El Seductor Seducido
El Seductor Seducido (05.07.2006)
Título Original: Prodigal Son (2006)
Serie Multiautor: 1º Guapos y Millonarios
Capítulo 1
A Samantha Edwards nunca le habían disgustado los procesos de selección, ni siquiera cuando era ella la que buscaba trabajo. Sin embargo, haber visto desnudo al que podría ser su jefe complicaba un poco las cosas.
Lo bueno era que no era muy probable que Jack Hanson hablara de aquella noche que habían compartido. No solamente porque no venía al caso en una entrevista de trabajo sino, además, porque había sido hacía casi diez años, así que seguramente ni se acordaría.
A diferencia de Samantha, que se acordaba perfectamente.
– ¿Señorita Edwards? Pase, por favor, el señor Hanson la está esperando.
Samantha miró a la secretaría de sesenta y tantos años que estaba sentada detrás de una moderna mesa de metal y cristal.
– Gracias -le dijo poniéndose en pie y avanzando hacia la puerta.
Antes de entrar, se abrochó la chaqueta. Adrede, había elegido ropa de estilo tradicional. Bueno, lo que al menos para ella era ropa tradicional. A saber, pantalones anchos negros, chaqueta negra y beis y blusa beis.
No le gustaba nada vestir de manera tan seria, prefería los colores, pero recordaba que Jack Hanson era el colmo de la tradición y no creía que hubiera cambiado mucho en aquellos diez años.
El único sitio en el que no le había parecido tradicional había sido en la cama.
Aquel pensamiento se coló en su mente en el mismo instante en el que abría la puerta del despacho de Jack y tuvo que hacer un gran esfuerzo para controlarlo; tomó aire, se recordó lo mucho que le interesaba aquel trabajo y entró con paso seguro hacia el hombre que estaba sentado detrás de su mesa, que, al verla, se puso en pie.
– Hola, Jack -lo saludó estrechándole la mano-. Cuánto tiempo.
– Hola, Samantha. Me alegro de verte.
Jack se quedó mirándola tan intensamente que Samantha notó que el aire no le llegaba a los pulmones. Se preguntó si estaría pensando en lo que había habido entre ellos en el pasado o si la estaría estudiando como candidata al puesto vacante.
Samantha decidió que aquel juego podía ser cosa de dos y también se quedó mirándolo. Lo encontró más alto de lo que lo recordaba e igual de seguro de sí mismo. Le hubiera gustado poder pensar que eso era lo normal en una persona que había nacido con todo tipo de comodidades, pero tenía la sensación de que Jack habría sido así de todas maneras, aunque no hubiera nacido en un entorno privilegiado.
Aquel hombre había envejecido bien, el tiempo había sido benévolo con él y los rasgos de su rostro eran todavía más atractivos que diez años atrás. Samantha se preguntó si los que eran tan guapos no se aburrían de ver un rostro tan perfecto todas las mañanas en el espejo.
Mientras que Jack tenía una espalda ancha y una sonrisa que dejaba obnubilada a la mayoría de las féminas, Samantha tenía el pelo pelirrojo e indomable, un cuerpo muy delgado, pechos pequeños y un trasero huesudo.
No era justo.
– Por favor, siéntate -le indicó Jack.
– Gracias.
Tras esperar a que Samantha se sentara, Jack hizo lo mismo. Desde luego, el despacho le quedaba muy bien, pero Samantha sabía que no hacía mucho tiempo que lo ocupaba.
– Me enteré de la muerte de tu padre hace un par de meses. Lo siento -le dijo Samantha.
– Gracias -contestó Jack-. Por eso estoy trabajando aquí. Los consejeros delegados me pidieron que me hiciera cargo de la empresa durante un tiempo.
– Yo creía que estabas dedicándote al Derecho.
– Lo preferiría.
– Sin embargo, siempre se te dieron muy bien los negocios, tal y como demostraste en la carrera.
Y Samantha lo sabía muy bien porque siempre había habido entre ellos durante los estudios una competitividad por ser el primero de la clase. A menudo, habían trabajado juntos y habían formado un buen equipo pues Jack era del tipo al que no se le pasaba un detalle, muy puntilloso con la organización, mientras que ella se había encargado de la parte creativa de los proyectos.
– No me gusta nada el mundo empresarial. Prefiero la abogacía -confesó Jack.
Recordó el día en el que le había dicho a su padre que no iba a entrar en el negocio familiar. George Hanson se había quedado estupefacto, no podía entender que su primogénito no estuviera interesado en aprender cómo hacerse cargo de una empresa multimillonaria.
Se había enfadado muchísimo. Aquella vez había sido la única vez que Jack había hecho algo que no se esperaba de él. Era toda una ironía que hoy en día se encontrara exactamente en el lugar en el que su padre había querido verlo.
«No durante mucho tiempo», se recordó a sí mismo.
– Supongo que la muerte de tu padre cambiaría tus planes -comentó Samantha.
Jack asintió.
– He pedido una excedencia de tres meses en el bufete. Durante ese tiempo, estoy entregado en cuerpo y alma a Hanson Media Group.
– ¿Estás seguro de que no querrás seguir emulando a Donald Trump transcurrido ese tiempo?
– Yo no soy un hombre de negocios.
Aquello hizo sonreír a Samantha.
– Pues yo diría que tienes un gran potencial. Según dicen por ahí, has conseguido hacer cosas muy buenas.
– Es cierto. A mi padre no le gustaba nada delegar, tal y como demuestra que a su edad siguiera siendo director de por lo menos tres departamentos. Con una compañía tan grande como ésta, es imposible encargarse de tres departamentos y de la dirección general a la vez. Por eso, yo estoy intentando contratar a los mejores para que me ayuden.
– Me halagas.
– Es la verdad. Estás aquí porque eres buena. Necesito gente creativa. Ya sabes que no es mi punto fuerte.
– No es frecuente encontrar a un hombre capaz de admitir sus puntos débiles -sonrió Samantha.
– Samantha, aprobé marketing gracias a ti.
– Bueno, tú me ayudaste un montón con la contabilidad, así que estamos en paz.
Mientras hablaba, se había movido y Jack se fijó en cómo los pantalones le abrazaban las caderas. Las otras candidatas, que también tenían un currículum buenísimo, habían ido a la entrevista ataviadas con traje de chaqueta.
Samantha, no.
Aunque iba vestida de colores conservadores, no tenía nada de normal y corriente. A lo mejor, era el broche en forma de loro verde que llevaba en la solapa de la chaqueta o los enormes pendientes en forma de aro que le colgaban casi hasta los hombros o, tal vez, que su melena pelirroja y salvaje parecía tener vida propia.
Lo que estaba claro era que no era la típica mujer de negocios. Era una mujer que siempre estaba a la última y que era increíblemente creativa. Además, era muy independiente, algo que le inspiraba mucha admiración a Jack.
– ¿Por qué te fuiste de Nueva York? -le preguntó.
– Porque me apetecía cambiar un poco. Llevaba trabajando en esta ciudad desde que terminé la carrera.
Jack la estudió mientras hablaba, buscando detalles. Encontró muchos, pero ninguno que lo preocupara. Sabía que se acababa de divorciar y que su anterior jefe había hecho todo lo que había estado en su mano para que no dejara su empresa.
– Supongo que sabrás que éste es el trabajo soñado por mucha gente -comentó Samantha-. Lo que tú ofreces es tener el control creativo completo del departamento de desarrollo de Internet, con más de un millón de dólares de presupuesto. ¿Quién se podría resistir a una cosa así? Para mí, es el paraíso.
– Me alegro porque para mí es el infierno -contestó Jack.
Samantha sonrió y Jack sintió que se tensaba.
– A ti nunca te gustaron las páginas en blanco -comentó.
– Y a ti nunca te gustaron las normas -contestó Jack.
– ¿A mí? -dijo Samantha enarcando las cejas-. Pero si eras tú el que se las saltaba constantemente.
Jack se encogió de hombros.
– Ya sabes que yo hago lo que sea para conseguir lo que quiero. Lo que quiero en estos momentos es un equipo maravilloso para que la compañía vaya bien, así que pasemos a los detalles.
Dicho aquello, le pasó a Samantha la información de diferentes campañas que se habían llevado a cabo a través de Internet. Samantha las estudió y, a continuación, hablaron de diferentes maneras de encarar nuevas campañas que redundaran en el aumento de beneficios de la empresa.
A medida que la conversación fue avanzando, Samantha se sintió cada vez más animada.
– Los niños son un filón que todavía está sin explotar -comentó-. Podríamos hacer un montón de cosas. Por ejemplo, programas de actividades extraescolares en la red y no me refiero únicamente a la típica ayuda con los deberes sino a programas interactivos que permitieran que niños de todo el país se pudieran poner en contacto -le explicó entusiasmada-. También podríamos ponernos de acuerdo para patrocinar determinados acontecimientos con los equipos de producción de películas famosas o de programas de televisión.
– Publicidad cruzada -comentó Jack.
– Sí. El potencial es enorme. Y eso en lo que se refiere a los niños pequeños porque para los adolescentes tengo un montón de ideas más.
– Los adolescentes tienen dinero y tiempo para gastarlo -comentó Jack-. Como verás, he hecho los deberes.
– Ya veo. Como cada vez hay más familias monoparentales y más casas donde trabajan ambos miembros de la pareja, los adolescentes suelen ser los que eligen qué se compra. De hecho, influyen a los adultos a la hora de tomar decisiones, desde qué cereales a qué coche comprar. Además, están más que familiarizados con los ordenadores. Para ellos, bajarse información de Internet es la cosa más normal del mundo.
– Veo que te interesa el trabajo.
– Ya te dije al principio que para mí este trabajo sería como estar en el paraíso y no lo decía como cumplido. Me encantaría ocuparme del departamento de Internet.
El entusiasmo de Samantha era palpable y contagioso y Jack estaba encantado. Sabía que Samantha era una persona que, cuando se ilusionaba con un proyecto, daba lo mejor de sí misma.
Lo había sorprendido gratamente ver su nombre en la corta lista de candidatos para el puesto porque habían trabajado muy bien juntos durante la carrera y sabía que era una mujer con la que era fácil trabajar en equipo y en la que se podía confiar.
– Si lo quieres, el trabajo es tuyo -le dijo-. La oferta formal te llegará a través del departamento de recursos humanos mañana por la mañana.
Samantha lo miró con sus grandes ojos verdes muy abiertos.
– ¿Hablas en serio?
– ¿Por qué te sorprendes tanto? Eres una mujer de talento, cualificada y, además, me siento muy cómodo trabajando contigo.
– Por cómo lo dices, cualquiera diría que soy un perro de rescate.
Aquello hizo sonreír a Jack.
– Si encuentras alguno que sepa manejar un ordenador…
Samantha se rió.
– Está bien, sí. Me interesa el trabajo, pero te advierto que soy una persona muy creativa y que quiero completo control sobre mi equipo.
– Trato hecho.
– No vamos a ir vestidos de chaqueta y corbata.
– Por mí, como si lleváis trajes de neopreno. Mientras hagáis vuestro trabajo, vestid como os dé la gana.
Samantha no estaba del todo convencida.
– Esto no es como el Derecho, Jack. Las respuestas no siempre están en los libros.
– No hace falta que me vengas con ese sermón -contestó Jack divertido-. Sé perfectamente que la gente creativa sois diferente. No hay problema.
– Muy bien, veo que estamos de acuerdo.
Samantha se puso en pie y Jack hizo lo mismo. Con tacones, solamente era un par de centímetros más baja que él. Jack dio la vuelta a su mesa y le tendió la mano.
– Déjale tu número de teléfono a la señorita Wycliff. El departamento de recursos humanos te llamará mañana a primera hora.
Samantha le estrechó la mano y, tal y como le había ocurrido al llegar, Jack sintió un cosquilleo seguido de una sensación de calor en la anatomía que había debajo de su cinturón.
Diez años después de haberse acostado con ella, Samantha Edwards tenía la capacidad de ponerlo de rodillas. Sexualmente hablando, claro. No tenía ninguna intención de que ella se diera cuenta. La relación que había entre ellos ahora era puramente laboral.
– ¿Cuándo puedes empezar? -le preguntó acompañándola a la puerta.
– La semana que viene -contestó Samantha.
– Muy bien. Me gusta tener una reunión con los empleados todos los martes por la mañana. Espero contar contigo para la próxima.
– Jack, quiero que sepas que estoy encantada con esta oportunidad y que mi intención es que mi fichaje sea bueno para la empresa.
– No lo dudo.
Samantha lo miró a los ojos.
– ¿Sabes? Yo sí tenía mis dudas, no sabía si me ibas a considerar para el puesto. Lo digo por nuestro pasado.
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