– Yo salgo dentro de cinco minutos. Llévame a casa de tu madre y te librarás de su insistencia respecto a los emparejamientos -dijo, pestañeando con sus ojos color avellana.

Rick la observó con expresión divertida. Felicia tenía buenas intenciones y mejor cuerpo, toda ella era un sinfín de curvas y feminidad bajo la ropa. Hasta un ciego sabría que estaba para comérsela.

– ¿Qué me dices? -le preguntó Felicia a Chase.

Éste sonrió, le rodeó los hombros con el brazo y dejó los dedos peligrosamente cerca de esas curvas en las que Rick se había fijado.

– Ya sabes que no puedo llevarte a casa, guapa. Los chismorreos se dispararían y mañana saldríamos en la portada de The Gazette -le explicó Chase, refiriéndose a su periódico.

Felicia dejó escapar un suspiro exagerado.

– Tienes razón. Una noche con el mayor de los Chandler y echaría a perder mi reputación. -Se llevó la mano a la frente con un gesto histriónico-. ¿En qué estaría pensando? -Se rió, se irguió y se alisó la blusa-. Además, tengo una cita. Será mejor que Rick vaya a ver qué le pasa a ese coche -añadió-. Nos vemos, Chase.

– Hasta luego -contestó éste, y se volvió hacia Rick-. Y ven lo más de prisa que puedas.

Rick meneó la cabeza.

– No te preocupes. Estoy convencido de que mamá considera que su casa es territorio neutral. No te tendería una trampa si sabe que estará presente para sufrir las consecuencias. -Recogió las llaves del coche.

– Si mamá está por medio, yo no me relajaría demasiado -le advirtió Chase.


Diez minutos más tarde, al caer en la cuenta de que probablemente estaba acudiendo a otra llamada de emergencia para rescatar a otra damisela en apuros, Rick reconoció que su hermano no andaba descaminado. Basándose en su experiencia pasada, Rick dudaba de que se tratase de algo rutinario; más bien debía de ser otra trampa obra de su madre.

A pesar de la ira que iba en aumento en su interior, Rick tuvo que admitir que en esa ocasión le decepcionaba la falta de creatividad. Hasta el momento, las situaciones de emergencia habían sido métodos innovadores para llamar la atención del oficial Rick Chandler. Fingir quedarse sin gasolina, si es que de eso se trataba, se encontraba al final de la escala de originalidad.

Condujo hasta las afueras del pueblo y se dirigió hacia donde le esperaba la conductora del coche rojo oscuro. Mientras se aproximaba, vio el encaje blanco que sólo podía pertenecer a un vestido nupcial asomando por la puerta. Puso los ojos en blanco. Primero una dominatriz, ahora una novia. El vestido respaldaba su teoría de que seguramente se trataba de una trampa. Las novias no pasaban como si tal cosa por Yorkshire Falls, y además ese día no había ninguna boda en el pueblo. La tienda de vestidos más cercana estaba en Harrington, el pueblo anterior, y a Rick no le sorprendería que la mujer se hubiese equipado allí.

Al parecer, ella era más imaginativa de lo que Rick había supuesto, pero se había equivocado en su relación. A Rick Chandler le gustaba rescatar mujeres, pero las novias estaban al final de la lista. La última vez que había acudido a una llamada de socorro como ésa, acababa de volver a casa tras finalizar los estudios y llevaba unos dos años en el cuerpo. Jillian Frank, una de sus mejores amigas y por la que había sentido un gran afecto, había dejado la universidad porque se había quedado embarazada y sus padres la habían echado de casa. Rick había acudido en su ayuda sin pensárselo dos veces. Eran los malditos genes de los Chandler. La lealtad era su punto fuerte, y más aún la necesidad de proteger.

Al principio, le ofreció a Jillian un techo bajo el que dormir, pero acabó casándose con ella. Había planeado darle su apellido al bebé y cobijo a Jillian. Creía que formarían una familia. Teniendo en cuenta que ella siempre le había atraído, no le había costado mucho ayudarla.

Enamorarse había sido una progresión natural… para él. Al vivir juntos durante el embarazo, él había bajado la guardia y se había entregado… Pero el padre del bebé regresó unas semanas antes de la fecha prevista para el parto, y la que fuera su agradecida esposa se marchó y lo dejó con los papeles del divorcio y la lección aprendida.

Rick decidió entonces que jamás volvería a entregarse de esa manera, pero que se divertiría y lo pasaría bien. Al fin y al cabo, le gustaban las mujeres. Aquel breve matrimonio no había cambiado eso. Y, aunque no llegó a colocar una valla publicitaria anunciando que no volvería a casarse, siempre dejaba las cosas muy claras a las mujeres con quienes se relacionaba. La supuesta novia tendría más suerte pidiéndole matrimonio a una pared que a Rick Chandler.

Con una mano en la pistola y la otra en la ventanilla bajada, se inclinó hacia ella.

– ¿En qué puedo ayudarla, señorita?

La mujer se volvió para mirarle. Tenía el pelo de un curioso color rosado y los ojos verdes más grandes que Rick jamás había visto. Tal vez el maquillaje hubiese sido perfecto, pero las lágrimas le habían corrido el rimel y manchado el rostro ruborizado.

Le sonaba de algo, pero Rick no sabía de qué. Conocía a casi todos los habitantes del pueblo, pero a veces alguien le sorprendía.

– Parece que el coche le está dando problemas.

Ella asintió y respiró hondo.

– Supongo que no podrá remolcarme, ¿no? -Tenía la voz ronca, como si acabara de beber coñac caliente.

El deseo de besarla y comprobarlo por sí mismo lo pilló desprevenido. No sólo creía que se había acorazado contra los encantos de las mujeres, sino que, además, no había respondido a ningún intento de seducción desde que su madre había comenzado con lo del matrimonio. Sin embargo, al ver a aquella supuesta novia ruborizada, comenzó a sudar; se trataba de un calor interno que nada tenía que ver con el abrasador sol de verano.

La miró con recelo.

– No puedo remolcarla, pero llamaré a Ralph para que mande la grúa. -Intentó concentrarse en el problema del coche y no en su maravillosa boca.

– ¿Cree que primero podría ayudarme a salir de aquí? -Le tendió una mano sin anillo-. Lo haría yo misma, pero estoy atrapada. -Forcejeó en vano.

Rick todavía no estaba seguro de que aquella mujer se encontrara realmente en un aprieto y sopesó las opciones. Una novia sin anillo de compromiso ni alianza no le inclinaba a pensar que se tratase de una parada rutinaria.

Daba igual. La mujer tenía que salir del maldito coche. Rick abrió la puerta y le tendió la mano. Se estremeció al notar sus pequeños dedos. No sabría cómo definirlo, pero cuando aquellos ojos verdes intensos y sorprendidos lo miraron, supo que ella también lo había sentido.

Para quitarse de encima esa sensación inquietante, tiró de ella hacia sí. La mujer se cogió de su mano con fuerza, pero al ponerse en pie se tambaleó y cayó en brazas de Rick. Sus pechos chocaron contra el pecho de él, su dulce fragancia lo envolvió con intensidad y el corazón comentó a palpitarle con furia.

– ¡Malditos tacones! -farfulló junto a su oído.

Rick no pudo evitar sonreír.

– Pues a mí me gustan las mujeres con tacones.

Ella se apoyó en los hombros de Rick y se irguió. Aunque ahora la tenía más lejos y eso le permitía pensar con más claridad, la fragancia lo había aturdido; un aroma que parecía más puro gracias al vestido blanco y a la diadema que llevaba en la cabeza.

– Gracias por ayudarme, agente. -Ella le sonrió y Rick vio que al hacerlo se le formaban hoyuelos en ambas mejillas.

– No hay de qué -mintió. Deseó no haber acudido a esa llamada de socorro.

Rick había estado con muchas mujeres en su vida y ninguna le había afectado hasta ese punto. Lo que no entendía era por qué le había pasado precisamente con aquélla.

Le recorrió el cuerpo con la mirada para ver cuál era su atractivo. Vale, los pechos apuntaban hacia arriba de forma seductora bajo el vestido hecho a medida. Pero nada del otro mundo. Ya había visto muchos pechos. Joder, todas las mujeres que habían tratado de seducirle se habían asegurado de que estuviesen a la vista; sin embargo, ninguna había logrado que le entrasen unas ganas locas de arrastrarla hasta el bosque más cercano y hacerle el amor hasta el atardecer.

Se estremeció ante la mera idea y continuó observando sus múltiples virtudes. Se fijó en la boca voluptuosa. Llevaba un pintalabios claro que le daba un aire seductor que parecía gritar «bésame», y Rick tuvo que luchar contra las ganas de hacerlo.

Saltaba a la vista que la química era intensa y tuvo que admitir que su madre le había enviado un cebo de lo más atractivo, si es que era obra de su madre. ¿Acaso se le habían acabado las mujeres del pueblo y había decidido traerlas de fuera? Tal vez eso lo explicara todo. Quizá le llamaba la atención el hecho de que ella fuera una novedad, se tratase de una trampa o no.

– ¿Qué pasa? -Ella arrugó la nariz-. ¿Es que nunca había visto a una mujer con traje de novia?

– He tratado de evitarlo.

Ella sonrió.

– Solterón empedernido, ¿eh?

No le apetecía hablar de ello, así que decidió que había llegado el momento de averiguar la verdad.

– ¿Necesita que la lleve a la iglesia? -preguntó como el policía que era y no como el hombre al que ella había excitado.

Ella tragó saliva.

– Ni iglesia ni boda.

Vaya, si había sido novia, ya no lo era. De hecho, era probable que hubiera dejado a algún pobre lelo esperándola en la iglesia.

– ¿Así que no hay boda? Vaya sorpresa. ¿Y el novio todavía está ante el altar?

Los ojos de Kendall Sutton se encontraron con los de color avellana del atractivo agente que la miraba. Nunca había visto a un hombre con unas pestañas tan espesas ni unos ojos tan hermosos… ni tan escépticos.

Era obvio que pensaba que había huido poco antes de decir «sí, quiero» y que aquello no le impresionaba lo más mínimo. En lugar de ofenderse, sintió curiosidad por esa actitud cínica. ¿Por qué un hombre tan atractivo era tan receloso con las mujeres? No lo sabía, pero, por algún motivo inexplicable, no quería que la incluyese en esa visión negativa del mundo femenino.

Parpadeó bajo el sol del atardecer y recordó cómo había ido a parar allí, cuando apenas unas horas antes había estado en la sala nupcial de la iglesia en la que pensaba casarse. Había tratado de convencerse a sí misma de que la cintura del vestido era demasiado estrecha y de que apenas la dejaba respirar. Cuando esa mentira no surtió efecto, se dijo que volvería a recuperar el ritmo respiratorio normal en cuanto los nervios del «sí, quiero» se le hubiesen pasado. Otra mentira.

El matrimonio inminente la estaba asfixiando. Volvió a respirar aire fresco y oxigenado en cuanto Brian y ella rompieron su compromiso el mismo día de la boda. Su compromiso pero no sus corazones. Miró al policía que esperaba una respuesta.

No necesitaba ser prolija con su renuente salvador, pero quería explicarse.

– Mi prometido y yo nos hemos separado de forma amistosa. -Eligió el aspecto más positivo de la mañana, confiando en que, de ese modo, el agente pensaría que no había abandonado a nadie ni había incumplido voto alguno.

– Por supuesto -dijo él. Y se pasó la mano por el pelo color castaño. Unos mechones le cayeron sobre la frente de una forma tan sexy que ella se turbó-. Entonces, ¿por qué lloraba?

Kendall se secó los ojos.

– Por el sol.

– ¿En serio? -Rick entornó los ojos y la observó-. ¿Y el rimel corrido?

Observador, inteligente, atractivo. Una combinación explosiva, pensó Kendall. Veía más allá de lo superficial y ella, a pesar del calor, se estremeció.

– Vale, me ha pillado comportándome como la típica mujer. -Suspiró-. He llorado. -Kendall todavía no sabía si se trataba de un llanto tardío por la reciente muerte de su tía o de puro alivio por no haber acabado atrapada en las redes del matrimonio, o bien por ambas cosas. En cualquier caso, había subido al coche aliviada y se había marchado de allí-. Soy impulsiva -dijo riéndose.

Rick no se rió.

Kendall sabía que tenía que haber esperado, haberse calmado y luego haberse ido hacia el oeste. Sedona, en Arizona, era su sueño, el lugar donde confiaba perfeccionar su técnica y aprender más sobre el diseño de joyas. Todavía apenada por la muerte de su tía, había sentido la tentación de ir a Yorkshire Falls, a reencontrarse con la vieja casa y los recuerdos que ésta contenía. El hecho de haber heredado el patrimonio de su tía suponía una ventaja, aunque no había planeado nada al respecto. Tendría que haber ido a casa a cambiarse de ropa antes de dirigirse a Yorkshire Falls.

Al ver que el agente permanecía en silencio, Kendall se lanzó; los nervios le hacían hablar mientras él la miraba de hito en hito.

– Mi tía siempre decía que el impulso no te lleva muy lejos. Toda una adivina, ¿no? -Analizó la situación: tirada en la carretera con un vestido de novia y en el maletero sólo la ropa para la luna de miel; sin apenas dinero en el bolso y con el único plan de refugiarse en casa de su tía fallecida.