Parecía que Rick había calado bien a Hannah. Su hermana se parecía más a ella de lo que había advertido, desde el tinte para el pelo y la indumentaria estrambóticos a las necesidades emocionales más serias y profundas. El atuendo y comportamiento estrafalarios de Hannah eran un método de autoprotección. Huía de sus sentimientos, no quería enfrentarse a sí misma. Y Kendall sabía por qué. Al fin y al cabo, comprendía a la perfección qué se sentía al ser una hija no deseada y, a pesar de los intentos de sus padres de ofrecerle más estabilidad, era obvio que Hannah sufría la misma angustia.
Kendall exhaló un suspiro. Si comprendía a Hannah le resultaría mucho más fácil ganarse su confianza. Comunicarse con ella sería todavía más positivo.
– Buenos días, Hannah.
Su hermana se volvió con un tetrabrik de zumo de naranja en la mano y una marca reveladora encima del labio.
– Los vasos están en ese armario. -Kendall abrió uno de los armarios alargados que había limpiado el otro día-. No son todos iguales, pero servirán. Los lavé, así que no tienes que preocuparte por si pillas algo. -Se echó a reír.
Hannah se limitó a encogerse de hombros antes de aceptar el vaso.
– Te has levantado temprano. Pensaba que dormirías hasta más tarde después de lo de anoche.
– ¿Tenemos que hablar de eso ahora? -preguntó Hannah.
– Estaba hablando de levantarse temprano, no de anoche. Aunque tendremos que fijar algunas normas de convivencia.
Se oyó el sonido de un claxon.
– Me vienen a buscar. -Hannah dejó el vaso que ni siquiera había utilizado.
– ¿Que te vienen a buscar? Si todavía no conoces a nadie en el pueblo.
Hannah la miró de hito en hito con los ojos muy maquillados. Kendall la observó detenidamente. ¿El perfilador era negro o violeta oscuro? Era difícil de saber, porque se había pintado mucho. Igual que muy gruesa era la base de maquillaje. Como había sido modelo, Kendall tenía nociones de maquillaje y tal vez después de superar las barreras emocionales de Hannah consiguiera entrar en el tema del acicalamiento.
– ¿Quién te viene a buscar? -preguntó Kendall.
– Rick. Me dijo que teníamos una cita. -Hannah se dio la vuelta rápidamente y salió dando un portazo.
– Me está poniendo a prueba -farfulló Kendall-. Sé que me está poniendo a prueba. -Echó un vistazo rápido al exterior y vio que efectivamente Rick esperaba a Hannah. Un punto para su hermana, aunque a Kendall poco le preocupaba. La noche anterior, debió de olvidarse de informarle sobre sus planes. Como él era la persona en quien más confiaba en el mundo, no pensaba salir corriendo tras Hannah para darle ese gusto.
Kendall se frotó los ojos con las manos y se dispuso a coger un cuenco del armario.
– ¿Kendall? -Rick la llamó desde la entrada.
– Estoy en la cocina. -Se volvió y vio que entraba en la pequeña estancia, y que no iba solo.
Hannah iba delante, mientras él iba empujándola.
– ¿Qué pasa? -preguntó Kendall.
– Se supone que alguien tenía que decirte que os recogería a las nueve de esta mañana. Y a ese alguien se le olvidó decírtelo -explicó.
– ¿Y ese alguien podrías ser tú? -preguntó Kendall a Rick con suma dulzura antes de echarse a reír.
– Según se mire. Anoche, cuando llegué a casa, caí en la cuenta de que se me había olvidado decirte que os recogería a ti y a Hannah esta mañana. Pero como confiaba en que ella te transmitiría el mensaje, pensé que era mejor no llamar y arriesgarme a despertaros.
La muchacha puso los ojos en blanco.
– Pues se me olvidó. Ya ves.
– ¿Recogernos para qué? -preguntó Kendall.
– Le dije a Hannah que la llevaría a la jornada de lavado de coches del programa DARE, para que conociera a jóvenes de su edad, y pensé que así tú podrías recoger tu coche. -Rick dedicó a Hannah una mirada de reconvención.
– He dicho que se me olvidó. ¿Me vas a demandar?
Kendall entrecruzó los brazos, tan molesta como Rick por los jueguecitos de Hannah.
– Se te olvidó. Pero esta mañana no se te ha olvidado decirme que tenías una cita con Rick, ¿verdad?
Rick abrió la boca para hablar, pero cuando Kendall, que estaba detrás de Hannah, le guiñó el ojo, la cerró rápidamente.
– ¿Memoria selectiva? -le reprochó a su hermana sin contener el sarcasmo-. Me estás provocando y quiero saber por qué.
– No quieres que esté aquí contigo. El único motivo por el que me aguantas es porque no tengo otro sitio adonde ir. De lo contrario no lo pensarías dos veces.
El comentario de Hannah no hizo más que consolidar la impresión que Kendall ya tenía: la de que su hermana era una niña solitaria y abandonada. Volvió a sentirse culpable, agravada la culpabilidad por el convencimiento de que ella debería haber pensado más en la vida y sentimientos de Hannah.
Pero el dolor de su hermana no justificaba que fuera tan poco respetuosa y Kendall respiró hondo para tranquilizarse antes de contestar.
– ¿Sabéis qué? Id al lavado de coches. Preséntale a Hannah a algunos jóvenes. Yo mientras me ducharé y me arreglaré. Ya hablaremos esta noche y dejaremos las cosas claras, ¿de acuerdo? -propuso.
Hannah se volvió, como si quisiera ignorarla.
– Habla con el jefe -farfulló.
– ¿Cuánto dura el lavado de coches? -preguntó Kendall a Rick con los dientes apretados.
– Todo el día. Izzy y Norman se encargarán de la comida de los chicos.
– ¡Fantástico! Creo que a Hannah le irá bien un trabajo antiguo como éste. Quedamos los tres a las cinco en el restaurante de Norman.
– ¡No quiero pasarme el día lavando coches! -exclamó Hannah dándose la vuelta y brindando a Kendall la posibilidad de hablar con ella cara a cara-. ¡Se me romperán las uñas y se me pondrán manos de fregona!
– ¡Mejor que laves coches en vez de que yo tenga que lavarte esa boca sarcástica, irritante y olvidadiza! -espetó Kendall-. Trátame con respeto y yo haré lo mismo contigo. Nos vemos a la hora de cenar. -Siguiendo el ejemplo de Hannah, Kendall se volvió y se marchó, y su única concesión a la buena educación fue no dar un portazo.
Kendall fue caminando hasta el colegio para recoger el coche. Luego tenía pensado ir a casa, cargar el maletero y reunirse con Charlotte en su tienda. Pero antes decidió curiosear. Sin molestar a Rick ni a Hannah los observó relacionarse el uno con la otra y viceversa; Hannah se había juntado con los jóvenes con quienes había congeniado y Rick interpretaba el papel de guía paterno en el que probablemente ni siquiera era consciente de haberse convertido.
Aunque afirmaba no querer casarse ni tener hijos, sería un padre estupendo. A Kendall se le hizo un nudo en la garganta al pensarlo. Al ver la seriedad con que había tratado a su hermana la noche anterior, se daba cuenta de que aún había llegado a respetarlo más. Viéndole ahora con los adolescentes y advirtiendo el aprecio que le tenían en su comunidad, ¿cómo no iba a enamorarse un poco de él?
Se rodeó los antebrazos desnudos con las manos y se estremeció. Cuántos problemas sin resolver y preguntas sin contestar. No sabía qué hacer con su hermana, no sabía por qué Hannah había decidido dirigir su rabia hacia Kendall y no hacia sus padres. Ni siquiera sabía cómo encontrar el colegio adecuado o conseguir que su hermana quisiera estudiar cuando lo encontrara. Y, sobre todo, Kendall no sabía qué significaba lo que sentía por Rick, su situación o el futuro solitario que siempre había imaginado.
Siempre había sido impulsiva, de ahí que no se hubiese asentado en ningún sitio. Poder hacer las maletas e ir de un lugar a otro según se le antojara le proporcionaba una sensación de curiosa seguridad. Nada ni nadie la atarían jamás. Si la situación le resultaba demasiado sofocante, ella se marchaba. Y aunque nunca había conseguido ningún éxito apabullante, tal vez porque nunca había permanecido en el mismo sitio el tiempo suficiente, había salido adelante económicamente aceptando trabajos de vendedora en tiendas de artesanía donde podía aprender leyendo, observando y escuchando. Tenía pensado hacer lo mismo en Sedona, mientras aprendía aspectos nuevos de su oficio. Pero Arizona no tenía para ella el gancho que había tenido en el pasado. Ya no pensaba en ese lugar con tanto anhelo como antes.
Porque ahora tenía obligaciones. Para ser una mujer que nunca había echado raíces, de repente tenía numerosos vínculos con aquel pequeño pueblo. Era propietaria de una casa y responsable de unos inquilinos que no pagaban un alquiler pero a quienes temía echar. Tenía un pequeño negocio listo para empezar en la tienda de Charlotte y la posibilidad de trabajar más con la cuñada de Rick en Washington D. C. Tenía una hermana necesitada de cariño sin ningún sitio adonde ir y sin nadie en quien confiar aparte de Kendall. Y tenía una relación con un hombre especial.
Un hombre que iba de soltero por la vida pero que le había sugerido que se quedara después del verano y que se había llevado una decepción cuando ella había mostrado sus reticencias al respecto. Era obvio que la mujer que le había dejado le había hecho mucho daño y sabiendo que Kendall pensaba hacer lo mismo, había vuelto a levantar el muro que había erigido el primer día. Kendall odiaba las barreras que los separaban, por mucho que comprendiera la necesidad de tenerlas.
No sabía qué hacer con respecto a nada. La embargó una mezcla de tristeza y frustración hasta que apretó las manos y cerró los puños con fuerza, conteniendo las lágrimas. Acto seguido, tomó aire. Quizá no tuviera ningún plan pero era una luchadora. Encontraría la manera.
Entrecerró los ojos al mirar hacia el sol mientras uno de los chicos rociaba con una buena dosis de agua al agente Rick, como había oído que lo llamaban. Para vengarse, él vació un cubo de agua y los gritos de júbilo resonaron en el ambiente. Hannah estaba en medio de la algarabía y Kendall fue incapaz de reprimir una sonrisa.
A pesar de todos los problemas que la acuciaban en esos momentos, durante su estancia en Yorkshire Falls la vida le estaba yendo muy bien. Mejor que nunca.
Y el hecho de pensarlo le producía un miedo tremendo.
Horas después, Kendall estaba sentada en El Desván de Charlotte con la sensación de ser amiga de ésta y de su ayudante, Beth Hansen, desde siempre. Las mujeres eran abiertas y extrovertidas y en sus conversaciones incluían asuntos de mujeres, lo cual hacía que Kendall sintiera los vínculos femeninos de los que había carecido en su adolescencia.
Ahora se estaba poniendo al día a base de bien. Sabía más detalles sobre Roman y Charlotte, y Beth y su novio Thomas de lo que jamás habría imaginado.
Como tenía el presentimiento de que ella sería el próximo tema de conversación, Kendall siguió sin cambiar de tema a propósito.
– ¿Cuánto tiempo hace que sales con Thomas? -preguntó.
– Hace unos cuatro meses -respondió Charlotte por Beth-. ¿Alguien quiere comer más? -Señaló hacia la enorme ensalada griega que las mujeres habían comprado en el local de Norman, que estaba al lado. Una ensalada que Kendall y Beth devoraban y Charlotte picoteaba.
Como Kendall había llegado justo a la hora del almuerzo, insistieron en que las acompañara y no aceptaron un no por respuesta. Ahora que había pasado una hora, aunque todavía no habían empezado a trabajar, Kendall se alegraba de que la hubieran incluido en su grupito de mujeres.
– Yo no. Ya he comido suficiente -respondió Beth.
– Yo también. -Kendall se levantó y empezó a recoger los platos de plástico.
Charlotte recogió las latas de refresco y una botella de agua.
– No hace falta que recojas.
– Claro que sí. -Como no iban a dejarle pagar, lo mínimo que podía hacer era ayudarlas con el trabajo.
Charlotte se encogió de hombros.
– Supongo que si vas a acabar con Rick, será mejor que te acostumbres a limpiar.
– No voy a…
– Antes Roman lo ponía todo perdido -explicó Charlotte mientras se dirigía a la trastienda con la basura en la mano.
Kendall la siguió y tiró los platos y los tenedores de plástico.
– Hasta que tú le enseñaste, ¿no? -Beth se echó a reír-. Kendall, ¿a Rick se le da mejor eso de hacer de amo de casa?
Al recordar lo limpio y ordenado que tenía el apartamento, Kendall asintió.
– Debe de ser que le sale la vena de policía disciplinado.
– O eso o Wanda estuvo limpiando. -Charlotte se rió-. Lo puse en contacto con mi señora de la limpieza cuando se quedó con mi apartamento.
– Y falta le hace. No puede decirse que Rick sea el hombre más ordenado del mundo -añadió Beth.
– Y Beth sabe de lo que habla. Ella y Rick hace tiempo que son amigos. -Charlotte llegó junto a Kendall mientras volvía junto a la mesita en la que habían comido y que Beth estaba limpiando con un paño-. ¿Verdad, Beth? -preguntó Charlotte.
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