– ¿Quieres dejar de repetir lo que digo? No hay para tanto. Ese internado es una mierda.

– Ojo con lo que dices.

– No me digas lo que tengo que hacer. No eres mi madre.

Kendall sintió vergüenza ajena al oír el tono desagradable de Hannah. ¿Qué había sido de su tierna hermana y qué la había hecho escaparse del internado?

– Mira, resulta que soy tu único familiar adulto que aparece como persona de contacto en el internado. Eso me concede ciertos derechos. Y el primer derecho que tengo es obtener respuestas claras. -A la pregunta más importante, pensó Kendall-. ¿Cómo estás?

– Como si te importara -espetó Hannah con aquel tono desdeñoso.

– Pues me importa.

– Lo que tú digas. Estoy bien y estoy en la estación de autobuses que hay cerca del internado. Necesito un billete y saber dónde estás. Entre papá, mamá y tú, es como si no tuviera familia.

Las palabras de Hannah fueron como una daga que a Kendall se le clavó en el corazón. Había vivido la vida que Hannah acababa de describir y no había sido agradable y tampoco había tenido demasiados momentos cariñosos para recordar. Sus padres habían decidido enviar a su hermana pequeña a un internado para ofrecerle más estabilidad de la que había tenido Kendall. Pero ¿acaso la estabilidad sustituía a una familia?, le planteó una voz interior.

– Hannah…

– No te pongas ñoña conmigo. Sácame de aquí, ¿vale?

Kendall parpadeó. Era obvio que su hermana tenía interiorizados el sufrimiento y la hostilidad. Y Kendall ni siquiera se había dado cuenta de ello. Había estado tan absorta cuidando de tía Crystal y enfrentándose a sus problemas que se había limitado a dar por supuesto que Hannah estaba contenta y feliz en el internado. Suposición que ahora pagaría cara.

Pero antes que nada, tenía que conseguir que Hannah volviera a casa. Como si tuvieran una… Kendall consultó la hora. Eran las ocho de la mañana. Se frotó los ojos.

– Dime exactamente dónde estás y llamaré para comprar un billete de autobús. ¿Llevas encima tu documentación? -Hizo un gesto a Rick para pedirle lápiz y papel.

– Sí.

Rick le tendió lo que había pedido.

– Gracias -le dijo moviendo los labios-. Adelante, Hannah. -Kendall apuntó el nombre de la estación de autobuses de Vermont junto con el código postal y luego le dijo que pidiera el número de teléfono-. Me encargaré del tema y tendrás un billete. Te esperaré en la estación de autobuses de aquí.

– Lo que tú digas.

Kendall intuyó que, más allá de su pasotismo, su hermana era una chica sola y asustada en una estación de autobuses, o quizá Kendall necesitara creer que su hermana no era tan dura y desafecta como parecía. Al fin y al cabo, había estado en contacto con Hannah últimamente y le había parecido que estaba bien. Pero «¿cuándo fue la última vez que realmente te tomaste la molestia de escucharla?», le preguntó la misma voz acusadora. Como no quería hacer frente a las respuestas ni al sentimiento de culpa, Kendall se centró en el aquí y ahora.

– Ten cuidado, Hannah.

– No pienso volver a ese sitio. -A la chica se le quebró la voz y Kendall se dio cuenta de que esta vez no se lo había imaginado.

Kendall tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.

– Cuando llegues aquí hablaremos, ¿vale?

– Prométeme que no volverás a enviarme a ese sitio.

Tendría que ponerse en contacto con sus padres de alguna manera, pero ninguna persona tenía por qué permanecer en un lugar donde era tan infeliz.

– Te lo prometo.

Desde el otro extremo de la línea se oyó un fuerte suspiro de alivio.

– Llamaré al señor Vancouver y le explicaré que vienes hacia aquí. No quiero que llame a la policía o que dé parte de tu desaparición.

– No te tomes demasiado en serio nada de lo que diga, el cabeza huevo…

– ¿Así llamas al señor Vancouver? -Kendall imaginó que sí.

Hannah respondió con un bufido.

– No tiene sentido del humor.

– Yo tampoco lo tendría si me llamaras cabeza huevo -dijo Kendall irónicamente. No estaba segura de querer oír la última trastada de Hannah.

– Sólo se lo he dicho a la cara una vez.

Kendall negó con la cabeza y se dio cuenta de que tendría mucho trabajo por hacer cuando Hannah llegara.

– Ahora cuelga para que te compre el billete. Quiero que llegues aquí sana y salva. Quédate al lado del teléfono de la estación. Te llamaré dándote los detalles.

Kendall se pasó los cinco minutos siguientes al teléfono, comprando el billete y asegurándose de que el empleado vigilaría a Hannah hasta que cogiera el autobús antes de volver a llamar a su hermana.

Al final, colgó el teléfono y se dirigió a Rick.

– Sale a las 10.45. Tengo que recogerla en Harrington a las 14.55.

– ¿Qué ha pasado? -Rick le quitó el móvil de la mano y lo dejó en la mesita de noche.

Kendall se pasó una mano temblorosa por el pelo y luego empezó a caminar de un lado a otro.

– No me lo puedo creer.

– Ven, siéntate. -Dio una palmadita en la cama en la que habían hecho el amor y dormido felizmente ajenos al mundo, mientras su hermana era tan desgraciada.

Y Kendall sin saberlo. Ni se lo había imaginado. Negó con la cabeza mientras le daba vueltas al asunto.

– Hannah debe de estar consternada. Porque ¿cómo es posible que se haya marchado del internado? ¿Cómo es capaz de cometer la estupidez de ir a la estación de autobuses sin pensar en un destino? ¿Cómo se puede ser tan impulsiva?

Rick hizo una mueca.

– Perdona que diga una obviedad, pero tú eres así.

Kendall abrió la boca para replicarle, pero se dio cuenta de que no podía.

– Vale, o sea que es cosa de familia. Pero ¿sabes qué puede pasarle a una chica de catorce años sola en una terminal de autobuses? -Se estremeció al pensarlo-. Más vale que el empleado la vigile.

Rick cogió el papel en el que Kendall había anotado la información y llamó por teléfono.

– ¿Hola?

– ¿Qué estás…?

Alzó una mano para silenciarla.

– Soy el agente Rick Chandler, de la comisaría de policía de Yorkshire Falls, en Nueva York. ¿Tiene ahí a una menor llamada Hannah Sutton? -Esperó la respuesta y luego asintió en dirección a Kendall-. Bien. Le agradecería que se asegurara de que sube al autobús adecuado y de que ningún desconocido la molesta mientras espera. Puedo darle mi número de placa como identificación si lo desea… -Volvió a guardar silencio mientras escuchaba-. ¿No hace falta? Gracias. Muy amable. Adiós. -Colgó el auricular y dedicó una sonrisa a Kendall.

– ¿Puedes hacer estas cosas?

Rick se encogió de hombros.

– Acabo de hacerlo. ¿Te sientes mejor?

– Mucho mejor. -Volvió a la cama y le dio un fuerte abrazo de agradecimiento-. Gracias. No sabes cuánto significa para mí lo que acabas de hacer.

Rick no podía decirle lo mucho que ella había llegado a significar para él. No sin ahuyentarla.

– Te acompañaré a buscarla.

– ¿No tienes que trabajar?

– Puedo cambiar el turno con alguien.

Kendall lo miró conmovida.

– Te lo agradezco. Ya sabes que por mucho que te haya dicho que quiero a mi hermana no hemos vivido juntas desde que yo tenía dieciocho años. No sé qué hacer con una adolescente. Y encima rebelde. -Se estremeció ante la enorme responsabilidad que se le venía encima-. ¿Cómo puedo conectar con ella?

– Te ha llamado, ¿no? Ya acabaréis entendiéndoos.

Kendall negó con la cabeza.

– Estoy convencida de que no he sido su primera opción, pero no tenía a nadie más a quien llamar. Tengo la impresión de que cree que paso de ella. No es cierto, pero empiezo a entender que le he dado motivos para pensarlo. -Bajó la cabeza no demasiado orgullosa de sí misma.

Rick le levantó el mentón.

– Kendall, eres su hermana, no su madre. Tú has tenido que lidiar con tus problemas. Ahora puede contar contigo, eso es lo que importa.

Con gesto cariñoso, le pasó la mano por la espalda desnuda, saboreando el tacto de su piel. La intimidad que habían compartido había sido un momento fuera de la realidad, y una adolescente les había hecho volver a aterrizar en ella. Rick se compadecía tanto de Kendall como de Hannah. Odiaba no poder disfrutar del tiempo que había pensado pasar a solas con Kendall, pero no iba a dejarla en la estacada, y pensaba ayudarla en los momentos difíciles.

Ella le dedicó una sonrisa temblorosa.

– Gracias. Supongo que tendré que intentar localizar a mis padres, si es que están localizables, lo cual es poco probable. Están de viaje por algún lugar de África.

– Allí no hay teléfonos móviles, ¿verdad?

– No. Lo cual significa que yo soy quien debe responsabilizarse de Hannah. -Exhaló un suspiro-. Y le he prometido que no volvería a mandarla a Vermont Acres, así que tendré que tantearla y ver a qué tipo de escuela le gustaría ir cuando empiece el curso que viene.

– Me parece un buen plan, dado que tú no quieres atarte a nada ni a nadie.

Kendall irguió la espalda y lo miró fijamente.

– ¿Qué insinúas?

Rick negó con la cabeza.

– Nada. -Mira que era bocazas-. Sólo que quedarse en Yorkshire Falls es otra posible solución al problema de Hannah.

– Oh, no. -Negó con la cabeza-. No. La ciudad de Nueva York ha sido mi último domicilio fijo durante un tiempo. -Apartó la mirada al hablar, incapaz de mirarlo a los ojos.

¿Porque estaba resistiendo el impulso de quedarse? Era en lo que Rick confiaba. Porque en algún instante de aquella noche, a pesar de sus buenas intenciones, se había enamorado perdidamente de Kendall Sutton. Mierda, ¿por qué engañarse? Se había enamorado de ella en cuanto la había visto con el traje de novia junto a la carretera.

Con la llegada de su hermana, a Rick se le presentaba la oportunidad de convencer a Kendall de que Yorkshire Falls era su hogar y de que el pueblo resultaba el lugar ideal para que Hannah fuera al colegio y sentara la cabeza. «Sueños.»

Más valía que empezara a erigir de nuevo sus muros si quería salir de ésa con el corazón intacto.


Kendall creía que los adolescentes hablaban sin parar, pero el silencio del coche resultaba ensordecedor. En cuanto Hannah había bajado del autobús y eludido su intento de abrazarla, Kendall se había dado cuenta de que tenía un problema entre manos. Cuando Hannah miró a un Rick uniformado, Kendall pensó que había cometido un grave error al dejar que la acompañara en su primer encuentro.

– ¿Para qué viene este poli? -había preguntado su hermana con el tono más desdeñoso posible.

– No es «este» poli, es mi… -Kendall se había quedado callada. Rick era policía, pero no estaba allí por algo que Hannah hubiese hecho. Y Kendall, que no tenía ni idea de cómo clasificar su relación con Rick para sus adentros, mucho menos podía hacerlo ante su hermana de catorce años. Optó por lo que se consideraba un término positivo.

– Novio.

– Oh, qué asco.

– Hablando de asco, ¿qué te has hecho en el pelo?

Hannah se cogió uno de los mechones color púrpura ondulados.

– Es guay, ¿verdad?

Morderse la lengua no le había resultado fácil, pero Kendall lo había logrado. No podía permitirse el lujo de alejar a su hermana todavía más. Ahora volvían a Yorkshire Falls en silencio, aparte de los globos que Hannah no paraba de hacer con el chicle.

– ¿Y qué se puede hacer en este pueblo?

Kendall se volvió hacia Hannah y miró a Rick, que conducía.

– ¿Rick? Tú lo sabes mejor que yo.

Rick la miró con una mano en el volante.

– A los chicos les gusta ir a Norman's y además hay un viejo cine y una piscina.

Hannah entornó los ojos.

– ¿Ves lo que pasa cuando le preguntas a un poli adonde ir? Para eso mejor me quedo en casa.

– Dar las gracias resultaría más adecuado que quejarse -le espetó Kendall-. De hecho esperaba enseñarte a trabajar con cuentas o, si eso no te interesa, podríamos hacer unos cuantos bocetos juntas.

Hannah se limitó a mirarla con recelo, como si no confiara en que Kendall quisiera hacer algo con ella. Bueno, pues tendría que convencerla.

– He visto tus ilustraciones y sé que tienes talento.

– Lo que tú digas.

Hannah habló con indiferencia, pero se quedó mirando fijamente a Kendall, lo cual le hizo pensar que lo que su hermana pequeña necesitaba era tiempo y paciencia para entrar en razón.

– En cuanto hagas amigos, te lo pasarás bien -le aseguró Rick a Hannah-. Puedo presentarte a gente de tu edad.

Kendall le dedicó una mirada de agradecimiento.

– Mientras no sean unos capullos -espetó Hannah, y se recostó en el asiento con los brazos cruzados encima del top exageradamente corto. Además de sobre el pelo, Kendall se había mordido la lengua con respecto a la vestimenta de su hermana. Pero no cabía la menor duda de que parecía una aspirante a Britney Spears o a Christina Aguilera.