Por el bien de ambos, decidió seguirle el juego.

– ¡Qué remedio! Soy el ligón del pueblo -dijo en tono alegre.

La mujer se estremeció al oír esas palabras y Rick experimentó un placer perverso al comprobar que aquella exageración le molestaba. De todos modos, no quería distanciarla, sino acercarla, para aprovechar al máximo la situación mientras durara.

Si Kendall pensaba marcharse tal como había prometido, quería pasar con ella el máximo tiempo posible, y así se lo diría. Le acarició la mejilla.

– Pero mientras estés aquí, soy todo tuyo.

Kendall se relajó y se acercó a él. Los dos eran conscientes de lo que se avecinaba. Kendall le tentó con los labios y Rick bajó la cabeza para darle otro beso arrebatador, pero antes de llegar a tocarle la boca, alguien llamó a la puerta.

Kendall se sobresaltó y se dio un golpe en la cabeza con el secador de la pared.

– ¡Ay!

Rick le pasó la mano por el pelo recién cortado.

– ¿Estás bien?

Kendall asintió.

– Un momento -le dijo a la persona que estaba al otro lado de la puerta. Luego se volvió hacia Rick con mirada interrogante-. ¿Y ahora qué?

– ¿Que qué quiero ahora? ¿O es una pregunta retórica? -El corazón le palpitaba con fuerza y el cuerpo no sólo le indicaba lo que deseaba sino también lo que necesitaba. Rick tenía mucha labia, pero en ese instante lo único que servía era la verdad pura y dura-. Quiero llevarte a casa. -La casa de ella o la de él, le daba igual, siempre y cuando hubiera una cama. Le tendió la mano.

Kendall puso la palma sobre la suya.

– Espero que sea una invitación -dijo ella, sonriendo con lascivia.

– Una invitación muy, pero que muy personal -contestó él arrastrando las palabras con deliberación.

Kendall se sonrojó. Rick sujetó el pomo de la puerta. En cuanto salieran, pensaba dar las gracias a todos, despedirse rápidamente y marcharse. No llegaron más allá del vestíbulo. Nada más salir del baño, saltaron sobre ellos.

– ¡Rick! -Su cuñada Charlotte la abrazó.

– Vaya sorpresa -dijo él en medio de su melena, ya que no podía zafarse de su abrazo-. Creía que estabais en Washington.

– Estábamos -oyó decir a Roman desde detrás de Charlotte.

Roman y Charlotte viajaban constantemente entre Yorkshire Falls, donde Charlotte tenía su negocio, y Washington, donde Roman trabajaba para The Washington Post como columnista de opinión.

Charlotte soltó a Rick, sobre todo porque Roman le apartó los brazos, y luego fulminó a su mujer con la mirada. Rick se habría reído de aquel gesto posesivo, como había hecho otras veces en el pasado, pero recordó cómo había reaccionado él mismo al ver a Chase y Kendall juntos, y comprendió un poco más a su hermano pequeño.

– Nos enteramos de que había muchas novedades en el pueblo y hemos venido en cuanto hemos podido. -Charlotte sonrió.

– Raina os pidió que vinierais, ¿no? -conjeturó Rick.

– No, nos dijo que creía que nos gustaría conocer a tu nueva amiga -repuso Roman-. Supongo que es ella, ¿no?

Rick miró a Kendall a tiempo de verla mover la cabeza de un lado a otro mientras trataba de seguir la conversación a tres bandas.

Antes de que Rick llegara a presentarla, Kendall intervino.

– Soy ella -afirmó con la cabeza-. Es decir, yo soy ella. Soy Kendall Sutton.

Roman sonrió.

– Encantado de conocerte. -Le tendió la mano y Kendall se la estrechó.

– Igualmente -repuso Kendall.

– ¿Sabías que Roman me besó por primera vez en este vestíbulo? ¿Lo recuerdas? -dijo Charlotte, tras lo cual se volvió hacia su marido y lo devoró con la mirada, haciendo que los demás se sintieran fuera de lugar.

En otra época, Rick habría puesto los ojos en blanco y se habría reído. También hubo otra época, antes de su matrimonio y su divorcio, en que se habría preguntado si alguna vez él sentiría esa atracción por una persona. Como la que habían sentido sus padres. Como la que Roman y Charlotte sentían ahora. Tras el divorcio, se había pasado más tiempo huyendo de las relaciones y los compromisos que valorándolos. Sin embargo, al ver a los recién casados, Rick sintió una emoción nueva: envidia. Quería que Kendall lo mirase de esa manera.

Recordó la ocasión en que había observado a su mujer embarazada y había visto algo más que a una amiga en apuros. Y, creyendo que era suya por ley y por palabra, se había permitido el lujo de bajar la guardia, ya que jamás se habría imaginado que Julian lo abandonaría y lo dejaría solo.

Rick miró a Roman, que lo observaba extrañado, luego a Charlotte, que sonreía con alegría, y por último a Kendall, que parecía confundida.

– Ya nos íbamos -dijo Rick. Quería sacar a Kendall de allí y retomar lo que habían dejado a medias. Le apetecía centrarse en el aspecto físico y olvidar la influencia emocional que Kendall ejercía… además de que, cuando su familia se juntaba, las emociones y el pasado siempre estaban demasiado a flor de piel.

– ¿Ahora? -preguntó Charlotte-. Pero si acabamos de llegar.

– Y en un tiempo récord -añadió Roman-. Lo mínimo que podrías hacer es quedarte un rato.

– Sólo le ha parado un poli. -Charlotte pareció enorgullecerse de ello, y luego miró a Rick-. Es decir, sólo le ha parado un agente que cumplía con su deber, y que tenía un motivo de peso para pararnos.

– ¿Ibas sentada en el regazo de Roman mientras conducía? -preguntó Rick.

Charlotte se sonrojó.

– Algo así.

– Nos quedaremos un rato -Kendall le tiró de la camisa-, ¿no, Rick? Querías que conociera a tu familia y, además, he oído hablar mucho de la tienda de Charlotte. Me gustaría charlar con ella.

– Y ella también quiere conocerte. Por mi parte, yo quiero que mi hermano me ponga al día. -Roman sonrió.

Rick gimió. ¿Ponerle al día? Y una mierda, pensó. Roman y él habían hablado por teléfono la noche anterior. Pero teniendo en cuenta que su hermano seguía siendo ese pelmazo a quien Rick siempre había querido, seguramente estaba echando por la borda y a propósito el plan de Rick de estar a solas con Kendall. Y encima se lo estaba pasando en grande.

Pero Rick no pensaba permitir que su hermano le ganase la partida. Ya tendrían tiempo de estar con la familia al día siguiente y, sin embargo, no sabía cuánto tiempo le quedaba con Kendall. Y esa noche la deseaba y necesitaba.

– Estoy seguro de que Charlotte está agotada después de volar hasta Albany y de conducir durante más de una hora. -Clavó la mirada en su cuñada confiando en que recordara que le debía un favor.

Cuando se habían producido los robos de bragas y Roman era el principal sospechoso, Charlotte había descubierto que Samson, el loco del pueblo, era el autor de los mismos. Sus motivos habían sido bienintencionados: el anciano creía que así conseguiría que Charlotte tuviese más clientes. Charlotte había informado de ello a Rick, pero se negó a declarar y juró que negaría haber descubierto la verdad si Rick arrestaba a Samson. Rick había dejado en libertad al anciano y había archivado el caso como no resuelto, así que Charlotte estaba en deuda con él; y había llegado el momento de saldar cuentas.

Rick continuó mirándola fijamente hasta que ella parpadeó. Luego bostezó y estiró los brazos.

– Tienes razón, Rick. Estoy molida. ¿Desayunamos juntos mañana?

Roman gimió de forma exagerada.

– Vale. Me llevaré a Charlotte a casa para que descanse y los dos podáis retomar lo que estabais haciendo antes de que llegáramos. -Miró de forma harto significativa hacia la puerta del baño de señoras.

Kendall suspiró.

– Ya sé que parece increíble, pero te juro que…

– No hace falta que expliques nada -contó Charlotte-. Teniendo en cuenta que Raina está en la otra sala, estoy segura de que sólo queríais estar a solas.

Kendall se rió, pero a Rick no le hacía ninguna gracia, porque quería estar a solas con Kendall de inmediato. Se despidió de su hermano y Charlotte con un gesto de la cabeza.

– Nos vamos.

– ¿Desayunamos juntas mañana? -preguntó Charlotte a Kendall mientras Rick se la llevaba de allí.

– Me parece bien.

– A las nueve en punto -le gritó Charlotte, tras lo cual rompió a reír junto con Roman.

Rick no volvió la vista y no se detuvo hasta que llegó a la calle.

– Has sido un poco grosero con Roman y Charlotte -le reprendió Kendall en cuanto la puerta de Norman's se cerró tras ellos.

– Son recién casados, lo entenderán. -Le apretó la mano con más fuerza.

Tenía la piel tan cálida como ella caliente el cuerpo.

– Vivo ahí arriba. -Rick señaló un callejón que estaba junto a El Desván de Charlotte.

Kendall miró hacia la esquina.

– Sabía que vivías en el pueblo, pero no dónde.

– Cuando Roman y Charlotte se casaron, me trasladé al apartamento de ella y ellos se compraron una pequeña casa en la nueva zona urbanizada.

Aunque Rick hablaba de cosas triviales, ella sabía que su intención era cualquier cosa menos trivial. Rick se calló y esperó a que Kendall diera el siguiente paso. Él vivía allí mismo y quería saber si ella le acompañaría, si dormiría con él, si haría el amor con él. Kendall sintió un estremecimiento que le recorrió el cuerpo lentamente, una vibración larga y placentera que comenzó como un pequeño nudo en el estómago y acabó con una inconfundible palpitación en la entrepierna.

Sus miradas se encontraron y Kendall tragó saliva. Nunca había sido consciente de que un hombre la deseara tanto. Nunca había disfrutado tanto de ello ni respondido a aquella necesidad palpitante. Nunca había deseado tener a nadie en la cama y dentro de su cuerpo como deseaba a Rick en esos instantes.

Kendall era impulsiva por naturaleza, pero esta vez lo había pensado con calma. Le sonrió a Rick.

– Tú primero.


Raina observó la archiconocida decoración con cajas nido y a las personas que llamaba amigos charlando entre sí. Mientras tanto, ella estaba allí sentada, sola.

– Maldita sea -farfulló.

Detestaba estar quieta mientras a su alrededor pasaba de todo. Rick había sacado a Kendall de Norman's delante de sus narices, obviamente para estar a solas. Al parecer, no la necesitaban para nada. Entonces, ¿por qué seguía fingiendo problemas de corazón, una farsa que le impedía ser el centro de atención?

– ¿Pasa algo? -le preguntó Eric sentándose a su lado.

– Ya era hora de que vinieras -se quejó Raina. Aparte de ser su galán, Eric también era el médico del pueblo. Para desesperación de Raina, Eric se había parado a hablar con todos sus amigos y pacientes, mientras ella le esperaba al fondo de la sala. Le habría gustado ir a su encuentro para llamarle la atención, pero no podía hacerlo sin que se fijasen en ella.

Eric se rió de forma campechana.

– ¿Te sientes limitada por tus propias payasadas? Ya te dije que lo de fingir la enfermedad no era buena idea.

– ¿Lo dice el médico o…? -Raina se calló. No sabía muy bien cómo acabar aquella pregunta.

– Lo dice alguien que se preocupa por ti.

Las palabras de Eric la reconfortaron, y reflejaban lo mismo que ella sentía por él. Puso la mano sobre la de él y lo observó atentamente, maravillada por su aire distinguido. El pelo entrecano y los rasgos curtidos le conferían un atractivo que lo hacía destacar de los solteros mayores de Yorkshire Falls. Por primera vez en años, Raina notó que el corazón le palpitaba al mirar a un hombre y deseó la libertad necesaria para materializar sus sentimientos.

– ¿No ha llegado el momento de poner fin a esa farsa? -le preguntó Eric.

– Eso mismo estaba pensando. -De entre todas las emociones que la embargaban en ese momento, la culpa era la principal. Se sentía culpable por haber engañado a sus hijos y permitir que se preocupasen sin motivo real. Aunque su supuesta enfermedad había unido a Roman y a Charlotte.

Hasta la semana anterior, Rick era un caso perdido, pero ahora el futuro le sonreía. Raina le había enviado a todas las mujeres que reunían los requisitos mínimos, pero no habían saltado chispas. Hasta la llegada de Kendall.

Sin embargo, habían iniciado la relación sin mediación de ella.

– Tal vez tengas razón. -Suspiró-. Podría confesar…

– Y empezaríamos a salir sin tener que escondernos -dijo Eric.

– Ni te imaginas lo fabuloso que sería.

– Entonces haz algo al respecto. -Parecía retarla.

– Tengo que encontrar el momento adecuado. -¿Acaso habría un momento adecuado para explicar a sus hijos que los había traicionado?

– Te quieren. Te perdonarán -dijo leyéndole el pensamiento.

– Eso espero. -Pero no estaba muy segura.

– ¿Vendrás luego a casa? He alquilado varios DVD.

Lo miró a los ojos, encantada del interés que demostraba.

– Por supuesto. ¿Vendrás a recogerme para que nadie vea mi coche aparcado fuera de tu casa? -Dio unos golpecitos en la mesa con los dedos, incapaz de creer que estuviera planeando aquello como una adolescente a la que le han prohibido salir con su novio. Pero puesto que le habían diagnosticado problemas de corazón, no tenía justificación para conducir hasta casa de Eric y quedarse allí buena parte de la noche.