– Quiero proponerte algo, Pam.

– Hum, estoy intrigada.

– ¿Has pensado en poner un exhibidor de joyas o accesorios en el local? Por ejemplo, cerca de la entrada o de la pared posterior.

– No, pero parece una buena idea. ¿En qué habías pensado?

– En mis diseños. Piezas con piedras y metal. Podría dejar algunas muestras aquí para ver si despiertan interés. Si se vendiesen, te daría un porcentaje sobre las ventas. Las dos saldríamos ganando. -Kendall necesitaba el dinero desesperadamente. Lo necesario para adecentar la casa le había vaciado la cartera y trastocado el presupuesto.

– Hum. -Pam le puso suavizante en el cabello-. Me encantan las joyas y detesto rechazar una oferta así, pero creo que tendrías más suerte si se lo planteases a Charlotte. -Tras aclararle el pelo con agua fría, Pam le envolvió la cabeza con una toalla y se la frotó un poco mientras la ayudaba a levantarse.

Sintió un momentáneo mareo al sentarse, pero se le pasó en seguida. Lástima que la agitación que le había causado la visita de Rick todavía no hubiera desaparecido.

– ¿Quién es Charlotte?

Pam se colocó frente a ella para mirarla a los ojos y luego puso los brazos en jarra.

– ¿Cuánto conoces a tu novio?

– Bastante. ¿Por qué?

Pam entornó los ojos.

– Porque Charlotte es la cuñada de Rick. Es la primera mujer en el pueblo que ha pillado a un Chandler. Me imaginaba que ya lo sabrías.

Kendall tragó saliva con dificultad. El coche de Rick había estado aparcado frente a la casa de invitados casi en todos sus ratos libres. Los días que libraba, llegaba a las seis de la mañana y solía quedarse hasta las diez de la noche o más tarde. Habían fregado, limpiado y creado la impresión de que eran amantes, tan enamorados el uno del otro, que todavía no podían renunciar a su tiempo personal. Y los amantes en seguida se cuentan los detalles más íntimos, incluidos los familiares. Rick y ella no habían pensado en ese particular antes de que Kendall comenzase a representar su papel en solitario.

– Habéis pasado días enteros en esa casa, pero está claro que no habéis hablado mucho. -Pam le sonrió, ofreciéndole a Kendall la solución que necesitaba.

Aprovechando la insinuación de Pam, Kendall asintió.

– Hemos pasado juntos tiempo de sobra para saber un poco de todo. -Arqueó las cejas de forma provocativa-. Pero ahora mismo estaba algo distraída. Claro que no sabía a qué Charlotte te referías.

Pam la miró como si no creyese ni una palabra, y estaba en lo cierto.

– Bueno, si a Charlotte no le interesa, vuelve a planteármelo y ya encontraremos una solución.

– Eso haré. -En cuanto viera a Rick, le interrogaría sobre su cuñada, cómo era y si creía que aceptaría sus joyas en depósito-. Gracias por la sugerencia.

Pam condujo a Kendall de vuelta a la silla y comenzó a peinarle los cabellos rubios.

– ¿Te gusta?

Kendall le dedicó una sonrisa sincera.

– Mucho.

– Bien. ¡Pues a cortar! -Pam alzó las tijeras y comenzó su trabajo.


Rick propinó una patada a la silla del escritorio y arrojó de nuevo una goma elástica contra la fotografía de los novios. Pero en esta ocasión no estaba enfadado con la novia, sino consigo mismo. Cuando lo planeó todo para que su madre y el pueblo creyeran que Kendall y él eran amantes, metió la pata. Dos veces. Su intención no era repetir el doloroso pasado de Kendall y, desde luego, no había querido que le hicieran el vacío por ello. Ni siquiera se había planteado esa posibilidad.

De todos modos, nunca había tenido en cuenta la personalidad de las mujeres. Había visto a Lisa en la peluquería y sabía que seguramente era la responsable de la fría acogida que le habían dispensado a Kendall. Lisa había logrado que la trataran como a una forastera que les había arrebatado a un soltero de la lista de hombres disponibles en el pequeño pueblo.

– Mensajes. -Felicia dejó una pequeña pila de papeles color rosa frente a él.

Rick observó a aquella mujer morena y bajita. Había tenido bastantes relaciones con hombres y tenía muchas amigas. Tal vez supiera cómo pensaban las mujeres del pueblo y por qué habían decidido hacerle el vacío a la recién llegada.

– ¿Qué les pasa a las mujeres?

– ¿Me lo preguntas a mí? -Felicia se acomodó en una silla metálica, junto al escritorio-. Creía que tú podías escribir un libro sobre el bello sexo.

Rick se reclinó en la silla y entrecruzó los brazos detrás de la cabeza.

– Nunca he dicho que comprendiese la psique femenina.

– Lance dice lo mismo -repuso, refiriéndose a su pareja-. ¿Tu nueva novia ya te está dando quebraderos de cabeza? -le preguntó, guiñándole el ojo con complicidad.

De hecho, el problema no era Kendall, sino él mismo. Quería facilitarle las cosas a ella, hacer que se sintiese feliz y cómoda en el pueblo… algo que nunca se había planteado con las otras mujeres con las que había mantenido relaciones. Kendall, con su pelo rosa, o a saber de qué color se le habría quedado ahora, y su carácter jovial le había llegado al alma.

– Vale, no hace falta que respondas -dijo Felicia-, pero si te está poniendo las cosas difíciles en lugar de postrarse a tus pies, me muero de ganas por conocerla.

«Conocerla.» Tal vez ésa fuera la solución. Que la gente conociera a Kendall, tal como él empezaba a conocerla. Felicia acababa de darle la solución. Le presentaría a sus amigos y familiares, personas a las que les caería bien y que a ella también le caerían bien. Se sentiría más cómoda cuando tuviese aliados en el pueblo. Nadie desafiaría a los Chandler juntos.

Se levantó de un salto y abrazó a Felicia.

– Eres un genio.

– Un genio, ¿eh? No sé qué te he dicho, pero debería hacerlo más a menudo. ¿Te había mencionado que quería un aumento de sueldo? -Rompió a reír con afabilidad.

– Le hablaré bien de ti al jefe. -Rick le guiñó el ojo y descolgó el teléfono.


El olor a limpio recibió a Kendall al entrar en la casa. Aquel olor era una innegable mejora respecto al polvo y al moho, pero todavía quedaba mucho por hacer: sacar los trastos de los armarios, pintar dentro y fuera, arreglar el césped y muchas más cosas.

Se pasó la mano por el pelo recién cortado. Las tareas eran infinitas, no así su cuenta bancaria. Abrió el bolso y rebuscó la tarjeta que Rick le había dejado con su número de teléfono, lo llamó y le dejó un mensaje diciéndole que tenía que hablar con él. No quería saberlo todo sobre Charlotte, sólo lo más básico para salir adelante. Kendall estaba convencida de que sus diseños se venderían solos.

Con un poco de suerte, Charlotte sería más simpática que las otras mujeres que había conocido. Mientras pagaba el corte de pelo, dos mujeres la habían menospreciado en cuestión de segundos. Terrie Whitehall, cajera del banco, y Lisa Burton, maestra, ambas mojigatas según Pam, no habían respondido a su saludo. Pam había reaccionado con un ataque verbal y Kendall había prorrumpido en risas; luego se había marchado de la peluquería contenta, sabiendo que al menos tenía una amiga en el pueblo.

Sonó el móvil y Kendall respondió tras el primer tono.

– La señorita Kendall Sutton, por favor -dijo una nasal voz masculina.

– Al habla.

– Soy el señor Vancouver, del internado de Vermont Acres.

Kendall sujetó el móvil con fuerza.

– ¿Hannah está bien?

– Físicamente, sí, pero últimamente ha estado dando mucha guerra. -La voz era monótona, y a Kendall aquel hombre le cayó mal de inmediato. Era como si hablase de una desconocida.

– Hannah mencionó algunos problemas, pero me prometió que se comportaría.

– Pues no ha sido así. He intentado hablar con sus padres, pero me ha sido imposible y el siguiente número era el suyo. De hecho, es el único número que tenemos y su única pariente en Estados Unidos. Señorita Sutton, le vamos a dar una última oportunidad a su hermana.

– ¿Una última oportunidad académica?

El señor Vancouver soltó una risotada altanera, pero aquello no parecía divertirle lo más mínimo.

– Los estudios son la menor de sus preocupaciones, y ahora mismo son menos importantes que su conducta. Si quiere que le sea sincero, señorita Sutton, su hermana constituye una amenaza. Atascó el retrete del baño de los profesores y le arrancó el bisoñe al director de la orquesta mientras hacía una reverencia.

Kendall se presionó la sien para aliviar el dolor de cabeza que comenzaba a notar. Contuvo el impulso de reírse de lo absurdo que resultaba todo aquello. La conducta de Hannah era tan divertida como el tono arrogante del señor Vancouver.

– Lo siento, señor Vancouver. Prometo hablar con ella hoy mismo.

– Más le vale, o tendrá que venir a recogerla antes del atardecer. No puedo permitir estos alborotos en la escuela.

– ¿Dónde está Hannah ahora?

– Castigada. Volverá a su habitación dentro de una hora. Tengo otra llamada. -Se despidió de ella sin vacilación alguna-, Que tenga un buen día, señorita Sutton.

El altanero director le colgó; Kendall tenía un nudo en el estómago y cada vez más ganas de estrangular a su hermana. Necesitaba saber por qué de repente Hannah se comportaba de tal modo que parecía pedir a gritos su expulsión del internado.

Al cabo de diez frustrantes minutos, Kendall le había dejado un mensaje a Hannah pidiéndole que la llamara lo antes posible, y trató por todos los medios de ponerse en contacto con sus padres a través de la organización que concedía a su padre los recursos para sus excavaciones, pero no hubo suerte. Suspiró y observó la cocina a su alrededor. La pintura desconchada y las manchas en la pared se repetían por toda la casa, y simbolizaban los problemas que la rodeaban, problemas que aumentaban con el paso del tiempo.

– ¡Ojalá no estuviera sola! -le gritó a las paredes. La voz retumbó en la casa vacía sobresaltándola.

La repentina necesidad de compartir la responsabilidad de su hermana la pilló desprevenida, lo mismo que el deseo de volver a llamar a Rick para ver si contestaba y así escuchar su voz. La mano, todavía en el teléfono, le temblaba, como si quisiera marcar los números.

No.

– No -dijo en voz alta para convencerse a sí misma. Aunque Rick sabía que quería vender la casa y que no le sobraba el dinero, no sabía cuan reducidos eran sus recursos económicos. Ni lo sabría. Por los mismos motivos por los que no compartiría lo mucho que le preocupaba la situación de Hannah.

No le había confiado sus problemas personales por puro instinto de supervivencia… no podía permitirse el lujo de confiar en él. La presencia de Rick hacía que se sintiese mejor, pero la vida y el pasado le habían enseñado a confiar sólo en sí misma. No era el momento de cambiar lo que siempre había funcionado.

Kendall no necesitaba llamar a un agente inmobiliario para saber que la clave para obtener más dinero por la venta de la casa pasaba por darle una buena capa de pintura. Rick ya había rascado y lijado gran parte de la casa de invitados, por lo que decidió que ella misma comenzaría a pintar la casa principal. Se había mudado muchas veces en el pasado y había alquilado y subarrendado muchos apartamentos y pintado por tanto unas cuantas paredes.

Corrió hasta la habitación de atrás, se enfundó la ropa de trabajo y observó la entrada. Había comprado litros de pintura blanca y decidió comenzar por allí, donde cualquier potencial comprador recibiría la primera impresión. Luego seguiría hacia el interior de la casa, de modo que vería la mejora cada vez que entrase. Mientras tanto, confiaba en que así se le pasara el tiempo más rápido, y no mirase el reloj tan a menudo, esperando a que la llamasen su hermana o sus desaparecidos padres.

Tras encender la radio y reprimir el impulso de telefonear de nuevo a Rick para sentir su hombro o cualquier otra parte del cuerpo que la tentase, comenzó a trabajar.


Rick creía que su turno no acabaría nunca. Para cuando llegó a la casa de Kendall, en Edgemont Street, ya había anochecido. Kendall no sabía que iría, pero él tenía que explicarle su propuesta. Esperaba que no la rechazase, en parte porque quería ayudarla a integrarse en Yorkshire Falls, pero sobre todo porque la había echado de menos y le apetecía estar con ella. Teniendo en cuenta que no se quedaría mucho tiempo en el pueblo, Rick sabía que el primer argumento era endeble y patético, pero le daba igual. Le había hecho daño y quería arreglar las cosas antes de que se marchase.

Llamó a la puerta y, al ver que no abría, entró. Había dejado la puerta sin cerrar, por lo que ya no era una verdadera recién llegada. Para disgusto de Rick y del resto del cuerpo de policía, en Yorkshire Falls los cerrojos no solían usarse.

Oyó música al entrar. Miró alrededor y vio a Kendall cantando mientras pintaba la pared con un rodillo. La capa de pintura sólo llegaba hasta la altura de su brazo, por lo que quedaba una línea horizontal que separaba la pintura nueva de la vieja. Aunque ella creía que había quedado de fábula, la impresión inicial era la de un trabajo muy poco profesional.