Samantha aceptó de buen grado el cambio de tema y se lanzó a contarle a su amiga lo encantada que estaba con su nuevo trabajo
– ¿Y no echas de menos a Vance? -quiso saber Helen.
Samantha suspiró.
– No, la verdad es que no. Creía que lo iba a pasar mucho peor, pero supongo que la traición terminó con mi amor. Al principio, creí que jamás le perdonaría, pero últimamente ya ni siquiera pienso en él. Se ha portado realmente mal conmigo, así que no merece que me plantee siquiera si lo voy a perdonar o no, me tengo que preocupar única y exclusivamente de mí.
– Buen enfoque. Tienes toda la vida por delante. A lo mejor, te vuelves a enamorar algún día.
– No, gracias. No quiero volver a tener una relación con un hombre nunca.
– ¿Nunca?
– Bueno, digamos que de momento no me apetece sufrir.
– Te recuerdo que no todos los hombres son como Vance. No le des la espalda al amor. Sería una pena -le recomendó su amiga-. ¿Y Jack?
– ¿Qué pasa con Jack?
– ¿Qué tal trabajando con él?
– Ah, muy bien.
– ¿Y de lo otro?
– ¿Eh?
– Que si queda algo de la química que había entre vosotros en la universidad. Recuerdo las conversaciones que teníamos entonces, recuerdo cómo te comías la cabeza intentando dilucidar si merecía la pena arriesgarse a tener una relación con él. Te aconsejé que te lanzaras y no me hiciste ni caso.
– No es mi tipo -contestó Samantha de manera ambigua pues no quería confesar que seguía habiendo química entre ellos.
– Jack no es como Vance. Es un buen hombre y también ha sufrido mucho.
– ¿Acaso nos quieres emparejar? Ni se te ocurra, ¿eh?
– No, claro que no, sólo te estoy diciendo que Jack es un hombre maravilloso.
– Sí, pero para otra mujer.
– Si tú lo dices…
Jack terminó la última reunión a las cuatro de la tarde y volvió a su despacho, donde encontró unas cuantas cajas de cartón que, tal y como le había indicado, la señorita Wycliff había dejado allí para que fuera metiendo las cosas que su padre tenía en el despacho.
Así que comenzó con las agendas y los documentos antiguos. Cuando llegó a unas cuantas fotografías que su padre tenía con clientes, personalidades y empleados, no pudo evitar pensar que no tenía ninguna de su familia y aquello le dolió y le llevó a preguntarse por qué su familia nunca había estado unida, por qué ni siquiera ahora que habían perdido a su progenitor los tres hermanos no estaban unidos.
Jack estuvo buena parte de la tarde organizando las cosas de su padre y, cuando llegó el momento, también abrió la caja fuerte pues iba a necesitar todo el espacio del que pudiera disponer.
Cuando ya la tenía vacía, intentó meter unas carpetas y comprobó extrañado que no cabían, así que las volvió a sacar y metió la mano para ver qué ocurría. Fue entonces cuando descubrió una especie de manivela en el suelo de la caja fuerte y, al levantarla, vio que había unos cuantos libros con cubierta de cuero.
Al principio, creyó que sería el diario de su padre y le sorprendió la curiosidad que aquella posibilidad le había provocado, pero, al abrir el primero de los libros, comprobó que era libros de contabilidad.
¡Del año anterior!
Precisamente, se había pasado todo el día en reuniones con el departamento de finanzas y se sabía aquellas cifras al dedillo. Sin embargo, las cifras que tenía en la cabeza y las que tenía ante sí no coincidían.
Jack sintió que la ira se apoderaba de él.
George Hanson había ocultado a todo el mundo la nefasta situación de la empresa, que estaba al borde de la quiebra.
Aquello era un desastre.
Capítulo 4
Jack revisó los libros una y otra vez con la esperanza de haberse equivocado, con la esperanza de que su padre no hubiera engañado a los empleados, a los accionistas y a su familia, pero, cuanto más miraba las cifras, más evidente se hacía la verdad.
Se puso en pie y se acercó al ventanal desde el que la ciudad de Chicago exhibía sus encantos nocturnos.
Sabía que, en cuanto el Consejo de Administración se enterara de lo ocurrido, le presionaría para que se quedara más tiempo al mando de la empresa.
En aquel momento, llamaron a la puerta y Jack se giró.
– Trabajas hasta muy tarde -comentó Samantha entrando en su despacho-. Desde luego, los ejecutivos siempre trabajando tanto. ¿No os cansáis de…? -se interrumpió al ver la cara de Jack-. ¿Qué pasa?
Jack había intentado disimular su zozobra, pero no había podido y se dijo que no servía de nada ocultarle la verdad a Samantha pues iba a convocar una reunión de emergencia a primera hora de la mañana.
– He encontrado un segundo juego de libros de contabilidad -dijo-. Mi padre los tenía guardados en la caja fuerte. He estado comparando las cifras con las que yo tengo y las diferencias son increíbles. La empresa hace aguas por todas partes.
– ¿Fraude?- le preguntó Samantha con los ojos abiertos como platos.
– Sí, vamos a tener que hacer una auditoría interna completa y no me extrañaría nada que la Asociación del Mercado de Valores quisiera hacer una investigación aparte, lo que nos va a acarrear muy mala prensa y una bajada increíble de nuestras acciones -contestó Jack volviendo a girarse hacia el ventanal.
– No sé qué decir.
– Yo, tampoco. Supongo que esto es lo último que esperarías oír de mí. Entenderé que quieras dejar el trabajo.
– Por supuesto que no -contestó Samantha-. ¿Estás bien?
– Bueno, he tenido momentos mejores -contestó Jack-. Menos mal que mi padre está muerto porque, de lo contrario, iría a la cárcel.
– Tu padre no era un mal hombre -intentó consolarlo Samantha.
– ¿Vas a justificar lo que hizo?
– Por supuesto que no, pero, por lo que tengo entendido, tampoco era el diablo.
– Aunque no fuera el diablo no quiere decir que no se haya saltado la ley. Si quieres que te diga la verdad, no me sorprende que haya ocurrido algo así. Mi padre se encargaba de varios departamentos a la vez y ahora empiezo a entender por qué. Los números no cuadraban y eso no le gustaba, así que los cambió. Ahora entiendo por qué no quería grandes cambios a su alrededor. Por ejemplo, si hubiera introducido mucha tecnología la verdad habría saltado a la luz mucho antes.
– ¿Crees que lo sabía alguien más?
– No sé, pero le voy a preguntar a todo el mundo -contestó Jack.
– ¿No crees que lo hiciera solo?
– No.
– ¿Por qué no le preguntas a Helen?
– ¿Crees que estaría compinchada?
– ¡Claro que no! -exclamó Samantha-. Helen no es así. Te lo decía porque, a lo mejor, ella te puede decir si tu padre cambió de repente o si estaba más estresado de lo normal.
– No necesito consejo sobre trapos.
Samantha se enfadó al oír cómo insultaba a su amiga.
– ¿Te crees que Helen es una mujer sin cerebro a la que solamente le importan la ropa y las joyas?
– La verdad es que no la conozco -contestó Jack encogiéndose de hombros.
– ¿Y eso? Forma parte de tu familia desde hace un tiempo. ¿Por qué no te has molestado en conocerla un poco?
– Porque conozco muy bien a las mujeres como ella.
– Helen es una persona que no tiene nada que ver con lo que tú te imaginas. Dices que tu padre hizo que la empresa fuera mal por tener ideas obsoletas en la cabeza, pero me parece que tú actúas exactamente igual.
Samantha terminó de tomar notas tras la presentación de un miembro de su equipo.
– Buen trabajo, Phil -lo congratuló sinceramente-. Me encanta la paleta de colores que has elegido para la nueva página.
– Sí, los niños pequeños responden mejor a los colores que a las instrucciones -sonrió su compañero-. Se me había ocurrido seguir el mismo esquema con niños de más edad e ir convirtiendo los colores claros en colores más oscuros.
– Buena idea -contestó Samantha mirando a Arnie-. ¿Sería muy difícil hacer eso?
– No, no hay problema -contestó el programador.
– Estupendo entonces.
– También podríais, eh, meter menús. Así, el niño puede hacer clic en el color que le guste y obtener no sólo una pregunta sino una serie y, luego, dependiendo de la respuesta puede pasar a otro lugar de la página. Por ejemplo, si acierta la respuesta, podríamos meterle un pequeño juego -sugirió Arnie-. Ya sabéis, para motivarlos.
Samantha miró a su equipo, que parecía encantado con la idea.
– Estupendo -le dijo a Arnie-. Gracias.
Arnie se encogió de hombros y se sonrojó y Samantha se dio cuenta, por cómo la miraba, de que aquel hombre se había enamorado de ella, lo que era un incordio porque, además de que ella no estaba buscando pareja, Arnie no era su tipo en absoluto. Justo en aquel momento, se abrió la puerta de la sala de conferencias y entró Jack, que no dijo nada y se limitó a sentarse en silencio.
Al instante, el cuerpo de Samantha se tensó, por si su cerebro se había dado cuenta de que Jack había llegado. Samantha odiaba que, a pesar de que seguía enfadada con él, su cuerpo reaccionara así ante su presencia.
Desde luego, el mundo siempre patas arriba. Arnie era un hombre soltero y agradable, inteligente y probablemente poco complicado, pero no le llamaba la atención lo más mínimo mientras que Jack, que la sacaba de quicio con sus prejuicios sobre Helen, era irresistiblemente sensual.
Haciendo un increíble esfuerzo, consiguió volver a concentrar su atención en la reunión.
– Los juegos de premio tendrían que ver con el tema de la pregunta -propuso Sandy.
– Sí, buena idea, la dificultad de los juegos iría en aumento dependiendo del curso en el que esté el niño -añadió Phil.
– Vamos a tener que pasar mucho tiempo confeccionando los contenidos, pero creo que merece la pena -comentó Samantha-. Tenemos que hablar con los de Investigación y Desarrollo para contarles estas ideas y que se pongan en marcha con las preguntas y las respuestas.
– Ojalá hubiera existido algo así cuando nosotros estábamos en el colegio -apuntó Jeff-. A mí me habría ayudado un montón con la Historia.
Y así transcurrió la reunión, en la que se aportaron y se debatieron un montón de buenas ideas. Samantha tuvo siempre mucho cuidado de no mirar a Jack porque eran compañeros de trabajo y sabía que tenía que dejar sus desavenencias personales a un lado.
– Bueno, chicos, estoy encantada con vuestro trabajo. Nos volvemos a ver el viernes -se despidió Samantha de su equipo.
Cuando sus compañeros se pusieron en pie, Arnie se percató de que Jack no se iba, miró a Samantha y se fue.
– Vamos muy bien -le dijo Samantha a Jack una vez a solas mientras recogía sus notas.
– Ya lo veo, formáis un buen equipo.
– Me alegro de que te lo parezca.
– ¿Sigues enfadada conmigo?
– No entiendo por qué tienes tan mal concepto de Helen. Por lo que tengo entendido, apenas la conoces. Si hubieras pasado mucho tiempo con ella y se hubiera portado mal contigo, entendería que tuvieras una mala opinión de ella, pero solamente la has visto en un par de ocasiones y la tratas como si fuera la madrastra mala de los cuentos.
Aquello hizo sonreír a Jack.
– No es porque sea mi madrastra.
– Entonces, ¿por qué es?
Jack pareció dudar.
– Es mucho más joven que mi padre y mi padre no era un buen hombre.
Samantha se puso en pie.
– Ah, entiendo. Crees que se casó con él por el dinero, ¿no? -le espetó-. Conozco a Helen desde hace años. Para que lo sepas, me cuidaba cuando era pequeña y siempre hemos tenido una gran amistad. Es como una hermana para mí. Te puedo asegurar que estaba completamente enamorada de tu padre. A lo mejor tú no te llevabas bien con él y te cuesta entenderlo, pero es la verdad. Lo considera el amor de su vida. No puedo evitar defenderla porque es como si estuvieras atacando a mi hermana.
– Pareces muy sincera -contestó Jack poniéndose en pie.
– Así es.
Jack y Samantha se quedaron mirándose intensamente hasta que, por fin, él se encogió de hombros.
– Entonces, supongo que tienes razón.
Samantha se quedó estupefacta.
– ¿Cómo?
– Nunca me has mentido. Te conozco hace tiempo y sé que me puedo fiar de tus juicios, así que respeto tu opinión sobre Helen.
– ¿Y eso qué quiere decir exactamente?
– Que la respeto como persona. Es cierto que no he pasado mucho tiempo con ella, en eso tienes razón. Lo cierto es que no la conozco de nada. A lo mejor no es como yo creía.
¿Así de fácil? Samantha no se lo podía creer. Samantha recordó que Jack tampoco mentía nunca y se dijo que podía fiarse de él.
– Bueno, estupendo.
– ¿Ya no estamos enfadados? -preguntó Jack.
– Supongo que no.
– Parece que te fastidia.
– Será porque tengo un montón de energía dentro y no sé cómo quemarla -contestó Samantha.
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