– Lo tendré en mente.


– ¿Cómo se le ocurrió la idea de ampliar la página web, señorita Edwards?

– Cuando me enteré de que esta empresa estaba buscando una persona para hacerse cargo del departamento creativo de Internet, estuve varios días investigando sobre su actual estado en el mercado y me di cuenta de que los beneficios no habían sido tan buenos como en otros momentos y fue entonces cuando vi claro que lanzar otra revista no sería la solución. Lo mejor era una expansión vía Internet porque es mucho más barato y mucho más rápido.

– ¿Se había encargado antes del lanzamiento de una página web? -le preguntó un hombre.

– Había formado parte del equipo de lanzamiento, pero nunca había estado a la cabeza -admitió Samantha.

– ¿Cómo llegó usted a trabajar en esta empresa? -quiso saber Baynes.

– Me enteré de que estaban buscando una persona para hacerse cargo de mi departamento y me interesó el trabajo.

– ¿Cómo se enteró?

– Por Helen Hanson -contestó Samantha rezando para que no metieran a Helen en todo aquello.

– ¿Desde cuándo conoce a Helen?

– La conozco hace más de veinte años.

Los miembros del consejo se miraron atónitos.

– ¿Tenía celos de ella? -le preguntó una mujer elegantemente vestida-. ¿Le daba envidia su matrimonio y el dinero que tenía?

– ¿Cómo? -se extrañó Samantha-. ¿Qué tiene que ver mi relación con Helen con la página web?

– Estamos buscando un motivo, señorita Edwards.

– Yo no he sido -se defendió Samantha-. Me encanta mi trabajo y jamás pondría en peligro a los niños. De hecho, ésa ha sido la prioridad absoluta de mi equipo, que los niños estuvieran siempre en una página segura. Quiero que sepan que la página estaba perfectamente diseñada y que lo que ha ocurrido ha sido porque alguien ha entrado en el servidor. Ha sido un ataque desde fuera, no podíamos evitarlo.

– ¿Cómo que no? Tendría que haber pensado en ello, señorita Edwards -le espetó Baynes-. Claro, si no hubiera estado usted tan pendiente de hacerse famosa…

– ¿Qué?

– Sí, ya hemos visto lo mucho que le gusta a usted tener contacto con la prensa.

– De eso, nada. No me gustaba nada, pero era la directora del proyecto y no me quedaba más remedio que representar a la empresa.

– Algo de lo que normalmente se encarga David Hanson.

– Trabajamos juntos.

– Eso dice usted.

Samantha vio claro de repente que aquellas personas habían decidido que necesitaban una cabeza de turco y que iba a ser ella.

– Por mucho que busquen, no van a encontrar ningún motivo que me haya llevado a sabotear esta empresa porque yo no he tenido nada que ver con lo que ha sucedido. No tengo absolutamente nada en contra de esta empresa ni de ninguno de sus empleados. Me contrataron para hacer un trabajo y lo he hecho lo mejor que he podido.

– Hemos hablado con su ex marido, señorita Edwards. Nos ha dicho que es usted una persona emocionalmente muy inestable y nos ha contado cómo, después de separarse de él sin razón aparente, pidió el divorcio y luego cambió de opinión y le dijo que quería volver con él. Además, por lo visto, ha amenazado usted a sus hijos.

Samantha se sintió como si le hubieran dado un tiro en el corazón. Maldito Vance. Le había jurado que algún día se vengaría de ella y ahora Baynes se lo había puesto en bandeja.

– Mi ex marido miente, pero da igual lo que yo les diga porque no están dispuestos a creerme -contestó intentando mantener la calma-. ¿Qué quieren de mí?

– Su dimisión -contestó Baynes.

Claro, así podrían publicar que habían encontrado al culpable y habían depurado responsabilidades. Al Consejo de Administración no le importaba en absoluto averiguar quién había sido el verdadero culpable, solamente querían salvar el precio de las acciones de la empresa en Bolsa.

– Quieren que dimita porque no tienen ninguna razón para despedirme.

– Ya se nos ocurrirá alguna, le aseguro que no tardaremos mucho. Sin embargo, si se va usted por las buenas, no filtraremos a la prensa lo que nos ha dicho su ex marido.

Samantha no sabía qué hacer. Su instinto le decía que luchara, pero sospechaba que, si se quedaba, no haría sino complicarle las cosas todavía más a Jack.

Podría vérselas con las mentiras y las amenazas pero no quería hacerle daño a Jack.

– Está bien, presentaré mi dimisión.

Capítulo 14

El equipo legal y Jack hicieron un descanso a las tres y Jack se dirigió a su despacho por si había nuevas noticias.

En el camino, se encontró con David.

– El Consejo sigue reunido, pero ya han encontrado a una víctima -le informó su tío.

– Vaya, qué rápido trabajan -se sorprendió Jack.

– Se trata de Samantha.

Jack no desaceleró el paso, pero, en lugar de dirigirse a su despacho, bajó al piso donde estaba reunido el Consejo de Administración.

– Jack, piensa antes de actuar -le aconsejó su tío.

– ¿Por qué? Ellos no lo han hecho. La han entrevistado durante ¿cuánto? ¿Un cuarto de hora? Tú y yo sabemos que Samantha es incapaz de hacer algo así. El responsable pagará por ello. No pienso consentir que Samantha cargue con el mochuelo.

– ¿Qué vas a hacer?

– Poner a cada uno en su sitio.

Jack entró en la sala de reuniones sin llamar a la puerta. El Consejo estaba interrogando a tres empleados del departamento de informática. Jack les hizo una señal con la cabeza y los tres abandonaron la sala.

A continuación, Jack se acercó a la mesa a la que estaban sentadas aquellas siete personas que querían regir su destino.

– Me han dicho que alguien ha admitido su culpabilidad -comentó-. ¿Por qué nadie me ha informado de ello?

– No te pases de listo, Jack -le advirtió Baynes.

– Aquí el único listo eres tú -le espetó Jack-. ¿No te gusta mi manera de hacer las cosas? ¿Y qué vas a hacer? ¿Me vas a despedir? Sería el mejor favor que me podrías hacer. ¿Cómo habéis conseguido esa confesión?

– La señorita Edwards no ha confesado, pero, siendo la responsable del proyecto, hemos pensado que lo mejor sería que…

– El responsable del proyecto soy yo -lo interrumpió Jack dando un puñetazo sobre la mesa-. Os recuerdo que yo estoy al mando de esta empresa, así que no tenéis derecho alguno a despedir a mis empleados a mis espaldas sin razón.

– Tienen una razón, ¿verdad? Anda, Baynes, díselo -lo urgió David.

El presidente del Consejo de Administración no abrió la boca.

– Quieren sacarlo en los informativos, que la gente se crea que ya está todo resuelto para que los precios de las acciones no bajen -continuó David.

– Nos preocupamos por esta empresa, no como vosotros -lo atacó Baynes.

– Hemos hecho todo lo que hemos podido para que esta empresa vaya bien, hemos trabajado como locos. Os gustaba el nuevo proyecto -le recordó Jack.

– Sí, hasta que han aparecido problemas -contestó Baynes-. Obviamente, has contratado a gente incompetente. La señorita Edwards es una persona problemática que…

– ¿Cómo? ¿Qué demonios estás diciendo?

– Hemos hablado con el ex marido de la señorita Edwards -contestó Baynes-. Nos ha sido de gran ayuda.

– Ya me imagino -se lamentó Jack.

A continuación, dio un paso atrás porque sabía que, si seguía allí, lo único que iba a conseguir iba a ser enfadarse todavía más.

Necesitaba encontrar a Samantha, hablar con ella, asegurarse de que estaba bien.

– Si queréis echarle la culpa alguien, echádmela a mí -se despidió-. Dimito.

Baynes se puso en pie.

– No puedes dimitir. Firmamos un contrato. Si no lo cumples, te demandaremos. Piensa en qué sería de tu carrera judicial.

Jack se quedó mirando fijamente al presidente del Consejo de Administración y David le tiró del brazo.

– Venga, vámonos, aquí no se nos ha perdido nada -le dijo.

– Tienes razón -contestó Jack yendo hacia los ascensores-. ¿Dónde está Samantha?


– Estoy aquí, llorando en tu sofá, como de costumbre últimamente -le dijo Samantha a Helen.

– Bueno, lo bueno es que cada vez es por una razón diferente -intentó bromear su amiga-. Te aseguro que, si George me ha dejado el control de sus acciones, voy a considerar seriamente la posibilidad de despedir al Consejo de Administración – añadió mirando seriamente a Samantha.

– No sé qué hacer -admitió Samantha-. No quiero empeorar las cosas, no quiero que Jack tenga problemas por mi culpa.

– ¿Has hablado con él?

– No, he venido directamente aquí.

– Seguro que te está buscando -sonrió Helen.

– ¿Tú crees?

Helen asintió y Samantha pensó en la cantidad de veces que Jack había demostrado su afecto y su preocupación por ella, la cantidad de ocasiones en las que se había mostrado paciente y comprensivo con ella.

– Sí, tienes razón. Supongo que, cuando se haya enterado de lo que ha pasado con el Consejo de Administración, se habrá enfadado mucho… Es verdad, se preocupa por mí… yo también por él… así ha sido siempre… ya era así en la universidad… -recapacitó.

– Sí, cuando te moriste de miedo, saliste corriendo y te perdiste al hombre de tu vida.

– ¿Y si se cree que me he ido otra vez? -dijo Samantha poniéndose en pie-. ¿Y si no se da cuenta de que estoy dispuesta a dimitir para ayudarlo?

– ¿Te he dicho que hablar las cosas en una pareja suele ser muy útil?

– Sí, en un par de ocasiones -admitió Samantha inclinándose sobre su amiga y besándola en la mejilla-. ¡Eres la mejor! -exclamó saliendo al trote de su casa.

– Voy a avisar a la señorita Wycliff para que localice a Jack y le diga que lo estás buscando y que te espere en su despacho.


– ¡No me iba a ir! -gritó Samantha al entrar en el despacho de Jack-. Bueno, me iba de la empresa, pero no de tu lado -le aclaró-. Lo he hecho porque he creído que mi dimisión te pondría las cosas más fáciles.

– No quiero que dejes que esos bestias te echen la culpa de algo que no has hecho -dijo Jack tomándola entre sus brazos-. ¿Y crees que irte de mi lado me iba a ayudar en algo?

Samantha sonrió encantada.

– Madre mía, Jack, esto es un lío.

– Sí, pero lo vamos a arreglar. Para empezar, me he negado a aceptar tu dimisión.

– Bien, me alegro, porque en el taxi que me ha traído desde casa de Helen se me ha ocurrido una cosa. Verás, la página web se cayó, ¿verdad? Los técnicos la arreglaron y la pusieron en funcionamiento de nuevo. Eso quiere decir que la página estaba bien. Sin embargo, cuando volvió a funcionar, todo el mundo que se metía en ella iba a parar a la página porno. Yo creo que los dos incidentes están relacionados. Eso querría decir que se ha hecho desde dentro de la empresa.

– Tienes razón -contestó Jack viéndolo claro también-. Eso que dices tiene mucha lógica. Llevamos todo este tiempo diciendo que todo esto tiene cierto tufillo de venganza personal… claro, tiene que haber sido desde dentro.

– ¿Y ahora qué hacemos?

– Vamos a llamar a un amigo -contestó Jack marcando un número-. ¿Roger? Soy Jack. A Samantha y a mí se nos ha ocurrido una posibilidad. Te la voy a contar para que me digas quién tiene los conocimientos técnicos como para hacerlo.

El otro hombre escuchó atento.

– ¿Y bien? -preguntó Samantha en cuanto Jack hubo colgado el teléfono.

– Roger me ha dado dos nombres y uno es Arnie.


En menos de diez minutos, los dos hombres estaban en el despacho de Jack. En cuanto Samantha vio a Arnie, supo que era el culpable porque no la miraba a los ojos.

– ¿Por qué lo has hecho? -le preguntó-. Tú y yo éramos amigos. Hemos trabajado codo con codo, hemos pasado largas noches juntos diseñando la página web. Confiaba en ti.

– No ha sido por ti, Samantha -intervino Jack-. Ha sido por mí, ¿verdad? Ha sido por mi padre y por la empresa.

– ¡Exacto! ¡No te mereces estar al cargo de todo esto después de lo mal que te has portado siempre con tu padre! -exclamó Arnie poniéndose en pie-. Tu padre era un gran hombre y tú no le llegas ni a la suela de los zapatos.

– ¿Lo tenías todo pensado desde el principio? -se lamentó Samantha.

– Sí, ha sido muy fácil engañaros a todos -admitió Arnie-. Me importa un bledo lo que me pase porque mi satisfacción personal es que la empresa está arruinada. Jamás te recuperarás de esto, Jack, y me alegro -añadió con desprecio.

En aquel momento, se abrió la puerta y entró la señorita Wycliff acompañada por la policía, que esposó a Arnie, le leyó sus derechos y se lo llevó.

Matt, el otro hombre, que había permanecido sentado y mudo, se excusó y se fue apesadumbrado.

Una vez a solas, Samantha y Jack se sentaron en el sofá.

– Ha sido horrible -se lamentó Samantha.

Jack la besó en la frente.

– A lo mejor lo más fácil sería darle al Consejo de Administración lo que quiere porque es verdad que vamos a tardar años en relanzar la empresa.