No sólo se encerraba en sí misma sino que Rick advirtió que su mecanismo de huida se había puesto en marcha, algo arraigado en su pasado. Cuando las cosas se ponían difíciles, sus parientes la pasaban de una casa a otra. Cuando en su vida de adulta se encontraba con un bache, se subía al coche y huía. Con esa fotografía, Kendall se enfrentaba a su mayor desafío. ¿Haría acopio de valor y optaría por luchar? ¿O se encerraría en ella misma para distanciarse de él hasta que su marcha estuviera justificada?
– Ahora no voy a discutir contigo. -Le tiró de la mano y la obligó a alejarse de los ojos que la observaban y de los murmullos poco disimulados, para dirigirse al coche.
No podía obligarla a no volver a huir. Sólo tenía que recordarle cómo se sentía él antes de que se proyectara la dichosa fotografía. La quería y más le valía que volviera a decírselo cuando estuviera dispuesta a escuchar. En esos momentos, el dolor y la conmoción estaban en su máximo apogeo. Cuando hubiera tenido tiempo de asumir el bochorno, volvería a hacerla partícipe de sus sentimientos.
Si se marchaba después de eso, por lo menos podría decir que le había dado todo lo que podía ofrecerle. Igual que hiciera con Jillian en el pasado.
Y ahora había mucho más en juego.
Pararon el coche junto a su casa y Rick se dispuso a salir del vehículo.
Kendall se volvió hacia él con la mirada perdida.
– No hace falta que me acompañes dentro. Además, necesito estar sola.
Se le hizo un nudo en el estómago al oír sus palabras.
– ¿Para apartarte más de mí?
– Deberías ir a ver cómo está Raina -dijo, en vez de responderle-. Seguro que el susto que se ha llevado al ver esa foto no le hará ningún bien a su pobre corazón.
– Lo único que le pasará al corazón de mi madre como consecuencia de esta noche es que le dolerá por ti. Estoy convencido de que ella sabrá sobreponerse. -Cerró los puños.
– De todos modos deberías ir a ver cómo está.
No podía insistirle más al respecto ni sacar nada en claro esa noche Kendall había erigido unos muros altísimos a su alrededor y lo había dejado fuera.
– ¿Me llamarás si me necesitas? -le sugirió.
Ella asintió. Pero cuando salió del coche sin mediar palabra y dando un portazo, supo que no sabría nada de ella esa noche ni ninguna otra en un futuro inmediato.
Raina recorría la cocina de un extremo a otro. Estaba rodeada de sus poco predispuestos cómplices en la estratagema sobre su salud. Eric estaba sentado a la mesa de formica mientras Roman y Charlotte permanecían de pie, junto a los armarios del otro lado de la cocina. Se habían reunido allí después del fiasco de la noche y, aunque ninguno de ellos había visto a Rick ni tenido noticias de él desde que la fotografía de Kendall cubriera la pantalla a la vista de todo el pueblo, todos estaban preocupados.
El único que faltaba era Chase. Como había enviado a un empleado a que cubriera el pase de diapositivas para el periódico, se había perdido el espectáculo y no estaba ahí. Menos mal, porque Raina no estaba preparada para lidiar con su hijo mayor y sus propias mentiras a la vez. Esa noche quena ayudar al hijo que más la necesitaba en esos momentos,
– Lo de esta noche ha sido una vergüenza -declaró Raina-. Una vergüenza total. Me cuesta creer que haya gente capaz de hacer una cosa así. -Frunció el cejo al recordar lo que había visto en la pantalla.
– Pues a mí no me parece que posar para un catálogo de lencería sea una vergüenza. -Charlotte defendió a Kendall-. ¿Verdad que no, Roman?
Roman carraspeó.
– Estoy de acuerdo. Aunque los… eh… accesorios eran un tanto raritos, creo que Kendall estaba muy sexy.
Charlotte le dio un codazo a su mando en las costillas.
– Bueno, quiero decir que Kendall estaba muy bien. -Roman corrigió sus palabras a regañadientes. Acto seguido, abrazó a su contrariada mujer-. Ya sabes qué he querido decir. Te adoro, pero había que estar ciego para no mirar.
Rama entornó los ojos.
– Te hemos entendido perfectamente, hijo -dijo Eric, interviniendo por fin.
– Kendall no tiene de qué avergonzarse -declaró Roman.
– Estoy de acuerdo. -Eric apoyó un codo en la mesa.
Raina sonrió. Había tanteado la opinión de los presentes a propósito y parecía que todos estaban a favor de Kendall.
– Bueno, ahora que veo que todos estamos en la misma onda, ¿qué vamos a hacer para ayudarla? Sabe Dios que la pobre debe de estar abochornada.
– Como mucho, lo que podemos hacer es atajar los cotilleos que oigamos y apoyarla. Aparte de eso, seguro que ella preferirá que no se hable del tema -opinó Charlotte.
– ¿Que no se hable del tema? -dijo Raina, contrariada por lo que le habían hecho a Kendall-. Para empezar, alguien ha tendido una trampa a la pobre chica.
– Y de ella depende si quiere averiguar quién ha sido -afirmó Roman con voz seria para advertir a Raina de que no se entrometiera.
Roman sabía bien de lo que su madre era capaz, pero era quien le había dado la vida, lo cual le otorgaba cierto derecho a hablar y a seguir expresando sus ideas.
– Para continuar, ella es como de la familia, y estoy seguro de que Rick agradecería que…
– Cada uno se ocupara de sus propios asuntos. -Eric acabó la frase por ella.
Raina lo miró enojada. Gracias a lo muy unidos que estaban desde hacía unos meses, Eric había acabado comprendiendo su intenso deseo de tener nietos y de que sus hijos se casaran y fueran felices. Y ninguna de esas cosas iba a pasar si Kendall se asustaba e intentaba marcharse.
– Estoy de acuerdo, Raina. Pero por mucho que quieras a Rick y a Kendall, no puedes tomar decisiones por ellos y no puedes cambiar el destino. -Charlotte habló con voz queda pero con tono de súplica.
– Siento discrepar. Si haces memoria, recordarás que una cosa como un problema de corazón simulado hizo que mis hijos se echaran a suertes quién tenía que casarse y le tocó a Roman. Dejando de lado los pequeños fallos, podemos decir que sois muy felices. Yo diría que eso es cambiar el destino. -Y aunque le incomodaba haber mentido, la causa y el resultado final habían sido positivos, gracias a Dios. Si tuviera la oportunidad de volver a hacerlo, tomaría una decisión distinta, sin embargo, tenía que reconocer que había funcionado.
– No te metas en los asuntos de los demás, mamá. -Roman la fulminó con sus ojos azul profundo, tan parecidos a los de su padre.
Raina exhaló con fuerza.
– ¿Qué tiene de malo apoyar a los seres queridos?
Charlotte cruzó la estancia y colocó una mano sobre el brazo de Raina.
– Escucha, he hablado con Kendall y, que yo sepa, Rick tenía dificultades para conseguir que se quedara en el pueblo, y eso fue antes de que alguien pusiera su foto a la vista de todo el mundo. Rick necesitará tu apoyo pero no que te entrometas. Esta vez tendrás que confiar en mí.
– Ojalá alguien confiara en mí -dijo Rick.
Raina ahogó un grito y todos se volvieron sorprendidos al oír la voz de Rick.
– No sé si sentirme más ofendido por el hecho de que estéis todos aquí hablando de mi vida o por el hecho de que guardéis secretos. -Entró en la cocina, de brazos cruzados y con el cejo fruncido.
Raina no lo había oído llegar y, a juzgar por las expresiones de asombro de los demás, ellos tampoco. Se apoyó en el marco de la puerta con expresión agotada y consternada. La palabra «derrota» no existía en el vocabulario de los Chandler, pero era obvio que algo se había torcido entre Kendall y él.
Y por su cara de disgusto, la situación en su casa no le parecía mucho mejor.
– ¿Cuánto rato hace que estás ahí? -preguntó Raina, aunque la sensación de incomodidad que notaba en el estómago no daba pie a equívocos.
– Oh, he llegado más o menos cuando estabas hablando de tu problema de corazón simulado. -Apretó la mandíbula con una ira inconfundible mientras sus ojos lanzaban destellos de traición y dolor.
– Rick…
– Ahora no, ¿vale? Esta noche ya he tenido suficiente. No me hace falta saber nada ahora. Me alegro de que estés sana. Encantado, de hecho. -Se volvió para marcharse negando con la cabeza con incredulidad.
– Rick. -Roman dio un paso hacia su hermano.
Rick no lo miró.
– A no ser que me digas que no tenías ni idea de que fingía, no tengo nada que hablar contigo.
– Charlotte, voy a llevarme a mi hermano a tomar una copa. Eric se encargará de que llegues bien a casa. -Roman miró al otro hombre, que asintió en silencio.
– Prefiero beber solo -farfulló Rick.
– No te preocupes por mí. Vosotros dos tenéis que hablar. -Los ojos azules de Charlotte estaban teñidos de compasión y preocupación por su nueva familia-. Rick, ya sabes que te queremos.
– Pues tenéis una forma muy original de demostrarlo.
– Tienes razón. Y no hay excusas que valgan pero… -Raina dejó la frase inacabada.
– Yo me encargaré, mamá. Tranquilízate y duerme un poco, ¿de acuerdo? -Roman le puso una mano sobre el hombro y ella se lo agradeció.
Aunque nunca había justificado su farsa, ahora no le volvía la espalda y Raina agradeció su lealtad. Quería a sus hijos, demasiado quizá, si hacerles sufrir era el resultado final de sus buenas intenciones.
– ¿Dónde está Kendall? -Charlotte formuló la pregunta que Raina estaba convencida que todos tenían en la cabeza.
– En casa. Haciendo las maletas, supongo -musitó Rick.
Raina hizo una mueca de dolor.
– Si sirve de algo, podría ir a hablar con ella. -Incluso mientras lo sugería, incluso mientras Roman le hacía el gesto de que se callara la boca, sabía cuál sería la respuesta de su hijo.
– ¿No te parece que ya has hecho suficiente? -preguntó Rick.
La desilusión de Rick le atravesó directamente el corazón, el órgano que había utilizado para manipularlo. Raina se dio cuenta de que era un ejemplo de justicia poética, aunque esa idea no la consoló y le causó un dolor enorme.
Rick también estaba sufriendo por el distanciamiento de Kendall y la revelación de Raina. El aprieto y sentimientos de ésta palidecieron en comparación con la agonía que debía de estar sufriendo su hijo mediano.
Independientemente de que Rick la perdonara o no, Raina tenía que ayudar a que él y Kendall se reconciliaran. Pero por desgracia no sabía por dónde empezar.
Sin saber muy bien cómo, Kendall sobrevivió a la velada con dos adolescentes, un perro nuevo y el corazón malherido. Las chicas la ayudaron a bañar a Feliz y la actividad la ayudó a no pensar en la humillación que había sufrido. «¿A manos de quién?», se preguntó por enésima vez.
Aunque Rick había insinuado que tenía una sospecha con respecto al culpable, Kendall no tenía ni idea de quién la odiaba tanto como para proyectar una foto de ella semidesnuda en una pantalla panorámica. La única persona que no disimulaba su antipatía hacia ella era Lisa Burton, pero Kendall no se imaginaba a la maestra arriesgando su puesto de trabajo o su reputación para gastar una broma de tan mal gusto.
Para cuando las chicas dejaron de reírse por todo y se quedaron dormidas, ajenas a lo sucedido en el pase de diapositivas, Kendall había llegado a la conclusión de que daba igual quién le hubiese hecho esa jugarreta. La cuestión era que esa persona le había hecho un favor. Le había demostrado que sus ensoñaciones nunca podrían convertirse en realidad y que Kendall Sutton no tenía ningún futuro en un pueblo pequeño con un hombre bueno y honrado como Rick Chandler.
Para cuando la luz del día se filtró por la ventana, porque todavía no había bajado la persiana, Kendall había revivido una y otra vez el pase de diapositivas y la fotografía. No se avergonzaba de su carrera pasada ni de la fotografía que habían proyectado. Por muy necesitada de dinero que estuviera, Kendall nunca habría aceptado un encargo que considerara que la infravaloraba a ella o a su familia. Pero la realidad era que todo el pueblo la había visto medio desnuda, y ese suceso no dejaría indiferente a las personas que se habían portado bien con ella.
Y los Chandler se merecían algo mejor. Desde Charlotte, que tenía un negocio propio, pasando por Raina que tenía clase y sentido de la ética, además de problemas de corazón y a quien el estrés perjudicaba, hasta Rick, cuya fama intachable de buen policía no tenía parangón. Hasta que se había liado con Kendall.
Negó con la cabeza y se acercó al alféizar de la ventana a mirar la hierba empapada de rocío. Por primera vez en su vida se había permitido creer en posibilidades. Se había planteado si debía quedarse, si podía formar parte del pueblo de Rick, de su familia, de su vida. La noche pasada había recibido la respuesta, proyectada a todo color, y esas posibilidades se habían esfumado. Tal como había aprendido de niña, otras personas gozaban de la familia y la estabilidad, pero no ella.
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