– Pues sí -admitió Samantha-. ¿Han intentado convencerte para que te quedes?

– Sí. Menos mal que Helen ha salido en mi defensa y me ha conseguido un poco de tiempo.

Samantha sonrió.

– De todas formas, también ha dejado clara su postura. A ella lo que más le interesa es la empresa y, si no encuentran un sustituto adecuado, no dudará en hacer valer el contrato que firmé para obligarme a quedarme más de tres meses.

– No quiero discutir por Helen.

– Yo, tampoco -contestó Jack positivo-. Me pregunto cuándo empezaron a ir mal las cosas entre mi padre y nosotros, qué es lo que pasó, por qué no nos llevamos bien.

– Tal vez, nunca lo sabrás. Hay familias en las que las relaciones no son fáciles.

– Si mi madre no hubiera muerto… -recapacitó Jack encogiéndose de hombros.

Samantha se quedó mirándolo a los ojos y vio que había algo diferente en él. Jack estaba sufriendo y el dolor lo hacía vulnerable. Jamás lo había visto así, siempre lo había visto fuerte y poderoso y aquel lado de él la sorprendió.

– Has hecho todo lo que has podido -lo tranquilizó abrazándolo.

– ¿Te importaría que cambiáramos de tema?

– Claro que no. ¿Sabes que tenías razón con lo de ensayar las presentaciones que vamos a hacer ante el consejo? Es una idea genial.

– Yo tengo razón en muchas cosas -bromeó Jack-. Por ejemplo, aposté por ti y no me he equivocado.

– ¿Quieres que hagamos una lista con todas las cosas que haces bien? -rió Samantha.

– Si quieres, tengo tiempo.

– ¿Ah, sí? ¿Tienes tiempo? -sonrió Samantha mirando hacia la puerta, que estaba cerrada-. Se me ocurre otra cosa que podríamos hacer.

Jack enarcó las cejas.

– Señorita Edwards, estamos trabajando.

– ¿Y?

– ¿Me estás provocando?

– La verdad es que me estaba fijando en lo grande que es tu mesa. Siempre me han gustado las mesas grandes.

Capítulo 10

– ¿Has intentado ponerte en contacto con ellos a través del correo electrónico? -preguntó Jack frustrado.

– En varias ocasiones -contestó la señorita Wycliff-. También les he mandado cartas certificadas y sé que las han recibido porque han tenido que firmar los recibos y los he pedido.

Sus hermanos estaban ignorando sus intentos de ponerse en contacto con ellos. Jack suponía que se habrían enterado de que la empresa no iba bien y que ninguno de los dos tenía intención de aparecer por allí hasta que las cosas se hubieran solucionado o hasta que hubiera llegado el momento de abrir el testamento.

En aquel momento, alguien llamó a la puerta.

Jack levantó la cabeza y vio que se trataba de su tío David.

– ¿Has oído lo que me estaba diciendo la señorita Wycliff?

– Sí -contestó su tío-. Evan y Andrew no se han puesto en contacto contigo.

– ¿Tú sabes algo de ellos?

– No.

– Llevamos años sin hablar -se lamentó Jack-. ¿Cómo puede ser? ¿Cuándo se fue esta familia al garete?

– Yo creo que después de la muerte de tu madre.

– Eso era exactamente lo que yo estaba pensando hace unos días.

– Tu padre tampoco ayudó -admitió David-. Le interesaban más los negocios que sus hijos.

Jack asintió.

– Cuando era más joven todo el mundo me decía que me parecía mucho a él y eso me daba mucho miedo porque, aunque lo quería, no me quería parecer a él porque tenía claro que yo quería algo más con mis hijos.

– Pero si tú no tienes hijos -le recordó su tío.

– Ya lo sé. Después de lo de Shelby… bueno, prefiero no recordar aquello. Me parece que no he querido tener hijos precisamente para no cometer los mismos errores que mi padre.

– Eso es como cortarte el brazo para no tener un uñero.

– ¿Soy demasiado exagerado?

David se encogió de hombros.

– Sabes lo que tu padre hizo mal y lo que no te gusta, así que basta con que no lo repitas.

Así dicho, sonaba sencillo.

– Llevo años sin hablar con mis hermanos y desde que trabajo en esta empresa los echo de menos. Por supuesto, me interesa que vuelvan a echarme una mano, pero también me apetece charlar con ellos, salir y divertirnos como solíamos hacer. Hubo un tiempo en el que éramos una familia de verdad.

– A lo mejor, ha llegado el momento de plantear un acercamiento -contestó David.

– Lo estoy intentando, pero no parece que me esté dando muy buenos resultados. ¿Se te ocurre algo?

– No, la verdad es que no.

– A mí, tampoco.

Pero, tal vez, a cierta persona sí se le ocurriera la manera de hacer que Evan y Andrew volvieran.


– ¿Se te ocurre qué puedo hacer para que mis hermanos vuelvan?

Helen enarcó las cejas.

– ¿Por qué crees que yo voy a tener respuesta a esa pregunta?

– Porque me he dado cuenta de que nos conoces mucho mejor de lo que nosotros te conocemos a ti. Necesito que vengan a Chicago.

– Muy bien. ¿Por quién quieres que empecemos?

– Elige tú.

Helen se quedó pensativa.

– Andrew volverá por dinero. Vas a tener que ser muy claro con él. Le dices que, o viene o le cortas el grifo. Para que te tome en serio, anúlale una tarjeta de crédito inmediatamente.

– Muy bien -asintió Jack-. ¿Y Evan?

Helen suspiró.

– Vendrá cuando se lea el testamento. Siempre quiso llevarse bien con tu padre y necesita poner punto final a esa relación.

– ¿Quieres decir que espera que mi padre le haya dejado algo como prueba de que lo quería?

– Algo así.

– Espero que no sufra una decepción -murmuró Jack.

– Yo, también.

– Ya sé que estabas enamorada de mi padre, pero no era precisamente el mejor padre del mundo.

Helen asintió.

– Lo intentaba, a su manera. Os quería mucho a los tres.

– Quería más a sus negocios.

– No, es una clase de amor diferente. Entregarse a una empresa es más fácil porque sabes que siempre va a estar ahí para ti, pero con los hijos es distinto, con los hijos tienes que saber aceptar que ellos tienen sus vidas y que toman sus decisiones aunque a ti no te gusten y eso a tu padre le costaba mucho.

– Dímelo a mí -sonrió Jack-. ¿Nunca pensasteis en tener hijos?

Helen bajó la mirada.

– Yo, eh…

– ¿No quiso él? Supongo que te diría que no quería tener otra familia.

Helen suspiró.

– En aquel momento, me pareció lo correcto.

– ¿Y ahora?

– Ahora, no hay marcha atrás.

– Siempre fue un egoísta.

– No digas eso. Yo también tomé mi decisión. Amaba profundamente a tu padre y te aseguro que, si tuviera que volver a hacer lo mismo, lo haría. Soy plenamente consciente de que no volveré a amar a ningún hombre como lo he amado a él.

Había una certidumbre en sus palabras que hizo que, por primera vez en su vida, Jack sintiera envidia de su padre.

Su padre había conseguido que una mujer lo amara por completo. Jack había creído tener lo mismo con Shelby, pero se había equivocado.


Samantha llegó a casa de Jack aquella noche muy contenta porque habían dado una clase de conducir en la que había aprendido a aparcar.

Habían quedado para cenar y llevaba ensalada y dos buenas porciones de tarta de chocolate. Al llegar, Jack ya tenía la chimenea encendida y le sirvió una copa de vino.

– ¿Estás a gusto? -le preguntó cuando se hubieron instalado frente al fuego.

Samantha asintió.

– Estaba pensando que siempre hablamos de mí y de mi pasado, pero yo no sé nada del tuyo.

– ¿Qué quieres saber? -contestó Jack.

– ¿Qué ha sido de tu vida amorosa durante estos últimos diez años?

– Bueno, la relación seria que he tenido fue con Shelby y ya sabes lo que ocurrió.

– Sé que murió, pero nada más. Debió de ser horrible.

– Desde luego, no fue una fiesta. Después de aquello, estuve mucho tiempo sin salir con nadie.

– ¿Porque seguías enamorado de ella?

Jack apretó las mandíbulas, pero eso no le daba ninguna pista a Samantha de lo que estaba pensando. Intentó leer en sus ojos, pero las emociones pasaban demasiado rápidamente.

– No sé si era amor o que yo no quería abordar el tema. No me sentía a gusto teniendo que decirle a la persona con la que salía que mi prometida había muerto poco antes de la boda. Si se lo contaba demasiado pronto, era como si quisiera darle pena y, si tardaba demasiado en compartirlo con ella, me acusaban de guardar secretos, así que era más fácil no salir con nadie.

A Samantha le parecía que aquella excusa tenía lógica, pero no acababa de convencerla. ¿No salía con mujeres porque le resultaba difícil explicar su pasado? Tal vez, a otra persona le hubiera ocurrido, pero no a Jack porque él estaba acostumbrado, se ganaba la vida así, a dar argumentos convincentes.

– Entonces, ¿evitabas cualquier tipo de relación?

– Las serias, sí. Entré en un patrón de monogamia serial y me va bien así.

– ¿Y no te sientes solo? ¿No quieres más? Te lo pregunto desde el punto de vista intelectual, ¿eh? No quiero ser cotilla.

– ¿Te refieres al «y fueron felices y comieron perdices»? No creo en eso. ¿Y tú?

– Después del divorcio, debería decir que yo tampoco, pero lo cierto es que sé que el amor existe. Yo amaba profundamente a Vance y Helen amaba con todo su corazón a tu padre.

– A los mejor es que a las mujeres se os da mejor.

– ¿Y a los hombres, no? A eso lo llamo yo querer escaquearse de las responsabilidades.

– No conozco a muchos hombres a los que les vaya bien en su relación amorosa. ¿De verdad, por ejemplo, mi padre estaba enamorado de Helen? Espero, por el bien de ella, que así fuera, pero lo dudo mucho. Mis hermanos han huido siempre de las relaciones serias. Incluso David, que es el más normal de nosotros, el hombre más centrado que conozco, ha evitado el matrimonio.

– ¿Me estás diciendo que el matrimonio no va con los hombres?

– No, lo que te estoy diciendo es que los hombres siempre la fastidian. No conozco a ninguno que tenga intención de entregar el corazón por completo. ¿Cómo vas a confiar tanto en una persona como para hacer algo así? En mi mundo, las personas a las que amas terminan yéndose.

– Incluso Shelby.

– Shelby especialmente.

Samantha se preguntó por qué Jack echaba la culpa a su prometida de algo que no había podido controlar. Al fin y al cabo, ella se había ido porque se había muerto…

– ¿Por eso no tienes fotos de ella, porque estás enfadado con ella?

– No, dejé de estar enfadado con ella hace mucho tiempo. No es por eso sino porque quiero olvidar el pasado.

Samantha dio un trago al vino y suspiró.

– Es curioso que precisamente yo me dedique a rebatirte tu teoría de no entregar el corazón y de no enamorarse de verdad cuando sé que Vance nunca me quiso. No como yo lo quería a él. No sé lo qué sentía por mí. Desde luego, si le preguntaras a él, juraría que me amaba y te contaría todo lo que hacía para demostrármelo, pero eso no era amor de verdad.

– ¿Qué era?

– Control.

Jack enarcó las cejas.

– No era así antes de casarnos -le explicó Samantha-. Bueno, tal vez, un poco. Me hacía alguna sugerencia sobre mi ropa o preguntaba lo que iba a hacer de cenar, pero yo creía que lo hacía porque le interesaba y me dije que era algo bueno.

– ¿No lo era?

– No, una vez casados comenzó controlar mi vida por completo. Quería saber cuánto tiempo pasaba en el trabajo, cuánto tiempo tardaba en volver a casa, no le gustaba que me pusiera determinada ropa porque me hacía demasiado sensual y llegó a acusarme de que me interesaban un par de compañeros de trabajo, lo que era de locos porque jamás me fijé en otro hombre. Luego, comenzó a decirme que le daba igual que a mí me gustara otro hombre porque nadie… -Samantha tragó saliva.

¿Cómo demonios había terminado hablando de aquello?

– ¿Porque nadie qué? -quiso saber Jack.

Samantha bajó la mirada.

– Vance decía que ningún hombre se interesaría por mí, que tenía suerte de que él me deseara.

– Eso es maltrato psicológico -afirmó Jack.

– Nunca me pegó -le aclaró Samantha-. Es horrible, ¿verdad? Me pasé dos años diciéndome que, si no me pegaba, era imposible que fuera maltrato. Me decía que simplemente estaba cansado o que se había enfadado por mi culpa. Lo cierto es que me chillaba y me hacía sentir inútil. Me decía que lo que me ocurría era porque yo dejaba que ocurriera, que yo tenía la última palabra y podía hacer con mi vida lo que quisiera, pero no sabía cómo salir de todo aquello. Una locura. Creí que, como Vance estaba continuamente muy pendiente de mí, me amaba, pero lo que ocurrió en realidad fue que su excesiva atención me separó de mis amigos e incluso de mi madre. Me di cuenta de en lo que me había convertido y no me gustaba nada, pero no sabía qué hacer.

– Así que te fuiste.