Se echó a reír.

– Me has pillado.

– Me ha encantado la historia del hada madrina.

– A ti y a todos los presentes -musitó.

– Comprado por unas barajas de cartas de béisbol. -Dio una vuelta para situarse frente a él sin soltarle la cintura-. No sabía que se te pudiese comprar, agente Chandler -dijo con voz sensual.

– Aquello era otra época. Y no fue por las cartas, fue por el chicle.

– ¿No habías dicho que no recordabas la anécdota?

Kendall arqueó las cejas y se le formó un pliegue en el entrecejo que no hizo más que aumentar las ganas que Rick tenía de besarla.

– No me acuerdo, pero suponiendo que sea verdad y no fruto de la imaginación desbocada de mi madre, no tenía más que tres años. ¿Tú qué crees que me resultaba más atractivo, las cartas o el chicle?

Kendall echó la cabeza hacia atrás y se rió.

– Muy buena. Ahora ya sé que se te puede sobornar.

– ¿Ahora vas a dedicarte a la delincuencia?

Kendall hizo un mohín que le incitó todavía más.

– No, ahora voy a dedicarme a ti.

Rick emitió un gemido desde lo más hondo de la garganta.

– Eso sí me gusta.

Kendall le dedicó una sonrisa forzada. No sabía hasta qué punto le gustaría saber lo que se le estaba pasando por la cabeza. Tras una noche de descubrimientos sobre el pasado de Rick, se había dado cuenta de lo poco que lo conocía. Y de las muchas ganas que tenía de conocerlo. No le había dicho en broma lo de que estaba enterándose de más cosas gracias al espectáculo que a él. Él no le había mencionado que iba a ser su cumpleaños. Ni siquiera de pasada.

Rick Chandler, un hombre abierto, animado y hablador, había guardado silencio sobre ese punto. Y eso le dolía. Él sabía más de su vida que ella de la de él. Hasta esa noche no se había percatado de que Rick lo había hecho conscientemente.

El espectáculo había estimulado su curiosidad sobre Rick y había llegado el momento de averiguar cuánto quería revelar ese hombre.

– Volvamos a los sobornos. ¿Intentas decirme que no puedo ofrecerte nada que te haga desvelar secretos ocultos?

A pesar de la fiesta y de la gente, Rick la miró de hito en hito, excitado y plenamente consciente de sus deseos más íntimos.

– Oh, estoy convencido de que puedes ofrecerme algo que me haría lanzar mis principios por la borda. -Habló sin dejar de mirarla, cautivándola, tentándola con su mirada encendida.

– ¿Estás seguro de que no pondrás en peligro tu trabajo?

– No sé por qué, me atrevería a decir que valdría la pena. ¿Qué me ofreces a cambio de información? -Se inclinó hacia ella.

Kendall notó la calidez de su aliento en las mejillas, y que tenía el cuerpo exaltado por el deseo. Pero todavía no le había prometido que fuese a hablar. No le había dicho que le revelaría lo que quería saber. Su vida. Su pasado. Su matrimonio. Había perfeccionado de tal modo el arte de guardar las distancias al tiempo que daba la impresión de cercanía, que Kendall se preguntó si sabía comportarse de otro modo. Abrirse y arriesgarse a tener que sufrir.

¿Y ella? ¿Estaba dispuesta a hacerlo?

Se estremeció bajo su mirada, sabiendo que hasta entonces la distancia que él había mantenido le había bastado. Probablemente porque a ella eso también le había dado seguridad. Todavía se la daba. Así pues, ¿por qué luchar?, se preguntó. ¿Por qué forzarle a darle información?

Sin previo aviso, el micrófono volvió a emitir un silbido y una voz femenina se elevó por entre los invitados e interrumpió la sugerente conversación entre Rick y Kendall.

– Quería esperar a que Raina se marchara antes de presentar la última de las sorpresas de la velada para Rick.

– ¿Qué pasa aquí? -Kendall se volvió para ver mejor y Rick se puso tenso a su lado.

– Lisa -farfulló-. Maldita sea, en seguida vuelvo.

– Oh, no. Yo también voy. -Kendall quería presenciar la conversación y siguió a Rick por entre la gente.

Por desgracia, Lisa siguió hablando.

– Esta es tu vida, Rick Chandler no sería completa sin un resumen de los últimos años. Me he dado cuenta de que nadie ha mencionado a Jillian Frank.

En la sala se hizo el silencio. Rick llegó junto a Lisa.

– Dame el micrófono y deja de hacer el ridículo.

Lisa bajó el micro pero no lo soltó.

– Soy maestra. Hay pocas cosas que me hagan sentir ridícula. -Acto seguido, alzó el micro y siguió hablando-: Sólo quería desearle a Rick también un feliz aniversario.

Kendall respiró hondo.

– ¿Qué? -No pretendía decirlo en voz alta, pero estaba claro que acababa de descubrir por qué Rick no le había hablado antes de su cumpleaños. Ese día le resultaba demasiado doloroso. Se le encogió el corazón y sintió el dolor en sus propias carnes.

Hannah se acercó a Lisa.

– Qué patética eres -dijo.

Kendall sabía que, a partir de ese momento, podía desencadenarse una retahíla de acontecimientos. Rick parecía compartir esa opinión, porque buscó a Roman con la mirada y, al cabo de unos instantes, Roman y Charlotte se encargaron de alejar a Hannah de Lisa.

– Nos quedaremos con ella el resto de la velada -dijo Charlotte por encima del hombro mientras sacaban a la muchacha por la puerta. Hannah no dejó de quejarse hasta que la puerta se cerró detrás de ellos.

Kendall exhaló un suspiro de alivio. Un problema menos. Pero quedaba otro, pensó, volviéndose de nuevo hacia Lisa. A Kendall no le pasó por alto que el resto de los invitados seguía comiendo, bebiendo, contemplando la escena como si consideraran que el comportamiento de Lisa formaba parte del entretenimiento de la fiesta. Para ellos era eso.

Para Kendall en cambio era una revelación terrible, y se negaba a darle a Lisa la satisfacción de saber que le había fastidiado. Ni siquiera cuando Lisa se dirigió a ella.

– Probablemente eres la única persona del pueblo que no sabía que el cumpleaños de Rick coincide con el día en que se casó con su amiga embarazada. Tampoco es que importe mucho, teniendo en cuenta que lo dejó por el padre del bebé. Pero nunca lo ha superado. Nunca ha vuelto a tener una relación seria. Así que no creas que contigo va a ser diferente…

Rick le quitó el micro de la mano mientras Ellis, el jefe de policía, se acercaba a Lisa.

– Lo siento, Rick -dijo Ellis con la boca llena-. Estaba en la cocina degustando los petits fours de Izzy, de lo contrario habría venido antes. ¿Esta señora estaba invitada?

– Pues no -farfulló Rick.

– Allanamiento de morada, alteración del orden público… -El jefe de policía soltó de un tirón una lista de infracciones y, ayudado por Rick, sacaron a Lisa por la puerta.

Mientras tanto, la cabeza de Kendall era un torbellino de palabras cuyo significado no alcanzaba a comprender. Aniversario. Embarazada. Bebé. Quería saber cosas de Rick, de su pasado. Pues Lisa acababa de proporcionarle información a porrillo. Pero habría preferido escucharla de boca de él.

A Kendall se le contrajo el estómago mientras intentaba procesar lo que habría supuesto para un hombre como Rick que su mujer embarazada lo abandonara. Él, que era un hombre con un fuerte código de honor. Un hombre dispuesto a casarse con una amiga embarazada. Se frotó las sienes con la mano porque le dolía la cabeza. No le extrañaba que evitara las relaciones serias. No le extrañaba que recelara de las mujeres. Y no era de extrañar que recelara todavía más de Kendall, porque le había dicho desde un buen principio que pensaba marcharse.

– Bueno, chicos, se acabó el espectáculo. -Chase dio una palmada y se oyeron murmullos de asentimiento entre la multitud. Acto seguido, se dirigió a Rick-: No cabe duda de que sabes montar una fiesta.

– Te recuerdo que soy el invitado de honor. Si por mí hubiera sido, no habría habido fiesta. -Se frotó los músculos de la nuca, que era donde se le había acumulado la tensión.

– Y ahora ya sé por qué. -Kendall se unió a ellos-. ¿Por qué no mencionaste lo de tu cumpleaños… o lo del aniversario?

Chase carraspeó.

– ¿Se avecina una pelea entre amantes?

– No es asunto tuyo -repusieron Kendall y Rick al unísono.

Chase se echó a reír.

– Sois igual que una pareja que lleva casada un montón de tiempo. Recuerdo que mamá solía acabar los pensamientos de papá.

– Nos vamos de aquí -dijo Rick, cogiendo a Kendall de la mano.

– Yo no me marcho a no ser que me prometas que vas a hablar conmigo -le susurró al oído.

– Hablaré si me escuchas -prometió Rick.

Kendall se tomó sus palabras como un desafío. Después de todo lo que había oído esa noche, no le cabía la menor duda que escucharle hablar de su pasado le resultaría tan difícil como a él le había resultado vivirlo.


Rick no era demasiado hablador. A pesar de que siempre gastaba bromas y de que trababa amistad fácilmente, evitaba hablar en serio sobre su vida. Nunca había sido consciente de ello hasta ese momento. Pero mientras llevaba a Kendall a su apartamento, lo embargó una sensación de claustrofobia y empezó a sudar.

Dejó las llaves sobre el mueble y se le ocurrió una idea.

– Ven conmigo.

– ¿Adónde? -preguntó Kendall-. Si ya hemos llegado. -Hizo un gesto para abarcar el apartamento-. Cuatro paredes y el dormitorio, al que me niego a entrar hasta que hablemos.

Rick se acercó a los ventanales que conducían a la escalera de incendios y levantó uno de forma que una persona alta pudiera salir agachándose un poco. Señaló hacia el exterior.

– Ven conmigo a la terraza.

– ¿Estás de broma?

– No. Cuando Charlotte alquiló este apartamento, utilizaba la escalera de incendios como una especie de terraza. Está apartada y caben dos personas. -Rick se agachó y salió al exterior antes de tenderle la mano para que hiciera lo mismo.

Rick esperó a que ella se acomodara lo mejor posible en la dura superficie metálica y se sentara con las rodillas dobladas a un lado.

– No es el paraíso, pero no está mal.

– La verdad es que se acerca bastante al paraíso. -Kendall alzó el rostro hacia la brisa cálida y exhaló un suspiro de satisfacción-. Me imagino que dentro te debías de sentir claustrofóbico.

Rick se puso tenso.

– ¿Por qué lo dices? -No estaba acostumbrado a que le leyeran el pensamiento y esa noche ya habían estado sincronizados en dos ocasiones. Y eso, después de la bromita de Chase sobre los matrimonios, bastaba para incomodarlo.

Kendall lo miró de hito en hito.

– Porque te he pedido que hables. Que te abras. Y te has esforzado tanto por no hacerlo, que me imagino que ahora debes de sentirte acorralado.

– Y tú sabes perfectamente lo que es sentirse acorralado, ¿no? -Se aventuró a lanzarle esa suposición sabiendo que se había pasado la vida huyendo de aquello que le impedía echar raíces en un lugar.

– ¿Quieres parar ya? -Golpeó el suelo con la mano en señal de clara frustración-. Oh, mierda. -Se sacudió la mano.

Rick le levantó la palma y le dio un beso en la piel escocida.

Kendall apartó la mano en seguida.

– No intentes distraerme. Se te da demasiado bien darle la vuelta a las cosas. Te hago una pregunta y resulta que al cabo de un momento soy yo quien está dando explicaciones en vez de ti.

Rick sonrió.

– ¿Y qué quieres? Soy experto en tácticas de interrogatorio.

– Experto en tácticas evasivas, diría yo -farfulló Kendall-. Tú eres quien se siente acorralado ahora mismo, no yo.

Rick alzó la vista hacia la noche oscura. Había llegado el momento de revelar su dolor más profundo o alejarse de Kendall para siempre, antes de que fuera ella quien se alejara de él. Lo cual probablemente haría de todos modos. Se pasó la mano por la nuca.

– Jillian y yo nos conocimos cuando ella vino a vivir al pueblo. Era unos años mayor que ella pero nos hicimos buenos amigos y así seguimos hasta acabar el instituto.

– ¿Sólo amigos? -preguntó Kendall.

– Sí, sólo amigos.

– Pero tú querías más.

Rick se encogió de hombros.

– Yo era un chico y ella una chica guapa. Por supuesto que quería más. -Rick quería explicar lo sucedido de la forma más sencilla posible, sin emociones ni golpes de efecto-. Cuando acabé el instituto, iba y volvía todos los días a Albany a estudiar en la universidad y prepararme para el ingreso en el cuerpo de policía. Jillian también iba y venía y, al acabar el tercer año de universidad, volvió a casa a pasar el verano.

– Embarazada. -Kendall le puso una mano en el brazo y él se la cubrió con la suya.

– De cuatro meses.

Kendall exhaló un suspiro.

Aunque Kendall le había obligado a contarle la historia, su presencia y apoyo significaban mucho para él en esos momentos. Ella era la única persona con quien le apetecía compartir su pasado. También era la única con quien quería compartir su futuro. Esa idea le impactó con la fuerza de una bala y tomó aire sorprendido.