– No sabía qué hacer con él -explicó Kendall mientras el veterinario acababa la exploración.
– Bueno, me alegro de que me hayas llamado. No me importa ocuparme de un animal abandonado.
– No sabe cuánto se lo agradezco.
El doctor Sterling dio una palmadita cariñosa al perro en la cabeza y dedicó a Kendall una sonrisa igual de tranquilizadora. Todos sus actos corroboraban la primera impresión que había tenido de que era una persona amable. Aparentaba poco menos de sesenta años y era un hombre apuesto de pelo rubio, sin canas, con el rostro curtido y modales delicados.
– No quería enviarle un mensaje al busca, pero Charlotte me ha asegurado que no le importaría.
– Y tenía razón. A Charlotte no le falla la intuición. -Se refirió con cariño a ella.
Charlotte le había comentado que el veterinario estaba enamorado de su madre, pero Annie Bronson no le correspondía. De hecho, intentaba arreglar su matrimonio roto con el padre de Charlotte. A pesar del rechazo, el doctor Sterling parecía estar perfectamente.
– Lo que puedo decirte sobre tu nuevo amigo -dijo el veterinario- es que parece un wheaton terrier. Se ve por el color beige o pajizo del pelaje y la cara de terrier. Por el peso, yo diría que ya ha alcanzado su tamaño adulto y que tiene unos dos o tres años como máximo. Y a juzgar por su euforia con los desconocidos, diría que no ha sufrido malos tratos.
– Menos mal. -Kendall exhaló un suspiro de alivio.
El doctor Sterling asintió.
– El hecho de que menee la cola es una pista. Los wheaton se comportan toda su vida como si fueran cachorros, así que esta despreocupación no desaparecerá. -Dejó al perro en la mesa y le hizo colocarse panza arriba-. ¿Ves cómo me deja acariciarle el vientre y examinarlo? No le da miedo estar en esta postura no dominante. Es un perro leal y sociable. No tienes de qué preocuparte en ese sentido. Puedes tenerlo en casa perfectamente…
– Pero…
– No he recibido ningún parte de desaparición de un perro y, cuando me llamaste y me lo describiste, pregunté a varios amigos y a algunas perreras de los pueblos cercanos, sin resultado alguno. Pero anotaron la información y dijeron que me llamarían si se enteraban de algo.
– Doctor Sterling, yo… -«No vivo aquí de forma permanente.» Se calló porque las palabras no le salían con la facilidad con que le habrían salido con anterioridad.
– ¿Sí?
– No sé si puedo quedármelo. ¿Y la perrera? -Incluso mientras lo preguntaba, no le parecía buena idea. El animal era demasiado mono y cariñoso como para deshacerse de él. Pero ¿qué iba a hacer con el perro cuando se marchara? Si se marchaba…
– La perrera sólo es una opción si quieres arriesgarte a que lo sacrifiquen. La perrera de Harrington está a tope. Lo aceptarán, pero los perros pequeños son los que menos duran. Es un riesgo llevarlo allí.
Como si comprendiera lo que decían, el perro aulló y empezó a menear la cola con frenesí. A suplicar que se lo llevara a casa, pensó Kendall. Con ella. Tras oír las explicaciones del veterinario, no le quedaba más remedio.
– De acuerdo, no irá a la perrera.
– Podría preguntar por ahí quién quiere un perro, pero ahora que sales con Rick y tal, no creo que te suponga ningún problema. A Rick le encantan los perros. Cuando era niño, se llevaba a casa todo tipo de perros callejeros. Su madre estaba harta.
O sea que Rick ya tenía ese afán rescatador de pequeño.
– Me pregunto cuántos de los animales que salvaba eran hembras -comentó con ironía.
El doctor Sterling se echó a reír.
– Hay que ser una mujer fuerte para lidiar con los Chandler. A ti y a Rick os irán bien las cosas.
Entonces cayó en la cuenta de que no había contradicho al doctor Sterling, ni corregido la suposición de que se quedaría en el pueblo y lidiaría con Rick Chandler. No porque no la escuchara, como buena parte de la gente del pueblo, sino porque la idea de cuidar de Rick, de ser la mujer que lidiaba con él, le resultaba sumamente atractiva. Más de lo que había reconocido para sus adentros hasta el momento.
– Pondré unos cuantos anuncios por si alguien ha perdido al perro -declaró el doctor Sterling, ajeno a la batalla que se libraba en el interior de Kendall-. Mientras tanto, necesita un buen baño, y mañana, cuando venga mi ayudante, podemos ponerle las vacunas que necesite. Suponiendo que se quedara con él.
Y es lo que haría, pensó Kendall, decidiéndolo en ese preciso instante. Por supuesto, tendría que dejarle claro a Hannah que, si su dueño lo reclamaba, no les quedaría más remedio que devolverlo. Pero si no, ya tenía perro. Una responsabilidad y un nivel de compromiso inusitados para ella hasta entonces.
Miró al doctor Sterling con recelo.
– No sé qué cuidados necesita un perro. Y no tengo champú ni comida para perros…
– Tranquila. Lo mismo que los niños, los perros no vienen con manual de instrucciones, pero igual que los bebés, te hacen saber cuándo no están contentos. Lo que les gusta es que los limpien, los alimenten y los quieran. Seguro que eres capaz de hacerlo. Además me tienes a tu disposición. Rick también. -Le dedicó una sonrisa tranquilizadora sin advertir que había tocado su punto flaco.
¿Cómo iba a confiar en que alguien estuviera a su disposición? Nunca había confiado en nadie, nunca había contado con nadie que no fuera ella misma. Oh, estaba Brian, pero como él necesitaba algo a cambio, había podido contar con su cooperación. Con respecto a Rick… habían traspasado el límite del acuerdo y Kendall se sentía como si estuviera en caída libre y sin red de seguridad.
– Entremos en detalles -continuó el veterinario-. Cualquier champú suave le servirá y tengo una bolsa de comida para darte. Un momento -dijo antes de desaparecer de la consulta.
– ¿Qué voy a hacer contigo? -le murmuró Kendall al perro, que se limitó a menear la cola alegremente. Hacía media hora estaba vagando por las calles y ahora la miraba a ella confiando en que cuidara de él. Al parecer se daban un voto de confianza mutuo.
No dejaba de menear la cola de un lado a otro. Feliz. Esa parecía su actitud permanente.
– Vale, Feliz. Me parece que tú solo te has puesto el nombre. -Volvió a acariciarle la cabeza, él le lamió la otra mano y Kendall se sintió un poco enamorada. Otro salto en la nueva dirección de sus pensamientos.
– Toma este libro: Eduque a su perro en siete días. -El doctor Sterling regresó al consultorio, con una bolsa de comida bajo un brazo y el libro en la otra mano-. Tengo la sensación de que lo necesitarás.
Se echó a reír, porque lo primero que le había contado al veterinario era lo de que había hecho sus necesidades en la entrada. Él le había dicho que le llevara una muestra para comprobar si padecía alguna enfermedad. Se estremeció al recordar esa experiencia desagradable y tuvo el presentimiento de que habría más incidentes como ése antes de que ella y Feliz se comprendieran mutuamente-. Gracias, doctor.
– Llámame Denis, por favor. Y de nada. Nos vemos mañana. Llama a las nueve para concertar una cita. Por lo menos la casa de tu tía tiene un jardín grande para que corra. Rick puede jugar a la pelota con él. Los perros de esta raza tienen que hacer ejercicio todos los días.
– ¿No les gustan los apartamentos? -preguntó, pensando en su tipo de vida habitual cuando no estaba en Yorkshire Falls. Un estilo de vida que empezaba a parecerle cada vez más solitario y recluido de lo que jamás había imaginado. No obstante, ¿cómo era posible que tener una larga autopista por delante y posibilidades infinitas le pareciera solitario? La respuesta yacía en aquel pueblo, en su gente y en su relación con Rick. El hecho de que ella tuviera la capacidad para confiar en todo aquello era harina de otro costal.
– Pueden vivir en un apartamento, pero no es lo mejor. Siempre pido a la gente que se plantee lo que es justo para el perro. Este animal pesa ahora unos quince kilos, pero está delgado. Engordará si lo cuidas bien. Es de los que agradece estar al aire libre. Necesita su espacio.
Igual que Kendall. O eso era lo que ella creía. Estaba hecha un lío. Su negocio había dado un gran paso adelante, su hermana había hecho amistades y ella había encontrado un perro.
– ¿Vendrás al pase de diapositivas esta noche? -preguntó el doctor Sterling.
– Sí.
– Bien. Si te surge alguna duda, puedes preguntarme allí. -Sonrió y abrió un cajón del que extrajo un collar y una correa-. También lo necesitarás. Cuando tengas tus cosas, me los devuelves. No hay prisa.
Kendall asintió, asombrada. En un solo día, se había consolidado más que nunca en el tejido de aquella pequeña localidad. No sabía si estaba preparada para Yorkshire Falls o si Yorkshire Falls estaba preparado para ella.
Rick fue a buscar a Kendall a las ocho y media y llamó a la puerta como de costumbre. Lo saludó un ladrido efusivo desde dentro. Por si el sonido de un perro no fuera sorpresa suficiente, ver que Kendall abría la puerta sujetando la correa de un animal lanudo lo sorprendió todavía más.
– Entra antes de que salga. -El perro hizo amago de salir y Kendall lo sujetó con fuerza para que se quedara dentro.
Rick entró rápidamente y cerró la puerta.
– ¿De dónde ha salido? -En cuanto formuló la pregunta el perro dio un salto y le colocó las dos patas delanteras en el pecho.
Kendall se echó a reír.
– Le caes bien. ¡Feliz! ¡baja! -Obligó al perro a apartarse de él.
– ¿Feliz?
– Mira cómo menea la cola. ¿Se te ocurre un nombre mejor para un perro como él? -Kendall se encogió de hombros-. No sé cuál es su nombre verdadero porque no llevaba collar cuando lo encontré.
¿Kendall acababa de acoger a un perro callejero en una casa en la que no pensaba vivir y sonreía contándoselo? Rick pensó que, una de dos, o había trabajado demasiados turnos seguidos o veía visiones.
– ¿Te lo has encontrado? -preguntó, pasmado.
– De hecho, me ha encontrado él a mí. Fuera. De todos modos, creo que es mío. El doctor Sterling dice que tanteará el terreno pero ha hecho varias llamadas y no parece que nadie haya perdido un perro. -Mientras hablaba, acariciaba a Feliz en el cuello sin darse cuenta. Era obvio que lo había hecho con anterioridad y había perfeccionado el movimiento, porque sabía cuál era el punto justo; el perro casi se puso panza arriba del gusto.
A Feliz le encantaba que Kendall le masajeara el cuerpo.
– Sé cómo te sientes, amiguito -farfulló Rick.
– ¿Qué? -preguntó ella.
Rick meneó la cabeza.
– ¿Que es tuyo? -preguntó, repitiendo las palabras de Kendall.
– Sí. El doctor Sterling me ha dado comida y, camino de casa, le he pedido prestado a tu madre un cajón de embalaje que tenía en el sótano. -Se sujetó las manos por detrás de la espalda, satisfecha consigo misma.
Feliz también parecía satisfecho con ella, ya que se había acomodado junto a sus pies descalzos.
– ¿Cómo sabías que mi madre tenía un cajón en el sótano?
– El doctor Sterling me ha dicho que te encantaban los perros callejeros, lo cual debería haber sospechado teniendo en cuenta cómo me encontraste.
Ella sonrió y Rick sintió un deseo enorme de besar aquellos labios sonrientes.
– ¿Preparado para ir al espectáculo? -preguntó ella.
Rick le colocó la mano en la frente.
– A mí no me parece que tengas fiebre.
Arrugó la frente confundida.
– ¿Qué pasa?
– Kendall, ¿qué piensas hacer con el perro cuando te marches? -Se obligó a formularle la pregunta por mucho que le desagradara la idea.
Ella lo miró con expresión seria.
– Soy impulsiva, pero no imbécil. Ya lo he pensado… Un poco. -Se mordió el labio inferior.
– ¿Y? -preguntó él, conteniendo el aliento.
– No estoy tan segura de que vaya a marcharme. -Se volvió rápidamente sin mirarlo.
Era obvio que ella no estaba del todo convencida de lo que acababa de decir, pero el hecho de que hubiera pronunciado esas palabras le dio a Rick un ridículo atisbo de esperanza.
Kendall se dio una palmadita en la pierna y el perro se levantó para seguirla a la otra estancia.
– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó cuando Kendall entró en la cocina y él se quedó con la vista clavada en su trasero bajo los vaqueros ajustados, y en el contoneo impertinente de sus caderas.
– Voy a encerrar a Feliz para que podamos marcharnos. Y estoy tomando un poco de aliento antes de que me dé un ataque -le gritó por encima del hombro.
– No habías planeado reconocer que quizá te gustaría quedarte aquí, ¿verdad?
– Todo está yendo muy rápido, Rick. Dame tiempo para pensarlo un poco más.
Rick asintió. Podía hacerlo. Al fin y al cabo, con una casa, un perro y una hermana a la que cuidar, no era probable que fuera a desaparecer de forma impulsiva en un futuro próximo.
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