– Te recogeré donde quieras. -Se inclinó hacia ella y la besó en la mejilla-. Pero ¿por qué no te llevo a casa desde aquí y luego te traigo de vuelta?

– Me parece perfecto. Le diré a Chase que está libre de servicio.

– Y yo paso a estar de guardia -Eric sonrió-. Excelente idea.

Raina sonrió complacida. Si Rick y Kendall se sentían tan plenos como ella, Eric tenía razón. Había llegado el momento de confesar, porque ya no necesitaban su ayuda.


Rick llevaba a Kendall de la mano. Ella entró en el apartamento y percibió su aroma de inmediato. Cada vez que inhalaba, olía su fragancia masculina, lo cual excitaba sus sentidos ya de por sí excitados.

Rick dejó las llaves sobre un pequeño mueble. Aquel tintineo, junto con la puerta que se cerraba y el cerrojo que se corría, contribuían al ambiente erótico y eran un preludio de lo que se avecinaba.

Rick se volvió hacia ella.

– Hogar, dulce hogar.

Sólo había una luz al fondo del pasillo, pero le bastó para observar alrededor y comprobar que la madera oscura y la decoración austera le recordaban a Rick.

– ¿Qué te parece? -le preguntó él frunciendo los labios.

– Es como tú.

– Esta noche será como nosotros -dijo Rick en una especie de gruñido grave que despertó en Kendall una necesidad largo tiempo olvidada.

El hombre la atrajo hacia sí y, lo que comenzó siendo un beso lento y seductor, acabó descontrolándose. Las horas que habían pasado en Norman's habían servido para aumentar su deseo y, mientras Rick le introducía la lengua en la boca, Kendall supo que estaba tan desesperado como ella. Para alguien cuyo mundo se estaba trastocando, resultaba tranquilizador pensar que no estaba sola.

Para cuando Rick interrumpió el beso para llevarla hasta el dormitorio, Kendall ardía de pasión. Se dijo que estaba comenzando una aventura, pero temía que los sentimientos que les unían indicaran algo mucho más profundo. Algo que ella no podía plantearse ahora ni nunca.

Rick se le acercó por detrás y Kendall se volvió para ver que ya se había quitado la camisa y que sólo llevaba los vaqueros, desabrochados. Tenía el pecho moreno y musculoso y, al observarle el vello y los pezones oscuros, sus pechos se endurecieron a modo de respuesta.

– Mientras estábamos en Norman's, me moría de ganas de estar a solas contigo.

– Te entiendo perfectamente. -Kendall sonrió-. Yo sentía lo mismo.

Rick le clavó la mirada.

– Pues el que te quedaras hablando con Charlotte no ha ayudado a que llegáramos antes.

– Una parte de mí quería ser cortés y la otra necesitaba hablar de negocios. -Cogió el borde festoneado de la camisa de encaje y lo provocó subiéndosela lentamente-. Pero me has hecho ver que todo eso podía esperar. -De repente, se quitó la camisa por la cabeza y la dejó caer al suelo junto con el resto de la ropa amontonada-. El placer es mucho más importante -confirmó acercándose a Rick y dejando que su pecho desnudo, apenas cubierto por una fina camisola, rozase el de él.

– Estoy de acuerdo. -Rick la sujetó por los hombros y le recorrió la piel con movimientos circulares de los pulgares. Su cuerpo adoptó un ritmo similar, y sus caderas y pecho presionaron el de ella-. Mira cómo me has puesto.

– Ya lo noto. -Sus pezones, sensibles, rozaron la tela; aquella prenda fina era un obstáculo molesto, porque lo que quería sentir era la piel masculina.

– Y eso no es todo. -Rick rotó las caderas y dejó que el bulto de la erección creciente palpitase y se apoyase en el vientre de Kendall. Aquel acto erótico la afectó sobremanera, tanto física como emocionalmente. Presionó su propia entrepierna contra él; quería sentir cómo su cuerpo cobraba vida e intensificaba las sensaciones para desterrar así cualquier atisbo de sentimiento.

Rick gimió y se hizo a un lado. Las palabras sobraban mientras se desvestían rápidamente, desesperados por unir sus cuerpos. Rick la alzó y la tumbó en la cama, y mientras se colocaba sobre ella, Kendall se refugió en aquel contacto carnal que tanto le gustaba. Suspiró de placer y se dio cuenta de que el sonido resonó entre ellos.

Sin previo aviso, Rick se irguió; su cuerpo se alzaba imponente sobre el de ella, con los muslos a ambos lados de su vientre, mirándola de hito en hito.

– Nunca he deseado a una mujer como te deseo a ti.

Kendall se emocionó.

– Yo tampoco. -Quería ser honesta, aunque se recordó que no debía apegarse demasiado a Rick ni a la situación.

– Joder, espero que no. -Se echó a reír él.

Kendall rebobinó mentalmente y se dio cuenta de lo que acababa de decir. Se sonrojó, pero agradeció esos instantes de alegría. No les convenía tomarse en serio esa experiencia.

– Me refería a que yo tampoco he deseado así a otro hombre.

Rick le acarició la mejilla.

– Me alegro de veras.

Envalentonada, Kendall sonrió.

– Pues demuéstralo.

– Es lo que pienso hacer. -Rick abrió el cajón de la mesita de noche y sacó un condón-. Kendall…

– Sí?

– Los guardo por pura costumbre; Chase nos dijo a Roman y a mí que si alguna vez no estábamos preparados, no sólo seriamos irrespetuosos con nosotros mismos, sino también con las mujeres con las que estuviéramos.

Kendall se emocionó de nuevo al darse cuenta de lo muy unidos que estaban los Chandler, una unión que ella nunca había sentido con nadie, salvo quizá con su tía; pero había sido durante una época muy breve y los recuerdos alegres le resultaban demasiado dolorosos en vista del vacío que había dejado tras su muerte.

– Para ser un hombre de pocas palabras, tu hermano las escoge de forma sensata. -Miró a Rick.

Rick asintió.

– Es el periodista que lleva dentro, pero no me refería a eso.

– ¿A qué te referías?

Se le tensó el rostro.

– A que los guardo aquí, pero nunca los he usado. -Sacó la caja y la vació en el colchón-. Once más el que tengo aquí, doce -dijo, sosteniendo en alto uno de los envoltorios.

Rick no tenía que añadir nada más ni explicarle qué significaban sus palabras o actos. Nunca había llevado a una mujer a aquella casa y quería que Kendall lo supiera. Ella sabía que Rick había estado con muchas mujeres, pero nunca allí. Tragó saliva.

En lugar de reaccionar, optó por tomárselo a la ligera.

– ¿Cuántos crees que usaremos esta noche?

Rick la miró con expresión seria durante unos instantes. Ella no sabía si aceptaría el juego o si querría adentrarse en emociones que Kendall prefería que no se comentasen.

Sin embargo, él se limitó a sonreír para restarle importancia a ese momento.

– ¿Por qué no lo averiguamos?

Kendall lo observó colocarse la protección rápidamente y luego deslizó las manos por sus muslos. La piel fuerte y curtida de Rick contrastaba con la piel blanca de ella, lo que tornaba mucho más intensas la masculinidad y la virilidad de él.

Rick le separó las piernas con las palmas de las manos, deslizó el extremo del pene en su interior y ella jadeó. Duro y suave, ardiente y tierno, su cuerpo entró en el de ella, abriéndola, consumiéndola. Kendall respiró hondo, asombrada por las intensas sensaciones que despertaba aquel sencillo acto. Pero ni Rick Chandler ni lo que ella sentía por él era sencillo.

Antes de que pudiera seguir pensando, Rick la embistió y la penetró por completo. El deseo se apoderó de ella, reavivó con fuerza el fuego que él ya había encendido y la arrastró hacia un torbellino de sensaciones embriagadoras.

– Rick -dijo ella sin tan siquiera pensarlo, y los ojos de él brillaron de pasión y necesidad.

Los cuerpos estaban tan unidos que era imposible distinguirlos, pero de repente Rick se detuvo. Los brazos le temblaron por el esfuerzo que le supuso contenerse.

– Has parado -murmuró Kendall-. ¿Por qué?

Rick se inclinó hasta que su frente tocó la de ella.

– ¿Por qué tengo la sensación de haberte estado esperando toda la vida cuando apenas acabamos de conocernos?

Ojalá Kendall lo supiera. Abrió la boca para responder y obtuvo un beso como recompensa. Un beso cálido, exigente y entregado que le indicaba con claridad qué harían a continuación. No necesitaban preliminares sexuales. Cada momento que habían compartido desde que se habían conocido había formado parte de los preliminares.

Le recorrió la mejilla con la lengua hasta llegar a su boca.

– Quiero que estés mojada y lista -le dijo con una voz áspera y ronca que la excitó aún más.

– Lo estoy.

– Lo sé. -Rick salió de su interior para que sintiera cada una de las rugosidades de su lascivia y luego volvió a embestirla, introduciendo en su cuerpo deseoso cada uno de los resbaladizos centímetros de su intensa erección.

Cada embestida ponía a prueba su resistencia y la acercaba al límite, al climax. Se balanceaba al mismo ritmo que Rick, alzando las caderas para que la penetrara hasta el fondo, uniéndose a él hasta que el torbellino que se había iniciado el día que se conocieron tomó fuerza e hizo que ella subiera, subiera, subiera hasta entregarse a un olvido cálido, dulce y divino.

A medida que la realidad y las sensaciones volvían, Kendall supo que había cambiado para siempre, y no sólo porque hubiese hecho el amor con Rick, sino porque él había hecho algo insólito: le había demostrado que ella le importaba. No sólo una vez, y no sólo con el cuerpo, sino también con el corazón y el alma.


«Tomárselo a la ligera.» A Rick le bastó una mirada para percibir la batalla interna de Kendall. Lo comprendía, porque él sentía lo mismo. Se suponía que el sexo era algo sencillo.

Su relación no lo era.

Por el bien de los dos, haría lo que sus ojos le suplicaban.

– Hemos usado dos condones -dijo-. ¿Pasamos al tercero? ¿O debería compadecerme de ti y dejarte dormir un poco?

Kendall se rió, se relajó y se acurrucó a su lado.

– ¿Por qué tengo la impresión de que le estás dando la vuelta a la tortilla y me pones a mí de excusa cuando en realidad el que necesita descansar eres tú?

Rick se desplomó sobre las sábanas, exhausto.

– Me has pillado.

– Vale, lo admito, yo también estoy agotada.

– Supongo que entonces disponemos de tiempo para hablar.

Ella se volvió hacia Rick.

– ¿De qué?

Él se encogió de hombros. Le daba igual. Todo lo que supiera sobre ella valdría la pena. Todo lo que explicara su personalidad única, qué la convertía en una trotamundos que ansiaba el amor aunque no lo reconociese. Era así. Rick lo sabía, lo había presenciado esa noche.

Había visto su expresión de gratitud cuando le había mencionado la fiesta y, una vez allí, la había visto absorber, a pesar de la cautela, la cordialidad y la afectuosidad del mismo modo que una esponja absorbe el agua. Ese lado vulnerable le había atraído tanto como la mujer atractiva de ceñidos pantalones de cuero.

– Quiero saber qué es lo que te emociona. ¿Cuáles son tus propósitos, tus sueños? ¿Qué planes tienes, y no me refiero a limpiar la casa, sino a cuando te hayas marchado? ¿Piensas hacer de modelo en el futuro? -Lo dijo como si no le importara lo más mínimo. Por desgracia, comenzaba a darse cuenta de que no era así.

Kendall negó con la cabeza.

– No. Sólo hice de modelo con una finalidad. Como te habrás dado cuenta al verme con el pelo rosa, la vanidad no es lo mío. -Se rió y Rick notó la vibración en su cuerpo-. Pero diseño joyas y…

– ¿Ah, sí?

– ¿Te sorprende? -Se apoyó en el codo y lo miró de hito en hito-. ¿Cómo creías que me ganaba la vida?

El edredón se movió un poco dejándole al descubierto los pechos y, durante unos instantes, Rick no pudo pensar en nada.

Kendall se dio cuenta y volvió a taparse con el edredón.

– Compórtate y contesta.

– Bueno, sabía que hacías de modelo. Creo que no había pensado en nada más.

– Aah, vale. Sólo he vivido de mi atractivo. -Kendall sonrió y se le formaron aquellos hoyuelos que a Rick tanto le gustaban.

Rick sabía que bromeaba y le agradeció que bajase la guardia unos instantes.

– Eres guapa. ¿Por qué no sacarle partido?

– Me parece bien siempre y cuando no supongas que es lo único que tengo que vale la pena.

– ¿Me crees tan superficial? -Le recorrió el vientre con la mano, luego ascendió hasta el pecho y se lo rodeó con la palma-. Sé que tienes muchas otras virtudes.

Kendall suspiró, disfrutando del contacto.

– Enuméralas.

– ¿Eh?

– Enumera esas virtudes que dices que tengo. Demuéstrame que no te estás valiendo del encanto de los Chandler para meterte en mi cama.

– Corrígeme si me equivoco, pero creo que estás en mi cama.

Kendall dejó escapar un largo suspiro.

– Vale, para meterte en mis pantalones… por así decirlo.

– Corrígeme de nuevo si me equivoco, pero ya he estado ahí dentro. -Al pensar en ello, la entrepierna se le endureció y se colocó sobre Kendall.