Era real. Increíble y hermosamente real.

Ella exhaló un suspiro.

– No me ha sido presentada oficialmente. Estaba en la peluquería y se mostró desdeñosa conmigo. Aunque ya ves lo que me importa.

En sus ojos vio que mentía. Le había dolido, y a Rick le parecía increíble lo mucho que deseaba no sólo protegerla sino evitarle todo agravio o dolor.

– No vale la pena preocuparse por Lisa. No es más que una mujer celosa que no sabe aceptar un no por respuesta.

– ¿Es una de las que te va detrás?

Estuvo a punto de decir que todas le iban detrás, tan abrumador había sido el aluvión. Pero de acuerdo con sus planes, ahora que el pueblo pensaba que salía con Kendall, hacía días que ninguna le había echado los tejos.

– Si Lisa te molesta, dímelo.

Kendall arqueó una ceja.

– ¿Y qué vas a hacerle? ¿Detenerla por grosera? Venga ya. -Desechó su oferta de protección-. La verdad es que he sido forastera en muchas poblaciones. No se puede caer bien a todo el mundo, eso es normal. Yo sola puedo manejarla. Pero si se te acerca demasiado, entonces ya no sé si seré responsable de mis actos. -Sonrió y apuró la copa de vino.

– Vaya, así que eres posesiva, ¿eh? -Le dio un toquecito en la punta de la nariz con el dedo.

– Lo mío es mío -se encogió Kendall de hombros como respuesta.

Era obvio que el vino la había relajado y que no estaba tan a la defensiva y, aunque bromeaba, Rick detectó un atisbo de seriedad en su tono que le gustaba. Parecía que, con Kendall, las sorpresas no se acabarían nunca, porque resulta que no le importaba que fuera posesiva.

– ¿Has acabado? -preguntó ella.

Bajó la mirada, sorprendido de haberse comido no dos, sino tres porciones sin ni siquiera darse cuenta. La conversación y la compañía le resultaban demasiado estimulantes como para concentrarse en la comida.

– Ya lo creo. Estoy a tope. -Hizo ademán de levantarse pero Kendall se lo impidió poniéndole la mano en el hombro.

– Has trabajado todo el día. Recojo yo. Tú acábate la cerveza y relájate. -Recogió los platos de papel y su copa de vino vacía y se dirigió al fregadero.

Al tratarse de cocina americana, Rick pudo continuar la conversación con Kendall sentado a la barra, y observarla mientras trabajaba. Tenía un cuerpo espléndido y la ropa se ceñía a todas sus curvas, lo cual despertó sus instintos masculinos más primarios a pesar de lo agotado que estaba.

Aunque era incapaz de apartar la mirada de sus caderas y su trasero firme, pues al fin y al cabo era un hombre, su corazón y personalidad era lo que más le interesaban en esos momentos.

– Háblame de tus joyas.

Kendall había tirado los platos de papel a la basura y envuelto las porciones restantes.

– ¿Las quieres en la nevera o en el congelador? -le preguntó.

– En la nevera. Serán mi comida de mañana.

– Bueno, trabajo con dos estilos distintos de joyas -dijo, mientras seguía ocupada en la cocina-. Espero aprender técnicas nuevas en Arizona, sobre todo para trabajar con turquesas, pero ahora mismo lo que hago son joyas metálicas con cuentas.

También tengo otra idea pero todavía no la he puesto en práctica. Sólo tengo bocetos y tendría que enseñártelos… -Se calló a propósito-. Qué tontería. No creo que las joyas femeninas te interesen mucho.

Sin pensarlo dos veces, se levantó, entró en la cocina y la acorraló entre la encimera y su cuerpo.

– Yo en tu lugar no presupondría lo que no sabes.

Kendall se humedeció los labios.

– ¿A qué te refieres?

– Pues a que podrías perderte alguna sorpresa si lo haces. Es cierto que la joyería femenina no me interesa especialmente. Pero si se trata de algo que tú has creado, la cosa cambia.

Kendall llevaba una gargantilla muy original, similar a un collar de encaje. Levantó la pieza y tocó algunos de los intrincados dibujos hechos con pequeñas cuentas. Él observó la pieza de artesanía asombrado. Kendall tenía mucho talento y Rick estaba convencido de que Charlotte se había dado cuenta o, de lo contrario, no habría aceptado vender las joyas en su querida tienda.

– Es preciosa -observó Rick-. Igual que tú. -Le desabrochó la gargantilla por detrás y la colocó en la encimera que tenía al lado; acto seguido se inclinó hacia adelante y posó los labios en la suave piel que había estado en contacto con la gargantilla.

Inhaló la fragancia femenina y sintió una punzada de deseo en la entrepierna. Como no estaba preparado para aplacar ese deseo en concreto, se dedicó a excitar antes a Kendall. Le recorrió con la lengua la línea ligeramente enrojecida que le había dejado el collar, calmándole la piel y, a juzgar por el débil gemido de ella, logrando su objetivo.

– Rick.

Su voz grave erizó todavía más sus terminaciones nerviosas ya de por sí sensibles y le pareció que el dormitorio del pequeño apartamento estaba demasiado lejos.

– Rick, espera.

Él gimió y dio un paso atrás.

– ¿Qué ocurre?

– Esta noche no es para satisfacerme a mí, y ya veo que vas por ese camino. No es que me importe, de hecho me encantaría, pero me he prometido que ésta sería tu noche. -Tomó la cara de Rick entre las manos-. Te lo has ganado. -Le dio un tierno beso en la boca-. Te lo mereces. -Le pasó la lengua por los labios mientras le acariciaba el mentón con los pulgares-. Y lo único que quiero ahora es compensarte. Eso me satisfaría incluso más.

– Hum. De acuerdo.

– Bien. Has trabajado muchas horas. Ve a relajarte a la habitación mientras yo acabo de recoger. -Le masajeó los hombros mientras hablaba, dándole una muestra de lo que tenía en mente.

Kendall había preparado el encuentro a conciencia y a Rick no le cabía la menor duda de que le daría mucho más que un simple masaje en sus doloridos músculos

– Si te ayudo acabarás antes.

– Preferiría que no lo hicieras. Venga, vete -le instó ella bajando el tono de voz.

Nadie le había hablado jamás en ese tono tan tierno y cálido. Nadie le había tocado con tanta delicadeza. Y nadie había puesto sus necesidades por delante de las suyas. Kendall sí. Era obvio que tenía algo planeado. Quería llevar la voz cantante, quería entregarse a él.

No podía decir que le importara.

– Acabaré en seguida. Te lo prometo. Es sólo que no quiero dejarlo todo por medio. -Señaló el dormitorio-. Ve.

– No me habías dicho que fueras tan mandona. -Rick sonrió ampliamente mientras retrocedía.

– Eso es porque nunca me lo has preguntado. -Le guiñó un ojo y se dio media vuelta para seguir con la limpieza.

Rick la observó un momento antes de marcharse a la habitación y tumbarse encima de la cama. En cuanto se relajó, su cuerpo recordó lo muy agotado que estaba. Agradecía sobremanera que Kendall lo hubiera sorprendido, que estuviera con él en esos momentos.

Lo que más quería en el mundo era tenerla en la cama, a su lado. Pero se le hizo un nudo en la garganta al recordar lo poco probable que era que ella permaneciera allí durante mucho tiempo.

Capítulo 7

Kendall tiró la botella de cerveza en el cubo de reciclaje, secó la copa de vino y la dejó en el armario del que la había sacado. Como ésa era la noche de Rick, no quería dejar nada desordenado o sucio que le diera trabajo. Cuando la cocina estuvo inmaculada, apagó la luz y se dirigió al dormitorio.

Advirtió un tenue parpadeo y se dio cuenta de que Rick había puesto la tele mientras la esperaba. Notó cómo le palpitaba el corazón al pensar en lo que le depararía la noche, pero al entrar en la habitación advirtió que, durante los escasos minutos que había estado en la cocina, Rick se había quedado dormido. Estaba encima de la cama, con las zapatillas puestas, clara demostración de su agotamiento. Kendall sonrió y se sentó en el borde del lecho, a su lado.

Las facciones se le relajaban cuando dormía. Sin tensión ni agotamiento, resultaba incluso más atractivo. Kendall le pasó la mano por la mejilla y él se volvió hacia su palma. Con ese gesto cálido e íntimo de confianza, Kendall ardió de deseo y necesidad, aunque reconoció que también había una buena dosis de emoción.

El mero hecho de haber decidido ir allí esa noche y cuidar de Rick le indicaba que sentía algo más aparte de lujuria. Pero no quería que le entrara el pánico. Después de todo por lo que había pasado, tenía la intención de cumplir el mantra del «aquí y ahora». Había tenido muy pocos momentos como ése en la vida.

Se tumbó y se hizo un ovillo junto a él, dejando que el calor de su cuerpo viril le traspasara la piel y la calentara por dentro y por fuera. La seguridad también era algo que, por desgracia, faltaba en su vida, y con ese hombre no sólo se sentía deseada sino cuidada en todos los sentidos. No tenía motivos para no aprovechar todo aquello mientras durara.

Bostezó justo cuando su brazo la rodeaba y la acercaba más a él, notó la presión insistente de su erección en el trasero, convencida de que Rick ni siquiera debía de ser consciente de que la tenía. Sonrió porque sabía que, cuando se despertara, ella se encargaría de ese asunto, así como de otras cosas que necesitaban alivio.


Una ola de calidez inundó el cuerpo de Kendall cuando una mano fuerte se deslizó entre sus piernas y se abrió paso bajo la ropa hasta sus pliegues más íntimos y femeninos. Estaba húmeda, preparada para que la penetrara y le hiciera el amor. Pero él parecía tener otros planes porque sus habilidosas manos y dedos alternaban entre un suave cosquilleo con un dedo y una rotación insistente de la palma contra su monte de Venus. Con esa sensación de maravilla, la llevó cada vez más cerca del orgasmo.

Respiraba de forma entrecortada mientras una sensación increíble asaltaba su cuerpo como si de un bombardeo se tratara. Sacudió las caderas hacia adelante en un intento fútil de conseguir que él se adentrara más en su cuerpo. Las olas eran cada vez más altas hasta que la cubrieron y ella gritó en el momento en que, felizmente, por fin cayó al otro lado del precipicio en el orgasmo más explosivo que jamás había tenido.

Kendall se despertó sudorosa. Los brazos de Rick le rodeaban la cintura y su mano, la fuente de aquel placer tan exquisito, reposaba en su cuerpo. Se retorció a su lado porque seguía teniendo convulsiones de cálido placer y al final se hundió entre sus brazos. Rick la acercó todavía más a él y le dio un tierno beso en el cuello que, de nuevo, la estremeció.

– No juegas limpio. -Kendall se acurrucó todavía más junto al hombre.

La risa profunda de Rick resonó en el cuerpo de ella.

– Pues no te has quejado.

– Estaba dormida.

– Entonces debes de haber tenido algún sueño, porque has gritado mi nombre.

Kendall se puso de costado para verle la cara.

– Menudo canalla. -Pero se rió-. Recuerdo haber leído en algún sitio que los orgasmos que se producen durante el sueño son más intensos y placenteros que los que se tienen despierto.

Rick se incorporó, apoyándose en un codo, y la miró.

– ¿Y eso es verdad? -preguntó esbozando una risita de satisfacción.

Había sido una experiencia increíble y él lo sabía, el muy arrogante. Kendall decidió que había llegado el momento de bajarle los humos.

– Totalmente cierto. -Más o menos, se corrigió ella en su interior. Todos los orgasmos que había tenido gracias a sus caricias o a la penetración habían sido increíbles. Kendall se desperezó lánguidamente, con el cuerpo todavía sensible por la excitación y el deseo.

Rick dejó de sonreír y frunció el cejo.

– ¿Qué pasa?

– Conque más intensos y placenteros cuando estás dormida, ¿eh? Me parece que voy a tener que superarme mientras estés despierta.

Kendall notó su mano sinuosa y le impidió que la moviera sujetándolo por la muñeca.

– Para empezar, ya te has superado y, para continuar, esta noche es para ti. ¿Por qué te cuesta tanto delegar?

Incluso mientras le formulaba la pregunta, se dio cuenta de que estaba profundizando en su psique y en lo que motivaba sus actos. Era obvio que su necesidad de proteger se remontaba al pasado y Kendall quería saber más.

– ¿Estás segura de que quieres saberlo? La respuesta es larga.

– Estoy segura.

Se encogió de hombros y se acomodó, colocándose la almohada detrás, aceptando claramente que iban a charlar un buen rato.

– Ya sabes que mi padre murió cuando yo tenía quince años. Vi que Chase se convertía en el cabeza de familia. Se aseguró de que el periódico siguiera adelante y le dio a mamá un asunto menos del que preocuparse en aquellos momentos tan duros.

– Lo siento. -Le apretó la mano y se acurrucó otra vez junto a él, más para consolarlo que por necesidad propia.

– Supongo que así es la vida. Pero no te sientas mal por Chase porque nunca se ha arrepentido de sus decisiones. Y no me compadezcas a mí tampoco. Hasta el momento, no me puedo quejar de la vida. Unos cuantos baches en el camino, pero nada que no haya podido superar.