– Gracias, es lo más bonito que me has dicho nunca -sonrió Samantha-. Ven, he comprado vino y te voy a dejar que hagas de machito de la casa y que lo abras.
– Vaya, todo un honor -bromeó Jack.
A continuación, tras abrir la botella de vino y servir dos copas, pasaron al salón se sentaron a tomárselo con un aperitivo.
– He estado viendo la prensa y parece que las cosas se están apaciguando -comentó Samantha.
– Sí, David está trabajando mucho en ello y lo está haciendo muy bien.
– Te llevas muy bien con él, ¿verdad?
– Sí, a veces ha sido más padre para mí que mi propio padre. En realidad, podría haber sido mi hermano mayor porque no nos llevamos mucha diferencia de edad. Él también viajaba mucho pero, a diferencia de mi padre, por lo menos nos llamaba. Con eso era suficiente.
– Tienes razón -contestó Samantha mordisqueando un trozo de apio-. Cuando mi padre se fue, lo echaba mucho de menos. Por supuesto, fue un gran trauma pasar de ser una princesita rica a una niña que llevaba ropa de segunda mano, pero era mucho más que eso. Si hubiera tenido que elegir entre el dinero o mi padre, lo habría elegido a él, pero no lo entendió o no le importó.
– Él se lo perdió -la consoló Jack.
– Gracias. Yo me decía lo mismo. Así fue como me convertí en una mujer decidida a que no me pasara lo mismo que a mi madre. No me importaba enamorarme de un hombre que no tuviera dinero, lo importante para mí era saber que era importante para él y que los dos queríamos hacer las mismas cosas.
Aquellas palabras le llegaron a Jack al corazón porque él estaba convencido de haber sido ese hombre diez años atrás, pero era obvio que Samantha no lo había visto así o, tal vez, nunca lo había tenido por nada más que por un amigo.
– ¿Y así era Vance?
– Eso creí yo. Había estado casado antes y se mostraba muy prudente, lo que a mí me gustaba. Me decía que era obvio que yo le gustaba, pero que quería ir despacio y eso le hacía ganar muchos puntos a mis ojos. Ahora comprendo que me comporté como una imbécil.
– Eso nos suele parecer a todos cuando pasa el tiempo.
– Sí, supongo que tienes razón. Hablaba mucho de su primera mujer y me decía que estaba obsesionada con tener mucho dinero, así que yo, no queriendo parecerme a ella en absoluto, no pedí absolutamente nada. Me costó un tiempo darme cuenta de que me había engañado.
– ¿Por qué dices eso?
– Bueno, Vance era un cirujano, le iba muy bien, tenía consulta propia y ganaba mucho dinero. Cuando hablamos de casarnos, se mostró preocupado por arriesgarse a perder aquello y yo no quería que tuviera la más mínima duda, así que…
– ¿Firmaste un contrato prenupcial? -preguntó Jack haciendo una mueca de disgusto.
– Sí. Me leí el contrato entero, pero no contraté a un abogado. Luego, me di cuenta de que me había engañado. Al firmar aquel contrato, renuncié a sus ingresos, pero eso no fue lo peor, lo peor fue que mi propiedad y mi sueldo pasaron a ser bienes gananciales. Menos mal que yo no tenía mucho que me pudiera quitar.
– Lo siento -dijo Jack acariciándole la mano.
– Yo, no. He aprendido una lección importante. Mi madre solía decir que lo difícil era casarse con un hombre rico y mantenerlo a tu lado y yo me he dado cuenta de que lo importante es no necesitar a un hombre en absoluto -contestó Samantha.
– Llegados a este punto, me gustaría romper una lanza en favor de los hombres y decir que no todos somos iguales.
– Ya lo sé -sonrió Samantha-. Yo tuve tanta culpa como Vance. Me cegué, no quise ver cómo era en realidad y pagué las consecuencias.
– ¿Quieres que le eche un vistazo al contrato por si acaso? -se ofreció Jack.
– No, gracias, estoy intentando dejar el pasado atrás y prefiero no removerlo. No porque esté enfadada con él sino porque me engañó como a una niña cuando yo creía que iba a cumplirse mi sueño.
– Supongo que ahora andarás con pies de plomo con los hombres.
– Sí. Entre Vance y mi padre, estoy convencida de que cada vez que conozco a un hombre, de que no va a salir nada bueno.
– Ahora se supone que tienes que decir aquello de «salvando lo presente».
– Por supuesto, tú eres un hombre maravilloso y soy consciente de ello.
– ¿Pero?
– Pero eres rico y poderoso y me cuesta asimilarlo.
– Te entiendo. Resulta que tú crees que cualquier hombre con el que salgas terminará abandonándote y yo estoy convencido de que cualquier mujer a la que quiera me dejará. Desde luego, no somos una pareja normal.
Samantha sonrió.
– No puedo pasarme así la vida entera, tengo que superar mis temores. Ahora que sabes la historia de mi patético divorcio, espero que entiendas por qué me he comportado de manera tan extraña contigo. Ya sé que mi pasado no excusa mis actos presentes, pero espero que me entiendas y que me disculpes.
Jack se quedó mirándola fijamente. Hasta aquel momento, nunca se le había pasado por la cabeza que la razón del comportamiento de Samantha tuviera nada que ver con él.
– ¿Qué te pasa?
– Creía que te comportabas tan prudentemente conmigo por algo que te pasaba a ti, no sabía que fuera por mí. Yo no puedo hacer nada para cambiar lo que soy. Provengo de una familia con dinero y me va muy bien profesionalmente, así que parece que tengo todo lo que a ti no te gusta.
– Exacto.
¡Viva la sinceridad!
– Me parece que debería tirar la toalla -bromeó Jack.
– Me siento fatal porque tú has sido siempre maravilloso conmigo. Me encantaba ser tu amiga en la universidad. Te aseguro que siempre supe que jamás me harías daño.
– No pareces muy convencida.
– Da igual. Tengo que superar mis miedos.
– No hace falta que te obligues.
– Eso es lo que haría una persona madura y yo quiero ser madura. Quiero que seamos amigos.
– Somos amigos.
Samantha se mordió el labio inferior y se quedó mirando a Jack a los ojos. Si hubiera sido cualquier otra mujer, Jack habría tomado aquel gesto como una invitación, pero con Samantha no estaba seguro, así que decidió no arriesgarse.
Sin embargo, había algo en su sonrisa y en el brillo de sus ojos, una promesa y un deseo, que lo hizo inclinarse hacia delante y acariciarle la mejilla.
Jack decidió darle tiempo más que de sobra para que se retirara, pero, al comprobar que no lo hacía, la besó.
A continuación, esperó.
Quería que Samantha le devolviera el beso. Siguió esperando.
Por fin, Samantha le rozó el labio inferior con la punta de la lengua.
Fue como si le hubiera prendido fuego a un barril de gasolina. Jack sintió que el deseo se apoderaba de su cuerpo. Le hubiera apetecido tomarla entre sus brazos, acariciarla con maestría hasta haberla excitado por completo, haberla desnudado y haberla hecho gozar, pero no se movió, se quedó allí sentado, dejando que Samantha lo besara, dejando que tomara ella la iniciativa.
Cuando volvió a pasarle la lengua por el labio inferior, Jack abrió la boca y Samantha se adentró en la concavidad de su boca y la exploró.
Jack estaba cada vez más excitado, pero consiguió controlarse. Cuando Samantha entrelazó su lengua con la suya, tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no abalanzarse sobre ella.
Cuando Samantha se apartó, puso cara de póquer para que no se diera cuenta de la pasión que se había apoderado de él.
– Me ha gustado -sonrió Samantha.
– A mí, también -contestó Jack.
– Soy una mujer adulta y acepto responsabilidad total por lo que acaba de suceder.
¿Eso quería decir que no iba a salir corriendo de nuevo?
– ¿Y?
– Y nada -contestó Samantha-. Gracias por tu paciencia.
– Ha sido un placer -contestó Jack alargando el brazo para comerse una alita de pollo.
Lo cierto era que placer, placer, lo que se decía placer… le dolía tanto la entrepierna que no era precisamente placer lo que sentía, pero se dijo que, cuando pasara un rato, se encontraría mucho mejor.
Dentro de un momento la erección dejaría de latirle al mismo ritmo que el corazón y la temperatura corporal volvería a ser normal, pero, hasta entonces, aquello era un infierno.
– Cuando empiece la temporada, podríamos ir a ver jugar a los Cubs -propuso.
– Menudo cambio de tema -sonrió Samantha.
– Sí -admitió Jack.
– ¿Para que no nos sintamos mal ninguno de los dos?
– Más o menos.
Más bien, porque pensar en béisbol le impedía pensar en sexo.
– Cuéntame todo lo que sepas de los Cubs -sonrió Samantha.
– Helen vino a verme el otro día -le contó Jack a su tío David-. Me pareció que… estaba preocupada por mí…
– ¿Tanto te extraña?
– Sí, la verdad es que sí.
– ¿Por qué?
– No entiendo por qué se tendría que preocupar por mí.
– ¿Y por qué no?
– ¿Tú la conoces bien?
– No, tu padre y yo no nos llevábamos muy bien últimamente. Sin embargo, he hablado con ella varias veces e incluso hemos comido juntos y me parece una mujer inteligente y razonable. Tal vez, deberías hacer el esfuerzo de conocerla.
– Eso mismo dice Samantha.
David sonrió.
– ¿Qué?
– Por cómo dices su nombre, veo que las cosas progresan entre vosotros.
– De eso, nada. Simplemente, somos compañeros de trabajo.
– Ya.
– Es verdad. Acaba de salir de un divorcio y no me interesa meterme en eso.
– Pero si ya te has metido.
«¿Ah, sí?», pensó Jack.
A continuación, recordó el fin de semana que habían pasado juntos, hablando del pasado y de sí mismos, volviéndose a conocer y a comprender.
¡Pero eso no quería decir que estuviera interesado en ella! Bueno, lo estaba, pero sólo a nivel sexual.
– No quiero nada serio con ella -se defendió.
– Tú dite eso todos los días mil veces y, a lo mejor, al final, te lo crees y todo.
Capítulo 8
La fiesta que la empresa daba en honor de sus anunciantes estaba siendo realmente impresionante.
Como era la primera vez que Samantha acudía a aquella fiesta, no sabía si era normal tal dispendio y lujo o en aquella ocasión, dada la situación, se había hecho un esfuerzo extra para tranquilizar a los clientes.
Fuera como fuese, estaba encantada de estar allí y se sentía como la Cenicienta del baile.
Por una vez, había decidido dejar la ropa suelta en el armario y se había puesto un vestido sin tirantes en un precioso todo verde manzana. La maravillosa tela era casi del mismo tono de sus ojos. Sólo llevaba unos pendientes antiguos que parecían de diamantes, aunque no lo eran, y que le favorecían un montón.
Para terminar, se había pasado casi dos horas peinándose, pero había merecido la pena porque había conseguido que sus rizos, que normalmente no había quién domara, cayeran en cascada sobre sus hombros de manera sensual.
Se sentía bien y sabía que estaba guapa, pero no sabía si lo suficiente como para impresionar a Jack.
– No es que me importe mucho -murmuró mientras se acercaba a la barra a pedir una copa de vino.
Lo cierto era que le apetecía dejar a Jack con la boca abierta.
Al ver a David, se acercó a él. Todavía era pronto y la mayoría de los invitados no habían llegado aún.
– Estás muy guapa -sonrió David.
– Gracias -contestó Samantha-. Este lugar es precioso. Desde aquí, hay una vista maravillosa -añadió sinceramente pues por un lado se veía un maravilloso lago y por el otro las luces la ciudad.
– Sí, nos jugamos mucho -sonrió David-. Por cierto, la semana que viene me gustaría tener una reunión para hablar de la publicidad con la que vamos a lanzar la nueva página web que estáis diseñando. Hoy he reservado espacio en un par de revistas infantiles y también vamos a salir los sábados por la mañana en televisión.
Samantha se quedó mirándolo con los ojos como platos.
– ¿Nos vamos a anunciar en televisión? -exclamó sabiendo cuánto costaba aquello.
– Jack me ha dicho que ibas a salvar la empresa y que no reparara en gastos contigo.
Samantha dudaba mucho de que Jack hubiera dicho exactamente aquellas palabras, pero sí era consciente de que su proyecto le iba a dar un buen empujón a la empresa ahora que tanto lo necesitaba y agradecía mucho su respaldo.
– Te llamaré antes de la reunión porque tengo un montón de ideas para los anuncios.
– ¿Tú ideas? ¡Qué raro! -bromeó David.
Samantha se rió.
– Sí, la verdad es que tengo ideas para casi todo.
– Eso dice Jack.
Hubo algo en cómo lo había dicho que hizo que Samantha se preguntara qué le habría contado Jack a su tío David sobre ella, pero no se lo iba a preguntar, claro.
En aquel momento, comenzaron a llegar clientes y David le indicó que debían ir a saludar. Así comenzaron las presentaciones y las conversaciones de negocios en las que Samantha estaba tan versada.
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