Roman cruzó el sótano y se detuvo frente al sofá.

– Hola.

Observó a su hijo. El matrimonio le sentaba bien, pensó, complacida.

– Hola, Roman. ¿Dónde está tu encantadora esposa?

Los ojos azules le brillaron al oírla mencionar a su mujer.

– Desayunando con Kendall.

– Y tú has venido a ver a tu madre. -Aplaudió-. Qué hijo tan bueno.

– ¿Por qué has bajado hasta el sótano? Hay un televisor en el estudio de la planta principal -dijo sin hacer caso del cumplido-. No es bueno que subas y bajes escaleras sin motivo.

– Bueno… -No había preparado una réplica para ese razonamiento. Sus hijos creían que le habían dicho que no se esforzara. Creían que sólo subía y bajaba la escalera que iba del dormitorio a la cocina una vez al día. El sótano debería estar prohibido para alguien con problemas de corazón.

Roman le tocó la frente con una expresión en el rostro que a Raina le pareció preocupación, pero lo que dijo a continuación eliminó esa posibilidad.

– Estás roja y jadeando. ¿Y eso? -Roman se acomodó a su lado en el sofá-. También estás sudando como si hubieras corrido un maratón, mamá.

Su instinto periodístico había detectado algo extraño. Maldita fuera su perspicacia, pensó Raina.

– Estoy transpirando, las mujeres no sudamos -le espetó ella, y se dio cuenta de que le estaba dando la razón. No era una buena idea, ya que no le convenía inculparse en modo alguno. Estaba en un brete y tendría que encontrar una salida.

Cuando sus tres hijos y ella estuvieran en la misma habitación, confesaría. No podía seguir con aquella farsa. No era buena para el corazón, pensó con ironía.

– Tonterías, Roman. No estoy sudando. La manta me da mucho calor, eso es todo.

– Yo también tendría calor si hubiera estado corriendo en la cinta, después me hubiera arrojado al sofá y tapado con una manta de lana para que no me vieran. -Esbozó una sonrisa.

A Raina le daba igual que aquello le divirtiese; no le gustaba esa acusación y el corazón comenzó a palpitarle.

– ¿Para que no te vieran haciendo qué?

– Ni siquiera así eres capaz de darte por vencida, ¿eh? -Le dio una palmadita en la mano-. Vale, te lo diré bien claro. Has estado fingiendo los problemas cardíacos para manipularnos a Chase, a Rick y a mí y así conseguir nietos. Sólo tienes que reconocer que tengo razón.

Raina inspiró hondo, desconcertada. No es que pensara que era una manipuladora ejemplar, aunque creía que había representado bastante bien su papel hasta el momento, pero saltaba a la vista que se había confiado demasiado. Ni siquiera se había planteado la posibilidad de que sus hijos se diesen cuenta.

– ¿Interpreto ese silencio como un «sí»? ¿Tengo razón? -Le apretó la mano con delicadeza.

Raina suspiró.

– Sí -admitió sin mirarle a los ojos-. ¿Cómo lo has sabido?

Roman puso los ojos en blanco, como si la respuesta fuera obvia.

– Soy periodista. Veo indicios que los demás suelen pasar por alto. Además, viví contigo hace unos meses, cuando los supuestos problemas de corazón empezaron. Té, Maalox y una receta para antiácidos… todo cosas que indicaban una indigestión. También te veía subir la escalera corriendo cuando creías que no estaba en casa. No me fue difícil sumar dos más dos. Sobre todo cuando encontré la ropa de deporte en la lavadora.

Raina se obligó a mirarle.

– No pareces enfadado. -Aunque sus ojos, los ojos de su padre, la condenaban.

– Digamos que he tenido tiempo de sobra para acostumbrarme a la verdad.

– ¿Se lo has contado a tus hermanos? -No lo creía porque todavía iban de puntillas a su alrededor, como si fuera a desmoronarse en cualquier momento, y susurraban preocupados cuando creían que no los oía.

– Todavía no.

Percibió el tono amenazador de aquel «todavía» y supo que la farsa tenía los días contados.

– ¿Por qué no los has puesto al día?

Se pasó la mano por el pelo.

– ¿Por estupidez?

Raina le puso la palma en el brazo.

– Tienes que comprender mis motivos… aunque siento haber llegado a esos extremos.

– No te has sentido lo bastante culpable como para confesar por ti misma. Maldita sea, mamá. -Meneó la cabeza, mostrando al fin su frustración e ira-. Y lo peor de todo es que sé que volverías a hacerlo si se diesen las circunstancias apropiadas, ¿no? Por algún motivo, no puedes dejarnos tranquilos y que vivamos nuestras vidas en paz.

A Raina se le hizo un nudo en la garganta; la sensación de culpa que la había atenazado durante tanto tiempo se imponía a cualquier justificación imaginable.

– Si estás tan enfadado, ¿por qué no se lo has contado a Rick y a Chase? Díselo a ellos y olvídalo.

Roman dejó escapar un gemido de frustración.

– Como si fuera tan fácil. Al principio me quedé de piedra. Pero después de que Charlotte y yo nos casáramos, me dije, qué más da, que Rick sea el siguiente y quizá acabe siendo tan feliz como yo.

Raina chasqueó la lengua, ya que no se creía esa excusa.

– Eso supondría aceptar que la farsa tiene cierto sentido. Y estoy segura de que cuando supiste lo que había hecho montaste en cólera. No les habrías ocultado esa información a tus hermanos para que encontraran una mujer y acabaran siendo felices.

Conocía bien a su hijo menor, conocía bien el vínculo que unía a los tres hermanos. Roman querría que compartiesen su felicidad, pero no aprobaría las tácticas de Raina para conseguir ese propósito.

– Tienes razón, eso supone que la farsa tiene cierto sentido. Y tal vez me ayudaras a casarme con Charlotte, pero también creo en el destino. Nos habríamos encontrado de todos modos. No se debió sólo a que obligases a tus hijos a que escogieran al chivo expiatorio que debía darte nietos.

Raina se estremeció.

– No lo hice sólo porque quisiera nietos. Quiero que los tres experimentéis el amor y la felicidad que compartí con vuestro padre. Quiero saber que tendréis algo más que casas vacías y vidas vacías cuando os deje.

Sin embargo, todavía recordaba cómo se había sentido cuando había averiguado que sus hijos se lo habían jugado todo a una moneda. El «perdedor» renunciaría a su soltería y libertad para casarse y dar nietos a su madre enferma. Roman perdió… y acabó siendo el ganador. Raina no creía que a Roman le gustara que se lo recordase.

– Vale, digamos que lo que he hecho no ha servido de nada. Entonces, ¿por qué no se lo cuentas a tus hermanos? -insistió, convencida de que Roman estaba evitando ese detalle y no sabía por qué.

– Tengo mis motivos -respondió sin mirarla.

– Vaya, ¿y ahora quién esconde cosas? -preguntó, pero no quiso forzar la situación. No se había ganado su confianza ni su perdón pese a haberle guardado el secreto-. ¿Por qué me cuentas la verdad ahora? -le preguntó cambiando de tema.

– Por Rick. Cuando me llamaste para decirme que querías reunir a la familia y a los amigos y me preguntaste si podríamos venir, supuse que había encontrado a la mujer apropiada. Y quería asegurarme de que no te entrometías en su vida como hiciste con la mía. -Sus miradas se encontraron-. Deja que Rick y Kendall se las arreglen solos, o…

– O se lo contarás todo. Roman, cielo, deberías saber que estaba a punto de darme por vencida. Rick encontró a Kendall por sí solo y cada vez me cuesta más representar esta farsa. Incluso Eric…

– No -dijo Roman en un tono serio y directo-. Ahora no se lo dirás ni a Rick ni a Chase.

Raina parpadeó, desconcertada.

– ¿Por qué no? Creía que era lo que querías.

– Créeme, me he planteado esa opción. -Se inclinó hacia ella, con la mano apoyada en el sofá, y la besó en la mejilla-. Te quiero y he estado observando con atención tu relación con el doctor Fallon. Me he dado cuenta de que lo has pasado mal mezclando la vida personal con la farsa.

Raina suspiró. Su hijo pequeño siempre había sido astuto.

– Eric es un buen hombre, y me alegraría sobremanera saber que por fin rehaces tu vida.

Raina asintió, consciente de que el hecho de que en el pasado Roman hubiese sido incapaz de quedarse en Yorkshire Falls o comprometerse con una mujer había tenido que ver con ese asunto.

– ¿Pero?

– Pero si ahora confiesas que era una estratagema, justo cuando Rick ha encontrado a una mujer que le gusta de verdad, tendrá un motivo para distanciarse. Teniendo en cuenta lo que sufrió en el pasado con Jillian, es un milagro que salga con Kendall Sutton. Y si ahora confiesas y le demuestras que las mujeres son capaces de decir una cosa y hacer otra, si ve cómo tú nos has manipulado, quizá decida que no vale la pena esforzarse. -Roman negó con la cabeza-. A pesar de que no me importaría lo más mínimo que confesases y apechugaras con las consecuencias, Rick se merece la oportunidad de ser feliz. Como tú bien has dicho -musitó Roman, claramente contrariado por tener que darle la razón.

A Raina no le gustaba la situación, pero Roman estaba en lo cierto. Era probable que Rick estuviera pisando un terreno emocional resbaladizo y no había que darle ningún pretexto para que se dejase vencer por sus temores y se distanciase de Kendall.

– Me callaré.

Aunque su silencio haría que su relación con Eric continuara siendo difícil y tensa, se lo merecía. Roman la recompensó con un fuerte abrazo, que ella le devolvió. Raina, por así decirlo, se había hecho ella sola la cama. Alisó las pesadas mantas que le cubrían las piernas. Ahora tendría que acostarse en ella.


Después de desayunar con Charlotte, Kendall decidió pasar el resto de la mañana limpiando los armarios de la casa de invitados como otra medida para facilitar la venta. «Que el trastero se vea grande y atractivo», pensó.

En cuanto se hubo puesto la ropa de trabajo, sonó el timbre, la puerta delantera se abrió de par en par y Pearl entró sin pedir permiso.

– Vaya, eres como la gente de aquí, que deja la puerta abierta para los vecinos. -La mujer mayor entró con un paquete envuelto en papel de aluminio.

– Hola, Pearl. -Aunque lo normal habría sido que pensara que abusaba de su hospitalidad, Kendall se alegró sinceramente de tener compañía. Otra sensación extraña para una persona que siempre había vivido sola-. Ven, pasa y siéntate.

Kendall ya había quitado las fundas y destapado los muebles y Rick había acabado las paredes de la entrada y el salón. El olor a recién pintado daba sensación de limpieza.

Pearl se dirigió con ella al salón.

– Toma. Mis brownies especiales para una chica especial. Me recuerdas mucho a tu tía. -Sonrió y las líneas de expresión de las mejillas se le atenuaron sobremanera.

– Es todo un cumplido. -Kendall aceptó el regalo casero y notó que el olor a chocolate le abría el apetito.

– Bebamos algo y así podremos comer a gusto, entre mujeres -dijo Pearl, asumiendo el mando sin contemplaciones y diciéndole a Kendall qué debía hacer.

Kendall se sonrojó, porque sabía que no tenía gran cosa que ofrecer.

– Tengo agua -dijo, y se encogió de hombros. El agua mineral siempre había sido su bebida preferida. Siempre le había parecido fácil de encontrar y sana, pero el hecho de no tener nada que ofrecerle a Pearl la avergonzó un poco.

Pearl blandió la mano en el aire, desechando claramente la idea.

– Eso es lo que me temía. -Introdujo la mano en la bolsa y extrajo una jarra de té helado-. No se puede vivir en las afueras y no tener un poco de té helado o de limonada para acompañar el postre. Eldin odia los limones, así que le compro té helado. Hay que tenerlos contentos, pero eso tú ya lo sabes, cómo no, ahora que sales con Rick, que es tan varonil. -Se dirigió a la cocina, como si estuviera en su casa, sin dejar de hablar-. ¿Cómo es que estás pintando todo esto? -preguntó.

– Pues…

– No me lo digas. Tú y Rick habéis pensado veniros a vivir aquí. Yo ya se lo he dicho a Eldin, pero él me ha dicho que no, que has pasado la noche en el apartamento de Rick y que esta vieja casa de invitados no era tu estilo, que eres una chica de ciudad y tal.

Kendall parpadeó. No sabía qué la sorprendía más, el hecho de que Pearl manifestara que, al parecer, todo el mundo sabía dónde había pasado la noche o la velocidad y coherencia con la que hablaba. Cuando estaba con Pearl, Kendall no tenía que preocuparse de mantener una conversación.

De todos modos, debía asegurarse de que lo que se decía por ahí era cierto, o útil para Rick y su causa.

– Supongo que eres consciente de que Rick y yo no estamos casados.

– Todavía. -Pearl se metió un trozo de brownie de chocolate en la boca y luego lo acompañó del té helado que había llevado, al tiempo que deslizaba un vaso hacia Kendall.

Ésta suspiró y se selló la boca con un brownie y un sorbo de la deliciosa bebida dulce. Estaba empezando a entender lo que Rick había querido decir al advertirle que no se molestara en rectificar las suposiciones equivocadas de los demás. En una comunidad tan pequeña, la gente creía lo que quería, independientemente de las pruebas o refutaciones. Se sorprendió al darse cuenta de que no sólo no le importaba sino que disfrutaba con la visión obstinada e idílica de Pearl.