no estoy disponible.

Al llegar a la puerta de Kel, no se molestó en llamar. Metió la tarjeta en la cerradura, abrió y entró. Estaba tendido en el sofá viendo la televisión, vestido sólo con unos pantalones de chándal.

Darcy dejó que la puerta se cerrara a su espalda y al oír el sonido él se incorporó.

– ¡Darcy! -la miró.

– ¿Esperabas a alguien más?

– Sí -respondió-. De hecho, he llamado para que me dieran un masaje. Iban a enviarme a alguien. Creo que a Carlos. Quería que trabajara en mi hombro.

– Creía que esta noche nos íbamos a ver -dijo ella-, pero no he tenido noticias tuyas.

– Planeaba llamarte después del masaje. Pensé que tal vez te gustaría disponer de tiempo para ti sola. Ya sabes, dormir bien y todo eso.

Darcy cruzó la habitación y alzó el auricular del teléfono que había junto al sofá. Marcó el número del spa y esperó que contestaran.

– Hola, soy Darcy. Solo quería comunicaros que el señor Martin, de la Suite Bennington, querría cancelar su masaje. Tiene otros planes.

Colgó y se quitó la chaqueta.

– A los dos nos vendría bien dormir un poco -sugirió Kel-. Tengo un montón de cosas en las que necesito pensar y realmente no puedo hacerlo si tú me distraes.

Levemente ceñuda, los dedos de Darcy fueron a los botones de su blusa.

– De acuerdo, si es lo que quieres. Cuando llegamos a este acuerdo, no dijimos que teníamos que pasar todas las noches juntos -se quitó la blusa de la falda y se la bajó por los hombros, revelando un sujetador negro de encaje.

– ¿Por eso pasamos tiempo juntos? -preguntó, bajando la vista a sus pechos-. ¿Por nuestro acuerdo?

Ella sonrió y se acercó despacio.

– Me gusta nuestro acuerdo, ¿a ti no?

Kel asintió.

– Sí, me gusta mucho.

Buscó la cremallera de la falda mientras entraba en el dormitorio de la suite.

– Esto debería servir -dijo, deteniéndose junto a la cama-. ¿Por qué no te quitas la ropa para que yo te de el masaje que quieres? -lentamente, dejó que la falda cayera por sus caderas hasta el suelo, ofreciéndole una tentadora visión de su trasero.

Por atrás, Kel le rodeó la cintura con los brazos y le besó el cuello.

– Déjate puestos los zapatos -murmuró.

Darcy se volvió en sus brazos y metió los dedos debajo del elástico de la cintura de sus pantalones, bajándoselos despacio hasta el suelo. Al incorporarse, le rozó adrede el miembro viril con los pechos.

– Si pudiera encontrar una masajista como tú, estoy seguro de que jamás necesitaría que me operaran del hombro.

– Mmmm -dijo Darcy, apoyando las palmas de la mano sobre su torso y empujándolo con gentileza hacia la cama. Kel cayó hacia atrás, arrastrándola consigo, y le capturó la boca con un beso antes de que ella pudiera gritar. Pero Darcy se puso sobre las rodillas y se sentó a horcajadas sobre su cintura, sujetándole las manos por encima de la cabeza-. No se te permite tocarme -dijo juguetonamente-. Si me tocas, no me quedará más alternativa que irme.

Kel dejó las manos encima de la cabeza y ella le acarició el torso. Tenía la piel cálida y los músculos duros.

– Creo que necesito un poco de loción -se levantó de la cama y fue al cuarto de baño. Se miró en el espejo y sonrió. Era agradable saber que podía seducirlo con tanta facilidad.

Al regresar, Kel aún seguía en la cama, con el miembro duro contra el estómago. Le pasó con delicadeza los dedos por el contorno mientras volvía a sentarse sobre él.

– ¿Y cómo te gusta el masaje?

– En realidad, no me importa -sonrió somnoliento-. Mientras me toques, surtirá el efecto deseado.

Continuó frotándole el pecho, dejando que sus manos descendieran hasta el vientre de vez en cuando. Kel se relajó y cerró los ojos y Darcy observó cómo su expresión pasaba de puro placer a deseo jadeante. Se inclinó y le besó un pezón, rodeándolo con la lengua.

– ¿Por qué no me llamaste hoy?

– Amanda dijo que necesitabas un respiro -murmuró.

– ¿Hablaste con Amanda sobre mí?

– Mmmm. Pensé que tal vez la ausencia haría que el corazón se encariñara más -abrió los ojos-. Lo sé. Fue una idea estúpida -alargó el brazo y le acarició el hombro-. Supongo que voy a tener que compensártelo -el contacto provocó un escalofrío en ella, y él lo tomó como una invitación para volver a tocarla. En esa ocasión le acarició el labio inferior.

– ¿Y cómo lo harás?

La sujetó por la cintura y rodaron hasta dejarla debajo.

– Encontraré un modo.

La besó con dulzura. Siempre que habían hecho el amor había existido una cierta desesperación en el acto, pero eso fue diferente. Mientras Kel le exploraba el cuerpo, lo hizo lentamente, con una ternura exquisita, como si tratara de memorizar cada detalle.

Con los brazos apoyados a cada lado de su cabeza, estudió su rostro.

– ¿En qué piensas?

El corazón de Darcy sintió una profunda melancolía al darse cuenta de que se acercaba el fin de su tiempo juntos. Se había acostumbrado tanto a tenerlo cerca, que no podía imaginar un día entero sin verlo o, al menos, sin hablar con él.

– Pienso en que te quiero dentro de mí -le dijo.

Kel sacó un preservativo de la mesilla y se lo entregó.

– Es lo mismo que pienso yo.

Ella se lo puso y luego suspiró cuando la penetró despacio. Pensó que tal vez Amanda tenía razón. Quizá debería reconocer lo que sentía por Kel. ¿Qué podía perder? Si él compartía esos sentimientos, entonces tal vez existiera un futuro para ellos. Si no, al menos sabría qué terreno pisaba.

Pegó los labios a su oído.

– ¿Qué más quieres? -susurró.

Kel gimió.

– A ti -afirmó, y su deseo ardió entre ambos.

Darcy se mordió el labio inferior.

– ¿Durante cuánto tiempo? -aventuró.

– Para siempre -repuso mientras comenzaba a moverse-. Para siempre.

Respirando hondo, se tragó sus emociones y dejó que su mente vagara. Jamás habría otro hombre como él. El resto de su vida, recordaría la sensación que tenía en ese momento, sus cuerpos juntos, la lenta ascensión hacia la liberación y el dulce momento de la rendición.

– Para siempre -susurró Darcy. Si tan solo pudiera ser verdad…

Al final, mientras yacía uno en brazos del otro, completamente saciados, Darcy se preguntó qué habría querido decir Kel. ¿Ese «siempre» duraría hasta el fin de la semana? ¿O sería para toda la vida?

Capítulo Cinco

Darcy despertó despacio, con la cara enterrada entre las almohadas suaves, bloqueando la luz de la mañana que entraba por las ventanas.

Eran casi las ocho. Kel tenía reservado el campo de golf para las nueve, y aunque se había ofrecido a cancelarlo, ella le había insistido en que fuera. Bostezó y estiró los brazos por encima de la cabeza.

– Dos noches más -murmuró.

La estancia de Kel de una semana finalizaría en dos días. Su padre tenía que llegar al día siguiente y sabía que entonces, el tiempo que pudiera tener con él, sería sólo momentos robados entre una reunión tras otra.

Suspiró.

En ese momento llamaron a la puerta y se sentó, cubriéndose el cuerpo desnudo con la sábana. Por lo general, Kel dejaba el cartel de «No molestar» en el pomo de la puerta.

Se levantó, arrastrando la sábana y preguntándose si Kel se habría olvidado la llave.

Pero al abrir, vio a Amanda en el pasillo.

– Menos mal que te he encontrado. Supuse que podrías estar aquí.

– ¿Qué sucede? -inquirió Darcy.

– Tienes que vestirte. Tu padre esta abajo y te busca.

Se quedó boquiabierta.

– ¿Qué? -miró alrededor de la habitación, buscando su ropa-. ¿Cuándo ha llegado?

– Hace unos diez minutos. Fue a tu despacho y luego a tu suite; trató de llamarte al busca, pero últimamente no lo llevas encima. Logré convencerlo de que tomara una taza de café en el comedor y le dije que te estabas ocupando de un leve problema con unas ardillas en el campo de golf.

Darcy recogió su ropa con celeridad y comenzó a ponérsela.

– Vuelve al comedor y dile que me reuniré con él allí en quince minutos -se calzó y siguió a Amanda fuera de la suite.

Tardó tres minutos en ir a su suite, otros siete en vestirse y arreglarse el pelo y dos más en bajar al vestíbulo. Le sobraron dos minutos.

Entró en el comedor y miró alrededor de los huéspedes que desayunaban. Detuvo la búsqueda en cuanto posó los ojos sobre su padre.

– Oh, no -musitó. Sam Scott estaba desayunando con… Kel Martin. Los observó largo rato. Su padre parecía cómodo, casi relajado, si es que ello era posible. Los dos reían y no pudo imaginar qué podía resultarles humorístico.

Cruzó la sala.

– Hola, papá -le dio un beso en la mejilla-. Hola, Kel -éste se llevó un dedo a la mejilla, una silenciosa invitación para que también lo besara, pero Darcy le dedicó una mirada asesina. Lo último que necesitaba era que Kel se hiciera amigo de su Padre-. Lamento llegar tarde, papá, pero me encontré con un problema en la pista de golf.

Su padre le sonrió, y luego señaló una silla frente a él y al lado de Kel.

– No pasa nada, Darcy. El señor Martin me hacía compañía y me contaba lo mucho que ha estado disfrutando de su estancia aquí. Ha dicho que te has mostrado especialmente atenta con sus necesidades. Es exactamente lo que me gusta oír. Una directora activa es la clave del éxito de un hotel.

Darcy carraspeó.

– Creo que verás que la atención a nuestros huéspedes es siempre nuestra máxima prioridad. Tengo algunos datos sobre clientes que han repetido que sé que te gustaría ver. ¿Por qué no vamos a mi despacho…?

– Ahora no -dijo Sam-. Kel me ha pedido que juegue un partido de golf con él esta mañana. Tiene una reserva para las nueve.

– Pero hoy vamos a estar ocupados. Tengo tantas cosas que repasar contigo…

– Eso puede esperar -comentó Sam.

– Sí, puede esperar -indicó Kel-. ¿Cuán a menudo se presenta la oportunidad de jugar al golf con el padre de mi chica?

– ¿Tu qué? -la voz de Darcy adquirió un tono levemente histérico.

– Kel me ha contado que habéis estado pasando algún tiempo juntos -comentó Sam-. Me alegra oírlo. Ya era hora de que empezaras a pensar en tu futuro.

– Kel y yo no salimos y él no es mi futuro -insistió Darcy-. Apenas nos conocemos -le lanzó otra mirada de ésas y movió el pie junto a la mesa-. Y con respecto a mi futuro, tengo algunas noticias buenas. Voy a comprar una casa.

– Bueno, Kel, ¿qué tal la estancia con nosotros? -preguntó Sam, soslayando la afirmación de Darcy.

– Estupenda. Como he dicho, Darcy ha sido muy atenta.

– ¿No vas a pedir algo para desayunar?-preguntó su padre con cierta impaciencia.

– Tengo mucho trabajo. Te veré luego, papá. Después de tu partida de golf -se volvió hacia Kel-. ¿Podría hablar contigo un momento? Sólo quiero cerciorarme de que tengo bien el horario para el campo.

Salió del restaurante y una vez en el vestíbulo esperó que Kel se reuniera con ella.

Cuando lo hizo, lo tomó de la mano y lo arrastró a su despacho.

– Exactamente, ¿qué crees que estas haciendo?

– Desayunar con tu padre. Es un gran tipo. Todo un personaje. Y qué hombre de negocios. Me ha dado unos consejos para invertir.

– No me refería a eso. Le has dicho que estamos saliendo.

– Bueno, y así es. Más o menos. Podríamos estar haciéndolo si no pasáramos cada minutos despiertos juntos en la cama.