– ¿Aguja de corbata?
– Puaj. -Entrecruzó los brazos sobre el pecho-. ¿Qué intentas? ¿Convertirlo en un soso?
Kendall gimoteó y levantó las manos al aire.
– Vale, me rindo. ¿Qué quieres tú que le regalemos a Rick? -Por el momento lo único en lo que se habían puesto de acuerdo era en hacer ellas el regalo en vez de comprarle algo impersonal. Como iba justa de dinero y de crédito, a Kendall le había aliviado ver que a su hermana la convencía la idea.
– Bueno, como por fin te dignas preguntar, creo que deberíamos hacerle un collar. No una mariconada sino un collar bonito. De cuero trenzado, quizá. -Hannah rodeó la mesa de bridge buscando entre los recipientes de plástico en los que Kendall guardaba las distintas piedras y abalorios-. Oye, ¿qué es esto? -Cogió un puñado de cuentas redondas.
– Son redondeles de hematites.
– ¿Y qué tal si hablas para que te entienda?
Kendall se rió.
– Son cuentas planas y redondeadas. De color negro brillante. Eso salta a la vista. La palabra técnica referente al mineral utilizado para hacer la joya es el hematite y tienen forma de redondel. De ahí viene el nombre de redondeles de hematites.
Hannah la miró de hito en hito con expresión interesada. Quizá habían encontrado un tema que podía ayudar a unirlas, pensó Kendall. Le encantaría enseñar a Hannah todo lo que sabía sobre cuentas y artesanía de joyas, y ella estaría bien predispuesta a aprender el máximo posible de la perspectiva fresca y joven de Hannah. Empezaría dando a su hermana una inyección de seguridad.
Kendall le tendió la mano y Hannah colocó unos cuantos hematites en su palma. Tocó las piedras lisas y lustrosas y las sostuvo ante la luz de la ventana.
– Ensartadas juntas tendrían un aire masculino. -Miró a Hannah-. Tienes buen ojo para esto, ¿sabes?
Su hermana se sonrojó.
– Bueno, éstas son muy guapas. Rick tendrá un collar de hemorroides.
– Hematites, listilla.
Hannah se echó a reír.
– Como se diga. Utilizaremos éstas.
– Ya sé qué cuenta romperá con el negro total. -Kendall repasó las cuentas tubulares de plata de ley y extrajo su preferida-. Mira ésta. La forma está hecha a mano. Más o menos cada veinticinco cuentas de hematites añadimos una de éstas para que contraste.
– Empecemos. -Hannah se frotó las manos y acercó una silla a la zona de trabajo.
Kendall estaba contentísima de ver a su hermana animada e interesada en algo que ella apreciaba tanto.
– ¿Por qué no eliges los mejores hematites y yo voy preparando la cadena?
Media hora más tarde seguían trabajando. Hannah concentrada en escoger las cuentas perfectas y formulando todo tipo de preguntas al respecto. Por primera vez desde su llegada, Kendall sintió que Hannah había bajado la guardia, lo cual le permitía hacer lo mismo. La sensación de familia y unión que tanto había añorado en su vida emergía ahora, y a Kendall le costaba reprimirse para no dar un fuerte abrazo a su hermana y estropearlo todo.
– ¿Cómo te metiste en esto? -preguntó Hannah.
– Aah. Pues como siempre iba de aquí para allá, no tenía muchos juguetes ni cosas así. Y cuando viví con tía Crystal, ella me enseñó a ensartar macarrones y pasta de sopa para fabricar joyas. Utilizábamos distintos tipos y les poníamos un gancho. Luego los pintábamos. Tía Crystal trabajaba con abalorios de verdad y cosas así hasta que la artritis se lo impidió. Supongo que podría decirse que llevamos en la sangre lo de hacer joyas.
– Probablemente hiciera joyas para viejas -dijo Hannah con el tono arrogante que, curiosamente, no había utilizado en toda la mañana.
Kendall entornó los ojos.
– Crystal tenía talento. -Lanzó una mirada a las cuentas que Hannah había elegido-. Y tú también.
– Ya. Como si esto fuera tan difícil. -Hannah cogió un puñado y las revolvió de forma que mezcló todas las cuentas, echando por la borda el trabajo meticuloso que había llevado a cabo-. Aquí tienes. Ya está.
– Oh, Hannah, ¿por qué? -Al ver el revoltijo, a Kendall se le encogió el corazón-. Habías hecho un trabajo fabuloso escogiéndolas y ahora las has mezclado otra vez. -Horas de esfuerzo de su hermana echadas por tierra sin un motivo aparente.
¿O acaso había una explicación que Kendall desconocía? Si era así, Hannah no parecía muy dispuesta a dar detalles. Se quedó sentada, con la mandíbula apretada, sin que a Kendall le quedara otra opción que reproducir la conversación en su cabeza. La actitud de su hermana había cambiado en cuanto Kendall había mencionado a tía Crystal, pero no entendía por qué Hannah iba a enfurecerse o sentir celos de una pariente mayor a la que ni siquiera había conocido.
– Hannah -tanteó Kendall-, ¿tienes celos de Crystal? ¿Del tiempo que pasé con ella?
– ¿Por qué iba a estar celosa de que tuvieras tiempo para ella y no para mí?
– No fue así la cosa. -Kendall quiso tocar a Hannah, pero su hermana se apartó.
– No quiero hablar del tema.
Y la rebeldía que transmitía su mandíbula hizo que Kendall entendiera que no lo decía en broma. Exhaló con fuerza, sabiendo que necesitaba cambiar de tema y rápido si quería recuperar la buena relación que habían empezado a tener.
– ¿Te gusta hacer joyas? -preguntó Kendall.
Hannah se encogió de hombros.
– No está mal.
Pero al recordar cómo la joven había mirado el surtido de cuentas, Kendall se figuró que le gustaba más de lo que reconocía.
– ¿Sabes? Yo hacía joyas con pasta allá donde iba. De casa en casa. Viviera donde viviera, a nadie le molestaba que me entretuviera haciendo collares. Así me estaba quieta y no daba la lata, hasta que me cambiaban de casa. -Kendall se encogió de hombros al notar que los buenos recuerdos se mezclaban con los malos-. La estabilidad es lo único que tú tuviste que a mí me faltó. -Quizá consiguiera que Hannah viera los aspectos positivos de su vida.
– Ya ves. Siempre en el mismo sitio, año tras año. Sin familia. Los amigos iban y venían según su situación familiar. No es tan positivo como crees. -Hannah hizo una mueca con los labios, en los que se había aplicado demasiado brillo.
Era obvio que Kendall no lograba conectar con su hermana.
– Bueno…
– Chicas, ¿dónde estáis? -La voz de Pearl les llegó desde abajo. En seguida oyeron el sonido de los pasos amortiguados mientras subía la escalera y aparecía en el desván.
Ya no estaban solas, y Kendall perdió la oportunidad de hablar con su hermana y, quizá, de arreglar algo de su excesivamente frágil relación.
A Rick no se le escapó la tensión que reinaba en el ambiente cuando Kendall lo recogió y fueron los tres hacia la casa de su madre para cenar. No sabía qué había sucedido entre las hermanas pero estaba claro que las dos estaban disgustadas, y que no tenían gran cosa que decirse la una a la otra.
En cambio tenían mucho que decirle a él. Por lo menos Kendall.
– ¿Y cuándo pensabas decirme que era tu cumpleaños? -le preguntó, y no era la primera vez.
– Sí, hasta Lisa Burton lo sabía. Tenías que haber visto la cara de Kendall cuando se enteró de que Lisa lo sabía y ella no -dijo Hannah, regodeándose desde el asiento trasero.
– Relájate y cállate -espetaron Rick y Kendall al unísono. Hannah estaba hostigando a Kendall a propósito, intentando sacarla de quicio, y Rick tenía que reconocer que también estaba consiguiendo ponerlo a él de los nervios. O quizá fuera la fecha lo que lo ponía nervioso.
– ¿Es un asunto espinoso? -preguntó Hannah antes de hacer lo que le habían dicho y acurrucarse en un rincón del coche para sorpresa de Rick y Kendall.
Rick gimió. La chica tenía más razón de la que se imaginaba. Sin duda su cumpleaños era un asunto espinoso. Aceptaba la fecha y soportaba las celebraciones familiares de su madre. Pero no era motivo de alegría para él. Porque el día de su cumpleaños coincidía con su aniversario de boda con Jillian, evento que prefería olvidar que recordar.
Kendall aparcó delante de casa de Raina y Hannah salió del coche de un salto. Cuando Rick se disponía a hacer lo mismo, Kendall le puso una mano en el brazo para detenerlo.
Él se volvió hacia ella.
– Tenías que habérmelo dicho -dijo, sin que hubiera la menor duda de a qué se refería.
– Tampoco hay para tanto.
Pero el dolor que transmitía su mirada cálida le decía lo contrario. No es que hubiera ocultado la información expresamente, sólo se había negado a reconocerla ante los demás, incluido él mismo. Pero no pensaba que Kendall fuera a aceptar o apreciar la diferencia, y a él tampoco le apetecía entrar en detalles de por qué no se lo había dicho. Kendall y sus planes, su marcha tarde o temprano, le recordaban con demasiada viveza un pasado doloroso que no tenía ningunas ganas de repetir.
Dado que Rick no decía nada, Kendall suspiró con fuerza.
– Vamos, tu madre nos espera. -Salió del coche dando un portazo y él se quedó con la sensación inequívoca de que, debido a su silencio, había traicionado algo valioso e importante.
Capítulo 10
– ¡Sorpresa!
Rick retrocedió de un salto, sorprendido al ver el grupo de gente que le esperaba en casa de su madre y, al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que le habían tendido urna trampa. «Una puñetera fiesta sorpresa», pensó. Habría preferido pasar la noche solo, tal como había hecho los últimos años. Y a su madre no se le ocurría otra cosa que montar una fiesta.
Le gustaba, estar con gente, pero ese día en concreto prefería estar solo. Estar rodeado de personas que probablemente recordarían esa fecha no era su idea de una noche divertida. Sin que él lo esperase, Kendall le puso la mano en el hombro como muestra de apoyo. Una sorpresa agradable teniendo en cuenta lo ofendida que estaba antes. Se imaginó que ella seguía esperando algunas respuestas, pero agradeció su perspicacia y el hecho de que estuviera a su lado.
– Feliz cumpleaños. -Su madre se le acercó lentamente y le dio un beso en la mejilla.
Como sabía que el estrés no era bueno para su corazón y había hecho un gran esfuerzo por él, Rick esbozó una sonrisa forzada. Ya hablaría con ella más tarde, cuando no tuvieran público.
– No tenías que haberte molestado -dijo entre dientes.
– Tonterías. Mi hijo mediano no cumple treinta y cinco años todos los días.
– ¡Que empiece el espectáculo! -gritó Norman de entre los invitados.
En seguida se produjo una ronda de aplausos ininterrumpidos mientras la gente canturreaba «Espectáculo, espectáculo, espectáculo…».
– ¿Qué espectáculo? -preguntó Rick con recelo por encinta de los cánticos.
Miró a su alrededor y advirtió que Roman y Charlotte estaban junto a Chase, apoyados en la pared del fondo. Los tres se encogieron de hombros casi al unísono. Era obvio que no iban a apuntarse el mérito de la locura de Raina.
– Yo tampoco tengo ni idea -susurró Kendall. Al igual que sus hermanos, Kendall no quería cargar con las culpas ni con la responsabilidad. Sólo se había aliado con su madre para llevarlo allí.
Un fuerte silbido interrumpió el cántico unos instantes antes de que volviera a empezar.
– Bueno, tranquilizaos. -Raina hizo callar a la gente con un gesto.
Rick le lanzó una mirada de preocupación y ella se sentó enseguida en la silla más cercana.
Eso fue lo que detuvo la algarabía.
– Todos sabéis que no estoy para organizar cosas -dijo con voz queda-. Por eso he contratado a un maestro de ceremonias. -Hizo un gesto a Rick con el dedo para que se acercara-. Intenté convencer a tus hermanos para que lo fueran pero ellos se negaron.
– Les debo una -musitó él.
– Bueno, empecemos -sugirió Raina.
– ¡Así podremos comer! -exclamó alguien desde el fondo de la sala.
Rick entornó la mirada al oír una voz conocida y buscó al hombre solitario.
– Samson, ¿eres tú?
A Rick le costó un poco localizar al viejo, pero es que era un experto en fundirse entre la multitud. El hombre de los patos, el nombre que los niños daban a Samson Humphrey, se pasaba el día en el parque que había al lado del restaurante de Norman, no hablaba con casi nadie y parecía un sin techo, aunque no lo era. También era el ladrón de bragas, aunque no lo supiera nadie aparte de Rick, Charlotte y Roman. No era su estilo aparecer en un lugar tan concurrido, a no ser que…
– Por supuesto que es él. No iba a perderse un sándwich de pollo de Norman gratis -dijo Norman.
– Tú lo has dicho -declaró Samson, confirmando las sospechas de Rick-. Pero si has usado la mostaza esa de miel, la sofisticada, no pienso comerlo.
– Mira que eres desagradecido -farfulló Norman.
Antes de que Rick interviniera, Raina dio una palmada, probablemente para impedir el alboroto antes de que empezara. Entonces, sin previo aviso, una comitiva bajó por la escalera.
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