– Verdad. A diferencia de esas mujeres ridículas que se le echan encima, para mí es un buen amigo. Hace algún tiempo tuve que superar una ruptura y Rick me ofreció un hombro en el que apoyarme. -Beth miró fijamente a Kendall para convencerla de su sinceridad.

Tanto con sus palabras como con sus actos, Beth ejemplificaba lo bueno de Yorkshire Falls, y había conseguido que Kendall la considerara una amiga sincera, no alguien que quisiera provocarle celos.

– Rick sabe cómo ofrecer un hombro. Sus iniciales tendrían que ser SOS -declaró Kendall entre risas.

– En otro tiempo, esa actitud protectora le causó problemas -apuntó Beth.

Charlotte se encogió de hombros.

– Jillian fue una idiota.

– Cierto -convino Beth-. Para empezar, no tenía que haberse casado con Rick. De ese matrimonio no podía salir nada bueno. Sabía que Rick siempre ha tenido debilidad por ella y… ooohh. Lo siento, Kendall. -Beth se sonrojó-. A veces hablo demasiado.

Kendall negó con la cabeza, demasiado fascinada por la información.

– No, no pasa nada. Así aprecio mejor la bondad de un hombre.

– Pero no lo decía para que te sientas mal o te preocupes. Jillian pertenece al pasado lejano de Rick.

Eso esperaba Kendall. Porque el mero hecho de oír que seguía sintiendo algo por su ex mujer era como clavarle un cuchillo afilado en el corazón. Pero no pensaba compartir esa información con sus amigas.

– No hace falta que me convenzas de nada. Rick y yo hemos hecho un trato… -Mientras pronunciaba esas palabras sintió un regusto amargo en la boca.

No sólo porque estaba en deuda con Rick y tenía que respetar su parte del trato, sino porque había empezado a sentirse dueña de él a pesar de haber dicho lo contrario. «Oh, oh.»

Charlotte se echó a reír y Kendall se sobresaltó.

– ¿Qué tiene tanta gracia? -preguntó.

– No sé si se trata de tu expresión o de tu insistencia en que no hay nada serio entre tú y Rick, pero digas lo que digas, vale. Hablemos de negocios.

– Me parece bien. -Aliviada por dejar el tema de Rick, Kendall sacó un maletín de viaje en el que solía mostrar sus diseños y lo abrió encima de la mesa-. Estas son mis joyas metálicas. Por experiencia sé que gustan a mujeres distintas. ¿Qué edad tiene vuestra clientela más joven?

– Veintipocos -respondió Beth-. Algunas madres traen a sus hijas más jóvenes pero la mayoría las llevan a unos grandes almacenes, aquí o en Albany.

– ¿Queréis cambiar eso? -preguntó Kendall-. Cuando estuve en Nueva York no tenía los contactos suficientes para vender mis joyas en las boutiques modernas, pero conseguí venderlas en el campus de algunas universidades y a las estudiantes les encantaban los conjuntos. Mirad.

Extrajo una bandeja con gargantillas finas hechas de cuentas de cristal importadas de África Occidental que combinaban con unos pendientes largos.

– Éstos se vendían bien.

– Son originales -susurró Beth en tono aprobatorio.

– ¿Qué es eso? -Charlotte señaló un cordón de seda negro que sobresalía de debajo del cajón.

Kendall levantó éste.

– Es una cosa nueva que estoy probando. Collares de cordón de seda trenzado.

– Me encantan. -Charlotte observó las piezas en cuestión-. Y sí creo que a las chicas les encantarán también. -Chasqueó los dedos-. Oh, y sé cuál es el lugar perfecto para ponerlas a la venta. Este fin de semana se celebra la feria de venta callejera. Hablaré con Chase para ver si podemos cambiar el anuncio que pusimos en The Gazette y añadir información sobre las joyas de Kendall. ¿Cuál es tu nombre comercial?

– Kendall's Krafts.

Charlotte sonrió.

– Me encanta la aliteración y ¡estoy segura de que conseguiremos que esto resulte beneficioso para las dos!

Charlotte alzó la voz ilusionada y ni siquiera Kendall fue capaz de silenciar esa emoción.

– Como sabes, no tengo mucho dinero, pero estoy más que dispuesta a pagar una parte del anuncio. -Kendall no podía pagar lo que estaba ofreciendo pero lo consideraba una inversión de futuro.

Charlotte hizo un gesto con la mano.

– Tonterías. Para empezar, Chase no da esa impresión pero es un buenazo con la familia. Y sé que tanto Raina como Chase te consideran parte de la familia. Por Crystal -se apresuró a aclarar-. Pero no se lo digas a nadie, es uno de los privilegios que tenemos los Chandler.

«Los Chandler.» Kendall se estremeció ante la idea, porque le gustaba demasiado ser incluida en ese apellido.

– Bueno, hablemos de la comisión -continuó Charlotte, ajena a la agitación interna que sus palabras habían provocado en Kendall.

Kendall se tomó unos minutos para pensar. Cuando tenía que fijar un porcentaje de comisión, siempre computaba el coste del material, el trabajo y gastos generales, junto con el precio de otros competidores del mercado. En este caso, parecía ser la única persona del pueblo que ofrecía ese tipo de artículos, lo cual suponía una gran ventaja.

Tomó un trozo de papel con la intención de anotar un precio justo que imaginaba que Charlotte querría rebajar pero que Kendall podía aceptar. No obstante, Charlotte garabateó una cifra antes y le pasó el papel.

Kendall bajó la mirada. La cantidad que Charlotte le ofrecía era superior a la que ella había pensado. Arrugó la nariz porque quería protestar. No le cabía la menor duda de que la generosidad de Charlotte provenía en su mayor parte de la relación de Kendall con Rick, algo de lo que no quería aprovecharse. Pero por mucho que odiara reconocerlo, su situación financiera no le permitía protestar, no cuando la oferta de Charlotte era más que justa para las dos.

Kendall sonrió embargada por una sensación de alivio.

– Trato hecho. Veamos. ¿Sabías que sólo dispones de seis segundos para llamar la atención de una posible cuenta? -Emocionada, pasó directamente a la siguiente parte de la propuesta.

– Esa lección sobre ventas tuve que aprenderla rápidamente, sobre todo en este pueblo. -Charlotte rió-. ¿Adonde quieres ir a parar?

Kendall tomó aire para armarse de valor. Nunca tomaba la iniciativa una vez ponía sus artículos a la disposición de una tienda. En la mayoría de los acuerdos, el artista poseía los derechos de propiedad pero no tenía ni voz ni voto en cómo se exponían los productos ni en la venta o promoción de éstos. Tras mucho investigar y tantear el terreno, Kendall había aprendido bien las normas. Pero había algo del entusiasmo de Charlotte que le inspiraba confianza, y una oleada de ideas creativas.

«Quien no se arriesga, no pasa el río», pensó Kendall. Si quería que Charlotte contara con ella cuando abriera la tienda en Washington D. C, tenía que demostrar su valía allí y entonces, en un mercado más pequeño.

– Yo propongo que pongas los collares a los maniquíes. Cambia el escaparate para llamar la atención de la gente y añade los collares como accesorio a juego.

– Hum. Buena idea -le susurró Beth a Charlotte.

– Gracias -repuso Kendall.

– ¿Algo más? -preguntó Charlotte, con el rostro encendido de alegría.

Kendall se encogió de hombros.

– Pues que el rojo y el amarillo son los colores más llamativos. ¿Tienes alguna posibilidad de hacer algo así? -preguntó Kendall, yendo un paso más allá en su intención de dejar huella en Charlotte y en el pueblo. La intención de consolidar su carrera, algo que nunca había esperado en su impulsivo viaje a Yorkshire Falls.

– Charlotte es capaz de hacer cualquier cosa que sea rentable. Mira si no las bragas de encaje del expositor de la esquina. Ella misma las diseña y las tricota. -Beth no disimulaba el orgullo que sentía por su amiga y jefa.

– Por supuesto que sí -reconoció Charlotte-. Y sin duda trabajaré con lo que sugiera Kendall. Tiene tan buen ojo como tú, Beth. Bueno, por mucho que sienta acabar esta reunión tan divertida, necesito ver a mi marido.

– Sólo han pasado… -Beth consultó su reloj-. ¿Cuánto? ¿Tres horas? -Se echó a reír-. Recién casados -dijo, poniendo los ojos en blanco.

Charlotte ni siquiera se sonrojó.

– Oh, ¿acaso tú no vas a ver a Thomas en cuanto cerremos?

Beth se echó a reír.

– Yo no he dicho nada.

– Cuánto os envidio. -Las palabras brotaron de los labios de Kendall antes de que tuviera tiempo de darse cuenta.

Charlotte ladeó la cabeza.

– ¿Y eso? -preguntó realmente interesada.

Aunque hacía poco tiempo que Kendall conocía a Charlotte, le caía muy bien y no podía evitar sincerarse con ella.

– Tú y Beth os conocéis desde hace un montón de tiempo. Os leéis el pensamiento la una a la otra como si fuerais hermanas. -Captó el tono nostálgico de su voz, pero era incapaz de ocultarlo-. Con vosotras me siento como si os conociera de toda la vida. -No obstante, Kendall seguía estando al margen, como siempre había estado.

Entonces Charlotte le dio un caluroso abrazo que derribó las barreras que quedaban.

– Eso es lo que tiene de fantástico este pueblo. Si llegas aquí o regresas de donde sea, automáticamente te conviertes en uno de los nuestros.

– Y es imposible librarte de nosotras. -Beth se rió desde detrás de su amiga.

A Kendall le sorprendió pensar que no le importaba y se le formó un nudo en la garganta. Le devolvió a Charlotte el abrazo y luego retrocedió.

– Y ahora me voy ya a ver a mi marido. -Ahora Charlotte sí se ruborizó-. Vosotras dos ya ultimaréis los detalles que faltan.

Se despidió con la mano antes de irse y después de pasar veinte minutos más con Beth, Kendall también se marchó.

Al salir de la tienda de Charlotte se encontró con el brillo del sol de la tarde. Todavía le quedaba mucho tiempo que matar antes de reunirse con Rick y la adolescente de otro mundo, pensó con ironía.

Con un poco de suerte, el hecho de pasar una tarde con jóvenes de su edad habría suavizado el temperamento de Hannah. Así estaría más contenta y sería más fácil hablar con ella. Aunque Kendall todavía no tenía ni idea de qué decirle para facilitar la relación, tenía ganas de ver a su hermana, y esperaba que el trayecto en coche hasta casa le sirviera de inspiración. Maletín en mano, se encaminó hacia donde había aparcado, calle abajo.

– Hola, guapa. ¿Te interesa pasar una tarde de amor conmigo? -le susurró la voz familiar de Rick desde atrás.

Se volvió y lo vio con un hombro apoyado contra el cristal del escaparate.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó, encantada de verlo. Encantada de ver que había ido a su encuentro.

– Cinco horas con veinte adolescentes es lo máximo que puedo aguantar de una sentada. He sido relevado oficialmente. Y no te preocupes por Hannah. El agente Jonesy, que es un buen amigo, la llevará a Norman's para que se reúna con nosotros a las cinco. ¿Lo ves? Todo controlado.

– Estoy segura de que le encantará tener un escolta privado.

Rick se encogió de hombros.

– De hecho estaba demasiado ocupada como para darse cuenta de que tenía un escolta privado y uniformado. -Se rió por lo bajo-. Bueno, ¿piensas seguir hablando o vas a venir aquí a aliviar mi sufrimiento?

Kendall dio un paso adelante sin vacilar. Él también se le acercó, la agarró por la cintura y la condujo al callejón situado detrás de la hilera de tiendas que conducía a su apartamento. Casi sin darse cuenta, Kendall estaba en sus brazos y besándolo en la boca apasionadamente.

Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mucho que lo había echado de menos. Hasta que oyó su voz, inhaló el aroma de su colonia y notó sus labios devorando los de ella como si nunca fuera capaz de saciarse. Rick le acarició la mejilla con los nudillos y gimió, presionando su cuerpo duro contra el de ella, casi aplastándole la espalda contra la pared, aunque a ella no le importaba, porque le gustaba su contacto.

Deslizó sus manos por el cuerpo de él, dejando que su cintura se acoplara a la de Rick, notando su deseo endurecido a través de las capas de ropa, haciéndola sentir más querida y deseada de lo que una mujer tenía derecho.

Él fue quien se separó de su boca y la miró fijamente, con una mezcla de deseo y ardor en la expresión.

– Joder, ha pasado demasiado tiempo.

– Lo sé. -Kendall, respiraba de forma entrecortada y le costaba hablar.

– Entonces subamos.

Su sonrisa erótica, destinada exclusivamente a ella, la llenó de una emoción turbulenta que no podía permitirse el lujo de descifrar ni de sentir, no después de la abrumadora sensación de familiaridad que acababa de encontrar entre sus parientes y amistades. Una aventura intrascendente habría sido más fácil de asumir.

Nada de lo que significaba Rick era fácil. Representaba la ternura y el deseo en un solo paquete, delicioso pero peligroso. Peligroso para su tranquilidad mental, su vida sin complicaciones y su corazón.